Quito. 02.11.92. (Editorial) Un historiador que "se desvió por
cuarenta años al periodismo", Hedley Donovan, cuenta en un
libro de valor desigual sus experiencias con nueve presidentes
de los EEUU, desde Roosevelt hasta Reagan, a quienes trató y
sobre los cuales informó, durante su paréntesis periodÃstico
que, en su caso como en otros que hemos sido atrapados por
este oficio, ha durado la vida entera.
Donovan mide a los presidentes por su capacidad de aglutinar
en torno suyo a la nación. A Roosevelt, por ejemplo, le niega
realizaciones que generalmente le reconocen historiadores y
polÃticos, como es la superación de la gran depresión de los
años treinta. En cambio resalta que "hizo la depresión más
tolerable para millones de personas". Su despreocupado
pragmatismo a veces estorbó la recuperación económica, según
el autor, pero su presencia siempre transmitió a Norteamérica,
con depresión y guerra mundial de por medio, que habÃa alguien
en el timón.
La elección de Sixto Durán Ballén por una votación caudalosa
fue la expresión nacional de que se querÃa colocar en el timón
a un viejo polÃtico que podrÃa ser "un presidente en quien
confiar". Su imagen apacible no correspondÃa al estereotipo de
demagogo y violento, atribuÃda a muchos de sus colegas. Tras
esa paz sixtina se buscaba ante todo un presidente tolerante,
que aglutine a la nación en torno suyo, cualidad que se temÃa
no existir en grado suficiente en el otro finalista, Jaime
Nebot Saadi, heredero del antes rugiente León Febres Cordero.
¿Y qué ha ocurrido? Sixto Durán Ballén no ha cambiado de
talante pero algunas acciones aparatosas de su gobierno no
muestran una voluntad de permitir que la gente exprese sin
presiones ni sobresaltos sus puntos de vista. No se ve en
todos los casos esa tolerancia que permita a la nación
agruparse en torno suyo, más allá del rigor de las medidas
económicas y de la creciente pobreza de la mayorÃa.
La Plaza de la Independencia de Quito se ha convertido cada
miércoles en un campo de Marte, como si allà la fuerza pública
se preparara a dar la gran batalla en defensa del orden
público y seguramente de la sede del poder, amenazada -serÃa
de suponer- por desconocidos invasores que vendrán por algún
designio cabalÃstico solo en miércoles, en cualquier
miércoles.
Un observador que mire las cosas por fuera podrá sostener sin
equivocarse que los miércoles el palacio de Carondelet de
Quito tiene mayor resguardo policial y de fuerza que el
palacio de Pizarro en Lima. Aquà el gobierno se protege de la
manifestación de los padres de los jóvenes Restrepo que
reclaman con carteles y las bocinas de los autos el
esclarecimiento de un crimen. Allá, el régimen peruano se
defiende de Sendero Luminoso que ha provocado 20.000 muertes.
¿Hay alguna sindéresis en el despropósito de cerrar la
soñolienta plaza central de Quito con un cerco de hierro para
que nadie "pite por los Restrepo"?
Amenazante intolerancia porque se trata de una molestia
auditiva para los que trabajan en Palacio, pero ¿qué se hará
entonces cuando estalle un conflicto social, cosa que no es
imposible en una población acosada por las penurias?
Más grave es el trato dado al problema indÃgena, alrededor de
cuyas movilizaciones también se han colocado candados
policiales y militares -incluidas prisiones de artistas en
homenaje al quinto centenario- mientras que el ministro
Barreiro no aceptó en un primer momento recibir a los
huaoranis que llegan desnudos al páramo en defensa de su
tierra, porque "están contaminados por la polÃtica".
Quizá Durán Ballén deberÃa recuperar su propio espacio de paz
en medio de los hombres duros que le rodean. Hacer como
Lincoln -sigamos con ejemplos de USA que pueden ser más
efectivos en esta hora de la historia- Lincoln cuando el
gabinete por unanimidad le quiso torcer del camino que le
dictaba su propia naturaleza, les dijo a sus acuciosos
ministros: la votación es siete a uno, gana el uno porque yo
soy el presidente. (4A)
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Publicado el 02/Noviembre/1992 | 00:00