Quito. 03.03.93. La interpretación del velasquismo ha sido uno
de los temas que más controversia ha provocado en las ciencias
sociales ecuatorianas. Velasco Ibarra ha sido calificado de
las más diversas maneras por quienes lo han estudiado: como
populista, caudillista, lÃder carismático, nuevo patrón o
conductor conducido. La variedad de interpretaciones responde
ciertamente al carácter multifacético del fenómeno polÃtico
protagonizado por Velasco Ibarra.
Y es que no podÃa ser de otra manera. Si este lÃder de
caracterÃsticas tan singulares dominó el escenario polÃtico
entre 1930 y 1970, con intermitencias sorprendentes, su figura
no puede sino mostrar a la sociedad ecuatoriana en sus dramas,
en sus anhelos, en sus conflictos, en sus indefiniciones.
Bastará señalar, como dato casi anecdótico pero muy revelador,
que el debate mismo sobre Velasco comenzó después de su
muerte, en un ejercicio que parecÃa destinado a exorcizar de
la polÃtica ecuatoriana a la vieja figura. Entenderla para
superarla y dar paso asà a una nueva forma de hacer polÃtica,
parecÃa la consigna.
Las preguntas que están detrás de la reflexión sobre Velasco
Ibarra trascienden a la figura del lÃder para tratar de
entender a la sociedad: ¿cuáles eran las caracterÃsticas de
esa sociedad en donde se regeneraba el velasquismo? ¿cuál era
su estructura de poder? ¿cuáles sus mecanismos de
participación y exclusión polÃtica? ¿sobre qué valores, qué
identidades en crisis, trabajaba el discurso velasquistas?
Estas fueron algunas de las interrogantes.
La crisis de los años 30
La figura de Velasco, tal como aparece en las ciencias
sociales del Ecuador, está indisolublemente unida a la crisis
de la sociedad oligárquica -aquella fundada en la hacienda
serrana y en la exportación cacaotera- y al aparecimiento de
nuevos sujetos sociales en la escena nacional. Velasco es
visto como el resultado de una triple combinación de
circunstancias: la crisis del liberalismo, tras el fracaso del
proyecto revolucionario; la crisis de la clase terrateniente
como fuerza hegemónica nacional; y los primeros intentos de
modernización, con la revolución juliana de 1925.
Si bien la mayorÃa de intérpretes están de acuerdo en estos
tres elementos para entender los orÃgenes del velasquismo,
varÃan al momento de explicar el rol de Velasco en el proceso.
Mientras AgustÃn Cueva, Pablo Cuvi y Osvaldo Hurtado, por
ejemplo, ven en Velasco el protagonismo de un nuevo sujeto
social, el subproletariado, que no admitÃa las normas
polÃticas de los grupos dominantes y cuestionaba el orden
existente; Rafael Quintero le ve como la rearticulación del
poder terrateniente serrano.
Las diferencias son muy importantes. Al reconocer en Velasco
nuevos protagonismos sociales, Cueva, Cuvi y Hurtado ven en el
velasquismo un fenómeno que no solamente redefine las
relaciones polÃticas entre los grupos de poder, sino las de
éstos con los grupos de base. Con Velasco se trastocarÃa el
contenido mismo de la polÃtica en el Ecuador.
Sin embargo, Quintero, y después de él muchos, es el primero
que rompe abiertamente con esta interpretación. Para él, el
velasquismo lejos de ser un movimiento que se mueve entre el
cambio y la continuidad, es la reafirmación del pasado, y
concretamente, la recuperación del poder de la clase
terrateniente, hasta equiparse de nuevo con el poder de los
grupos agroexportadores costeños. Se trata de un equilibrio de
fuerzas y poderes que hacen posible fundar lo que Quintero
llama un Pacto Oligárquico, simbolizado por el ascenso de
Velasco al mundo polÃtico.
Otras versiones
Lejos de agotarse las interpretaciones en los vÃnculos de
Velasco con los distintos grupos sociales, los análisis
también han apuntado a otros aspectos en los cuales cobraba
nueva dimensión la polÃtica ecuatoriana. Lo simbólico, lo
discursivo, lo gestual, lo mágico, lo religioso también
aparecen asociados al quehacer polÃtico de Velasco.
Lautaro Ojeda, por ejemplo, ha mencionado la capacidad del
discurso velasquista para construir mitos. El mito supondrá un
manera especÃfica de relacionarse con el público, con la
audiencia: va a llamar a la existencia, no a la inteligencia;
los receptores del discurso mÃtico vivirán las palabras
existencialmente y no conceptualmente.
El ensayo de AgustÃn Cueva constituye, en este punto, el más
lúcido, intuitivo y sensible al fenómeno velasquista. Esa
capacidad interpretativa se descubre en un pasaje destinado a
desentrañar los "contornos del mito", es decir, el modo cómo
el discurso y la imagen de Velasco se compenetraban con los
contenidos simbólicos de la cultura polÃtica ecuatoriana, y
generaban asà nuevas identidades. Ningún pasaje más notable
como éste del ensayo de Cueva: "Velasco ha desempeñado, pues,
el papel, de profeta, sacerdote y padre de nuestros
subproletarios, y además el de su abogado. Ha sido la figura
simbólica tutelar que les ha permitido tener la ilusión de
incorporarse a la sociedad que los marginaba".
Detrás del caudillo
Las interpretaciones que pusieron mucho énfasis en la
personalidad carismática de Velasco siempre despertaron la
sospecha de quienes querÃan explicarlo en los procesos y en
las estructuras sociales. Quintero fue el primero en enarbolar
esta posición y a él se le unirÃa después Amparo Menéndez
Carrión, con un estudio centrado -justificadamente- en los
mecanismos de articulación electoral del velasquismo. Para
esta visión, Velasco Ibarra era un formidable fenómeno
electoral, y las investigaciones lo ratificaban: demostraban
el utilitarismo que mueve a los sectores suburbanos de
Guayaquil en sus relaciones polÃticas, y que se ponÃa de
manifiesto en la creación de redes clientelares y en la
formación de maquinarias electorales. Velasco era en Guayaquil
-su bastión electoral- una gran red clientelar que
intercambiaba votos por favores. Se destruye con Menéndez
Carrión la idea del subproletariado como "una masa disponible"
-los campesinos que habÃan emigrado a la ciudad- manipulada
por caudillos demagogos. Ella dio la vuelta a esa visión: son
los caudillos quienes están atrapados por el utilitarismo de
los sectores marginados.
Las versiones sobre Velasco son mucho más amplias. Está la
teorÃa del conductor conducido, de Pareja Diezcanseco; la del
caudillo disfrazado de republicano, de George Blanksten, o la
del nuevo patrón, de Osvaldo Hurtado. En toda esa
multiplicidad de versiones, donde los perfiles realmente se
pierden, aparece desmenuzado e interpretado este raro fenómeno
polÃtico llamado velasquismo.
AUTOBIOGRAFIA
Primero, mi madre
"Nunca fui a la escuela primaria. Mi mamá fue mi única
profesora en todo: aritmética, geografÃa, gramática, historia.
En todo, en todo fue ella mi profesora. Fue mujer sabia,
extraordinaria, buena y santa. Cometà el crimen de no escribir
su biografÃa. Me hacÃa leer todos los dÃas -menos los
domingos- libros sobre Napoleón, BolÃvar, Rocafuerte, GarcÃa
Moreno. Amaba mucho a los guayaquileños, porque, decÃa, son
hombres de acción. Por consejo del doctor Rafael Sarjona
Silva, médico eminente, Ãntimo amigo de mi mamá a la que
visitaba casi todos los dÃas, mi mamá me obligó a practicar la
gimnasia. VivÃamos un tiempo en la casa de la hermana de mi
Madre -Mercedes Ibarra-. En esa casa habÃa un inmenso patio
sin empedrar. Allà practiqué la gimnasia y llegue a ser
excelente en el salto de la garrocha. la afición polÃtica
(vida de hombres, polÃticos) y el vigor fÃsico, los debo a la
primera educación que me dio Delia Ibarra de Velasco".
Velasco Ibarra habla de su vida
"Carezco de todo deseo de figurar en lo que se llama
historia... La Historia como resurrección fiel del alma
profunda y cambiante de los pueblos, no ha existido ni
exixtirá en el Ecuador. González Suárez fue el único" le dice
Velasco Ibarra a Mónica Gómez de la Torre, en el preámbulo a
una notas autobiográficas enviadas desde Buenos Aires el 20 de
mayo de 1976, que entregaremos a nuestros lectores a lo largo
de esta serie de temas especiales dedicada al memorable
polÃtico.
"Yo moriré pronto y nada me importa lo que de mà escriban o
digan" agrega Velasco. Al momento contaba con 85 años de edad.
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