CUANDO LA CORDURA TOMA LA CURVA Por Francisco Febres Cordero
Quito. 20.04.91. Rodeado de ciclistas como estoy, cuando llego
a Bogotá se me viene de súbito la imagen de Eusebio MacÃas
Suárez, ese eterno candidato de las "masas trigueñas" que
fundó el partido sicodélico y Cibernético y que recorrió el
Ecuador en bicicleta para hacer proselitismo. A su manera, fue
un campeón que trepó las más empinadas cuestas del absurdo sin
claudicar jamás hasta el dÃa de su muerte que, si no recuerdo
mal, le llegó en su ley: un camión le atropelló mientras
pedaleaba por ahÃ.
Si en nuestro paÃs tuvimos un Eusebio, en Bogotá paseó su
locura Margarita que, a decir verdad, era una loca doble: loca
por loca y loca por el partido liberal, del cual era una
militante activa.
En las peores épocas de la violencia y cuando los
conservadores estaban en el poder, ella enarbolaba la bandera
roja y salÃa a las calles a gritar contra sus enemigos los
insultos más atroces, que los detentadores del poder tenÃan
que tragárselos enteros porque como Margarita era loca... Sus
diatribas iban también contra la iglesia, pero los curas,
acanallados hasta más allá de la herejÃa, jamás se atrevieron
a excomulgarla porque como Margarita era loca...La gente le
escuchaba alborozada y, cuando en medio de la arenga, se alza
el vestido hasta los ojos -como una adelantada que era de la
libertad sexual- aplaudÃa a rabiar.
Siguiendo la más vieja tradición de ese paÃs de insignes
oradores polÃticos, sus discursos eran unas piezas que
permanecerán siempre en la memoria colectiva.
Cuando a Margarita le deshojó la vida, apareció en la palestra
el Dr. Goyeneche, un hombre bajito, calvo y desdentado que fue
el eterno candidato presidencial por los estudiantes de la
Universidad Nacional que, además de darle dinero para su
alimento, le proporcionaban albergue en alguna aula
recóndita.
Su programa polÃtico fue siempre el mismo y él, campaña tras
campaña lo llevaba bien guardado en su viejo maletÃn que nunca
abandonó, como no abandonó tampoco su terno negro con chaleco
de casimir (que algún dÃa tuvo que ser negro) su bombÃn y su
corbata de pajarita.
Daba sus discursos en las calles y plazas, con palabras
entresacadas del más arcaico diccionario de la Real
Academia.
Y, con verbo incandescente, ofrecÃa pavimentar el rÃo
Magdalena para que los bogotanos tuvieran la más maravillosa
autopista que los condujera hacia la costa. PrometÃa también
Goyeneche colocar sobre la ciudad una inmensa marquesina para
que la lluvia no molestara tan frecuentemente a los
habitantes. Además, juraba que, de llegar al poder, instalarÃa
un ascensor en el cerro de Monserrate a fin de que los fieles
no tuvieran que pagar sus promesas subiéndolo de rodillas.
Encarnó la utopÃa y los anarquistas le acogieron como su
lÃder. Cuando murió, hacÃa 1970, los estudiantes le compraron
su ataúd , le velaron en la Universidad y a su entierro
asistieron algunos de los que hoy son prohombres de la
polÃtica nacional y que entones no eran sino unos buscadores
de imposibles.
En realidad, los bogotanos siempre han necesitado de algún
personaje para alimentar la anécdota. Ahora, cuando suman ocho
millones, el altar lo ocupa Higuita, cuyas locuras dentro y
fuera de la cancha han pasado a conformar toda una propuesta
ante la vida: jugársela toda y gozarla, sin que la victoria o
la derrota importen. Con él, el verso de León de Grieff cobra
vigencia: juego mi vida/ apuesto mi vida/ que todos modos la
llevo perdida...Jugársela y, burla burlando, ir mamando
gallo...
La broma es una suerte de escudo con que el ciudadano común se
defiende de la tragedia cotidiana. De la más grande adversidad
saca fuerzas para la risa este pueblo que se alimenta de
maravilla, inteligencia y magia.
Tintico y carreta
Los bogotanos rinden culto al tinto con la misma devoción que
a la Virgen de Chiquinquirá. El tintico es a la conversa lo
que el santuario a esa bellÃsima imagen: un completo
indispensable.
Exagerados y fantasiosos, es solo cosa de ponerles tema para
que ellos sigan con su carreta interminable, que es la que
ahora me dan mis entrañables amigos, Marta y Carlos Duica
cuando me invitan a su casa para tomarnos un aguardientico que
brindamos en memoria de Usebio MacÃas Suárez, Margarita, el
Dr. Goyeneche y todos nuestros locos comunes que nos permiten
seguir viviendo esta vida que vivimos. (B4).
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Ciudad N/D
Publicado el 20/Abril/1991 | 00:00