Quito. 03 nov 97. La avenidas hacia los cementerios se
saturaron de ventas ambulantes y visitantes. Los informales
vendieron tarjetas, flores y hasta comidas ligeras.

La festividad de los Santos Difuntos no solo es una
celebración religiosa, sino también económica.

Ayer, los cementerios de de las 21 provincias lucieron llenas
de vendedores de comidas, jugueros, flores y cuidadores de
carros. También, pintores y jardineros en espera de clientes.

Por ejemplo, los cementerios de Guayaquil (el General, Angel
de María Canals o del Suburbio y Jardines de la Esperanza),
por ejemplo, lucieron abarrotados.

En el Angel Canals, ubicado entre las calles 29 y 40 y de la F
a la I, al oeste, se realizaron mingas para limpiar la maleza
de los nichos. La gente llevó pintura, brochas, comida y
líquidos. La temperatura, al medio día, alcanzó los 30 grados
centígrados.

Del control armado se encargó la Policía Nacional y la
Comisión de Tránsito del Guayas (CTG). En el General,
propiedad de la Junta de Beneficencia de Guayaquil, el tráfico
por la avenida Pedro Menéndez, a la altura de la puerta 9, fue
desviado, en el sentido sur-norte, por el paso a desnivel que
se conecta con la avenida de las Américas, hacia la ciudadela
La Atarazana. En Jardines de la Esperanza, cementerio privado,
ubicado 1.000 metros hacia la derecha de la avenida Juan Tanca
Marengo, en el kilómetro 5, fue donde más se notó la presencia
armada.

En el cementerio del Suburbio, vigilantes de tránsito e
inspectores municipales controlaron el tráfico y a los
vendedores.

El ritual en Cuenca comenzó la víspera. La noche del primero
de noviembre, dos cuadras de la avenida González Suárez
-contigua al cementerio- se cerraron para la circulación.

El reloj marcaba las 22h00 del sábado y las puertas del
cementerio municipal estaban inusualmente abiertas.

Mientras unos disfrutaban el apogeo de las fiestas de Cuenca,
otros recordaban a sus familiares y conocidos.

La congestión vehicular por la transitada avenida era tal que
se cerró el tramo entre las calles Octavio Díaz y
Guapdondélig.

Ayer, el movimiento fue igual de intenso. Lo supo Manuel Julio
Arichavala, jardinero y enterrador, que desde hace dos años
trabaja en el camposanto.

Su turno empezó a las 05h30, cuando abrió las puertas de
hierro forjado. Seis horas más tarde recibió al último
ocupante de los nichos: un anciano fue enterrado en Día de
Difuntos.

Para esa hora, el sol brillaba tímidamente, iluminando los
claveles, gypsophylas y otras flores que 20 vendedoras sacaron
para vender a 3.000 sucres el atado.

La actividad comercial marcó el rito. Fosforeras, velas,
coronas, empanadas de viento y manzanas enconfitadas daban
colorido a las afueras del cementerio.

Una fiesta con el maíz...

Su preparación es todo un ritual. Cada dos de noviembre se
reedita la colada morada. Es una especie de tradición
culinaria dejada por la cultura del maíz.

La gastronomía de los pueblos primitivos se basaba en la
cocción de este cereal, que se lo cultiva en la región
interandina del Ecuador.

En Chimborazo y Azuay, por ejemplo, hay una variedad de maíz
de color morado, su harina sirve para este preparado.

En las provincias de Pichincha, Imbabura y Carchi no se lo
cultiva ese tipo de harina y, para dar color a la colada, se
utiliza el mortiño y la mora que proviene de los páramos.

Abelardo Morales Granda, investigador de las costumbres y
tradiciones de la provincia de Imbabura, no tiene referencias
para afirmar si en el resto de las provincias serranas,
constan en el calendario gastronómico de este plato. De la
región costanera tampoco tiene noticias.

Pero si sabe que en la región del norte del país es todo un
ceremonial. La familia en pleno se reúne y todos intentan ser
el chef oficial; sin embargo, el mayor de la casa es quien
pone la sazón.

Es la oportunidad propicia para tener un gesto de buena
voluntad con los parientes que, por el día de los difuntos,
retornan a sus ciudades o pueblos de origen para visitar a los
seres que les precedieron al más allá.

Como complemento a la colada morada, en los hogares se las
ingenia para hacer caballitos y muñecas de trigo.

¿Cómo se prepara? Con la harina de maíz cruda o precocida, se
agrega agua, jugo de la mora o de mortiño, hierbas:
manzanilla, hojas de naranja, arrayán; y especerías. Se añade
clavo de olor, pimienta dulce y canela.

Actualmente no se encuentra con facilidad, pero uno de los
ingredientes infaltables era el chilacuán, este fruto pelado
se lo agregaba junto a la piña.

Cuando la preparación es abundante, se debe cocinar, en un
recipiente diferente, almibar con miel de raspadura, canela,
clavo de olor, pimienta dulce e ir sazonando a la colada.

Hace algunos años, esta mezcla se la almacenaba en pondos
vidriados de barro, al igual que la miel para que, al momento
de servir, añadirlo y darle sabor. Hoy, esos recipientes
desaparecieron y en su reemplazo está la refrigeradora.

La colada morada es el postre preferido en estos días y se
sirve después del almuerzo.

Se puede ofrecer por separado a las personas que visitan los
hogares o a los familiares, que han llegado para visitar los
cementerios locales o para visitar a su gente.

Este plato no es exclusivo de la culinaria del hogar, también
lo preparan en los restaurantes, salones e, incluso, en las
calles y plazas donde lo disfrutan los transeúntes.


Y la tradición se impuso...

Pastaza: 2 avenidas llenas

La tradicional visita al Cementerio Municipal de Puyo, no
difiere de otras ciudades. Esto porque la mayoría de los
40.000 habitantes son emigrantes o descendientes de emigrantes
que llegaron de la Sierra. Por ello, ayer, las avenidas
Circunvalación y Francisco de Orellana estuvieron saturadas
con vehículos y personas. En las afueras del cementerio se
hallaban las ventas de flores y coronas. Especialmente rosas
rojas, anturios, claveles y tarjetas. En un pequeño altar del
centro del cementerio, 4 mujeres, de 60 años, elevaban
oraciones y plegarias La lluvia no apagó el ánimo. Redacción
Puyo

Esmeraldas: lluvia y flores

Los ramos de jazmines, naranjas y agua para refrescarse del
intenso sol fueron el común denominador ayer en el cementerio
de Esmeraldas. Los vendedores coparon- desde la víspera- las
cuatro cuadras de la calle Montalvo. Ofrecían todo tipo de
mercancía. Los mayores lucieron galas en blanco y negro. Los
jóvenes, ropas informales. Mientras en el cementerio de Borbón
se escuchó la canción para los muertos de Papá Roncón; en
Esmeraldas, el sacerdote ofreció la misa de las 10h00. Ni la
llovizna de las 11h00 frenó a la multitud que quiso acompañar
a sus parientes y amigos desaparecidos. Solo el intenso
aguacero de las 11h30 espantó a algunos. La mayoría -aun
mojada- se quedó. Redacción Esmeraldas

Manabí: ceviche y viela

En el Cementerio General de Manta los hermanos Juan y
Sebastián Cedeño, con dos primos más, llegaron a las 10h00
cargados con seis libras de ceviche de pescado y dos jabas de
cerveza. Con tranquilidad y alegría se sentaron junto a la
lápida de su hermano Omar Cedeño. Allí comieron y bebieron.
Otras cinco familias hicieron lo mismo. "Para nosotros Omar
sigue vivo en nuestros corazones. Ya son cinco años desde que
se fue y lo acompañamos cada 2 de noviembre durante 10 horas".
Redacción Manta

Tulcán: turismo y flores

La avenida del Cementerio se llenó ayer con cientos de
visitantes locales y extranjeros. Y es que el Cementerio
Municipal es uno de los más bellos de América Latina. Las
figuras del ciprés tienen su fama y marcan un estilo
diferente. La segunda fase ya está terminada. (Texto tomado de
El Comercio)
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