Quito. 14 feb 99. Bill y Hillary tienen una larga historia.
Que hasta podría ser una historia de amor.

Se conocieron cuando eran dos despreocupados estudiantes
universitarios y él aspiraba marihuana. Ella, por su parte,
aspiraba a ser prominente abogada. Ambos iban de jeans, oían
música, comían hamburguesas, acudían al cine y seguramente
hacían lo que cualquier pareja de los frenéticos años setenta:
tratar de no aburrirse en las tardes de domingo, para lo cual
Bill desenfundaba el saxo, instrumento del que es un hábil
cultor.

Vistas las cosas a la distancia uno se pregunta: ¿el amor que
se profesaron entonces, subsiste? Ambos afirman que sí y
hasta hace poco era normal verlos tomados de la mano,
acompañados de su hija Chelsea y de sus perros, en los prados
de la Casa Blanca.

Las dudas, sin embargo, surgen cuando, tras asumir la
presidencia de los Estados Unidos, se revela que Hillary no es
solo la mujer inteligente que parece, sino que, además,
siempre fue dueña de un carácter indoblegable y una terquedad
que remataba en blasfemias cuando su voluntad no se acataba.
Y Bill, un mozalbete culto y brillante pero desordenado hasta
el caos, tanto en sus asuntos de político en agraz como en los
sexuales de esposo recién estrenado.

Una vez en la presidencia, los escándalos comenzaron a rondar
alrededor de los Clinton. El primero, económico, con el caso
Whitewater, en que Hillary se mostró como mujer dura y
ambiciosa. El segundo, sexual, aspecto en que Bill se
proyectó como un ser insaciable, que durante sus largos años
de matrimonio acompañó sus jornadas de saxo con Hillary, con
otras de sexo sin Hillary.

Tras el escándalo de Paula Jones, Newsweek describe al
presidente como un hombre que, de pie a la sombra de una
magnolia, era incapaz de contener el temblor de su mandíbula.
Como fue incapaz, también, de contener el temblor de la
mandíbula de Mónica Lewinsky durante sus escarceos en el salón
oval. Pero que, acorralado, fue, sin embargo capaz, de pedir
perdón a su esposa y a su hija, tras esa mórbida, absurda y
fanática campaña montada en contra suya.

Hillary soportó el chaparrón sin mover un músculo, en un acto
que, a más de sorprender, emociona. ¿Lo hizo por solidaridad?
¿Por interés? ¿Por venganza? Porque si lo hizo por amor, su
grandeza nos llevaría a dejar de considerarla como persona,
para verla como un personaje dramático, capaz de traspasar la
historia y engrosar la leyenda de este siglo.

Relatos de encuentros y desencuentros

Desde que comenzó el mundo, el amor ha sido parte de la
relación hombre-mujer. Empezando por el relato bíblico del
descubrimiento de la sexualidad de Adán y Eva en el paraíso,
la literatura occidental ha narrado historias de ambición,
poder, encuentros, desencuentros, adulterios y tragedias
entremezcladas con los conceptos de la exaltación de los
sentidos, el placer y el dolor.

Sin querer establecer paradigmas de las relaciones amorosas,
BLANCO y NEGRO escogió algunas historias de amor, muchas de
las cuales no tienen un final feliz, tipico de las novelas
rosa o de algunas películas producidas por Hollywood.

La vida real es algo más. Una relación es un torbellino de
pasión, erotismo, sensualidad, respeto, apoyo... como el
romance entre la periodista alemana Tania y el mítico
guerrillero Che Guevara. Ella dejó todo por seguirlo a las
espesas selvas bolivianas.

Y es a propósito de conmemorarse el día de San Valentín (el
santo que oficiaba los matrimonios de los soldados romanos,
pese a la oposición del emperador Claudio II, quien pensaba
que los guerreros casados no eran tan eficientes como los
solteros) que presentamos los romances entre Frida Khalo y
Diego Rivera, Sisi y el Emperador Francisco José, entre otras,
porque no disponemos del espacio suficiente para relatarlas
todas.

Algunas nos remontarán a los sueños de la adolescencia o de la
primera juventud, cuando se espera que el príncipe azul o la
miss universo nos cautive y conquiste. Otras, a capítulos
dolorosos de nuestras vidas.

Lo cierto es que el amor siempre será un tema actual y
continuará inspirando el arte, los símbolos, las fantasías,
los sueños, los hechos heroicos, las guerras, las intrigas,
tal como ha sucedido desde el principio de los tiempos de esta
humanidad.

Calendario

- El 14 de febrero fué señalado como día de fiesta hacia 1969,
cuando el calendario Católico Romano dedicó esa fecha para
recordar a dos santos cristianos, uno de ellos San Valentín,
martirizado por el emperador romano Claudio II.

- A lo largo de los siglos se ha conjugado toda una serie de
leyendas y tradiciones relacionadas con el Día de San
Valentín.

- En la época en que los gángsters hacían su "agosto" en los
EEUU, el famoso capo Al Capone, ordenó una masacre, justo el
día de San Valentín.

- Actualmente es una fecha festejada por todos los
enamorados... Y por los comerciantes.

El elefante y la paloma, el gigante y la cojita

Por Gabriela Paz y Miño

El elefante y la paloma. El gigante y la señorita cojita de
Coyoacán. Diego Rivera y Frida Khalo. Una conjunción genial,
intrigante, provocadora y dispar.

Para empezar, la fachada: él, enorme, gordo y feísimo, de
separados ojos saltones y "cabeza de sapo", según la
descripción de la propia Frida. Un príncipe azul desaliñado y
sucio. Y ella, una grácil paloma, débil y enferma de por vida,
dueña de una exótica belleza que -según el ojo que la mirara-
podía pasar también por una chocante franqueza física
(bigotuda y cejijunta, con una pierna seca, herencia de la
poliomielitis y una sonrisa incompleta). Pero bella. Y
ataviada como una diosa azteca para un ceremonial.

"Exhibiendo su cuerpo lacerado como otras mujeres exhiben sus
broches", según la vio Carlos Fuentes.

¿Cómo se amaron estos dos? El toro y la mariposa. El chocante
"sapo-rana" y "Fisita", la niña de sus ojos. Casi 20 años de
diferencia, entre tantas otras cosas. Un tiempo, que para el
muralista, significaba ya media vida, transcurrida entre la
pintura, los años en Europa, el comunismo, el hedonismo, la
celebridad... y las mujeres. Y para Frida: menos de 20,
vividos entre su infancia en Coyoacán, su escuela, sus amigos,
sus provocaciones, sus primeros amores y definiciones
políticas y sus iniciales pasos artísticos fundados en la dura
prueba de su cuerpo roto por las enfermedades y las huellas de
un accidente que la marcó de por vida.

Fue así como se encontraron. Así se vieron Rivera y Khalo,
cuando la joven Frida apareció, cojeando y cargando algunas
pinturas, en el edificio del Ministerio de Educación, donde
Rivera pintaba unos frescos. -"Baje Diego", dijo ella
simplemente. Y él lo hizo... para empezar a ser, desde
entonces, "Diego inicio, Diego, constructor, Diego niño, Diego
esposo, Diego amante, Diego madre, Diego yo"...

Diego todo. Y en todo: "en mis orines, mi boca, mi corazón y
mi locura". En los cuadros que ella pintó, en la pierna que le
amputaron, en los hijos que no pudo retener en su vientre, en
la postración y en la soledad.

Enorme complicidad, ríos de ternura, profunda admiración
mutua, conjuntas y apasionadas luchas revolucionarias, viajes,
separaciones, abiertas infidelidades de ambos (que en el caso
de ella incluyeron un romance con Trotsky y con varias
mujeres, y en el de él, aventuras con innumerables modelos y
con la propia hermana de Kahlo). Así fue como Frida y Diego se
amaron, se soportaron, se defendieron y tantas veces se
retrataron. También se abandonaron, claro. El, sobre todo,
aunque, igual que ella, la amara hasta el último día.

Las llamas consumieron hasta los recuerdos...

Quizá fueron los diez años más productivos para los dos:
mientras estuvieron juntos, Frederic Chopin y George Sand (ese
era el seudónimo que utilizaba Aurore Dudevant) expresaron
todo su romanticismo. El, a través de la música, y ella, por
medio de sus libros, de la literatura.

Se conocieron en París en 1837 y el amor no tardó en
invadirlos. Para aquel año, Chopin ya estaba instalado en la
capital francesa, era un prestigioso maestro y artista, y
tenía mucha acogida en la élite de la sociedad de la época (su
grupo de amigos estaba integrado por Víctor Hugo, Balzac,
Liszt, Berlioz, Schumann, Dumas y Delacroix).

Mientras Sand estaba dedicada por completo a la Literatura,
luego de abandonar a su esposo y a sus dos hijos, y vivir
algunas relaciones pasajeras.

Chopin cayó a los pies de Sand fácilmente. Su carisma y su
inteligencia lo cautivaron, además de su abierto
cuestionamiento a las convenciones sociales de la época.

Su intenso amor y pasión duró casi una década, y en esos años
Chopin se consolidó como "el poeta del piano". Pero los
problemas llegaron y la relación se volvió conflictiva, llena
de celos, al punto que, según confesara su amigo Liszt, cuando
se separaron, el músico sintió que le habían destruído su
vida.

Pero eso no impidió que siguiera componiendo hasta que enfermó
de tubercolusis y murió el 17 de octubre de 1849, a los 39
años de edad.

El último gesto de Sand hacia Chopin no fue gentil: luego de
la muerte del maestro del piano, le fueron devueltos un
paquete de cartas que ella le escribió y mechones de su
cabello. Sin mayores contemplaciones, las lanzó a las llamas,
como otra forma de decirle adiós a él y a su amor

No quería que nadie lo mirara

Dicen que Juana, la hija de los reyes de España, Fernando e
Isabel la Católica, enloqueció de amor y de celos. Nació el 6
de noviembre de 1479, en el viejo Alcázar de Toledo, y murió
en 1555, encerrada en Tordesillas, con la llave del ataúd de
su esposo, Felipe el Hermoso, colgado en el cuello.

Juana tenía el rostro ovalado, los ojos un poco rasgados y el
cabello fino castaño. Se casó a los 16 años con el archiduque
Felipe de Austria, apodado el Hermoso. Cuatro días antes del
día fijado para la boda, los novios llamaron al sacerdote para
que los casara inmediatamente.

Sin embargo, Felipe, dado a los escarceos amorosos, no se
caracterizó por su fidelidad. Pronto surgieron los celos.
Juana no perdía la oportunidad de vigilar a su esposo.

El 24 de febrero de 1500 asistió a una fiesta -a pesar de
hallarse encinta-, para estar cerca de Felipe. En medio del
bullicio se le presentaron los dolores de parto, así que debió
dar a luz en un retrete a su hijo Carlos, que sería luego rey
de España y emperador de Alemania.

Al siguiente año, Felipe y Juana viajaron a España para ser
declarados herederos del trono. Felipe regresó a Flandes en
1503, solo. Juana, quien deseaba seguirlo a toda costa, viajó
en 1504 y, al llegar, atribuyó a Felipe amores con todas las
damas de su palacio. Hasta hizo rapar a una rubia luego de
acusarla de ser amante de su esposo.

Cuando murió Isabel la Católica, heredó el trono Fernando, lo
que provocó el airado reclamo de Felipe. Se sucedieron años de
disputa, hasta que el 25 de septiembre de 1506 murió Felipe.

Juana, que estaba embarazada, no derramó una sola lágrima y
ordenó que solo hombres velaran el cadáver.

El 20 de diciembre consintió en que su esposo fuera trasladado
a Granada para ser enterrado junto a Isabel I. Doña Juana
acompañó todo el cortejo fúnebre, con la llave del ataúd
colgada en su cuello. Al llegar a Torquemada dio a luz a su
hija Catalina, quien fue reina de Portugal. Fue la niña que
siguió de cerca su locura y sus ratos de lucidez, hasta que
murió en la madrugada de un viernes santo, después de estar
encerrada desde los 29 años.

Una belleza que traiciona y mata

La hermosura sin par de Helena suscitó varios hechos que la
mitología griega narra en cautivantes leyendas. Siendo aún
niña, Teseo la raptó y se la llevó a Atica, de donde fue
recuperada por sus hermanos. Más tarde, los muchos príncipes
que pretendían tomarla por esposa prometieron respetar la
elección que ella hiciera y defenderla de aquel que no
cumpliera su juramento. El escogido fue Menelao, rey de
Esparta, y juntos vivieron felices hasta la llegada de Paris
quien, aprovechando la ausencia del marido, cortejó a Helena,
la sedujo, la raptó y se la llevó a Troya.

En el poema de Homero, La Iliada, no queda claro cuánta
resistencia puso ella al rapto, pues Paris, hijo de Príamo,
rey de Troya, era un joven de singular belleza y fuerza
física. Un día Zeus recurrió a este príncipe para que emitiera
un juicio sobre la belleza de las diosas Afrodita, Atenea y
Hera, que se disputaban la manzana de la Discordia. El decidió
que la más bella era Afrodita y se atrajo el odio de las otras
dos, que, al sentirse desairadas, juraron destruir a Troya.

Así estaban las cosas cuando el apuesto príncipe fugó con la
mujer ajena.

Entonces, Menelao clamó venganza y obtuvo el prometido apoyo
de sus ex rivales. Los griegos se lanzaron a la guerra contra
Troya, ciudad que finalmente fue tomada después de un sitio
prolongado y sangriento en el que Paris perdió la vida. Helena
volvió junto a su esposo y más tarde los espartanos la
veneraron como una diosa. De todas maneras, Helena y Paris
vivieron un apasionado romance durante 10 años.

La singular aventura del doctor Eugenio Espejo

Según la narración de Iván Egüez (Desventuras de un ilustrado
del siglo XVIII y de una liberanta riobambeña, en Aventuras de
amor en Nuestra Historia), "Eugenio Espejo tenía cuentas
pendientes con la justicia y, en acto de generosidad, el
presidente Villalengua le permitió que se ausentara a Lima".

A su paso por Riobamba, Espejo es contratado por unos curas
que eran acusados de ladrones por los notables de la ciudad.
El médico aceptó para distraer su viaje a Lima.

La mejor defensa que tenían los curas era la información de
que sus acusadores organizaban orgías con María Chiriboga,
conocida como "la mayor calzón flojo de la época".

El doctor Espejo escribió una mordaz defensa, pero se quedó
asombrado cuando se enteró de un juicio por difamación que le
instauró María Chiriboga, y más todavía cuando vio la belleza
de su acusadora.

Tres días pensó Espejo en una disculpa. Finalmente envió una
misiva solicitando una entrevista, que casi provoca un infarto
a María por el atrevimiento de "un longo alzado"; pidió
consejo a sus amigos, quienes urdieron un plan para vengarse.
Planearon esconderse en el jardín y caerle a palos al
difamador, pero Espejo llegó antes de lo previsto a la cita.
La entrevista fue corta, María se paseó altanera y Espejo
altivo, y se marchó antes de la llegada de los complotados,
dejando a María aturdida.

Después de una semana de la entrevista, Espejo le envió a
María un grabado francés con una leyenda: "las mujeres libres
son las mejores, las mejores mujeres son las libres".

Se concertó otra cita. Espejo llegó afiebrado y María lo cuidó
como a un bebé. Se restableció y regresó a Riobamba, después
viajó a Quito; en donde fue apresado por "crímenes contra el
gobierno de Su Majestad". El doctor, por cuya ausencia se
enfermó María, fue enterrado en "el cementerio destinado a los
indios, negros y mulatos".

La princesa de las lechuzas y el hijo del comerciante

El hijo de un comerciante sabio (Mindalae) solo pudo
conquistar el amor de una princesa, que dominaba todos los
cruces de caminos de la ladera de la montaña, hace 17 siglos,
con el diente de un tiburón que le regaló su padre al regreso
de uno de sus viajes por el mar.

Fue un amor que terminó en una tumba, después de un ritual, y
que nació cuando una lechuza chilló asustada por el fuego que
encendieron padre e hijo en una cueva natural, al borde de los
páramos, cuando se dirigían al poblado en el que habitaba la
señora de todos los pueblos que vivían entre la montaña y un
gran lago.

Esa noche, fue la primera vez que su padre le contó la
historia de la princesa, que era encantadora de lechuzas, a la
que le rendían tributo los comerciantes del norte y del sur,
de la selva y la costa. Capaz de amarse y darse placer a sí
misma.

El joven, con sus 15 años a cuestas, se dejó llevar por la
historia contada por su padre, mientras se abrigaban con el
fuego.

Cuando llegaron al señorío de aquella mujer, la princesa, era
como si el cuerpo del joven se hubiera vaciado y alimentado
solo de la curiosidad que sembró su padre, un cuerpo que tenía
la necesidad de pertenecer a un dueño.

Esa necesidad lo obligó a burlar la vigilancia de su padre
para encontrarse con ella frente a frente, con la certeza de
que el diente de tiburón, colgado en su cuello, atraería su
atención.

Y así fue. Ella, una princesa de 45 años, con sus grandes
ojos, solo reconoció en el joven cuerpo los distantes ecos del
mar, cuando el hijo del sabio le contó la cacería del tiburón,
"esa intensa lucha que ha de emprender el cazador con el
cuerpo del animal para arrancarle sus partes".

La princesa repasó el diente del tiburón por todo su sexo para
luego reconocer el cuerpo del hijo del sabio.

Diez años después de la pasión "alimentada por la curiosidad
de él por el mito, y de ella por lo que existiría más allá de
las islas... la princesa murió".

Las sirvientas lavaron su cuerpo con hierbas cocidas en agua
de vertiente, la vistieron con ropa de algodón y la acostaron
sobre piel de llamas. La miró largo rato. Sobre el pecho
colgaba el diente del tiburón que sirvió para atraer su
atención y lloró amargamente "porque la muerte de ella
significaba que los hombres... se dispersarían en las cuatro
direcciones por ellos conocidas".

Así esperó el ritual final, el entierro de él junto al cuerpo
de ella en una fosa donde solo podría alimentarse de su piel,
la que desprendía con una filuda obsidiana, con la certeza de
que nunca más volvería a ver el mar, según relata el escritor
y periodista ecuatoriano Javier Ponce, en su cuento "Diente de
tiburón", publicado en el libro sobre las "Aventuras de amor
en nuestra historia".

Manuela y Bolívar, más allá de la muerte

Manuela Sáenz y Simón Bolívar parecían destinados a cumplir
una maldición bíblica: "la pasión te dominará", aseguró Manuel
Espinoza Apolo, en un prólogo que realizó al intercambio
epistolar de estos dos destacados personajes de la
Independencia de la Gran Colombia.

Ni siquiera la muerte de Bolívar, en 1830, resquebrajó la
pasión y la lealtad que sentía la independentista quiteña por
su amado. Murió, pero las huellas del amor que profesaba a
Manuela quedaron en las 400 cartas que escribió en los ocho
años que duró la relación compleja y turbulenta, "condenada"
por quienes creían que ponía en peligro los intereses de la
República.

Pero Manuela unió su compromiso por la causa independentista
con su enamoramiento, y Bolívar la involucró en su causa como
asesora, edecán, soldado y amante.

Manuela combinó sus funciones militares con las de amante.
Vestía de soldado por las mañanas y de dama por las tardes y
las noches, cuando regresaba a su bordados, a sahumar las
sábanas en canela, preparar helados, sorbetes, dulces... Las
cartas revelan a una mujer que "revive cada instante de
pasión".

La vivió en el Ecuador, después en el Perú, en su estadía en
Colombia y hasta cuando Bolívar se despidió de Manuela
aquejado por su salud, con el pretexto de partir a Europa.

"Mi amor: Mi Simón triste y amargado. Mis días también se ven
rodeados por una huraña soledad, llena de la nostalgia hermosa
de su nombre". La carta la escribió Manuela cuando Bolívar ya
había muerto y le aseguró que conocía "el viento... los
caminos para llegar a mi Simón". Pero sabía que aún así no
podía responder a esa "interrogante de tristeza que ponen las
luces en su rostro, y su voz que ya no es mía, que ya no me
dice nada".

La llama se prende con la ausencia

"El emperador Francisco José I, de Austria, se ha prometido
con la princesa Elizabeth, duquesa de Baviera. Que la
bendición del Todopoderoso..."

El anuncio fue publicado en Austria el 17 de agosto de 1853,
un día después de que Elizabeth, llamada más familiarmente
Sisi, conociera al emperador.

Sisi era una joven de 16 años, vivaz y traviesa, que gustaba
de leer, correr, montar a caballo y odiaba la etiqueta. El
emperador tenía 23 años y había demostrado su valentía en los
campos de batalla.

Al otro día del enlace ella parecía haber llorado; nunca se
supo si de amor o de desilusión. El, en cambio, declaró:
"estoy enamorado como un teniente, y dichoso como un dios".

Sisi nunca se adaptó a la rigidez de la corte: entre otras
cosas, paseaba por las calles de Viena como cualquier
ciudadana.

Pronto se dieron cuenta de que, aún amándose, no podrían
entenderse. No obstante, la pareja tuvo varios hijos. Un día
discutieron y ella "escapó" hacia Inglaterra y Grecia. El
marido la buscó y Sisi regresó a Viena.

Cuando estalló la guerra entre Austria y Prusia, la emperatriz
cuidó a los heridos, visitó a las viudas y a los huérfanos.
Luego volvió a seguir su vida errante...

Las lágrimas estaban por venir: su hijo Rodolfo, heredero de
la corona, se suicidó al lado de su amante.

Francisco José continuaba enamorado de ella. Era un extraño
amor: cuando estaban juntos la discusión era segura.

El 9 de septiembre de 1898, Elizabeth se preparaba para salir
de Ginebra. Cuando se hallaba a punto de subir al barco, un
hombre le apuñaló en el pecho. De pronto la emperatriz cayó al
suelo: había entrado en agonía. El cuerpo de Sisi llegó a
Viena a las 10 de la noche. Francisco José abrazó el ataúd
como se abraza el cuerpo de la mujer amada. Sus labios
murmuraron: "adiós mi amor. Adiós Sisi".

Algunos besos sí pueden matar

Los amantes que pecaban sin tener tiempo de arrepentirse solo
podían ir al infierno. Al menos, en ese lugar los colocó el
escritor italiano Dante Alighieri, en La Divina Comedia.

En el quinto infierno están Paolo y Francesca, dós jóvenes que
cometieron el pecado de besarse en un jardín después de leer
la historia de amor de un caballero andante y una reina.

La historia de estos jóvenes, escueta en La Divina Comedia,
fue ampliada en el siglo XIV por el escritor italiano
Bocaccio, quien comentó la obra de Dante.

Por la narración de Bocaccio se conoce que Paolo era el
segundo hijo de Malatesta de Verrucchio -señor de una ciudad
italiana-, que buscaba esposa para su primogénito y poco
agraciado hijo Giovanni.

El heredero viajó por algunas ciudades y regresó a contar a su
padre que deseaba casarse con Francesca, la hija de Guido da
Polenta, señor de Ravena.

Como Malatesta temía que por el aspecto desgarbado de
Giovanni, Francesca rechazara la propuesta, envió a Paolo
hasta Ravena para pedir la mano de la joven.

Paolo, que estaba casado, se sintió atraído por Francesca. La
atracción fue mutua, pero la joven tuvo que cumplir el
compromiso. Aunque se sintió morir al ver el aspecto de
Giovanni se casó y a los nueve meses tuvo una hija.

Paolo se encerró en una fortaleza con su esposa para olvidar a
Francesca, pero la ausencia solo alimentó su amor y volvió a
casa de su padre.

Una mañana se encontraron en el jardín, donde leyeron un libro
que relataba la historia del caballero Lanzarote del Lago y
sus amores con la reina Ginebra.

Como si fuera una secuencia del texto, cuando Lanzarote besa a
la reina Ginebra, Paolo hizo lo mismo con Fracesca, pero
fueron sorprendidos por Giovanni, quien los mató y, como no
tuvieron tiempo de arrepentirse, se fueron al infierno.

Dalí y Gala, un amor demencial

Por Nadesha Montalvo R.

Era la tercera vez que Salvador Dalí veía a Gala en su vida.
Primero fue un largo y apasionado beso desde lo alto de un
puente, luego la certeza de que Gala quería decirle algo.
Enloquecido por la incertidumbre, Dalí la tomó de los hombros
y le exigió que le dijera qué tenía en mente, de la manera más
apasionada. Gala le miró por un momento y con un tono de voz
más bien frío le respondió "quiero que me mates". Por un
momento, Dalí se sintió muy decepcionado. Y es que matarla era
precisamente lo que él había pensado, relata este inigualable
pintor español en "La Vida Secreta de Salvador Dalí".
Años más tarde, Dalí daba una conferencia ante la "créme de la
créme" de los surrealistas en París. Su discurso, delirante
como siempre, ofendió al público. Una voz se levantó: "¡es
intolerable que uses un lenguaje tan obsceno delante de
nuestras esposas!", increpó. Gala respondió de inmediato: "si
dice esto frente a su esposa, que soy yo, ciertamente puede
decirlas delante de sus esposas."

Dalí conoció a Gala en 1929, en pocos días se había mudado con
ella a una casa en Cadaqués (España). Ella era la esposa del
poeta Paul Eluard. De Gala se decía "se había acostado con
todo el mundo". Por el contrario, Dalí nunca estuvo con otra
mujer. Su pasión por Gala le significó a Dalí una pelea con su
padre, tan violenta que dejaron de hablarse por 20 años. Pero
si esta ruptura es un motivo recurrente en la obra de Dalí, su
frecuencia no se compara con la aparición del rostro, las
manos, los ojos, todo de Gala en sus pinturas.

Cuando Gala murió, en 1985, Dalí se encerró en una torre en su
hogar de Cadaqués y nunca volvió a salir. El pintor dejó de
ver a todos sus amigos y se dejó morir.

Para superar

- "Me parece que escribo mal... no logro decir nada de lo que
quiero porque mis frases surgen como suspiros; para
comprenderlas hay que separar el vacío que separa una de la
otra; lo harás, ¿no es verdad?" Flaubert a Louise Colet, 1846.

- "Me ha sorprendido que los hombres pudieran morir mártires
por la religión. Me he estremecido ante ello. Ya no me
estremezco. Podría ser martirizado por mi religión; el amor es
mi religión. Podría morir por esto; podría morir por ti. Mi
credo es el amor y tú eres su único principio." Keats a Fanny
Brawne, 1819.

- No he querido volver a amar, ni he esperado recibir amor. Tú
has hecho volar todas mis resoluciones; ahora soy todo tuyo,
seré lo que tú desees, quizás feliz amándote, pero nunca de
nuevo en paz." Lord Byron a la condesa Guiccioli, 1819.

- ¿Qué es el amor?... he consultado mis sentimientos y no he
podido menos de repetir con Hamlet: ¡Palabras, palabras,
palabras! Bequer, 1847.

- "No apetezco sino lo que tú ambicionas para ambos y no por
cobardía, sino porque me doy cuenta de la insignificancia de
otros deseos comparados con el hecho de que seas mía." Freud a
Martha Bernays, 1893.

- "Tu amor me ha atravesado y ahora siento mi mente como un
ópalo... llena de matices y colores inciertos, de cálidas
luces y rápidas sombras y de música interrumpida." Joyce a
Nora Barnacle, 1909.

- "Pensar que dentro de una semana (tal vez antes) volveremos
a vernos me parece una terrible felicidad; pensar que debo
esperar tantos días me parece inaguantable." Borges a Estela
Canto.

- "Cuanto quiero decirte es que te debo toda la felicidad de
mi vida. Has sido totalmente paciente conmigo e increíblemente
bueno... Si alguien podía salvarme, hubieras sido tú."
Vriginia Wolf a Leonard Wolf, 1941.

- "He tomado mi café... y he cerrado los ojos para verte, y he
exaltado mi amor hasta la embriaguez. Y hubiera querido
prolongar el gozo muchas horas". Gabriela Mistral a Manuel
Magallanes, 1915. (DIARIO HOY) (BLANCO Y NEGRO)
EXPLORED
en Ciudad Quito

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