LAS MUJERES SON BELLAS EN SOLANDA. Por Gonzalo Maldonado Albán
Quito. 15.04.91. Cuando las primeras familias llegaron a
Solanda en busca de su nuevo hogar, vieron un grupo de casitas
construidas en medio de nada.Hileras de cubos grises se
levantaban apiñadamente en un descampado solitario. No habÃa
agua, ni luz, ni teléfonos, ni transportes, ni siquiera una
vÃa de acceso decente. Nada. Como un pueblo fantasma, donde
sólo el viento recorrÃa los recovecos de cemento.
Pero un hogar es un hogar. Y la gente que habÃa llegado hasta
allà querÃa uno. Y estaba dispuesta a luchar por él. Por lo
menos habÃan obtenido la casita; el resto llegarÃa como sea;
lo importante era no rendirse y permanecer juntos, se decÃan.
Y asà lo hicieron.
Esta es la historia de un barrio, el de Solanda, albergue de
miles de familias obreras, de taxistas, de policÃas y
artesanos. Pero es, sobre todo, la historia de sus mujeres,
quienes a fuerza de ilusión y trabajo hicieron de él un sitio
digno y decente donde vivir. Un barrio adoptado, amamantado y
cuidado por mujeres. Un barrio forjado por ellas. Un barrio
lleno de Magas, Gabrielas Clavo y Canela, Tigras y Ursulas
Iguarán. Porque no por nada las mujeres son bellas en
Solanda.
De carishinas y fieros mudos
Y si esta historia es sobre mujeres, hay que empezar por una:
Maria Augusta Urrutia de Escudero (una Doña Bárbara, a su
manera) quien donó a la Fundación Mariana de Jesús su hacienda
Solanda, ubicada al sur de Quito, para que se construyan allÃ
5.612 viviendas destinadas a familias de bajos ingresos.
Los beneficiarios de este proyecto de vivienda popular fueron
escogidos cuidadosamente entre las familias de bajos ingresos
que estuvieran en capacidad de cumplir con las cuotas de
financiamiento de dichas viviendas. Quienes participaron en
este proyecto debieron justificar sus ingresos, presentar
declaraciones de impuesto a la renta, palanquearse con los
palos gruesos del Banco Ecuatoriano de la Vivienda, cepillar a
las autoridades de turno, compadrearse con los traficantes de
viviendas, en fin, un auténtico vÃa crucis.
Después de tanto muñequeo, en 1986, las primeras familias
beneficiadas comienzan a habitar las viviendas de Solanda y...
comienzan a darse cuenta también de que habÃan adquirido una
casa en un llano prácticamente pelado. Como se dijo, no habÃa
ni agua, ni luz, ni teléfonos, y como tampoco habÃan buenas
vÃas de acceso, los buses se negaban a extender sus recorridos
hasta allá.
Pero como era un barrio nuevo, toda la gente estaba novelera y
entusiasta. Asà que no se tardó en formar el Comité pro
Mejoras del Barrio Solanda, liderado por los hombres más
conspicuos y tenaces del barrio. Las mujeres también se
organizaron y fueron aceptadas como un apéndice del Comité pro
Mejoras.
Al principio parecÃa que las cosas marchaban, pero pronto se
vio que existÃan diferencias de criterio entre el grupo
liderado por los hombres y el conformado por las mujeres.
Las tensiones comenzaron cuando se discutÃa en torno a la
utilización de un espacio verde. Los hombres eran de la idea
que ese espacio debÃa ser destinado para el deporte y la
recreación, una canchita de fútbol para jugar los sábados por
unas cervecitas, para organizar los campeonatos. Las mujeres
dijeron nones, aquà se debe construir una escuela para que
estudien los guaguas. Y punto. Al principio, los hombres
rieron condescendientes ante semejante propuesta de estas
ingenuas, carishinas, no ven que eso es imposible. Hasta
apelaron a su condición de "jefes de hogar", pero como ellas
continuaron inflexibles en su posición pronto fueron tildadas
de vagas y chismosas.
Esto fue la gota que derramó el vaso, llamarnos a nosotras
vagas y chismosas, van a ver fieros mudos. Asà que ellas
crearon el Centro de Mujeres de Solanda, con sus propios
estatutos y reglamentos, con sus propios objetivos y formas de
administración. Ya no se reunÃan a la hora que querÃan los
hombres (sábados a la noche), sino cuando ellas podÃan: jueves
a la tarde. Comenzaron a actuar por ellas mismas.
La cosa no fue fácil, que va!, tuvieron que sobreponerse a
las presiones de los vecinos del barrio que no veÃan su
actitud con buenos ojos y debieron superar los obstáculos
burocráticos de las autoridades indolentes. Pero a la final
ganaron. La escuelita está donde ellas querÃan y educa a
alrededor de 450 chicos en los seis grados primarios.
Vistiendo al barrio
Un barrio sin agua, luz y teléfonos es un barrio huérfano,
solo, desnudo. Las mujeres de Solanda lo acunaron entre sus
brazos y decidieron vestirle lo mejor posible.
Primero fue el agua. Tuvieron que hablar con medio mundo,
pelear, esperar y desesperar, pero al final alcanzaron su
objetivo: que el agua venga entubada desde el Atacazo. Por fin
tuvieron para bañar a sus hijos, para cocinar y lavar la
ropa.
Luego vino la luz. "La gente no podÃa creer cuando vinieron
los de la empresa eléctrica a colocar los postes y los cables
de la luz. Todos salÃamos de noche a pasearnos por las calles
iluminadas, no se podÃa creer tanta dicha", contó una vecina
de Solanda.
Más tarde vinieron los teléfonos monederos, el adoquÃn y el
asfalto para las calles, y, con ellos, los buses de transporte
urbano. Hasta retén policial consiguieron. Desde 1986 hasta
acá, el barrio es otro. Las mujeres de Solanda han hecho un
buen trabajo
Mujeres pilas
Pero ahà no queda la cosa. Las mujeres de Solanda han llegado
ha conformar, al interior del barrio, verdaderas redes de
ayuda comunitaria para defenderse de las adversidades. Ellas
mismas administran una tienda donde se expenden productos de
primera necesidad a precios más cómodos que los del mercado;
deliberadamente han decidido no vender artÃculos como colas o
cigarillos, y promocionar alimentos como la arveja, el arroz
de cebada, los chochos que son más baratos y alimenticios.
Hace pocos dÃas hicieron una campaña de promoción de los
quimbolitos de quinua.
Las mujeres de Solanda cumplen, además, un papel muy
importante en la sobrevivencia familiar. El 80 por ciento de
ellas cumple una actividad económica adicional a las tareas de
la casa. Es por eso que prácticamente en cada esquina de este
barrio hay una tienda, un bazar o un salón de belleza,
administrado por una mujer. Hay casos de mujeres que subsisten
solas con sus hijos, porque sus maridos han emigrado a los
EEUU en busca de trabajo.
Las mujeres que no tienen su pequeño negocio en Solanda
trabajan en la ciudad. Para facilitar su tarea, las mujeres de
este barrio consiguieron el apoyo de una reina de Quito y de
una organización no gubernamental para construir una guarderÃa
que actualmente atiende a 50 niños. Las mujeres que trabajan
allà pertenecen a Solanda y fueron capacitadas por su propia
organización para cumplir con esta tarea.
Las mujeres de Solanda tienen también un grupo de teatro,
donde representan situaciones de su vida cotidiana, como la
violencia contra la mujer y los hijos, o temas más sabrosos
como el chisme.
¿Quiénes son ellas?
Las mujeres de Solanda son de ñeque. Como Maruja GarcÃa,
presidenta del Centro de Mujeres Solanda, por ejemplo. Vino a
vivir a Solanda junto con su esposo, allá por el año de 1986.
Ella es una de las fundadoras del movimiento femenino de su
barrio. "Nosotras hemos decidido trabajar por nuestro barrio y
por sus habitantes. En esta lucha estamos y permaneceremos a
pesar de que algunas veces nuestro trabajo no es bien
comprendido", dice ella con voz enérgica y gestos vivaces.
La vida de Doña Maruja es la mejor prueba de que esta
convicción existe. Hace poco tiempo tuvo que separarse de su
esposo, porque éste no supo entender su labor en el barrio,
junto al resto de mujeres. "El creÃa que estaba haciendo el
ridÃculo porque dizque no sabÃa ponerme en mi sitio. No pudo
resistir la presión del resto de los hombres del barrio y
tuvimos que separarnos", afirma.
Pero Doña Maruja no se queja de su fortuna. Está orgullosa con
lo que ha logrado hacer hasta el momento y tiene grandes
proyectos para el futuro.
Pero no todas las historias de las mujeres de Solanda son asÃ.
Maruja Hermosa, por ejemplo, es miembro del Centro de Mujeres
de Solanda, participa en las obras de teatro y en el resto de
iniciativas que organiza este movimiento y cuenta con el pleno
apoyo de su marido.
Maruja Hermosa también vende mercaderÃa en el barrio o donde
le piden, y con ese dinero cubre los gastos de alimentación de
su familia y otras necesidades de ella y sus hijos.
Está también Marcia Duque, quien administra la tienda comunal
del barrio. Atiende con eficacia y pulcritud a sus clientes y
es la encargada de organizar las campañas de alimentación en
Solanda.
Y detrás de ellas está otra mujer: Lilia RodrÃguez, del Centro
de Promoción y Acción de la Mujer (CEPAM), una de las
promotoras del movimiento femenino de Solanda. Es sicóloga de
profesión y tiene alrededor de 18 años de experiencia en
trabajo con mujeres. (A-2).
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Ciudad N/D
Publicado el 15/Abril/1991 | 00:00