Cuenca. 27 sep 2000. Un grupo de ciegos creó una microempresa de
confecciones. Una ONG de ciegos de España dio el capital para adquirir
las máquinas tejedoras.
Ana Curillo, de 18 años, no se dejó vencer por la barrera de la
obscuridad. Guiada por una especial sensibilidad, sus manos se deslizan
sobre la máquina de tejer dando forma a una prenda que confecciona en
lana y algodón.
Ella es una de las tres personas con discapacidad visual que trabaja en
un taller promovido por la Sociedad de No videntes del Azuay (Sonva).
Esta es una pequeña microempresa, donde se confeccionan los tejidos
Yordi, que desde mayo pasado son una alternativa de ocupación para estas
personas.
Antes la única fuente de ingreso para Curillo era un puesto de alquiler
de teléfonos en el mercado 12 de Abril. Pero hace diez meses ella
participó en un curso para aprender a manejar las máquinas y otras
técnicas de tejido. Las clases prácticas, dirigidas por el instructor,
Enrique Castillo, se dictaron en una pequeña habitación.
Con una gran dosis de seguridad decidió aceptar la invitación. Era un
reto demostrar que era una persona útil. Durante la capacitación
participaron 12 personas. Pero se quedaron solo las que demostraron
aptitudes. Desde esa fecha, a las 14:00, acude al taller, ubicado en Las
Herrerías 2-12 y El Vergel. Allí se elaboran sacos, chalecos, bufandas y
otros artículos de vestir.
Con destreza, las yemas de sus dedos se deslizan por la máquina hasta
encontrarse con el carro donde se colocan las agujas. "Cuando se han roto
o han salido de su lugar, se siente suave...", dice.
Al igual que Curillo, Azucena Paguay, de 23 años, también aprendió a
colocar los hilos, alinear las agujas y los pasos para la elaboración de
gorros, chompas y chalecos. Para ella este taller es el mejor
espaldarazo. Hace un año, se graduó en Educación Especial, en la
Universidad del Azuay. Sin embargo, hasta el momento resultó un serio
obstáculo encontrar empleo. "Entré al taller para aprovechar el tiempo.
Además, deseo colaborar para que la microempresa salga adelante".
Para garantizar la calidad de los trabajos, el instructor hace un control
permanente y ayuda al grupo cuando hay dudas. Enrique Castillo reconoce
la importancia de la presencia de un experto vidente para orientarlos.
Otra de las personas con discapacidades que labora en este taller es
Wilson Álvarez, de 32 años. El perdió la visión a los 23 años cuando le
diagnosticaron una retina espigmentaria. Ésta enfermedad truncó su
carrera universitaria mientras cursaba el tercer año de Historia y
Geografía, en la Facultad de Filosofía en la universidad del Azuay.
Durante un tiempo se dedicó a la venta de carros. "En ese negocio invertí
el capital destinado para una operación visual. La dolencia se estabilizó
luego de la intervención quirúrgica. Posteriormente decidí asociarme a
Sonva para relacionarme con personas en condiciones similares". Con
paciencia explica el método que utiliza para elaborar las piezas: "una
vez que está hilvanado el hilo se alternan las diferentes boquillas,
según el combinado del tejido. Si es un solo color, el movimiento es
sencillo: de izquierda a derecha y se elabora la pieza".
Cada boquilla tiene un color que él puede identificar. La escasa
visibilidad que aún le queda le permite diferenciar las tonalidades
claras de las oscuras. "En cambio, es difícil distinguir entre blanco y
amarillo o entre rojo y negro por ser tonalidades parecidas".
Para evitar confusiones, el instructor les indica la tonalidad de los
hilos a utilizarse en cada pieza. Con insistencia se le escucha decir:
"en la boquilla uno está el blanco, en la dos está el otro".
Con una variedad de diseños, colores y medidas, en el taller se
confeccionan sacos desde la talla 40 hasta la 70. Aparte de pantalones,
sacos y gorros para bebés y niños. En todos ellos, el orlón es la materia
prima que utilizan. Los precios varían, según el tamaño y modelo. Rafael
Auquilla, presidente de Sonva, cuenta que algunas cuestan de 10 a 12.8
dólares. La producción está destinada al consumo de amistades y
familiares, pero su sueño es ampliar la venta.
Los no videntes también son artistas
Los no videntes de Cuenca demuestran su dinamismo y ganas de hacer sentir
su presencia. Los miembros de la Sociedad de No Videntes del Azuay
(Sonva) se reúnen semanalmente para coordinar sus actividades de trabajo
y distracción.
En el local de la Asociación disponen de una biblioteca con libros y
documentos, todos en el sistema Braille. Algunos de los invidentes se
agrupan para poner en prácticas sus dotes artísticas. Guitarras,
acordeones y otros instrumentos son ejecutados por quienes son
aficionados a la música.
Uno de los locales de la institución es utilizado por los aficionados
para la hora social de los agremiados. Los profesores del conservatorio
de música "José María Rodríguez", de Cuenca fueron los que les enseñaron
las notas.
Las voces de los artistas se mezclan con los instrumentos musicales en
las baladas, boleros y otras tonadas más tradicionales del Azuay. A veces
sus familiares comparten la distracción.
Una idea que tiene aporte de España
La iniciativa de formar el taller surgió como una alternativa de trabajo
para los no videntes. Auquilla dice que la situación económica es
difícil.
"Muchos logran sobrevivir del alquiler de teléfonos instalados en las
esquinas estratégicas. Pero hoy con la competencia de los teléfonos
públicos, ya no es un trabajo rentable. Por eso creamos la microempresa.
No queremos ser los vagabundos de antes. Ahora, anhelamos salir
adelante".
Por el momento, ese dinero se utiliza para el mantenimiento de la
maquinaria. "Con lo que tenemos compramos la materia prima e invertimos
en otros rubros para fortalecer al taller".
La adquisición de las máquinas fue posible gracias a una donación de la
Organización Nacional de Ciegos Españoles, (ONCE). En 1998, esa
institución donó 13 600 dólares. La Federación Nacional de Ciegos del
Ecuador hizo los contactos y el Instituto Nacional del Niño y la Familia
(Innfa) donó 15 millones de sucres. (Texto tomado de El Comercio)
confecciones. Una ONG de ciegos de España dio el capital para adquirir
las máquinas tejedoras.
Ana Curillo, de 18 años, no se dejó vencer por la barrera de la
obscuridad. Guiada por una especial sensibilidad, sus manos se deslizan
sobre la máquina de tejer dando forma a una prenda que confecciona en
lana y algodón.
Ella es una de las tres personas con discapacidad visual que trabaja en
un taller promovido por la Sociedad de No videntes del Azuay (Sonva).
Esta es una pequeña microempresa, donde se confeccionan los tejidos
Yordi, que desde mayo pasado son una alternativa de ocupación para estas
personas.
Antes la única fuente de ingreso para Curillo era un puesto de alquiler
de teléfonos en el mercado 12 de Abril. Pero hace diez meses ella
participó en un curso para aprender a manejar las máquinas y otras
técnicas de tejido. Las clases prácticas, dirigidas por el instructor,
Enrique Castillo, se dictaron en una pequeña habitación.
Con una gran dosis de seguridad decidió aceptar la invitación. Era un
reto demostrar que era una persona útil. Durante la capacitación
participaron 12 personas. Pero se quedaron solo las que demostraron
aptitudes. Desde esa fecha, a las 14:00, acude al taller, ubicado en Las
Herrerías 2-12 y El Vergel. Allí se elaboran sacos, chalecos, bufandas y
otros artículos de vestir.
Con destreza, las yemas de sus dedos se deslizan por la máquina hasta
encontrarse con el carro donde se colocan las agujas. "Cuando se han roto
o han salido de su lugar, se siente suave...", dice.
Al igual que Curillo, Azucena Paguay, de 23 años, también aprendió a
colocar los hilos, alinear las agujas y los pasos para la elaboración de
gorros, chompas y chalecos. Para ella este taller es el mejor
espaldarazo. Hace un año, se graduó en Educación Especial, en la
Universidad del Azuay. Sin embargo, hasta el momento resultó un serio
obstáculo encontrar empleo. "Entré al taller para aprovechar el tiempo.
Además, deseo colaborar para que la microempresa salga adelante".
Para garantizar la calidad de los trabajos, el instructor hace un control
permanente y ayuda al grupo cuando hay dudas. Enrique Castillo reconoce
la importancia de la presencia de un experto vidente para orientarlos.
Otra de las personas con discapacidades que labora en este taller es
Wilson Álvarez, de 32 años. El perdió la visión a los 23 años cuando le
diagnosticaron una retina espigmentaria. Ésta enfermedad truncó su
carrera universitaria mientras cursaba el tercer año de Historia y
Geografía, en la Facultad de Filosofía en la universidad del Azuay.
Durante un tiempo se dedicó a la venta de carros. "En ese negocio invertí
el capital destinado para una operación visual. La dolencia se estabilizó
luego de la intervención quirúrgica. Posteriormente decidí asociarme a
Sonva para relacionarme con personas en condiciones similares". Con
paciencia explica el método que utiliza para elaborar las piezas: "una
vez que está hilvanado el hilo se alternan las diferentes boquillas,
según el combinado del tejido. Si es un solo color, el movimiento es
sencillo: de izquierda a derecha y se elabora la pieza".
Cada boquilla tiene un color que él puede identificar. La escasa
visibilidad que aún le queda le permite diferenciar las tonalidades
claras de las oscuras. "En cambio, es difícil distinguir entre blanco y
amarillo o entre rojo y negro por ser tonalidades parecidas".
Para evitar confusiones, el instructor les indica la tonalidad de los
hilos a utilizarse en cada pieza. Con insistencia se le escucha decir:
"en la boquilla uno está el blanco, en la dos está el otro".
Con una variedad de diseños, colores y medidas, en el taller se
confeccionan sacos desde la talla 40 hasta la 70. Aparte de pantalones,
sacos y gorros para bebés y niños. En todos ellos, el orlón es la materia
prima que utilizan. Los precios varían, según el tamaño y modelo. Rafael
Auquilla, presidente de Sonva, cuenta que algunas cuestan de 10 a 12.8
dólares. La producción está destinada al consumo de amistades y
familiares, pero su sueño es ampliar la venta.
Los no videntes también son artistas
Los no videntes de Cuenca demuestran su dinamismo y ganas de hacer sentir
su presencia. Los miembros de la Sociedad de No Videntes del Azuay
(Sonva) se reúnen semanalmente para coordinar sus actividades de trabajo
y distracción.
En el local de la Asociación disponen de una biblioteca con libros y
documentos, todos en el sistema Braille. Algunos de los invidentes se
agrupan para poner en prácticas sus dotes artísticas. Guitarras,
acordeones y otros instrumentos son ejecutados por quienes son
aficionados a la música.
Uno de los locales de la institución es utilizado por los aficionados
para la hora social de los agremiados. Los profesores del conservatorio
de música "José María Rodríguez", de Cuenca fueron los que les enseñaron
las notas.
Las voces de los artistas se mezclan con los instrumentos musicales en
las baladas, boleros y otras tonadas más tradicionales del Azuay. A veces
sus familiares comparten la distracción.
Una idea que tiene aporte de España
La iniciativa de formar el taller surgió como una alternativa de trabajo
para los no videntes. Auquilla dice que la situación económica es
difícil.
"Muchos logran sobrevivir del alquiler de teléfonos instalados en las
esquinas estratégicas. Pero hoy con la competencia de los teléfonos
públicos, ya no es un trabajo rentable. Por eso creamos la microempresa.
No queremos ser los vagabundos de antes. Ahora, anhelamos salir
adelante".
Por el momento, ese dinero se utiliza para el mantenimiento de la
maquinaria. "Con lo que tenemos compramos la materia prima e invertimos
en otros rubros para fortalecer al taller".
La adquisición de las máquinas fue posible gracias a una donación de la
Organización Nacional de Ciegos Españoles, (ONCE). En 1998, esa
institución donó 13 600 dólares. La Federación Nacional de Ciegos del
Ecuador hizo los contactos y el Instituto Nacional del Niño y la Familia
(Innfa) donó 15 millones de sucres. (Texto tomado de El Comercio)
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