Quito. 05.10.94. Los enormes ojos negros de la española que se
asoleaba en topless al borde de la piscina del hotel en Curazao
estaban bailando en mi memoria el instante en que la azafata de
KLM pareció intuir mis pensamientos burbujeantes y puso en mi
delante lo único tan etéreamente espirituoso como los recuerdos:
una copa de champán. Con ella entre mis manos, la española se
incorporó y se perdió en la celeste transparencia del Caribe,
para siempre. Como para siempre se ha perdido para mí el
Sonesta, ese hotel de arquitectura marroquí decorado en tonos
pasteles que por unas horas me permitió ser huésped de un
territorio inalcanzable, una sensación que se repetiría días
después en Amsterdam, al encontrarme manos a boca con mi bella
Marylin en el museo de cera de Madame Tousseaud, mientras ella
trataba de impedir que su vestido blanco se elevara con el viento
que brotaba de una chimenea del subway...

¿Dónde comienza la realidad y dónde la ficción?, me pregunto
ahora mientras cruzo el Atlántico y dejo atrás esa isla de
fantasía a la que jamás regresaré. Por eso, además de los ojos
negros de la española del topless, se me atraviesan en el
recuerdo las estrechas callejuelas de la isla, sus canales, la
extraña arquitectura europea de sus casas y ese aroma como de
tregua que lo envuelve todo.

Mientras mi cuerpo viejo y doliente busca acomodo en esas butacas
amplísimas de la business class del kaeleémico 747, me dejo
llevar por la mentira de ser un pasajero de primera en un viaje
hacia la utopía. Por eso permito dócilmente que me repongan el
champán y comienzo a degustar el caviar que lo acompaña: me han
dicho -y yo, en este terreno de invenciones, lo he creído- que
los servicios de bar y de cocina están esta noche atendidos mejor
que de costumbre habida cuenta la presencia del famoso Wolfram,
un pasajero de excepcionales dotes que se da abasto para
-incorporándose de tiempo en tiempo de su asiento- dar el toque
final a los platos más sofisticados y satisfacer también las más
nimias pretensiones de las cabineras.

Y mientras, bajo la sagaz batuta de Wolfram, se preparan las más
delicados platillos, yo extraigo del brazo del asiento mi
pantalla individual y emprendo mi vuelo personal hacia esa otra
isla de quimeras que es el cine.

Los pies sobre la tierra -literalmente- los pongo en Munich, al
ingresar al recinto donde se desarrolla la feria mundial de
alimentos y, entre centenares de estantes situados en cientos de
miles de metros cuadrados, descubrir la presencia ecuatoriana, a
través de los únicos productores que se arriesgaron a ir: los de
Schullo. Y si ahora los visitantes degustan con unción teutona
la granola, la miel de abeja, la mantequilla de maní y preguntan
sobre el palmito, a mí se parte el corazón comprobar que casi
toda nuestra riqueza alimentaria está ausente, por la tacañería y
la ceguera de los empresarios, que rehuyen la apertura de nuevos
mercados. Cuentan con el auspicio de la Cámara Ecuatoriana
Alemana y están exentos de pagar por el estand; bastaría con
sufragar el precio del pasaje y unos días de hotel, costos
bajísimo si se tiene en cuenta la difusión y las posibilidades de
intercambio que se le abriría. Pero no.

Para pasar la pena, mejor es irse a tomar cerveza en el
Octoberfiest, volar hacia los sueños llevados por los efluvios
espumantes y escuchar esos cánticos con que los profanos
agradecen al dios del libertinaje, en un contagiante frenesí de
varios días en que los amores se entremezclan con los odios y los
excesos dejan sus huellas pútridas en el pavimento, como un signo
evidente de que la felicidad termina expidiendo de madrugada sus
humores malolientes que acaban fundiéndose en el mismo carcañal
donde van los del fracaso y la desdicha.

La otra feria a la que vamos es en Colonia y ahí la locura y el
frenesí se vuelven electrónicos: todo sobre la imagen y todo
sobre el sonido. El recinto es una ciudad dentro de la ciudad y
tratar de recorrerlo en corto tiempo resulta tecnológicamente
exultante pero humanamente agobiante.

Después de ver el mundo a través de la cibernética, me siento en
la plaza frente a la Catedral y el gótico de su construcción me
eleva hacia mis nostalgias, mis santos caídos, mis dioses
perdidos y una larga, callada e incompleta divagación sobre el
arte y su función a la que me conduce la música tierna del
violinista de la esquina que, por un marco botado con puntería al
centro de su sombrero, me deja oír algo de Vivaldi, una corta
entretención que yo la guardo en el corazón en el convencimiento
de que todo acto creativo -en que va también nuestra existencia-
está tocado siempre por la magia de lo efímero.

Ese mismo toque efímero me revela después esa boca carnosa, a
medias sensual y a medias triste, de esa mujer en Amsterdam que,
tras una vitrina del barrio rojo, busca atraerme hacia sí para
prestarme la risa que perdí en algún lugar del viaje al comprobar
que los ojos negros de la española aquella del topless no
nacieron sino de mi propio sueño, de mi propia irrealidad, y que
tanto ella como yo no somos sino fantasmas, invenciones, títeres
de un destino que nos conduce hacia insospechados parajes y que
nos hace, por una semana, habitar un mundo que no nos pertenece.

KORTOSKOLMUNICHEN

-En Colonia, el recinto ferial de "Photokina" (feria mundial de
imagen y sonido) tiene una superficie de 260.000 metros
cuadrados, para 1.500 expositores de 35 países.

-Ahí hay bancos, agencias de viajes, restaurantes, teatros, zonas
de descanso y hasta kindergarten para los niños. Hay 14.000
espacios para estacionamiento de autos y, por siaca, también
helipuerto.

-Solo en el área del recinto ferial se abrieron 30 exposiciones
de fotografía.

-En Colonia se hacen anualmente unas 40 ferias internacionales
para conocer qué es lo que el mercado ofrece de nuevo en los
distintos campos.

-Estas ferias reciben al año unos 36.000 expositores de todo el
mundo y más o menos unos dos millones de visitantes
profesionales, provenientes de 52 países.

-Por eso Colonia tiene una infraestructura hotelera con 65.000
camas.

-El año pasado se hicieron ventas por 335 millones de marcos.

-Los expositores y visitantes gastan anualmente dos mil millones
de marcos en hoteles, comida, taxis y compras.

-El 50% de los expositores son europeos; el 20%, norteamericanos
y del lejano Este; el 10% son latinoamericanos, australianos y
africanos.

-El Ecuador tiene unos 20 participantes en las diversas ferias de
Colonia, sobre todo en los rubros de alimentos, telas y muebles.

-Las ferias sirven básicamente para observar a la competencia y
ver por dónde van las nuevas tendencias.

-En Imega, la feria de alimentos, hay un nuevo concepto de moda:
el ethnic food (comida de las minorías étnicas). La curiosidad
por lo extranjero hace que cada vez haya más personas que quieran
probar algo nuevo, generalmente exótico.

-Así, por ejemplo, la comida mexicana está ahora de moda. Y no
solo en Alemania, sino en todo el mundo.

-La primera feria de Munich se llevó a cabo en 1814. Actualmente
hay 400 empleados que dependen directamente de la feria y 12.000
personas que se benefician indirectamente de ella.

-Las diferentes ferias atraen a 14.000 periodistas durante todo
el año. (1B)
EXPLORED
en Ciudad N/D

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