PABLO PALACIO EN LA ENCRUCIJADA Por Diego Araujo Sánchez


Quito. 28.04.91. A pesar de cuanto se había dicho acerca de
Pablo Palacio, una cierta aureola mítica, un algo de misterio
y mucho de incomprensión parecían subsistir en torno a la vida
y obra del escritor lojano.

Todo ello empezaba sin duda por el obligado desconcierto que
provoca todavía la lectura de Un hombre muerto a puntapiés,
Débora y Vida del ahorcado o cualquiera de sus otras
narraciones.

¿Qué significan esos personajes insólitos y marginales como el
pederasta Octavio Ramírez, Nico Tiberio el antropófago o la
doble y única mujer?

¿Qué, la burla y la parodia omipresentes en sus relatos?

¿Qué, el discurso aparentemente desarticulado, fragmentario y
caótico de Débora y de Vida del ahorcado?

¿Qué, en fin, esos textos provocadores, que rompen toda
previsión y, para decirlo con una expresión familiar, nos
sacan de casillas?

Pero también los parvos datos biográficos acerca de Palacio
alentaban los equívocos. Ni siquiera el año de nacimiento se
libró de cierta confusión: Hernán Rodríguez señala 1903; Juan
Valdano, Miguel Donoso, Agustín Cueva, entre otros, registran
1906.

Más aún: esa luz sólo lateral sobre Pablo Palacio se generaba
en otros que no permitían reconocer con nitidez al personaje
de carne y hueso: la ausencia del padre: sólo se conocía la
familia materna del escritor; la temprana orfandad de éste
último: el vacío de la madre es un motivo que reaparece en las
narraciones de Palacio; ciertas anécdotas de la infancia, como
el de la caída en un torrente de agua que habría provocado,
para algunos, el ingreso del demonio de la literatura en la
cabeza de Palacio y, para otros, la locura con la que terminó
de sellar el misterio de su vida; el relativamente súbito
abandono de la literatura -después de 1932 no volvió a
escribir relatos-; su dedicación apasionada a la filosofía, y,
sobre todo, la locura de origen sifilítico, que le llevaría al
silencio total desde 1940 .

"Un día te quedaste meditando,
como un frío diamante sumergido.
Empezaron allí tus funerales
y hoy terminan", escribió César Davila Andrade en 1947, ante
la noticia de la muerte de Pablo Palacio, y hasta la
militancia política y el ejercicio profesional como abogado
apuntalaron cierta visión mítica de nuestro escritor.

Todo ello podría explicar que la percepción crítica del autor
de Vida del ahorcado no se hubiese librado del lugar común
aceptado como una verdad indiscutible: frente a su época, se
presenta a Palacio como un caso aíslado, un gran
incomprendido, un genio exorbitado, autor de una ficción
narrativa extraña a las circunstancias inmediatas de la
realidad circundante, un adelantado que no creó su obra
literataria tanto como respuesta a su tiempo cuanto se
anticipó a los temas, inquietudes y procedimientos de la
actual y más audaz narrativa latinoamericana.

El asedio más completo

El ensayo crítico de María del Carmen Fernández, El realismo
abierto de Pablo Palacio en la encrucijada de los 30, es por
muchas razones un estudio ejemplar del enigmático escritor y
su obra desconcertante. 489 páginas, en una edición impecable
de Libri Mundi que inaugura su colección de ensayo, son hasta
el momento el asedio más completo a la personalidad y obra de
Palacio.

El libro contiene cuatro grandes partes, un apéndice tanto con
textos poco conocidos de Palacio cuanto con composiciones de
cuatro poetas ecuatorianos dedicadas a él, y la amplia
bibliografía consultada.

En la primera parte, se esboza el contexto socio-cultural en
el cual se inscribe la obra del autor lojano. Estas páginas se
apoyan en conocidos textos de escritores como Alejandro
Moreano y Fernando Tinajero. Pero cobran una gran originalidad
por el novedoso y vasto estudio de las revistas literarias de
la época. María del Carmen Fernández las ha consultado con la
paciencia de un riguroso investigador y una perspicacia
detectivesca. Por ello, los resultados rebasan la intención de
ubicar la obra de Palacio en el contexto en el cual nació y
son la revelación de la encrucijada de los 30, uno de cuyos
caminos, el del realismo social, ha sido objeto de reflexión y
estudio. Pero el otro sendero, el de la vanguardia, ha sido
ignorado. Estas páginas de María del Carmen Fernández echan
una luz definitiva sobre el tema.

En la segunda parte, la autora traza la trayectoria vital de
Palacio y examina la recepción de la obra de éste. Impresiona
el rigor y el sopesar crítico tan escrupulosamente
fundamentado como hábitos intelectuales sobresalientes de
María del Carmen Fernández. Un pequeño ejemplo: para fijar el
26 de enero de 1906 como la verdadera fecha de nacimiento de
Palacio, la autora no se confió en las discrepantes fuentes
secundarias, sino investigó la partida de nacimiento en el
Registro Civil de Loja. Al detenerme en este detalle sólo
pretendo poner de relieve otro rasgo ejemplar de la obra: nada
hay en ella que no se apoye en el más escrupuloso cotejar de
fuentes, es un modelo de investigación literaria donde nada
queda sin documentarse o sin ser examinado con rigurosos
lentes críticos.

En esta sección del ensayo, María del Carmen Fernández
demuestra que, excepto en el caso de Vida del ahorcado, obra
que fue objeto de una dura a la par que injusta crítica de
Joaquín Gallegos Lara, toda la otra obra de Palacio fue bien
acogida y comprendida por la crítica de la época.

Los comentarios de Raúl Andrade, Gonzalo Escudero, Jorge
Reyes, Benjamín Carrión comprueban aquel aserto. El adverso
comentario de Gallegos Lara señala que se ha impuesto ya en el
Ecuador de la época la vigora tendencia del realismo social.

En la tercera y cuarta partes, la autora estudia la obra de
Pablo Palacio, tanto desde el punto de vista de su contenidos
esenciales cuando desde su especificidad literaria.

El ensayo aclara aquí no sólo los temas esenciales de la
literatura de este autor y sus procedimientos poéticos, sino
que, al utilizar un método comparativo, invita a una
revalorización de algunas obras relativamente marginadas, como
Banca de Angel F. Rojas, las novelas de Humberto Salvador o
las novelas de Alfredo Pareja anteriores a El Muelle, entre
otras, a las que aproxima a la producción literaria de
Palacio. Y, entre otras cosas, pone en evidencia de qué modo
la obra de Palacio es una radical respuesta contestaria a su
tiempo y participó en las inquietudes histórico-cultuales de
las que fue testigo.

El descrédito de la realidad

Como lo sugirió en el epígrafe de Un hombre muerto a
puntapiés, Palacio quería invitar a que el lector sintiera
asco de la realidad actual: "Con guantes de operar, hago un
pequeño bolo de lodo suburbano. Lo echo a rodar por esas
calles: los que se tapen las narices le habrán encontrado
carne de su carne.

"En guerra contra el romanticismo decimonónico y un
sentimentalismo falseador, Palacio desacreditó las "realidades
importantes": el patriotismo, el artificioso sentido del honor
masculino, el prestigio de la sabiduría, las incongruencias de
la justicia, el orden, la disciplina y moralidad. Frente a
ello, la vulgaridad, el vacío, la ausencia de amor o sus
espejismos,la locura son algunas de las obsesiones del
autor.Una visión escéptica y desencantada trazan los cuentos y
novelas de Palacio. Como lo dice en Vida del ahorcado, "la
Tierra es una gran pelota que tiene encima todos los
cachivaches que mañana van a apasionarte y también es una
bomba diminuta que continuamente está vijando en la
nada...sobre esa bombilla transeúnte vivimos momentáneamente
millones y millones de seres movedizos y tenebrosos. Seres y
pelotita toman el nombre de creación. El hombre es el rey de
la creación. Ser es lo que come, odia y ama. Millón es un
invento de lo que come. Rey es lo que más come y más odia y
más ama". Pero esta visión escéptica tiene, como
contrapartida, un programa vital: liberar al hombre de sus
ataduras. En la misma novela, leemos: "Mira, vamos a hacer una
nueva vida. Una nueva vida maravillosa. Vamos a suprimir la
corbata y el cuello. Vamos a permitir que todos los hombres se
dirijan la palabra con el sombrero puesto. Vamos a prohibir
las genuflexiones y las reverencias. Todos podremos venos cara
a cara..."María del Carmen Fernández descompone sistemática
exhaustivamente todas aquellas inquietudes y muchas otras del
escritor lojano.Lo diré una vez: sin exageración, El realismo
abierto de Pablo Palacio es un libro ejemplar: también porque
se halla escrito con singular claridad. No hay la solemnidad
ni el empaque falsamente académico que obscurecen tantos
trabajos de esta índole.He buscado discrepar con algo de lo
expuesto en este ensayo y, en realidad, mis discrepancias son
mínimas: Diré que no me gusta lo de "realismo abierto" en el
título, aunque sea tan indiscreto como protestar por el nombre
del niño en pleno bautizo. Diré también que, en el análisis
del cuento "Un hombre muerto a puntapiés", discrepo con la
interpretación de María del Carmen que cree hallar valorizada
por el narrador la intuición como una forma de conocimiento.
Pienso que la reconstrucición que el narrador hace de la
supuesta historia de Octavio Ramírez, fundado en la intuición,
es tan arbitraria como su imposible aprehensión por los
métodos deductivos e inductivos. En resumen: al morir Octavio
Ramírez mata su verdad. Con ello se hace más evidente la
ironía del epígrafe tomado de el diario El Comercio:
"esclarecer la verdad es acción moralizadora".

Pero todo esto es de menor importancia. Este ensayo es el
estudio que necesitaba la obra de Pablo Palacio, el más amplio
y riguroso homenaje al gran talento de nuestro escritor. (3C)

EXPLORED
en Ciudad N/D

Otras Noticias del día 28/Abril/1991

Revisar otros años 2014 - 2013 - 2012 - 2011 - 2010 - 2009 - 2008 - 2007 - 2006 - 2005 -2004 - 2003 - 2002 - 2001 - 2000 - 1999 - 1998 - 1997 - 1996 - 1995 - 1994 1993 - 1992 - 1991 - 1990
  Más en el