LOS PUEBLOS DEL SUR

Por: Rocío Luzuriaga




Emprender el viaje por la carretera vacía, pavimentada,
rodeada de tierra roja a los costados, era renovador. Al
ingresar a la provincia de Loja, que se inicia con el río
Pindo y deja atrás a El Oro, uno comienza a sentir otro aire.
El aire del sur, calmado, ausente y virginal.

Por la nueva vía, que deja a un lado a las hermosas Zaruma y
Piñas, se pasa por Balsas, Buena Vista, Chaguarpamba, lugares
de atmósfera caliente y agradable, tierra de café y maní. Se
comienza a ver a las campesinas montadas a caballo al filo de
la carretera, con pantalón y vestido, cargando un niño en la
espalda, con gesto de confianza y amabilidad; ellas llegan del
"cerro" a hacer alguna gestión en el pueblo, o a vender el
producto. Las flores del chaguarquero y la blanca "flor de
novia" abundan y clarean más el cielo despejado de la
provincia.

Al llegar a la urna de San Vicente, parar es obligatorio para
dar una limosna al santo y comer calientes biscochuelos de
huevo. Se sube luego a Velacruz y Las Chinchas, al filo de la
montaña, para bajar nuevamente a un antiguo valle.


LAS SEñORITAS EDUVIGES

LLegamos a San Pedro de la Bendita, ese pueblo de dos personas
en la plaza. Un hombre de sombrero de paja, plantaje firme,
manos en los bolsillos, nos informa que la gente ha salido,
que se han ido a vivir a Loja, a Sto. Domingo de los
Colorados, a Machala, donde hay trabajo, plata y agua. San
Pedro de la Bendita es seco. Seco y transparente. Aquí viven
las señoritas Eduviges; son tres mujeres vestidas de negro,
que deben su nombre a la hermana intermedia, la más fuerte y
emprendedora. Se han muerto el resto de hermanas. Ellas,
rubias, blancas, viejas y de ojos azules tienen un jardín de
azucenas, geranios, clavelines y hortensias. Se dedican a la
costura; no hay nada más que hacer. Se abren y conversan, sin
recelo y con gracia, como todos en San Pedro de la Bendita.

Doña Josefa Arias, la mayor de las Eduviges sale apurada a
adorar al Santísimo, al que las mujeres del pueblo no lo dejan
solo. Un grupo de "adoratrices" se turnan cada media hora para
orar en la iglesia solitaria, iluminada de cuadros, flores y
madera clara. Todo en orden y silencio. Afuera el aire
caliente, seco, azul del pueblo nos abre los brazos.




UN CURA QUE SE LO LLEVO EL VIENTO

Continuamos hacia la casa de don Moiseés Córdova: 92 años,
lúcido, seguro, ojos claros y benévolos. Trabaja en su huerta,
arriba de su casa. Es padre de muchísimos hijos y conoce a
toda la gente del sector. En San Pedro, a cualquier hora del
día, en cualquier casa, el visitante es invitado a tomar una
taza de café humeante. En medio de ese rico sabor, don
Moisés nos conversa del cura que una vez se lo llevó el
viento.

Salieron a una excursión, a caballo, por la montaña. Era un
grupo de gente del pueblo, y entre ellos iba el guapo cura,
con fama de gustar a las mujeres. En la tranquilidad de la
marcha vino de repente una manga de viento y polvo que asustó
a todos; no sabían a qué hora iba a parar, esto no había
pasado nunca, finalmente se acabó, se fue el torbellino; pero
el viento se lo llevó al cura. Buscaron por todos lados,
pasaron largas horas y días buscándolo a él y su caballo. De
nada sirvió. Todos regresaron y no pudieron dar una
explicación. Desde entonces, el pueblo conoce que al cura "se
lo llevó el viento".

Con la sensación de volver pronto al mágico San Pedro de la
Bendita, continuamos el camino. Aparecen los verdes
cañaverales del sector de La Toma; es un valle rico y
productivo en donde el movimiento del Ingenio Monterrey alerta
al que llega. En La Toma está el aereopuerto que recibe
diariamente el avión que llega de Quito y Guayaquil. El
pueblo tiene mucha actividad; aquí se venden las carnes
sesinas, clásicas de toda la región: es la carne de cerdo
secada al sol y luego asada al carbón; este platillo de aroma
delatador se acompaña con sabrosas yucas y ají de diferentes
colores, de acuerdo a la intensidad de su sabor: verde,
amarillo y rojo.

Por montañas vacías y quebradas, como papel arrugado de
enigmas, se sube a la ciudad que vive a orillas del Zamora, de
verdes saucedales, tranquila. Loja tiene el encanto de la
ciudad olvidada, que vive para sí misma, en donde parece que
la gente no tiene apuro; todos hacen dos jornadas de trabajo y
se retiran temprano a descansar. En cualquier casa se
encuentran una guitarra, un cantante, un pianista, y se
encuentra también cualquier pretexto para darle a la música y
al "canta claro", licor típico de la provincia. La ciudad es
limpia y calmada; en el centro hay vías peatonales que
permiten al transeúnte caminar tranquilo, y disfrutar de la
arquitectura colonial.


EL OLOR A MIEL

Al dirigirse hacia el oriente, bajamos nuevamente a la calidez
del campo lojano, a Malacatos, a su olor de aguardiente puro.
Hay muchas destiladoras y la gente, en su mayoría se dedica a
esa labor. En las tierras de Quinara, Vilcabamba,
Comunidades, Palmira y Masanamaca se siembra caña para hacer
la panela. El olor a molienda, a miel caliente, embriaga
dulcemente el aire. La gente que trabaja en la molienda
brinda esa miel espesa en pedacitos de bagazo -caña exprimida
y seca- Y ese sabor uno lo mantiene por días. Y parece que
ese mismo sabor lo tiene desde el anciano de cauteloso saludo,
hasta el niño campesinos, de mirar alegre y familiar.

Subiendo a Yangana, al pueblo del éxodo, se recibe la
impresión de que ahí no pasan los días. En los jardines, las
orquídeas de marcados colores dan la bienvenida. Los Cosíos,
los León, los Cajamarca, los Ochoa y Tamay trabajan en el
cerro, allí tienen sus huertas sembradas de guineo, yuca,
maíz, fréjol; el clima les da para todo. Viven con poco, o
con nada. La fiesta de fin de año celebran todos en la plaza,
hacen un muñeco de Año Viejo y un solo testamento. Nadie se
pierde la celebración; a todos el Viejo les deja algo. Y con
eso viven, con lo que les dejó el Viejo, con la ilusión de ir
al cerro, con el humo que quedó del rozo al preparar la tierra
para la siguiente siembra, viven con el olor de la pomarrosa y
el afán de engordar el chanchito para coméserlo en un día
especial.

Y así queda este sur, que late y vive diariamente, en otro
tiempo, en otro paisaje. Este sur que nos llama a que
volvamos, o continuemos hacia Valladolid y Zumba, que nos
esperan en el oriente.
EXPLORED
en Ciudad N/D

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