Desceso Hacia La Tragedia

DESCENSO HACIA LA TRAGEDIA Por Francisco Febres Cordero

Quito. 15.04.91. Se llama Alberto Camargo. Le apodan "El
Toro". Tiene 26 años y nació en Duitama, departamento de
Boyacá, donde, tras seis años de dedicarse al ciclismo, ha
logrado amasar una regular fortuna: es dueño de un edificio de
departamentos y de algunos taxis. Si bien no ha conseguido
ganar una carrera verdaderamente importante, sí ha triunfado
en algunas etapas en Europa.

Hace un mes y medio se sometió a una operación de la rodilla
de la que salió con éxito, hasta el punto de estar en
condiciones de soportar el durísimo entrenamiento que exige la
participación en una vuelta a Colombia.

Para fines de este mes había previsto correr en España y tenía
confianza en que esta vez sí iba a lograr su anhelo de
colocarse entre los primeros del mundo.

En la etapa Popayán-Cali se situó siempre en el pelotón
puntero. Realizó una excelente carrera y veía acercarse la
meta como un premio a sus muchos esfuerzos. Pedaleó fuerte en
el embalaje final, hasta alcanzar los setenta kilómetros por
hora.

Sintió los aplausos, los gritos enfervorizados de sus hinchas,
se alegró con la música que tocaba un grupo de caleñas
guapísimas (lo cual es una redundancia) y decidió emplear las
últimas fuerzas que le quedaban tras esas dos horas de
carrera, para cumplir su sueño de ganar.

De pronto, sin que él mismo pudiera saber cómo, a doscientos
metros de la meta se encontró en el suelo.

Todo había terminado si el causante del accidente fue un sifón
mal tapado en medio de la vía o un aficionado que se bajó de
la calzada para tratar de sacar una foto a su ídolo. Lo
cierto es que él ahora yace en el hospital Universitario de
Cali con la clavícula, la ceja y el pómulo rotos y su ambición
de ir a España destrozada.

Antes de la carrera, Rafael Mendoza (un filósofo del ciclismo
y de la vida que redacta para El Espectador), me había
advertido sobre el peligro de la llegada a Cali, donde ya son
cosa común los accidentes. Y me contó el caso de Ernesto
Santander quien por primera vez en su vida venía, en 1942, año
de la segunda vuelta a Colombia, ganando una etapa; cuando le
faltaban doscientos metros para llegar a la meta se le cruzó
una anciana que murió casi de inmediato. Santander quedó
turulato y todavía anda por allí dándole pedal a su
demencia.

En otra ocasión, al español José del Ramo, que también iba
primero, no fue una vieja la que se le cruzó sino una carreta
tirada por un caballo. Tras el accidente, su destino corcovea
aún por tierras de Extremadura.

Pero, aunque la meta de Cali va ganando una fama infausta. No
todas las tragedias pasan allí. También en la segunda vuelta,
Conrado Tito Gallo, un antioqueño, cayó mientras bajaba por el
páramo de Minas y el golpe le mareó hasta la locura por el
resto de su vida.

Poco después, luchaban por la punta el francés José Beyaert y
el mítico Efraín Forero. En una vuelta de Minas, Forero cayó
y se clavó en la cuneta; no solo que perdió la vuelta sino que
por un tris casi pierde la vida.

A Gonzalito Marín no le fue tan mal como podía irle, después
de todo. Bajando El Picacho, en Bucaramanga, cayó, se fracturó
la cabeza y duró inconsciente como tres meses; los médicos
lograron salvarle, él despertó, subió a la bicicleta y
continuó descendiendo tan locamente como siempre lo había
hecho.

A Arturo "Peluca" López, en cambio, la fortuna le dio la
espalda: mientras entrenaba para una vuelta se estrelló contra
una volqueta en el páramo de Letras y murió. Tras el
accidente, su madre salió, mientras vivió, todos los años a
recibir a los ciclistas y como un homenaje a su hijo,
entregaba al ganador un ramo de flores.

El año pasado, cerca de Bogotá, Manuel "Jumbo" Cárdenas
entrenaba en compañía de otros dos ciclistas; un chofer
borracho que manejaba una volqueta los embistió y mató a los
tres.

El de Camargo, con ser el primer accidente serio de esta
vuelta, me obliga a pensar que entre el ciclismo y el toreo
debe existir algún paralelismo, aunque no sea sino el de la
adversidad que se interpone y produce una tragedia que sumerge
en un charco de sangre los sueños de la gloria. (B-4).