Quito. 10 sep 97. El proceso duró dos años y medio a un costo
de 45 mil dólares. Terminó con una fisura en su mano
izquierda. El nadador quiteño brinda su testimonio infernal
desde Inglaterra.
Folkestone, vÃa telefónica
El golpe de la puerta me sacó de un aletargamiento prolongado.
Las horas previas a la travesÃa no pude dormir, la tensión era
inmensa y me atormentaba la idea que hubiese mal tiempo o que
mi organismo no respondiera a las exigencias. Cené espaguetti
y me acosté cerca de las 19h00. Claudio Plit, mi entrenador,
se encargarÃa de despertarme. Cuando golpeó la puerta, la hora
habÃa llegado.
Tomamos un taxi y nos dirigimos a Dover. El barco Angie Blue y
su capitán, Mike Oran nos esperaba. No hubo protocolos ni
presentaciones. Subimos, arrancó el barco y enrumbó para la
ensenada. Mientras tanto, comencé a calentarme y a colocarme
lanolina y vaselina para protegerme del agua salada. En cinco
minutos llegamos al sitio. "Es hora", dijo Claudio.
Inmediatamente, me arrojé a las frÃas aguas de Dover (16ºC) y
nadé hacia la playa. Me puse de pie, me acomodé los lentes,
levanté los brazos (el barco quedó a 100 metros) y la sirena
del Angie Blue me anunció la partida. Vi mi reloj y eran las
03h30 exactas, vaya puntualidad de estos ingleses, me dije.
Los primeros 5 kilómetros fueron tranquilos. Me hidrataba cada
20 minutos y Angie Blue estaba a unos 10 metros. Ellos me
identificaban pues llevaban una linterna con luz fosforescente
adherida a mi pantaloneta. Cuando entramos a alta mar, la cosa
se puso difÃcil. Unas olas de tres metros de altura me
anunciaron que el Canal de la Mancha no se iba a rendir
fácilmente.
Entonces decidà acercarme más al barco para evitar
contratiempos. Todo iba bien, pues incluso controlé mi ritmo:
70 brazadas por minuto. La verdad es que para alimentarme
(barras rellenas de chocolate y vainilla) el barco hizo sonar
su sirena pues la madrugada fue muy oscura. A la tercera hora
de travesÃa surgió el primer contratiempo: mi pierna izquierda
comenzó a acalambrarse y esto era un mal sÃntoma. Sin embargo,
sabÃa que estas dolencias se iban a presentar y el éxito de
estas travesÃas, como bien lo decÃa Rolando Vera, era superar
el temible umbral del dolor.
Mentalmente estuve bien preparado y eso ayudó notablemente. En
especial a la séptima hora de cruce: me sentà bastante
mareado, con un fuerte dolor de cabeza. Cuando intenté
hidratarme mi estómago no soportaba nada. Entonces pedà ayuda.
Claudio me preguntó que pasaba y yo le pedà una pastilla para
el mareo; me la dieron disuelta y luego de 45 minutos volvà a
la normalidad.
Fueron minutos eternos, en donde el dolor por poco me hace
abandonar la prueba. Cuando quise aflojar miré la bandera
ecuatoriana que estaba en el mástil del Angie Blue. No podÃa
dejar un proceso de dos años y medio. Me retumbaba en los
oÃdos las frases de mis hijos, Paúl y Adrián, que pronunciaron
a manera de despedida la vÃspera: "mete el brazo papá".
Eso me ayudó para superar un momento en que conocà en vida el
infierno: olas altas, una pierna acalambrada, vómito, dolor de
cabeza y un griterÃo desde el barco.
El amanecer nos trajo algo de tranquilidad. Cuando vimos la
costa francesa sentà un gran alivio. HabÃa nadado seis horas y
estaba a mitad del camino. Lo peor habÃa pasado pero el
cansancio comenzó a realizar sus tenebrosos estragos. Me dolÃa
la espalda y los brazos. Luego sentà una molestia en la muñeca
izquierda (al llegar me enteré que tenÃa una fisura) pero como
las olas eran tan altas habÃa poco tiempo para autorealizarme
un chequeo médico. SabÃa que tenÃa aún 5 horas de nado, por lo
menos, y no podÃa rendirme. Era una guerra sicológica entre el
cansancio y la presión de llegar. Cuando faltaron 4 horas para
arribar a las playas de Calais, Plit me lo anunció. "Ya solo
falta llegar, conserva el ritmo y no aflojes por nada del
mundo. Lo peor ya pasó...".
Cuando cesó el oleaje sabÃa que estaba en la ensenada de
Calais. Fueron los últimos cuatro kilómetros más felices de mi
vida. Aunque parezca increÃble los dolores desaparecieron. El
rato menos pensado sentà la arena. HabÃa llegado. Quise llorar
pero no pude. Fui hasta unas rocas, alcé los brazos y grité
¡Viva el Ecuador!. ¡Viva! me respondieron desde el barco.
Entonces pedà la bandera ecuatoriana que estaba en el mástil.
Fue un festejo en solitario con mi bandera en una playa
francesa".
38 KILOMETROS
5 mil dólares por delante * Para nadar en el Canal de la
Mancha se deben pagar 2 mil dólares de inscripción y 3 mil más
para financiar el acompañamiento de un barco guÃa. La aventura
total costó 45 mil dólares.
La primera travesÃa * Mateweu Webb, un británico atravesó por
primera ocasión el Canal. Fue en 1880. Se demoró 22 horas y 53
minutos.
600 kms. de preparación * El proceso preparatorio duró 2 años
y medio. El deportólogo ecuatoriano Oscar Concha supervisó la
parte médica. Este año nadó 256 kilómetros.
El regreso al paÃs * Yépez dejará hoy Dover, Inglaterra con
dirección a Miami, EE.UU. A Ecuador retornará el lunes o
martes de la próxima semana.
Un héroe de 41 años
Galo Yépez nació el 27 de diciembre de 1955 en Quito. Aprendió
a nadar a los 8 años en la piscina de El Sena.
Hasta entonces su niñez habÃa transcurrido con las
limitaciones y alegrÃas propias de un chico de barrio. Hizo de
todo: desde monaguillo hasta piloto de coches de madera,
pasando, claro está, como improvisado golero en los partidos
de fútbol organizados en las cercanÃas de Santa Bárbara,
barrio donde nació.
En las navidades era feliz con asistir a la misa de media
noche y recibir una funda de caramelos. Solo tuvo un juguete
en su vida: un jeep militar. Sin embargo, el mejor regalo que
le proporcionarÃa la vida estaba por venir cuando cumplió los
ocho años. Cierta mañana de verano, un amigo suyo, Jorge, le
invitó a ir de paseo a El Sena. Cuando ingresó al lugar quedó
encantado, era la primera ocasión que conocÃa una piscina. A
partir de ese dÃa las aventuras infantiles de toda Ãndole
quedaron atrás y la vida de Galo Yépez giró en torno a la
natación.
Aprendió a nadar casi por inercia. Apareció en su vida Enrique
Albán Tapia, su profesor de natación y quien lideraba el grupo
de nadadores de la piscina, propiedad del ejército.
Yépez lo calificó como su "angel guardián". El fue quien le
enseñó los fundamentos básicos. Le tomó gusto a la natación y
comenzó a practicar diariamente, ya que el horario de su
escuela, la UNICEF, le permitÃa estudiar en la tarde y
practicar en la mañana.
A los 11 años participó en su primera competencia barrial. En
ese tiempo las piscinas eran contadas en Quito. HabÃan tres:
El Sena, la del colegio MejÃa y la de la escuela Espejo, todas
de agua frÃa.
TenÃa 12 años cuando cruzó las verdosas y estancadas aguas de
la laguna de Yambo (Tungurahua). Como era muy corta, decidió
hacerlo de ida y vuelta. Asà completó 1.800 metros.
Yahuarcocha constituyó su segundo desafÃo. Lo cruzó en 1970,
llegó en sexto lugar luego de nadar 3.200 metros.
Dos años debutó en el lago San Pablo. Allà apareció el
entrenador Olmedo Sancho, quien quiso llevarlo a estudiar y
entrenar en los EE.UU. En 1972 nadó los 3.800 metros y fue
sexto. Al año siguiente, por no tener un guÃa se retiró de la
prueba, lo cual constituyó la mayor vergüenza de su vida.
Renunció entonces a la natación. Fue hace dos años y medio,
que motivado por los triunfos estudiantiles de sus hijos Raúl
y Adrián, que decidió retornar a las piscinas con el único
objetivo de cruzar el Canal de la Mancha. (Texto tomado de El
Comercio)
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Publicado el 10/Septiembre/1997 | 00:00