EL DESPRECIO COMO DESTINO, por Eduardo Galeano.

BOGOTA. 28.09.90.

1. ¿Fin de la historia? Para nosotros, no es ninguna
novedad. Hace ya cinco siglos, Europa decretó que eran
delitos la memoria y la dignidad en América. Los nuevos
dueños de estas tierras prohibieron recordar la historia, y
prohibieron hacerla. Desde entonces, solo podemos aceptarla.

2. Pieles negras, pelucas blancas, coronas de luces, mantos
de seda y pedrería: en el carnaval de Río de Janeiro, los
muertos de hambre sueñan juntos y son reyes por un rato.
Durante cuatro días, el pueblo más musical del mundo vive su
delirio colectivo. Y el miércoles de cenizas, al mediodía, se
acabó la fiesta. La policía se lleva preso a quien siga
disfrazado. Los pobres se despluman, se despintan, se
arrancan las máscaras visibles, máscaras que desenmascaran,
máscaras de la libertad fugaz, y se colocan las otras
máscaras, invisibles, negadoras de la cara: las máscaras de
la rutina, la obediencia y la miseria. Hasta que llegue el
próximo carnaval, las retinas vuelven a lavar platos y los
príncipes a barrer las calles.

Ellos venden diarios que no saben leer, cosen ropas que no
pueden vestir, lustran autos que nunca serán suyos y levantan
edificios que jamás habitarán. Con sus brazos baratos, ellos
brindan productos baratos al mercado mundial.

Ellos hicieron Brasilia y de Brasilia fueron expulsados. Cada
día ellos hacen el Brasil, y el Brasil es su tierra de exilio.

Ellos no pueden hacer la historia. Están condenados a
padecerla.

3. Fin de la historia. El tiempo se jubila. El mundo deja
de girar. Mañana es otro nombre de hoy. La mesa está
servida; y la civilización occidental no niega a nadie el
derecho de mendigar las sobras.

Ronald Reagan despierta y dice: "La guerra fría acabó. Hemos
ganado". Y Francis Fukuyama, un funcionario del departamento
de Estado, gana súbitamente éxito y fama descubriendo que el
fin de la guerra fría es el fin de la historia. El
capitalismo, que dice llamarse democracia liberal, es el
puerto de llegada de todos los viajes, "la forma final de
gobierno humano".

Horas de gloria. Ya no existe la lucha de clases y al este ya
no hay enemigos, sino aliados. El mercado libre y la sociedad
de consumo con quistan el consenso universal, que había sido
demorado por el desvío histórico del espejismo comunista.
Como quería la revolución Francesa, ahora somos todos libres,
iguales y fraternales. Y todos propietarios. Reino de la
codicia, paraíso terrenal.

Como Dios, el capitalismo tiene la mejor opinión sobre sí
mismo, y no duda de su propia eternidad.

4. Bienvenida sea la caída del muro de Berlín, dice un
diplomático peruano, Carlos Alzamora, en un artículo reciente;
pero dice que el otro muro, el que separa al mundo pobre del
mundo opulento, está más alto que nunca. Un apartheid
universal: los brotes de racismo, intolerancia y
discriminación, cada vez más frecuentes en Europa, castigan a
los intrusos que saltan ese alto muro para meterse en la
ciudadela de la prosperidad.

Y a la vista está. El muro de Berlín ha muerto de buena
suerte, pero no alcanzó a cumplir treinta años de vida,
mientras que el otro muro celebrará muy pronto sus cinco
siglos de edad. El intercambio desigual, la extorsión
financiera, la sangría de capitales, el monopolio de la
tecnología y de la información y la alienación cultural son
los ladrillos que día a día se agregan, a medida que crece el
drenaje de riquezas y soberanía desde el sur hacia el norte
del mundo.

5. Con el dinero ocurre al revés que con las personas: cuanto
más libre, peor. El neoliberalismo económico, que el norte
impone al sur como fin de la historia, como sistema único y
último, consagra la opresión bajo la bandera de la libertad.
En el mercado libre es natural la victoria del fuerte y
legítima la aniquilación del débil. Así se eleva el racismo a
la categoría de doctrina económica. El norte confirma la
justicia divina: Dios recompensa a los pueblos elegidos y
castiga a las razas inferiores, bilógicamente condenadas a la
pereza, la violencia y la ineficacia. En un día de trabajo,
un obrero del norte gana más que un obrero del sur en medio
mes.

6. Salarios de hambre, costos bajos, precios de ruina en el
mercado mundial.

El azúcar es uno de los productos latinoamericanos condenados
a la inestabilidad y la caída. Durante muchos años, hubo una
excepción: la Unión Soviética ha pagado, y paga todavía,
un precio equilibrado por el azúcar de Cuba. Ahora, en plena
euforia, el capitalismo triunfante, se frota las manos. Hay
bastantes indicios de que ese pacto comercial no va a durar
mucho tiempo más. Y a nadie se le ocurre pensar que esa
excepción ejemplar pudiera anunciar la posible creación de un
nuevo orden internacional más justo, una alternativa al
sistemático saqueo que los técnicos llaman "deterioro de los
términos de intercambio". No: si los soviéticos pagan todavía
buen precio por el azúcar cubana, eso no hace más que
probar las diabólicas intensiones que han guiado los malos
pasos de Moscú, que se metía donde no debía cuando usaba
cuernos, tridente y rabo.

El orden vigente es el único orden posible: el comercio ladrón
es el fin de la historia.

7. Preocupado por el colesterol, olvidado del hambre, el
norte practica, sin embargo, la caridad. La Madre Teresa de
Calcuta es más eficiente que Carlos Marx. La ayuda del norte
al sur es muy inferior a las limosnas solemnemente
comprometidas ante las Naciones Unidas, pero sirve para que el
norte coloque chatarra de guerra, mercancías sobrantes y
proyectos de desarrollo que subdesarrollan al sur y
multiplican la hemorragia para curar la anemia.

Mientras tanto, en los últimos cinco años, el sur ha donado al
norte una suma infinitamente mayor, equivalente a dos planes
Marshall en valores constantes, por concepto de intereses,
ganancias, royalties y diversos tributos coloniales. Y
mientras tanto, los bancos acreedores del norte destripan a
los estados deudores del sur, y se quedan con nuestras
empresas públicas a cambio de nada.

Menos mal que el imperialismo no existe. Ya nadie lo
menciona: por lo tanto, no existe. También esa historia se
acabó.

8. Pero, si los imperios y sus colonias yacen en las vitrinas
del museo de antigüedades, ¿por qué los países dominantes
siguen armados hasta los dientes? ¿Por el peligro soviético?
Esa coartada ya no se la creen ni los soviéticos. Si la
cortina de hierro se ha derretido y los malos de ayer son los
buenos de hoy, ¿por qué los poderosos siguen fabricando y
vendiendo armas y miedo?

El presupuesto de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos es
mayor que la suma de todos los presupuestos de educación
infantil en el llamado Tercer Mundo. ¿Despilfarro de
recursos? ¿O recursos para defender el despilfarro? La
organización desigual del mundo, que simula ser eterna,
¿podría sostenerse un solo día más si se desarmaran los países
y las clases sociales que se han comprado el planeta?

Este sistema enfermo de consumismo y arrogancia, vorazmente
lanzado al arrasamiento de tierras, mares, aires y cielos,
monta guardia al pie del alto muro del poder. Duerme con un
solo ojo, y no le faltan motivos.

El fin de la historia es su mensaje de muerte. El sistema que
sacraliza el caníbal orden internacional, nos dice: "Yo soy
todo. Después de mí, la nada".

9. Desde la pantalla de una computadora, se decide la buena o
mala suerte de millones de seres humanos. En la era de las
superempresas y la supertecnología, unos son mercaderes y
otros somos mercancías. La magia del mercado fija el valor de
las cosas y de la gente.

Los productos latinoamericanos valen cada vez menos.
Nosotros, los latinoamericanos, también.

El Papa de Roma ha condenado enérgicamente el fugaz bloqeo o
amenaza de bloqueo, contra Lituania, pero el Santo Padre nunca
dijo ni pío sobre el bloqueo contra Cuba, que ya lleva treinta
años, ni sobre el bloqueo contra Nicaragua, que duró diez.
Normal. Y normal es, ya que tan poco valemos los
latinoamericanos vivos, que nuestros muertos se coticen cien
veces menos que las víctimas del hoy desintegrado Imperio del
Mal. Noam Chomsky y Edward Herman se han tomado el trabajo de
medir el espacio que merecemos en los principales medios
norteamericanos de comunicación. Jerzy Popieluszko, sacerdote
asesinado por el terror de Estado en Polonia, en 1984, ha
ocupado más espacio que la suma de cien sacerdotes asesinados
por el terror de Estado en América Latina en estos últimos
años.

Nos han impuesto el desprecio como costumbre. Y ahora nos
venden el desprecio como destino.

10. El sur aprende geografía en mapamundis que lo reducen a
la mitad de su tamaño real. Los mapamundis del futuro, ¿lo
borrarán del todo?

Hasta ahora, América Latina era la tierra del futuro. Cobarde
consuelo; pero algo era. Ahora nos dicen que el futuro es el
presente. (Diario Es Espectador, Sección B, p. 1B).

EXPLORED
en Ciudad N/D

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