Un hambre madura

La campaña presidencial del 2002 ha sido distinta de las seis anteriores. Distinta por breve, civilizada, transparente e impredecible.

La de 1978-79 duró tanto, que se prestó al manipuleo de la vieja guardia. La manipulación consistió en alargar a nueve meses la campaña de la segunda vuelta. Pese a esta mano negra, triunfó Jaime Roldós con el 61 por ciento de los votos válidos. La de 1984 sorprendió con el triunfo de León Febres-Cordero, segundo en la primera vuelta y primero en la segunda gracias a una campaña de genial demagogia.

La de 1988 fue la pugna entre la razón y la locura. Con un país que hacía agua, los asustados pasajeros eligieron a Rodrigo Borja. En la de 1992, pudo más el carisma de Sixto Durán-Ballén y la visión nacional que la lealtad partidista.

La del 96 representó la seducción de las masas hipnotizadas por un curandero que ofrecía una pomada mágica para el veneno de la serpiente de la desigualdad social. En la del 98, triunfaron el dinero de banqueros al borde de la quiebra y el carisma del elegido.

Breve, apenas dos meses, fue la del 2002. Civilizada respecto de las seis anteriores: no hubo balaceras, salvo un tiroteo sin importancia; la retórica de la violencia, si no ejemplar, fue tolerable; ciudades y pueblos no quedaron empapelados; los medios independientes cubrieron más bien con equidad la carrera de los 11.

La transparencia de esta campaña se debió al control del gasto electoral casi universalmente respetado, a la participación ciudadana organizada para vigilar la claridad del proceso y el comportamiento cívico de los candidatos, y a la firmeza inteligente del Tribunal Electoral que paró a tiempo un intento de fraude y explicó lo mejor que pudo cómo manejar el lío de cinco papeletas con tres modos distintos de señalar el voto.

La campaña se tornó impredecible con el empate técnico de cuatro candidatos en las últimas semanas.

Los candidatos diagnosticaron bien las enfermedades, pero la mayoría ofreció remedios que iban del fascismo a la ficción de Superman. No tuvieron en cuenta la dependencia del Ecuador, la desinstitucionalidad, la pugna crónica entre el Ejecutivo y el Legislativo, la desigualdad campo-ciudad. Seis prometieron el oro y el moro. Cinco se mostraron cautos pero ninguno de ellos pasó a la segunda vuelta.

Pasaron Lucio Gutiérrez y Álvaro Noboa. Fue el triunfo del hambre y la desesperación, del desencanto de los jóvenes sin empleo: los políticos viejos habían llevado a Ecuador al hambre, la violencia, la emigración.

La segunda vuelta no será mansa. Noboa machacará el tema comunismo, castrismo, chavezismo, maoísmo de Gutiérrez. No habrá plan de gobierno sino escaparates de promesas. El voto se tornará regionalista. Pero el pueblo ha pedido un cambio y no habrá cambio a no ser tal vez el de gobierno en seis o 12 meses. Esto no borra, empero, la letra breve, civilizada y transparente de la campaña de la primera vuelta.

Adónde irán los votos

León Roldós. Por afinidad ideológica, los votos suyos en la Sierra serían para Gutiérrez y en la Costa para Noboa.
Los resultados de la elección presidencial ponen en duda la continuidad del régimen de partidos que se inauguró en 1979. Ninguno de los dos candidatos que calificaron a la segunda vuelta está vinculado a una organización política fundamentada en algún tipo de principios o visión de la sociedad. Las entidades que Lucio Gutiérrez y Álvaro Noboa acreditaron ante el Tribunal Supremo Electoral, si bien tienen el nombre de partido, no son sino personerías jurídicas creadas ex profeso para permitir la participación de estos candidatos.

Los partidos políticos tradicionales ecuatorianos no resistieron el reto de la democracia. No se renovaron, abandonaron las ideologías y se anquilosaron sobre estructuras de dirección en donde los personajes son inamovibles. Terminaron dominados por la sombra de caudillos omnímodos que se perpetúan desde hace más de 20 años y han sido los epítomes de la exclusión. Clubes cerrados de viejos amigos que detentan o ambicionan poder.

La votación por Gutiérrez y Noboa parece ser una manifestación explícita de respuesta a la concentración política y a la tradición. Dos candidatos antisistema sin identificación ideológica y programática, logran el triunfo en todo el país, sin capitalizar la votación mayoritaria en los polos de concentración económica, política y poblacional: Guayaquil y Quito. Son candidatos de la periferia, del país que se ha creado sordamente en los últimos 10 años y que no alcanzamos a percibir todavía.

La crisis política ecuatoriana que comenzó en 1994, con la destitución del vicepresidente Dahik, parece no tener fin. El hecho cierto es que ninguna de las dos opciones presidenciales goza de la confianza de los principales actores económicos ecuatorianos ni de los actores políticos tradicionales. Simplemente, no se conoce cómo van a gobernar, cuáles son los planes y prioridades. Dados los antecedentes recientes de la política ecuatoriana, el riesgo de volver a vivir escenarios de inestabilidad persiste. No sólo porque el próximo gobernante, aislado del establishment económico y político será estructuralmente débil, sino porque tanto los actores elitarios cuanto aquéllos que intentan representar a los sectores subordinados de la población, no han tenido proverbialmente actitudes leales al juego democrático.

La segunda vuelta en sí misma parece ser una elección distinta, no la continuidad, como en otras ocasiones, de la primera vuelta electoral. A diferencia de otras ocasiones en que los candidatos finalistas obtenían adhesiones cercanas al 30 por ciento, en estas elecciones Gutiérrez y Noboa apenas rodean el 20 por ciento, se encuentran muy cercanos entre sí, y su votación es muy dispersa regionalmente.

La pertenencia regional va a ser muy importante en la segunda vuelta, sin olvidar que los dos candidatos lograron penetrar en la región a la que no pertenecen: usando imágenes populistas, logran una presencia sostenida en todo el territorio ecuatoriano. Gutiérrez alcanza una votación impresionante en el centro de la Sierra y en la Amazonia; con un excelente desempeño queda segundo en Pichincha, y no lo hace tan mal en la Costa, pues obtiene muy buenos resultados en El Oro y en Guayas y una importante votación de sustentación en las otras provincias. Álvaro Noboa queda segundo en Guayas, gana en tres provincias costeñas, recibe una adhesión importante en Pichincha, tiene presencia en toda la Sierra y la Amazonia.
Si la segunda vuelta se orientase por tendencias y afinidades, podría especularse que Gutiérrez sería el beneficiario de la mayoría de los votantes de Borja y de aquellos sufragios que Roldós logró en la Sierra, mientras que quienes respaldaron a Bucaram y a Jacinto Velázquez probablemente sientan mayor simpatía por Noboa.

Los votantes socialcristianos costeños quizás se sientan más inclinados a sumarse a Noboa, aunque en proporciones difíciles de calcular todavía, al igual que aquellos de Roldós en el Litoral. La clave de la elección parecería estar en la capacidad de uno u otro candidato para identificarse con el 60 por ciento de la votación válida que todavía está en juego y, de neutralizar a su oponente en la región de origen de éste.

Una nota final en esta elección merece la forma en que se entregaron los datos y el comportamiento errático de las encuestas. Las dos horas de suspenso fueron exasperantes y peligrosas. Los rumores y las imágenes de rostros tensos o relajados en televisión no ayudaron a crear certidumbres. Los datos de los estudios de opinión no fueron confiables. Aquellas encuestas que un día antes de la elección se acercaron al resultado final, la semana anterior, léase bien, la semana anterior, habían predicho la catástrofe de Noboa y el estancamiento definitivo de Gutiérrez. Mientras no se regule el uso de los sondeos, el hecho cierto en la política ecuatoriana parece ser que las encuestas son parte de la campaña y los encuestadores activos actores políticos y no meros observadores.

Del discurso de "los de siempre"

El empeño puesto por los vencedores en diferenciarse de los políticos tradicionales es tan solo una estrategia de campaña electoral.

La misma noche del domingo 20 de octubre, al tiempo que proclamaban su victoria en las urnas, Lucio Gutiérrez y Álvaro Noboa establecieron lo que al parecer se convertirá en el ‘leit motif’ de sus discursos políticos para la segunda vuelta electoral. Sus declaraciones nos permiten prever una campaña sin debate ideológico (pues ambos afirman carecer de ideología) y con muy pocos argumentos sobre planes concretos: en el caso del coronel, porque sus planes se parecen más a una declaración de principios que a un programa de gobierno; en el caso del magnate porque, sencillamente, no los tiene. Muchos interrogantes plantearon los medios de comunicación a ambos candidatos luego de su triunfo y muy pocas respuestas obtuvieron.

Pregunta: Coronel Gutiérrez, ¿está dispuesto a continuar con ciertas políticas económicas de Estado (dolarización, apertura a capitales extranjeros, etc.) reñidas con los principios de la extrema izquierda que lo apoya y que genera desconfianza entre los empresarios? ¿No teme que su presencia produzca una reacción de pánico en los mercados?
Respuesta: “Yo solo pido que me den la oportunidad de que me conozcan, de que sepan quién es Lucio Gutiérrez, qué hay detrás de esta ropa, qué hay en mi corazón, qué hay en mi alma, qué hay en mi mente”.
Pregunta: Abogado Noboa, ¿piensa usted pedir las cifras oficiales de la actual administración para, sobre esa base, hacer su plan de Gobierno y publicarlo? Respuesta: “Hoy en día hay algo mucho más importante: el que el pueblo va a tener que escoger si quiere un gobierno comunista, como el de Fidel Castro, o si quiere un gobierno de empresa privada, de reactivación económica, de salud, de vivienda”…
Pregunta: Coronel Gutiérrez, ¿cuáles serán sus alianzas políticas para la segunda vuelta?
Respuesta: “Las mismas que en la primera: con Dios, con mi conciencia y con el pueblo ecuatoriano”.

Pregunta: Abogado Noboa, ¿está dispuesto a presentar a sus posibles colaboradores?
Respuesta: “Una vez que me den a mí el certificado de ganador pasaré a decir quiénes serán los ministros y los detalles del gobierno”.

Con este tipo de discursos, hay una cosa segura: los ecuatorianos tendremos que optar por dos opciones de poder sin llegar a tener claros ni los mecanismos con los que se piensa ejercer ese poder ni sus posibilidades reales de tener éxito. Será una elección a ciegas.

Un día antes de los comicios, había una lista de cinco o seis candidatos fuertes que acaparaban la atención de los medios y tenían apoyo popular como para aspirar al triunfo: junto a Gutiérrez y Noboa estaban Borja, Neira, Roldós e incluso Bucaram. ¿Por qué de entre todos ellos los ecuatorianos elegimos, precisamente, a quienes peor explicaban sus planes de Gobierno, aquellos cuyo discurso a lo largo de la campaña fue más huérfano de ideas?
Para Gutiérrez y Noboa la respuesta es clara. El propio Coronel lo resumió en estos términos la noche de su victoria: “El resultado de las elecciones es una muestra de que el pueblo está cansado de los mismos políticos de siempre”. Algo parecido argumentaba el candidato millonario cuando, semanas antes de los comicios, auguraba y deseaba pasar a la segunda vuelta con Gutiérrez: “Ninguno de los dos es un político tradicional”.

Eso dicen ellos y los analistas políticos les conceden la razón cuando explican su triunfo según la teoría del outsider. Pero ¿hay algo que nos permita afirmar que Gutiérrez y Noboa se diferencian verdaderamente de los políticos “de siempre”? Si tal cosa existe no es, ciertamente, su discurso político. ¿A qué se refiere si no Carlos Vera cuando bromea con el candidato militar diciéndole “veo que ya aprendió”?

El meteórico ascenso político de Gutiérrez fue de la mano con su aprendizaje de las estrategias de comunicación de los políticos “de siempre”. Su primer recorrido mediático lo llevó en un solo día (el 21 de noviembre del 2001) a visitar tres canales de televisión, al más puro estilo de Víctor Hugo Sicouret o Juan José Pons. En ese entonces no sabía aún disimularlo: todavía resultaban impostados sus quiebres de voz y su gesticulación, su manera de llevarse al pecho las manos temblorosas cuando decía “gran corazón” o de apretar los puños al pronunciar las palabras “fortaleza espiritual”. Sin embargo, ya sabía cómo contestar sin responder, táctica que los políticos tradicionales dominan y que les permite hablar de lo que se les antoja, independientemente de la pregunta.

En cuanto a Noboa, ¿en qué se diferencian sus canciones emotivas de aquellas de Abdalá Bucaram, como no sea en la calidad de la producción? Y sus recursos gestuales ¿no son los de cualquier otro político? La sonrisa de cartel que parece activarse automáticamente cada vez que el candidato concluye una idea ¿no es equiparable a la manera como Osvaldo Hurtado aprieta los labios ante la proximidad de la cámara o Rodrigo Borja adopta el perfil que más le favorece?
Los políticos “de siempre” saben que el éxito de un discurso no reside en su claridad analítica, sino en su pirotecnia de palabras emotivas y sonoros adjetivos.

Con una buena dotación de ellos es posible salir bien librado de cualquier pregunta, incluso cuando no se tiene nada que responder. Así, por ejemplo, las contestaciones evasivas de Gutiérrez y Noboa tienen todo en común con esta otra, lanzada por Neira al ser interrogado por Carlos Vera sobre su “gran realización”:
“Saber que los liderazgos reprimidos que he tenido durante 15 años han podido ser conocidos, apreciados, aquilatados y valorados por la ciudadanía. He propuesto una campaña limpia, decente, no ha sido una campaña áspera, no ha sido una campaña de confrontación, le hemos dicho a los ecuatorianos la verdad, hemos propuesto soluciones, no como el doctor Borja, que ayer bla bla bla. Yo pregunto, doctor Borja: bla, bla, bla. Yo tengo soluciones a los problemas. Ya usted tuvo, doctor Borja, su oportunidad y bla bla bla”. ¿Y su gran realización? Como los planes de Gobierno de Noboa: o no la sabe explicar o no la tiene.

De esta manera, el empeño puesto por los candidatos vencedores en diferenciarse de los políticos tradicionales es como la preocupación del candidato Aguayo por la venta de medicamentos genéricos: es una estrategia de campaña. Una estrategia que no fueron ellos los únicos en aplicar. También lo hizo, entre otros, Ivonne Baki, a quien le cuadra mejor el título de outsider pues no dispuso, a pesar de todo su dinero, del gran aparato de campaña.

Sobre estas elecciones se proyectó todavía con gran fuerza la sombra de Mahuad, cuya memoria aún provoca dolores de bolsillo. No es de extrañar que entre 11 candidatos, el país eligiera a uno que dice haber sido objeto de un fraude organizado por Mahuad y a otro que se atribuye el mérito de haberlo derrocado. Pero esas virtudes (si lo son) no los convierten en una alternativa frente a los políticos tradicionales, así como tampoco Fabián Alarcón se erigió en alternativa frente al populismo por el hecho de haber capitalizado la caída de Bucaram. Sucede que, como lo demostramos el cinco de febrero de 1997 y el 21 de enero del 2000, cada vez que los ecuatorianos nos hartamos de un político tradicional, buscamos a otros, diferentes pero no necesariamente mejores, para que nos resuelvan los problemas. Eso son Lucio Gutiérrez y Álvaro Noboa.

Un coronel al mando

El círculo íntimo de Gutiérrez está conformado por familiares y dirigentes sociales.

Para Lucio Gutiérrez, su familia siempre fue su bastión. Cuando estuvo preso por la asonada del 21 de enero del 2000, su esposa Ximena Bohórquez lideró la pelea por su amnistía en el Congreso y su hija adolescente Karina dio emotivos discursos por su libertad. Fue el comienzo de una vertiginosa carrera política que ahora lo pone en la recta final para la presidencia. Y su familia sigue estando a la vanguardia.
Dentro de su círculo está por supuesto su esposa y prima a la vez, Ximena Bohórquez, médica de profesión y tal vez su mayor consejera política. A ella se suma su cuñado Napoleón Villa, coronel de Policía en retiro; su primo Renán Borbúa, ex director de Inteligencia del Ejército, y su hermano Gilmar, capitán que participó del 21 de enero.

Gutiérrez también se rodeó de consejeros de mayor experiencia pero no acepta a rajatabla todas sus recomendaciones. Entre ellos están José Chávez, viejo dirigente del Fut; Luis Macas, fundador de la Conaie; Gustavo Iturralde, profesor de la Universidad de Guayaquil; y Ciro Guzmán, su contacto más cercano con el MPD. Mayor peso tienen los consejos de sus amigos de hace muchos años y compañeros de oficio, los militares en retiro. Ahí están los coroneles Patricio Acosta y Eddy Sánchez, los verdaderos motores de la campaña y el coronel Glauco Bustos, quien forjó la imagen amable que ahora presenta.

Lucio sabe que necesita asesoría y por eso escucha todo y a todos. También delega, aunque eso no significa que no se preocupe por los mínimos detalles que una campaña presidencial requiere. En el fondo, aún guarda grandes dosis de ingenuidad política que algunos de sus experimentados asesores han intentado desterrar. Pero al final, Lucio Gutiérrez sigue caminando por la senda que él escoge y que lo ubica a pocos pasos del Palacio de Carondelet, donde ya estuvo a la fuerza, y al que ahora pretende entrar por la puerta grande.

Tras el control absoluto

En su lista de asesores de campaña, él mismo está primero. Luego, subalternos de sus empresas.

Su seguridad radica en el poder. De allí que llegar a la Presidencia de la República lo haría sentirse cómodo y a gusto. Tanto en su vida profesional como en su carrera política se rodea de colaboradores profesionales y capaces pero no hay decisión, por pequeña que sea, que antes de adoptarse no cuente con su visto bueno.

El control absoluto parece ser su lema. En la lista de sus asesores, él mismo está primero, al menos en cuanto a política se refiere. Mucho más abajo está Sylka Sánchez, jefa del departamento legal de Corporación Noboa, con quien el candidato mantiene un lazo casi familiar. Wilson Sánchez, padre de Sylka y director del Prian, también es cercano a Álvaro Noboa.

Otra persona que ha trabajado con fuerza en esta campaña es Anabella Azín de Noboa, esposa del candidato, quien hoy encabeza las brigadas médicas. Es la encargada del área social, con el respaldo del candidato a la vicepresidencia, Marcelo Cruz.

Quienes han colaborado con el plan económico de Noboa son Ernesto Weison, director internacional de Corporación Noboa, así como el ingeniero de petróleos René Bucaram y el economista Omar Maluk. De los asuntos de seguridad ciudadana se ocupa Marco Silva, capitán de navío en servicio pasivo, viejo amigo de la familia Noboa, quien ejerce los cargos de tesorero de Industrial Molinera, y además maneja la protección personal.

Otros del círculo cercano de Álvaro Noboa son Vicente Taiano, presidente ejecutivo de varias de sus empresas, así como Roberto Ponce Noboa, primo de Álvaro, e Iván Carmigniani, jefe de Publicidad de la campaña, también a cargo de esa función para Corporación Noboa.
Para concluir, vale evidenciar algo: al menos la mitad de los colaboradores de la campaña de Noboa provienen del ámbito empresarial del candidato. Por ser tan reducido, este círculo tiende a dificultar el diálogo con los diferentes sectores del país. El estilo de Noboa es el mando aplicado de manera vertical.

¿Quién dirigió el espectáculo?

Aunque violada, la Ley de Gasto Electoral sirvió para obligar a replantear las estrategias de comunicación.

Según Participación Ciudadana, los medios ofrecieron un espacio “relativamente equitativo” para todos los candidatos y separaron su política informativa de su política comercial”. Antes de que la televisión se felicite por conclusiones tan halagadoras, conviene contrastar esas mediciones con información no numérica. Participación Ciudadana controla a los candidatos, no a la televisión. Por eso no establece diferencias ni registra las conductas poco católicas de aquellos canales que la opinión pública identifica ya como “vinculados”.

Ejemplo: el espacio Yo quiero ser presidente, de TC, promocionado como “programa no político”, cambió de formato, objetivos y principios en sus dos últimas entregas: todos sus invitados fueron puestos a caminar sobre la cuerda floja del ridículo, sometidos a interrogatorios cursis, rocambolescos y frívolos. Todos menos Álvaro Noboa y Xavier Neira, con quienes el programa se volvió político, serio.

Durante esta campaña, lo mejor de la televisión nacional estuvo ahí donde el periodismo se esforzó por dar pruebas de equidad y se sometió al principio periodístico de la duda. Así actuaron, por ejemplo, Carlos Vera y Tania Tinoco (Ecuavisa), Jorge Ortiz (Teleamazonas) o José Hernández (Gamavisión). Pero hay algo lamentablemente más fuerte que la equidad y la duda en la televisión. Algo ante lo cual los canales siempre se rinden: el espectáculo. Claro que el espectáculo, en sí, no tiene nada de malo. El problema en la televisión reside en quién lo organiza.

En la campaña por las diputaciones, no analizada por Participación Ciudadana, los principios de equidad y de duda fueron depuestos en beneficio de un candidato. León Febres- Cordero recibió en la televisión mucho más espacio que sus contendientes e incluso más que varios candidatos a la Presidencia. Y lo que la televisión mostró de él, en la mayoría de esos espacios, no fue análisis, sino espectáculo.

Día tras día, los noticieros mostraron a Febres-Cordero lanzando frases chispeantes, sin aportes al debate de las ideas; un día en Mapasingue llamando Caín y Abel a León y Jaime Roldós; al día siguiente en Quevedo, contando cómo Alvarito era bobo desde chiquito; al subsiguiente, en Ba-bahoyo, mandándose un carajo… Poco análisis, mucho rating. ¿Un espectáculo dirigido por los canales? No. Por el propio Febres-Cordero, que así consiguió micrófono y pantalla para promocionar a Xavier Neira.

Por voluntad de espectáculo, el último día de la campaña los espacios informativos volcaron su atención sobre los candidatos con mayor intención de voto (excepto Noboa, que se excluyó a sí mismo y optó por el bombardeo publicitario). Ese día clave, los dueños de la pantalla fueron, en su orden, el tándem Febres-Cordero/Neira, Borja, Gutiérrez y Roldós.

Para programar sus coberturas y entrevistas, los canales se basaron en las encuestas (solo conocidas por una élite), de la misma manera como se basan en los datos de rating (también secretos) para emitir películas de Schwarzenegger. El resultado fue que, en las últimas 24 horas de campaña, el votante apenas si recibió información sobre la mitad de los candidatos. Sólo Jorge Ortiz presentó ese día un resumen general de su programa. Por lo demás, la equidad se sacrificó en beneficio del espectáculo.

Eso no es separar la política informativa de la política comercial, como concluye Participación Ciudadana “de manera categórica”. Las inequidades de la televisión no se miden con cronómetros. El problema del periodismo televisivo es cómo equilibrar la objetividad a que está obligado con la industria del entretenimiento de la que forma parte. Un primer paso es no entregar, como se hizo en esta campaña, la dirección del espectáculo a las fuentes. El poder del voto y Este lunes se hicieron responsables de su propio show y demostraron que sí es posible hacer de la política un espectáculo en televisión, sin sacrificar la seriedad ni la independencia.

Encuesta falsas

Un día antes de las elecciones circularon volantes en las que se citaba una supuesta encuesta de Informe Confidencial según la cual el ganador de las elecciones sería Jacobo Bucaram, con el 23 por ciento. El siguiente en las encuestas era Lucio Gutiérrez, con el 16 por ciento. Prohibidas las encuestas y la propaganda, fue un intento de crear confusión y expectativa, pero la táctica no tuvo éxito. Otro candidato del que se hicieron circular encuestas falsas fue Álvaro Noboa. Estos muestreos indicaban que el candidato ganaría con el 43 por ciento en la primera vuelta.

Divergencias

Por qué salió Rodolfo Baquerizo, principal asesor de la campaña del Prian? Baquerizo habría tenido algunas diferencias con quien es considerada la mano derecha del candidato Álvaro Noboa, la abogada Sylka Sánchez. No obstante, la gota que derramó el vaso de agua fue el incidente entre partidarios socialcristianos y del Prian, ocurrido en Guayaquil. Noboa no habría estado de acuerdo con el despligue que del mismo se hizo en los medios, promovido por Baquerizo.

Última campaña

La encuesta de Informe Confidencial que se hizo el sábado 19, puso a Lucio Gutiérrez en primer lugar. A Rodrigo Borja le llegó la información en horas de la noche y pese a que ha sostenido que no cree en las encuestas, esa noche le confió a su familia que la del 2002 fue su última campaña electoral.

Nuevos amigos

Se vieron muchas caras nuevas en el hotel Alameda Real en Quito, para celebrar el triunfo de Lucio Gutiérrez. La mayoría llegó con la huipala de Pachakutik, aunque no eran indígenas. Entre los asistentes, sin embargo, llamó la atención la presencia de Wilson Merino, ex secretario de la administración del ex presidente Fabián Alarcón (Revista Vistazo)
EXPLORED
en Ciudad Quito

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