Quito. 6 oct 96. ¡Aquí se hace lo que yo mando, carajo! Ese
lenguaje, que ahora ha ascendido hasta los más altos niveles
del oficialismo, muchas veces es el mismo que se emplea en la
intimidad del hogar.

Y, claro, a veces al carajazo que remarca el voluntarismo de
la autoridad, puede seguir una gruesa tanda de correazos,
cuando no una singular pateadura, tal como, también, ocurre en
los círculos del oficialismo.

Es común escuchar a los abuelos sus relatos de la figura
paterna: el padre que ellos tuvieron era una persona que
dictaba sus leyes, que eran cumplidas a rajatabla, so pena de
feroces sanciones. Y esas leyes iban desde el horario y el
menú de las comidas, hasta el visto bueno que daba para el
noviazgo o matrimonio de sus hijos. Su figura, respetada
hasta la veneración, no estaba sujeta al tamiz del más leve
cuestionamiento.

Los tiempos, obviamente, han cambiado. El padre fue
descendiendo paulatinamente de su pedestal, hasta convertirse
en un siervo de la gleba de su hogar, dedicado a las tareas
trascendentales de ser un chofer que transporta a sus hijos de
un extremo a otro, se desloma para comprarles un televisor y
vive endeudado para que sus hijos "no sean menos" que sus
amigos.

Mas, a la hora de los conflictos, recurre otra vez al carajazo
para zanjar las diferencias, por más que, minutos después,
agache la cabeza humildemente el instante en que su hijo
recién sancionado le hace acuerdo de que es el único de su
grado que no tiene un aparato de nintendo y que, además, a
diferencia de sus compañeros, él no conoce Disney.

En realidad, ¿cómo se expresa el autoritarismo dentro del
hogar? Eso es lo que tratamos de desentrañar ahora.

EL PUNTO FINAL DE LUCIA

La mirada severa de su madre lo decía todo. En ese instante,
no cabía ninguna palabra para justificar la 'mentira'.
Lucía, de 15 años, esperaba resignada el castigo. El silencio
se rompió y su madre empezó a sermonearla. 'Ridícula, qué te
has creído. Crees que soy una tonta. Yo he sido padre y madre,
y ni por eso me respetas', repetía una y otra vez, la madre
indignada.

Lucía escuchaba callada las duras palabras de su madre. 'Si
lloras, te pego', amenazó.

El delito de Lucía había sido salir a escondidas con su
enamorado, Roberto. Su madre no aprobaba la relación.

Por todas estas razones, se le prohibió tajantemente continuar
con su relación. La joven, sin embargo, se atrevió a
desobedecer la orden y cada vez que podía se reunía con él.

Esta vez, sin embargo, no estuvo con suerte. Un descuido la
delató frente a su madre. Ahora tenía que acatar el castigo.
Durante un mes no podía salir con sus amigas y peor aún,
hablar por teléfono.

Transcurridos unos meses, Lucía volvió a las andanzas. Pese a
los cuidados, su progenitora la descubrió, y esta vez el
castigo sería más implacable.

Por primera vez, Lucía decidió revelarse. No aceptó el castigo
y amenazó a su madre con irse de la casa. No había vuelta
atrás.

Al final Lucía se fue. 'No me arrepiento, era lo mejor para
las dos', dice.

LOS PADRES DE HERNAN, SUS ORIENTADORES VOCACIONALES

Hernán, de 28 años, siempre quiso ser médico. Cuando culminó
sus estudios en el colegio, su padre trató de convencerlo para
que opte por la carrera de administración de empresas. 'Con
la medicina te vas a morir de hambre. Esta carrera es mal
pagada. Escoge algo que asegure tu futuro. Puedes seguir
marketing, finanzas, administración', aconsejaba el padre.

Pese a los intentos por persuadirlo, Hernán seguía firme en su
decisión: no cambiaría la medicina por nada.

Sin embargo, su padre no se daba por rendido. Cada reunión
familiar se convertía en una ocasión para hablar sobre lo mal
que les pagan a los médicos y sobre el sacrificio que exige la
profesión. Cuando intentaba tomar la palabra, su padre lo
interrumpía diciendo: 'no hay peor ciego, que el que no
quiere ver'.

La hora cero

El día de las matrículas había llegado. Hernán se levantó muy
temprano para alcanzar un cupo en la Universidad. Al verlo
salir su madre le preguntó si había hablado con su padre antes
de irse a matricular. Respondió con un no. Su madre lucía
angustiada. Se acercó a su hijo y le dijo en voz baja:
'Hijito, haz lo que tu padre te dice, no le provoques;
vivamos en paz'.

Hernán estaba desconcertado. Después comunicó a su padre que
ese día se matricularía en medicina. 'Haz lo que te venga en
gana', le dijo.

Desde que decidió matricularse en medicina, su vida se
transformó en un infierno. 'Cada vez que podía, me decía que
yo era un mediocre, un hombre sin ambiciones. Siempre evitaba
mi presencia', explica.

Su madre, en cambio, lloraba en cada rincón de la casa,
lamentándose porque su hijo 'no los complacía'. La situación
se tornó insoportable. Hernán cuenta que frente a ello no tuvo
la valentía para poder continuar su carrera.

JAIME HUYO DEL INFIERNO HOGAREÑO

Jaime vive desde hace tres meses con sus tíos. Según cuenta,
la vida en su casa era un infierno. Su padre, según dice,
'solucionaba' todo a golpes. Cuando no lo hacía, pronunciaba
palabras groseras y ofensivas.

Desde pequeño recibió correazos y, a veces, palazos en la
cabeza.
Cuando su madre intervenía, su furia aumentaba. Esta forma de
castigar siempre atemorizó a Jaime.

El joven trataba de no contradecir a su padre. Hacía siempre
lo que él le pedía. Nunca desobedeció una orden.

Sus compañeros del colegio conocían la situación y habían
apodado al padre de Jaime de 'monstruo de las cavernas'. En
cierta ocasión, Jaime trató de pedirle autorización para ir de
paseo a Atacames con sus amigos. Su padre accedió por primera
vez.

Preparó las maletas y cuando todo estaba listo para partir, el
padre dijo que había cambiado de opinión. El viaje se frustró
y Jaime, enfurecido, decidió protestar y reclamar a su
progenitor por su actitud.

La respuesta que recibió fue un golpe en la espalda y unos
cuantos carajazos. 'Aquí se hace lo que yo digo'.
Finalmente, Jaime decidió huir de su casa a escondidas.
(DIARIO HOY) (P. 9-A)
EXPLORED
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