Quito. 03 nov 97. En el CDP de Quito hay una celda para ellos.
La extorsión y la violencia la ejercen los internos, los guÃas
y hasta los policÃas. No hay datos sobre su población.
Angelita se casó dos veces. Quienes lo conocieron en la cárcel
2 de Quito aseguran que se llamaba Manuel Medina, un travesti
acusado de dar muerte a ocho taxistas a fines de los años
ochenta.
Pasó nueve años y medio en ese centro de reclusión y en ese
tiempo tuvo dos "esposos" y un "divorcio". La última vez que
se casó fue en una ceremonia gitana, uniendo con sangre los
lazos matrimoniales. Fue una celebración memorable en la calle
Ambato y GarcÃa Moreno.
Este caso forma parte del convivir diario de los presos.
"Angelita" como muchos travestis que se hallan detenidos son
tratados como mujeres. Esa es la apreciación de John Jairo
Romero, miembro del voluntariado en las cárceles.
Para Romero, tanto en la cárcel como en la sociedad, el
homosexual es visto solamente como el sujeto pasivo de una
relación. El esposo de "Angelita" era considerado un
heterosexual a pesar de que se habÃa casado con un hombre.
El homosexualismo está estigmatizado únicamente hacia los
travestis. Pero Romero considera que al menos un 30 por ciento
de los internos ha tenido al menos una experiencia homosexual.
Los movimientos gays sostienen que uno de cada diez personas
es homosexual.
De todas formas, el caso de los travestis y transformistas que
van a prisión es el más notorio, pues están sujetos al
maltrato de miembros de la fuerza pública, por otros internos
y, en algunos casos, de los guÃas penitenciarios.
Romero cita el caso especÃfico del trabajador sexual travesti:
"desde el momento de su detención en batidas hasta el traslado
a las cárceles es violentado".
Para él se trata del mismo grupo que viene siendo objeto de
una "limpieza social" que ha pasado desapercibida por la
opinión pública. "Hace años vienen siendo asesinados
sistemáticamente".
La discriminación empieza en los mismos centros carcelarios.
"Por ser homosexuales son ubicados en una celda especÃfica".
Lo cual también tiene "ventajas y desventajas", pues se evita
su maltrato.
Arturo Flores, director del Centro de Detención Provisional,
explica que en esa institución existe una celda destinada a
todo el grupo gay.
Actualmente hay seis personas, pero hay dÃas en que hay entre
12 y 14. "Casi siempre son los mismos de toda la vida. Les
traen por cualquier cosa: acusados de robo, contraventores".
Romero hace una diferenciación entre lo que son los
transformistas: "el que se transforma en mujer para ejercer su
trabajo, pero que, cotidianamente, es un gay (y no se
diferencia de cualquier otro hombre)" y el caso de los
travestis que se visten de mujer, pero cuya orientación puede
o no ser homosexual.
No todos son trabajadores sexuales, hay quienes laboran en
salones de belleza que son detenidos y mezclados con el resto
de travestis.
Una de sus caracterÃsticas fÃsicas es el cabello bien largo:
"lo que más les duele no es estar precisamente presos, sino
que les corten el pelo", como en efecto sucede, en especial al
ser trasladados a los centros de rehabilitación. Para ellos es
igual que les violenten cualquier otro derecho.
AllÃ, en los centros carcelarios, por el mismo hecho de ser
identificados como mujeres, se ganan la vida lavando ropa de
otros internos e incluso del personal de vigilancia.
Ese trato estereotipado -tanto de los guÃas penitenciarios
como de los internos- también se refleja en los ejercicios que
tienen que hacer, obligatoriamente, como parte de algún
castigo o cuando participan de alguna actividad recreativa:
tienen su propio equipo de fútbol que juega solo contra
mujeres y es vitoreado por el resto de detenidos.
Pero las condiciones de la cárcel también se prestan para la
promiscuidad. Quienes son trabajadores sexuales siguen
ejerciendo su profesión al interior del centro. Tienen unos
biombos que alquilan a otros internos para sus relaciones con
prostitutas que ingresan durante los dÃas de visita.
La mayorÃa de travestis que llega a las cárceles es migrante
de muchas provincias. No suelen ser visitados por sus
parientes. y otra constante es que son fuertes consumidores de
droga y de alcohol.
No todo homosexual es travesti. Al interior de centros como la
Cárcel 2 hay otros que participan activamente en la comunidad
carcelaria. Son los enfermeros que ponen inyecciones o los
presidentes del comité de internos, como, en efecto, hay un
caso. Otros han impulsado campañas de salud al interior del
centro de rehabilitación. "Piensan y actúan como cualquier
heterosexual".
En el resto de celdas también viven los llamados "tapados" o
"de closet", aquellos que no reconocen abiertamente su
homosexualidad.
En la Cárcel 2 hay unos 12 travestis. El futuro para quienes
dejan la prisión no es muy promisorio. Se cuenta que
"Angelita" se dedica a la prostitución y ahora suele
frecuentar el CDP.
Para Arturo Flores, una alternativa para disminuir los
arrestos de travestis, es que las organizaciones gays logren
despenalizar el homosexualismo y tener un abogado que se haga
cargo de los casos que van a parar a ese centro.
¿Hay libertad sexual en los centros carcelarios?
Mariluna tiene menos de 30 años y estará durante los próximos
ocho años en la cárcel de varones de Cuenca, por tráfico de
drogas. Es el único de los 219 internos que reconoce su
orientación homosexual.
Según la sicóloga del centro, él es egosintónico: acepta
plenamente sus preferencias sexuales y no le crean conflictos
de identidad ni personalidad. No obstante, es el blanco de
todos los chistes de sus compañeros y fue uno de los chivos
expiatorios cuando un detenido murió a consecuencia del Sida.
Con un examen demostró que está libre de la infección del
virus.
Nadie lo visita; no se le conocen familiares ni amigos de
fuera. En los pasillos se rumora, sin embargo, que su pareja
está en el propio centro.
Para los internos de la cárcel de Cuenca, el ejercicio de su
libertad sexual dentro de las rejas tiene el mismo signo: el
estigma. El detenido que desea recibir a su pareja en visitas
conyugales debe demostrar ante la dirección de Trabajo Social
que mantiene una relación de hecho. De comprobarse -después de
un trámite que puede tomar varias semanas- la pareja recibe
una tarjeta para ingresar los jueves o domingo, de 09h00 a
16h30, a convivir con el detenido en los pasillos, el comedor,
el patio.
Para el momento Ãntimo, se planifica que la pareja se reúna en
la celda-dormitorio del detenido. Son 30 minutos de tiempo
lÃmite para la reunión, mientras el vigilante hace guardia
afuera. Eso sÃ, no siempre hay intimidad total, pues a veces
coinciden dos parejas en la misma celda.
En el centro hay nueve celdas-dormitorio. Normalmente está
prohibido que los internos pasen el dÃa en ellas: salen a las
07h00, transcurren el dÃa en el patio o en los talleres y
regresan a las 18h30. Solo con prescripción médica un interno
puede permanecer en el dormitorio fuera de esas horas.
Las parejas de 15 detenidos también están privadas de la
libertad, en el centro de mujeres. Esta situación complica aún
más la visita conyugal. Desde el momento de la detención pasan
dos meses, un tiempo de prueba para evaluar su comportamiento.
Después, el responsable del centro de mujeres decide si es
pertinente o no autorizar la visita al compañero.
Igual evaluación se realiza con el hombre. Y el último paso
son los exámenes serológicos y microelisa. De cumplirse todos
los requisitos, se extiende el permiso para que las reclusas
visiten a sus compañeros. Usualmente ésta se cumple los
jueves, en coordinación con la OID, que envÃa policÃas para
acompañarlas durante el trayecto.
Sin embargo, hace dos meses estuvo a punto de ocurrir un
motÃn. Ese dÃa, siete detenidas intentaban salir de visita
pero solo una guÃa podÃa acompañarlas. Las autoridades
decidieron que era inseguro y suspendieron el desplazamiento.
El centro de varones, según el director Arturo Andrade, envió
un guardia de respaldo para trasladarlas.
En defensa de los presos
En 1973, Stephen Donaldson, cuyo verdadero nombre fue Robert
A. Martin, participó en una marcha en contra de la guerra en
Cambodia. Muchos manifestantes fueron arrestados y Donaldson
se negó a pagar una fianza de 10 dólares.
Terminó en una prisión de Washington. El guardia de la cárcel
sabÃa que él era periodista y pensaba que estaba escribiendo
sobre la prisión. Decidió enviarlo a la celda más violenta.
Allà fue golpeado y violado por más de 10 prisioneros por 60
veces en dos dÃas. Por sus heridas pasó una semana
hospitalizado, al final de la cual reveló su experiencia en
una conferencia de prensa. Donaldson cuestionó al sistema
carcelario bajo el esquema "la violación no debe ser parte de
la condena".
Tres años más tarde, en 1976, fue arrestado nuevamente, por
orinar en un lugar público y por portar media onza de
marihuana. Pasó tres semanas en prisión con 4 marinos, quienes
lo tomaron bajo su protección a cambio de favores sexuales
exclusivos.
Durante este tiempo, Donaldson empezó a desarrollar lazos
emocionales y de dependencia con sus victimarios. Una vez
libre, hizo todo lo posible para ir a prisión de nuevo.
Lo logró un año después y terminó en Norfolk, California,
donde confrontó las intenciones de los prisioneros
directamente en aras de una convivencia "pacÃfica".
Finalmente, logró la protección de uno de los más temidos
prisioneros de la cárcel a cambio de ser su pareja. Pero esta
no serÃa su última experiencia violenta en prisión. En 1980
cayó por disparar a una ventana de un hospital en Nueva York,
cuando se le negó tratamiento psiquiátrico.
Donaldson dejó la prisión para siempre ese mismo año y dedicó
su vida a defender a las vÃctimas de violación. En 1988 se
convirtió en el presidente de una organización llamada Stop
Prisoner Rape (SPR) o Detengan la Violación de los
Prisioneros, de la cual se recogió este testimonio.
SPR es una Organización No Gubernamental (su página de
Internet es http://www.spr.org) que se dedicó a dar
información sobre leyes de protección a prisioneros y a dar
apoyo legislativo a las vÃctimas.
Cuando Donaldson murió, el año pasado, aún era presidente de
SPR. La causa: fue contagiado del virus SIDA en prisión.
(Texto tomado de El Comercio)
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Publicado el 03/Noviembre/1997 | 00:00