Quito. 07.11.93. Un inmenso amor por sus valores, por su origen y
por su historia siente cualquier cuencano afincado fuera de su
ciudad.

Evocar su Cuenca natal les produce recuerdos de un pasado que no
volverá.

Ese pedazo de tierra, aparte de sus ríos y su hermosa geografía
tiene un bagaje cultural del que su gente siempre está muy
orgullosa.

Para hoy, Domingo entrevistó a dos parejas morlacas: cuencanas
ellas, cuencanos ellos. Los cuatro compartieron lo que les
significa vivir lejos de su ciudad y lo que aún extrañan de élla.

La forma de hablar es nuestra cédula de identidad

Catalina Arízaga y Bernardo Abad son una joven pareja cuencana
que, hace tres años -de recién casados- se radicaron en Quito.

Bernardo es reportero de televisión desde hace ocho años "como
actividad, profesión, hobby y entretenimiento".

Catalina estudió la secundaria en Quito; graduada regresó a
Cuenca, allí conoció a Bernardo y se casaron. Trabajaba en una
galería de artesanías cuencanas, pero desde que nació la pequeña
Emilia, a finales de septiembre, se ha dedicado por completo a su
hogar.

Bernardo era corresponsal de Ecuavisa en Cuenca y a punto de
casarse, el canal le pidió que pasara a Guayaquil. Ya estaba todo
listo para irse cuando se enfermó un periodista en Quito y le
propusieron venir a la capital. "Debía tomar la decisión en dos
segundos. En ese corto tiempo consideré que Catalina conocía ya
el medio; el clima de las dos ciudades es similar y, además, hay
más oportunidades de trabajo, de conocer gente y de abrirse un
poco más al mundo a diferencia de Guayaquil que es una ciudad con
más posibilidades económicas. Por lo tanto, acepté", rememoró.

Ciudad tradicional

"Cuenca es una ciudad tradicionalista que se manifiesta en el
respeto a los valores familiares, éticos, morales, culturales y
religiosos", expresó Bernardo.

De ahí que, para ambos, la familia sea más fuerte que en otras
partes, tal vez por el hecho de que, de alguna manera, todos son
emparentados, "en nuestro caso nuestros bisabuelos eran primos
hermanos", dijeron.

"En Cuenca, aunque sea cinco minutos se da para la familia, lo
que no ocurre en las ciudades grandes por el ritmo de vida",
explicaron. Asimismo la amistad es muy importante en Cuenca,
opinó Catalina. "Todos nos conocemos y estamos listos para
ayudarnos en cualquier situación".

Y cuando salen de su tierra, los cuencanos se convierten en un
clan y "es impresionante lo solidarios que nos volvemos", destacó
Bernardo.

El cantado es "la cédula de identidad que nos distingue del
resto. Las personas se dan cuenta de donde venimos por la forma
como hablamos. Por más que viva 20 ó 30 años fuera de Cuenca,
siempre conservaré el dialecto", precisó Catalina. "Sigo cantando
y cantaré toda la vida", añadió Bernardo.

Y en ello hay una ventaja: a la vez que la gente les ubica como
cuencanos, les reconoce valores como la cultura, el arte y la
intelectualidad.

"En las poblaciones grandes hay manifestaciones culturales, pero
en grupos reducidos. Para los cuencanos, la cultura es una
actividad cotidiana y un valor esencial de nuestra
idiosincrasia", explicaron.

De viaje frecuente

Los Abad Arízaga tratan de ir frecuentemente al lugar que les vio
nacer y no es raro encontrar su casa llena de gente que llega de
paso o para visitarles.

Ellos extrañan de Cuenca "primero el mote, honestamente. Y sin
ninguna duda la familia y los amigos". Además, hubieran querido
que su niña naciera en Cuenca. "Pero ya que no fue posible, allá
será bautizada. Simboliza mucho para nosotros que Emilia tenga
algo de cuencana, es un lazo que no queremos perder ni podemos
romper", dijeron.

"Pero hay un problema en Cuenca. A pesar de todo lo bueno que
tiene la ciudad, por ser pequeña las oportunidades de trabajo son
limitadas.

"Es indispensable salir un tiempo fuera del medio pequeñito de
Cuenca para comenzar como pareja. Los valores de familia y
amistad de los que hablamos antes sobreprotegen a las personas,
debemos aprender a luchar y salir adelante por nosotros mismos",
anotaron.

La ciudad linda de dos catedrales

En 1964, Eugenio Aguilar Arévalo y su esposa Inés María Andrade
Crespo llegaron a Quito, con sus dos hijos.

"Vine a trabajar el diario El Tiempo. Previamente hice de agosto
a noviembre de ese año un curso en CIESPAL para sacar el primer
ejemplar que se publicó en enero de 1965. Así que nos quedamos
aquí y tuvimos a nuestro último hijo", recordó Eugenio.

Cuando él le dijo a su esposa, ama de casa desde que se casaron,
que venían, élla no puso ningún obstáculo. "Estaba feliz porque
tenía familiares aquí", repuso.

Con 34 años de matrimonio, los dos esposos creen que la sociedad
cuencana se ha fundado en dos columnas fundamentales: la familia
y la religión.

"La familia, tan frágil en este tiempo, es una institución que en
Cuenca ha resistido las corrientes modernas. Hay una
coparticipación de los sentimientos y de los criterios que hace
que exista estabilidad en el núcleo familiar", expresaron.

Aún sienten nostalgia

Son 29 años los que viven en Quito y todavía sienten nostalgia
por su tierra. "Aun ahora la extraño, pero sería difícil volver.
Mejor no pensar en eso", dijo Eugenio, fijando la mirada en un
punto distante.

Inés María comentó que no quisiera regresar, "apenas tengo una
hermana viviendo allá y el espacio urbano ha cambiado y hay mucha
más gente. Pero Cuenca sigue siendo la ciudad linda de dos
catedrales".

"Cuando venimos a Quito encontramos la misma tendencia
intelectual y espíritu festivo. Ambas ciudades tienen
características parecidas, como la sal y el ingenio; por eso
nuestra adaptación a la capital no fue difícil, inmediatamente
nos sentimos dentro del espíritu quiteño", afirmaron.

Los sentimientos que les produce saber que son cuencanos se
pueden resumir en orgullo y satisfacción. "Da un poquito de
vanidad haber nacido en Cuenca", dijo Eugenio. "Siempre somos
pegados a nuestra ciudad que es tan linda, con sus ríos y sus
casas", agregó Inés María.

Sin embargo, visitan Cuenca con menos frecuencia, aunque
mantienen contacto por teléfono. "Porque el género epistolar casi
ha desaparecido, es más cómodo pegar un timbrazo que ponerse a
escribir". Según Eugenio e Inés María, el nombre de "Atenas del
Ecuador" que tiene Cuenca se debe al nivel cultural sumamente
alto del pueblo cuencano. "Con un artesano uno puede conversar de
literatura, de arte o de cualquier tema confiadamente porque está
hablando con una persona que ha leído y que sabe".

Ya no cantan

A los dos prácticamente les ha desaparecido la típica forma de
hablar cuencana. Inés María aseguró que "nunca he cantado
mucho", pero su esposo acotó que "debes haber cantado porque tu
familia es un coro".

En mi caso -declaró Eugenio- puede ser porque he estado en varias
partes como Machala y Cañar. "El acento de Cañar no es el mismo
que el de Cuenca. Tiene diferentes armonías y melodías. En Cuenca
se canta en pasillo y en Cañar en sanjuanito".

Definitivamente, "cada pueblo tiene su dialecto propio y eso se
modifica muchas veces con el cambio de localidad, pero hay
algunos casos que no dejan el acento". Es así que conocen a
familias enteras que han venido mucho antes que ellos y siguen
cantando. Igualmente, saben de personas que luego de vivir un
tiempo en Cuenca, cantan más que los cuencanos, pues el acento
es muy contagioso.

En el hogar de esta pareja nunca falta tampoco la cocina
cuencana. "Las costumbres culinarias son muy importantes porque
preferimos el producto agrícola local", contaron.

En Cuenca se consume mucho grano y el mote -que con cascara es
más dulce- no puede faltar. Aún en carnaval, no dejan de hacer
el mote pata, tradicional sopa de mote con chorizo, tocino y
pepa de zambo. (9D)
EXPLORED
en Ciudad N/D

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