ELOGIO DEL ENSAYO, por Alejandro Moreano

Quito. O9. O9. 90. El ensayo ha sido una de las constantes más
significativas del pensamiento latinoamericano. José Martí lo
calificaba del género propio de nuestro subcontinente.
Nuestra manera de filosofar. Mariátegui, quizá el más grande
pensador latinoamericano del siglo, tituló a su obra
fundamental "siete ensayos de interpretación de la realidad
peruana". Sin duda, frente a los sistemas europeos del siglo
XIX -grandes totalizaciones ontológicas y metafísicas- América
Latina exhibía un pensamiento social vivo, incisivo, actuante
de manera directa en la vida. Arturo Roig encontró allí una
forma peculiar en la cual la filosofía existía en estado
práctico, como la matriz subyacente.

Sin embargo, en los últimos veinte años hemos asistido a una
suerte de descomposición del ensayo provocada por la irrupción
del discurso de las ciencias sociales.

El discurso de las ciencias sociales.

Dicho discurso festejó la autonomía del saber social, decretó
su especialización profesional e impuso sus propios códigos de
valoración y legitimidad como la forma de todo discurso. El
viejo ensayo devino en la expresión de todo lo negativo:
opiniones subjetivas y anticientíficas, retórica, literaria,
ideología en bruto. La cientificidad y la objetividad fueron
pues los nuevos criterios que se impusieron y devaluaron toda
otra forma de saber social. Bajo esos criterios se gestaron
textos fundamentales en el desarrollo del pensamiento
latinoamericano desde las obras de los teóricos de la
dependencia hasta la de los modernos ideológos de la
democracia. Sin embargo, a la par que esa obra rica y diversa
se ha gestado una atmósfera valorativa en la cual el saber
social deviene en actividad profesional de los expertos; la
investigación empírica se convierte en la forma suprema,
exclusiva y excluyente, de la producción científica e
intelectual; y el "dato", que no es más que una descripción y
una cuantificación de la superficie social, se transforma en
el criterio supremo de la verdad. Concepciones provenientes
de una América Latina que ingresó tardíamente a una modernidad
impuesta de fuera y que, carente de producción científica,
tiende a fetichizar la tecnología y a valorarla como ciencia.
El "dato" como prueba suprema de la verdad tiene el mismo
fundamento epistemológico que la "evidencia" en las
investigaciones judiciales y policiales y que el "milagro" en
la fe cristiana. La verdad es siempre material, la realidad
solo existe en sus fenómenos y puede ser descrita y
cuantificable e incluso Dios solo existe en sus
manifestaciones visibles y puede ser conocido a través de las
huellas que deja en el mundo. La mejor crítica de esa
concepción proviene de la novela policial. La visión
ético-metafísica del Padre Brown o la racionalista de Sherlok
Holmes o aun las "células grisis" de Hercules Poirot terminan
venciendo a la sofisticada tecnología policial de la búsqueda
de datos, evidencias, huellas, indicios.

Así, la objetividad de la investigación social tiende a ser la
de una mirada que se limita a ver, describir, cuantificar la
fenomenología social. Esa objetividad fortalece y a la vez
expresa la ideología de la supuesta neutralidad de la ciencia.
El investigador no es siquiera una conciencia exterior de esa
exterioridad de lo real: es apenas una forma mediadora del
autoconocimiento del mundo, y, en tanto tal debe ser una
conciencia vacía, una suerte de cámara fotográfica sin
fotógrafo. La mirada pura e inocente que se limita a describir
el mundo fenoménico reconoce implícitamente la legitimidad y
plenitud de esa exterioridad. Describir es reconocer y
aceptar. Instaurar la soberanía y la eternidad de lo
existente. Tesis que es, por supuesto, la dominante en el
discurso de la pos-modernidad. Esos contenidos del discurso
engendran necesariamente una forma. En primer lugar, la
supresión de la subjetividad creadora, de la impronta
personal, del punto de vista, de la existencia del hombre en
el mundo que, a la manera de la célebre expresión de Joyce,
"existe allá afuera, siempre y sin ti". En el discurso
sociológico, nadie escribe, es el propio mundo el que se mira
y reconoce. El lenguaje tecnocrático suprime todas sus
funciones en el delirio de la función referencial. Las
palabras son la transparencia misma del mundo. Palabras-dato,
palabras estadística, denotación sin connotación, significado
sin significante.

Hay sin embargo, una retórica de la estadística en tanto es un
lenguaje de expertos. La estadística supone una clave, un
código cuyo manejo solo lo tienen los iniciados. Una retórica
y también una erótica: la visión neutra del mundo lo
desmaterializa y el lenguaje deviene en aséptico, asexuado,
virgen.

Una forma y una organización del discurso. La investigación
empírica es siempre prueba, demostración. Una organización
deductiva fundada en la pareja, hipótesis-verificación que
instaura la eterna tautología de lo real.

¿Un retorno al ensayo?

El ensayo es totalmente distinto. Lejos de negar la
individualidad, afirma la intervención del sujeto en el mundo
y se postula a sí mismo como una intrusión en la vida social.
Se propone organizar y movilizar las pasiones, las ideas, los
gustos, los estados de ánimo. Un discurso político y una
forma literaria y a la vez una visión literaria del mundo y un
lenguaje político.

El ensayo pone en juego no solo la función referencial sino
otras funciones del lenguaje. La expresividad del emisor y el
impacto en el destinatario. E incluso la función poética
centrada en el mensaje mismo. El ensayo no prueba o demuestra
nada. Afirma y niega. Expresa y agita. Y a veces también
canta.

A pesar de que en muchos casos puede provenir de una
significativa investigación teórica y/o empírica, no se
constituye en el terreno de la pretensión del conocimiento ni
de la descripción neutra de la exterioridad de lo real. Se
mueve entre el saber y la vida, entre el saber y el mundo,
entre el saber y las pasiones. Es una "forma"
literaria.

Término peyorativo -la máxima descalificación a los trabajos
de Agustín Cueva, por ejemplo - entre los cientistas sociales,
el ensayo es "lo otro", la tentación de lo "otro". Es decir,
de la necesidad de intervenir en la vida social y política.
De allí, la desesperación por cambiar el lenguaje, modificar
la forma. De allí el paso al periodismo, a la transformación
política del discurso. Es indudable que estamos asistiendo a
un renacimiento del ensayo. (C-2).

EXPLORED
en Ciudad Quito

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