Es como si hubiéramos retornado al mundo del Cándido de Voltaire. Es fácil
ver nuestro sombrÃo siglo XXI reflejado en ese divertido relato de un siglo
XVIII sumido en sangre, donde las catástrofes, violaciones, ahorcamientos,
sismos y sÃfilis aguardaban a los personajes centrales a la vuelta de cada
esquina.
En el universo ficticio de Voltaire, como en el excesivamente real de la
actualidad, habÃa muchos problemas entre europeos y "musulmanes". Una mujer
sufre la pérdida de una nalga como resultado de la orden de un imán, y el
filósofo Pangloss queda cubierto de moretones, gracias a otro imán. La
esperanza solo existe para ser descartada, el amor, para ser maldecido. El
inocente Cándido solo puede obtener el amor de la bella Cunegunda solo
después que esta se ha transformado en una mujer fea. Pangloss, el hombre
que sigue las ideas de Leibniz, y enseña la dulce ciencia de la
"metafÃsico-teólogo-cosmólogo-neontologÃa" y es el prototipo de todos
nuestros "instructores en realidad" contemporáneos (un término acuñado por
Saúl Bellow), se aferra hasta el último dÃa de su vida a la creencia de que
"todo es para mejor, en este, el mejor de los mundos posibles".
Cándido, sin embargo, opta al final de su violento camino por la senda de la
quietud, concluyendo con la famosa frase: "Debemos cultivar nuestro jardÃn".
Su amigo MartÃn está de acuerdo: "Es mejor que trabajemos sin discutir. Es
la única forma de que la vida resulte tolerable", dice. De esa manera, la
gran fábula de Voltaire concluye con la sugerencia de que, en tiempos
terribles, es mejor que mantengamos las abstrusas ideas fuera de nuestras
mentes, y nuestras narices alejadas de los grandes asuntos, y que nos
dediquemos simplemente a cultivar nuestros jardines.
Cuando personas que han sufrido terriblemente sueñan con una vida
tranquila, como lo hacen los personajes de Voltaire, es fácil simpatizar con
ellas; y Cándido concluye tras una múltiple calamidad. Y aunque Voltaire no
era la clase de intelectual que recomienda la apatÃa como cura general para
los males de la humanidad, tal es nuestra tendencia a la lectura y al
pensamiento chapuceros, que la conclusión de su más famosa obra de ficción
ha terminado por significar exactamente eso, y se la considera como un
respaldo a la apatÃa, a la pasividad, a retirarse del mundo.
Y es ese caso de errónea apatÃa que ha permitido, en nuestro horrendo
presente, la "lepenización" del proceso polÃtico francés, conduciendo a
Francia a uno de los mayores fiascos democráticos de su moderna historia.
Mientras Francia se dedicaba asiduamente a cultivar su jardÃn, descubrió
súbitamente que habÃa una serpiente venenosa en el césped. Con frecuencia,
un electorado en particular se encogerá de hombros y decidirá que no hay
mucha diferencia entre los principales aspirantes a un cargo. El dÃa después
de la elección advierten el error, pero ya es demasiado tarde. La última vez
que ocurrió en Gran Bretaña, la consecuencia fue el prolongado, nocivo
reinado de Margaret Thatcher. También la apatÃa del votante fue posiblemente
el factor crucial en la elección de Estados Unidos decidida entre George W.
Bush y Al Gore. Como resultado, el fiasco en Florida se convirtió en un
hecho decisivo, algo que nunca tendrÃa que haber ocurrido.
Ahora la enfermedad ha golpeado a Francia, y aunque Lionel Jospin ha asumido
la responsabilidad por una campaña opaca que recordó la de Al Gore, él no es
el único culpable. Un viejo adagio de la polÃtica es que el electorado nunca
se equivoca, pero en este caso, por Dios, sà que se equivocó.
Tal vez no es Jospin sino el electorado francés el que deberÃa renunciar, y
dejar el lugar a nuevos votantes más interesados en aceptar sus
obligaciones.
Es una terrible verdad de nuestra desagradable época que las personas que
menos parecen preocuparse por la libertad y la democracia son aquellas con
un acceso mas fácil a esos tesoros. En los años que siguieron a la fatwa de
Jomeini, la pérdida de mi derecho a votar (cuando una persona vive en una
"dirección desconocida" no puede registrarse como votante) fue una de las
carencias que sentà con más intensidad. Sin embargo, cuando mencionaba ese
hecho, nadie parecÃa creer que habÃa perdido algo particularmente
importante. Desde entonces, la desilusión y el cinismo de los votantes han
aumentado. Los ciudadanos que carecen de todo derecho en las muchas tiranÃas
que asuelan este planeta tienen todo el derecho del mundo a sentirse
disgustados de que aquellos que poseen esos privilegios los valoren tan
poco, y los despilfarren con tanta facilidad.
El electorado francés no tiene siquiera la excusa de Cándido para este
agotamiento. El alto nivel de perturbaciones que afecta al mundo no aflige
particularmente a Francia. Ningún mulá tuerto ha propuesto la talibanización
del estilo gálico de vida, y ningún mesiánico Usama Ben Laden ha comprado el
aparato de seguridad del Estado francés para usarlo al servicio del
terrorismo. Ningún comando suicida viaja en el metro de ParÃs.
Francia no es Gujarat, donde el desagradable gobierno estatal presidió una
matanza colectiva mientras el primer ministro de la India miraba para el
otro lado. Tampoco ha sido traumatizada por algo parecido al horror en el
campo de refugiados de JenÃn. Francia sigue siendo Francia, aun cuando
recientemente logró concretar el difÃcil y escasamente iluminista truco de
desplegar simultáneamente tendencias antisemitas y antiárabes.
El estilo de vida francés es todavÃa uno de los más deseables del mundo y,
también, más civilizados. Sin embargo, esa cómoda persistencia ha generado
algunas ilusiones peligrosas, notablemente en la izquierda. La decisión de
la izquierda de postular múltiples candidatos y asà dividir el voto
antiChirac, creó la brecha a través de la cual cargó alegremente Le Pen. Tal
decisión puede ser adoptada solo por personas tan seguras de la
perdurabilidad de su statu quo que se atreven a arriesgar estúpidamente el
futuro. ¿Qué puede decirse de la tonterÃa de la izquierda europea? ¿Qué
torpeza cometerá ahora? Hace cinco minutos se oponÃa al operativo militar
que derrocó a los talibanes y casi con certeza evitó una serie de ataques
terroristas en Occidente. Tras haberse equivocado con Afganistán, la
izquierda ahora se ha equivocado con Francia. Pero esta vez, gracias a Dios,
el electorado francés tiene la posibilidad, en la segunda ronda, de limpiar
el desastre cometido en la primera. El precio será varios años más de
Chirac. Pero el precio debe ser pagado. El jardÃn no puede ser entregado a
la serpiente.
*Salman Rushdie es autor de Versos satánicos, de Fury: A Novel y de la
colección de ensayos próxima a publicarse Step Across this Line.
© New York Times Special Features