Quito. 01 ene 96. Era 27, el fin de mes se acercaba
peligrosamente. La salvación, obviamente, "la vecina" o la
tienda de barrio que representa para la gran mayoría de
ecuatorianos la posibilidad de que sus economías lleguen al
fin de mes. Un espacio que constituye parte de las estrategias
de sobrevivencia en épocas de crisis.

Y es una de las más importantes, aunque no la única.
De hecho, el escenario en el que se desenvuelven las economías
familiares en los últimos años ha variado radicalmente y sin
duda la calidad de vida (aún no cuantificable al interior de
una forma sistemática) se ha deteriorado como lo reconocen
estadísticas y documentos del Banco Mundial. Como también
reconocen la caída del ingreso per capita a niveles
equivalentes a los años 30.

Lo dijo el sociólogo Octavio Rodríguez Araujo, de la
Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), "la realidad
cotidiana en América Latina empeora constantemente en todos
los índices relativos a la calidad de la vida".

O como opina por su parte, el economista Víctor López
Villafane, investigador del Instituto Tecnológico de Monterrey
(principal núcleo industrial mexicano)"Los niveles de pobreza
en la región abarcan a más de la mitad de sus habitantes y en
lugar de disminuir aumentan.

La caída de ventas en mercados nacionales crea un círculo
vicioso con cierre de empresas, mayor desempleo, deterioro de
los ingresos de la población y, por consiguiente, del consumo
y la producción.

Por su parte, en su reciente informe anual sobre América
Latina el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) admite que
la creciente inestabilidad y volatilidad de las economías
latinoamericanas frena el crecimiento productivo y vuelve aún
más desigual la distribución del ingreso.

El BID atribuye a ello la baja inversión, el mantenimiento de
la inflación, la fragilidad monetaria, el aumento de la
pobreza el retraso educativo.
Según los expertos, en las dos últimas décadas (la famosa
década perdida de los 80, y esta de los 90 que por lo menos
para la gente va por la misma onda), los sectores medios se
han empequeñecido de tal manera que casi estamos como al
inicio de la modernidad en América Latina.

¿Cómo jugar a la rayuela?

La cotidianidad económica de la gente en el escenario descrito
arriba se ha vuelto muy dura. Porque no sólo es una cuestión
económica sino un asunto de no perder puntos en el delicado
juego de las relaciones y las imágenes sociales. De no "caer"
social y económicamente ante los amigos, conocidos o
compañeros de trabajo.

Y para mantener el estatus, el único chance dentro de nuestra
delirante y tercermundista sociedad del consumo, es sostener a
cualquier precio un nivel de consumo acorde con los parámetros
del sector social al que el sujeto y su familia se pertenecen.


Los objetos del consumo, no son únicamente eso (objetos) sino
símbolos del lugar que ocupa, quien los posee, en la sociedad.
En los últimos años, en el espejismo de la estabilidad de los
indicadores macroeconómicos, en especial los de inflación, el
consumo se ha incrementadó.

Alfileres para muestra: la apertura de importación de
vehículos desató una guerra de precios y facilidades entre los
concesionarios de las distintas marcas para captar clientes
deseosos de renovar su vehículo. Y también en los últimos años
se multiplicaron los centros comerciales, las galerías de
artículos de lujo, los incrementado de electrodomésticos cada
vez más sofisticados, la ropa exclusiva y de marca.

Esos son los escenarios privilegiados donde se pone en juego
toda la creatividad de los ecuatorianos para sobrevivir,
término que no solo se refiere al hecho biológico sino que
también incluye lo social.

Y en ese diario esfuerzo por, las tiendas de barrio
constituyen la primera conexión en la cadena por sobrellevar
diariamente la economía familiar.

¿Qué haría sin la tienda?

Hoy más que nunca, la tienda de barrio se ha vuelto
indispensable. Ya no es únicamente el centro de "información"
y socialización barrial que siempre ha sido: en medio de la
crisis económica que ha golpeado fundamentalmente a las clases
media y baja, la tienda se ha convertido en un mecanismo
idóneo y accesible de crédito, indispensable para sobrellevar
el reducido alcance de los salarios.

Las reglas del juego están claramente establecidas: el
"tendero" -que no escapa a la recesión y mantiene más bien por
costumbre y como reliquia el tradicional cartelito de "no
fío"- está dispuesto a cualquier sacrificio con tal de
conservar sus clientes; estos, en cambio, entran poco a poco
en confianza con el dueño de la tienda, hasta que llega el día
glorioso en que se sienten capaces de decir: "¡pucha! He
traído lo justo... anóteme la cola, ¿sí?"

Queda establecido entonces un sistema de crédito que ambas
partes asumen tácitamente: el cliente sabe que desde ese
preciso instante puede recurrir a la tienda las veces que sean
necesarias sin necesidad de llevar dinero, porque lo que
compre se lo pueden "anotar"; mientras, el tendero se queja y
protesta porque "todo quieren barato y fiado", pero sabe a la
vez que tiene un cliente cautivo que terminará recurriendo
siempre a él "porque ni en el supermercado ni en los puestos
de la feria fían".

La condición, claro, es que los clientes vivan en las
cercanías del negocio -donde se los pueda localizar en caso de
mora-, y que cancelen sus cuentas cada quincena o cada mes, en
las fechas en que cobran sus sueldos. Esto, sin embargo, no
siempre se da -muchos no pagan o cubren solo parte de la
deuda-, quizá porque las cuentas resultan mucho más altas de
lo que se podría calcular...

Mejor no mire el total

Gladys Mena, propietaria de un micromercado en la Quito Norte,
se ha inventado dos mecanismos para manejar su solicitado
sistema de crédito: el primero es un clavo grande en el que
engancha papelitos con anotaciones de deudas pequeñas (5, 10
mil sucres), y el segundo son los "libretines", como ella les
dice. "En los papeles sueltos -explica- anoto cuentas que me
van a pagar ese mismo día o al día siguiente; en los
libretines van los gastos de las personas que tienen cuenta y
pagan a fin de mes".

En el libretín correspondiente a noviembre, doña Gladys ha
registrado un total de 26 cuentas distintas. Algunas de ellas
muestran gastos esporádicos que a fin de mes no representan
más de 60 mil sucres, pero otras ocupan como tres páginas y
suman bastante más...

Los mejores clientes del micromercado son, por ejemplo, los
Riofrío, una familia de cuatro personas cuya cuenta del mes
pasado ascendió a 323 mil 950 sucres (ver cuadro). Y no es que
ellos realicen muchos gastos suntuarios: según el registro, el
grueso de la cuenta (alrededor de 280 mil sucres) corresponde
a compras diarias de leche, pan, huevos, queso, colas y,
eventualmente, una que otra verdura. Doña Gladys, sin embargo,
agrega que la cuenta de noviembre no es de las más altas que
los Riofrío hayan sumado: "hay meses en los que tienen algún
compromiso y compran licores, golosinas o algún regalito...
ahí la cuenta llega cerca de los 500 mil sucres", dice.

El círculo vicioso

Los Riofrío, como muchas otras familias de clase media, llegan
a fin de mes siempre en contra: al menos 400 mil sucres del
sueldo que debería cubrir los gastos del mes venidero están
comprometidos, y si quieren desayunar todos los días tendrán
que volver a endeudarse.

La tendera viene a ser, pues, una especie de ángel de la
guarda, aunque solo acepte su papel a regañadientes: "fiar no
resulta para nada -dice Gladys Mena-. En cualquier parte que
le venden algo a crédito le suben el precio, pero aquí no hay
como hacer eso porque enseguida protestan. La gente se demora
uno, dos meses o más en pagar, pero uno, en cambio, sí tiene
que amortizar puntualito los gastos... ¿y de dónde?"

Pero, ¿por qué sigue fiando?, le preguntamos entonces, y doña
Gladys no se tarda en responder: "más de la mitad de mi
clientela compra al fío, si dejo de fiar hasta ahí nomás llega
el negocio".

Secretos

No son tan secretos en realidad, porque en estos tiempos
difíciles hasta las noveles "amos" de casa nacen sabiendo todo
lo que se puede hacer para ahorrar, aunque sea unos
centavos...

- Lucía (50 años) dice que no hay nada mejor que las ferias
libres. "Antes, porque el trabajo no deja mucho tiempo, porque
son más bonitos y más aseados, yo iba siempre a los
supermercados, pero desde que fui a la feria de La Ofelia ya
son pocas las cosas que compro ahí; en el mercado hay como
regatear y los precios -de las verduras y las legumbres sobre
todo- son más bajos: ahora voy todos los sábados a la feria,
me quemo, me topeteo con la gente... pero gasto la mitad",
dice.

- El gusto en este asunto de los mercados varía un poco y, por
eso, si bien muchas mujeres coinciden en que resultan más
baratos, cada una ha encontrado sus propias "huecas". Viviana
(24 años), por ejemplo, asegura que no hay nada mejor para
economizar que ir los domingos al mercado de Calderón... "Hay
que saber -dice-, porque Santa Clara o Iñaquito son más caros
que cualquier supermercado".

Pero están también quienes no descartan los supermercados, eso
sí, con ciertas condiciones:

- "Lo primero antes de ir al supermercado es elaborarse una
lista de las cosas que NECESITA, porque si no uno agarra al
coche, se aloca con lo que ve, y termina comprando un montón
de cosas que nunca estuvieron en el plan inicial", cuenta
María Eugenia (41 años).

- "El peligro más grande son las ofertas -afirma Juan Carlos,
30 años-. Ya porque hay productos que están rebajadas,
pensamos que es una oportunidad que no se puede perder y ahí
está la casa, llena de cosas que ni siquiera usamos".

- "Lo que nunca se debe hacer es ir de compras al apuro
-explica Luciano, 35 años-. Al super siempre hay que ir con
tiempo para examinar cada producto, comparar los precios, los
gramajes, las fechas de caducidad... si no, uno compra lo
primero que agarra, que no tiene que ser necesariamente lo
mejor ni lo más barato". (Economía) (Diario HOY) (5C)
EXPLORED
en

Otras Noticias del día 01/Enero/1996

Revisar otros años 2014 - 2013 - 2012 - 2011 - 2010 - 2009 - 2008 - 2007 - 2006 - 2005 -2004 - 2003 - 2002 - 2001 - 2000 - 1999 - 1998 - 1997 - 1996 - 1995 - 1994 1993 - 1992 - 1991 - 1990
  Más en el