Quito. 03.11.93. El color del Centro Histórico de Quito es un
tema que ha reaparecido periódicamente a lo largo de la historia
de la ciudad.

Unas veces se ha impuesto el blanco y otras, fue la policromía la
que recobró su existencia.

Este ir y venir de la cromática ha estado cargado de una gran
polémica y debate que han conducido al alienamiento de la
población a favor o en contra de la propuesta de innovación.

Es que la gran riqueza del color es más que un asunto meramente
formal o de imagen de ciudad, que solo encuentra solución en cada
momento histórico.

El color se presenta como un fenómeno aparencial, entre otros, de
la diferenciación social (grupos sociales), de la estructura de
la sociedad (colonial, capitalista) y de los modelos de sociedad
en ciernes (modernidad, progreso).

Con ello se puede corroborar el consenso que tiene el color en la
arquitectura y el urbanismo y mucho más en aquellos en los que el
paso del tiempo ha ido sumando simbologías provenientes de
momentos históricos distintos.

Es que la arquitectura y el urbanismo son sistemas de
significados en los que la luz aporta mucho, siendo imposible
separar la función de la forma, el material de su color.

Es por eso que históricamente, el uso del color ha estado
vinculado a las formas de lectura de los símbolos sociales,
culturales, políticos y económicos.

Los momentos del color

En el proceso del centro histórico de la ciudad, se pueden
percibir varios momentos claramente diferenciados: el primero,
propio de la arquitectura de la colonia, que se caracteriza por
la sencillez y escasa ornamentación en sus fachadas, propias de
una estructura que vive hacia el interior: arquitectónicamente es
rica hacia adentro y más bien pobre hacia afuera.

Parte de una tipología arquitectónica que se define a partir del
patio tradicional andaluz, como eje de desarrollo posterior de
las galerías y habitaciones.

En este período existen un predominio del blanco en las fachadas
pero combinado con el color de la escasa pigmentación de las
calciminas existentes y de los materiales de construcción de los
cimientos y columnas de piedra, de la mampostería de adobe o de
ladrillo, de la madera de los pisos, cubierta y estructura, de la
teja de barro cocido, entre otros.
Esto contrastaba con los "pueblos de indios" al extremo de que se
expresa en una ciudad de blancos y otra de indios.

Posteriormente, y a partir del siglo XVIII, se desarrolla la
arquitectura con un segundo piso y con una mayor preocupación por
la ornamentación exterior de las edificaciones, que se expresa en
la presencia de los balcones, poyos, celosías y una mayor
presencia del color.

Esta situación no eliminaba la diferencia de la mayor calidad
arquitectónica del interior sobre el exterior sino que más bien
añadía un nuevo sentido a la distinción: individualización entre
edificios como expresión de la nueva diferenciación social
introducida por la modernidad.

Para mediados del siglo XIX el nuevo aspecto de las fachadas es
notable por la introducción de pilastras, cornisas de coronación
sobre puertas y ventanas propios de la arquitectura europea no
española.

Con el advenimiento de la independencia se crean los gobiernos
locales que deben asumir la gestión de la ciudad en las áreas de
salubridad, obras públicas, instrucción, seguridad, etc.

En este contexto, el Código de Policía, aprobado en 1930, vela
por el ornato y la solidez de los edificios, disponiendo que cada
dos años se pinten las casas de blanco y de otros colores los
balcones y zócalos, que no se vuelen las ventanas y balcones, que
se reparen las edificaciones que amanecen en ruina, que no se
construyan poyos ni petriles, que mantengan la uniformidad, etc.

Recién en 1875 se menciona, por primera vez, la alternativa de
introducir color en las fachadas, en el contexto de una nueva
inserción del país al mercado mundial y de nuevas formas de
diferenciación socio-urbanas.

Las clases altas buscan formas de ornamentación que rompan con la
tradicional sencillez y blancura de la arquitectura de la
colonia, adoptando el neoclásico, el historicismo, el art nouveau
y el funcionalismo, entre otros.

Se incorpora el color de manera paulatina, desde la periferia
hacia el centro, ya que allí el color no había sido reprimido.

La necesidad social de la ornamentación lleva a los sectores
populares ha incorporar el color -por ser la forma más barata- en
unos casos como proyección de los símbolos dominantes del momento
y en otros, como parte de su propia cultura.

A principios de siglo entra la pintura al óleo, principalmente a
partir de los edificios públicos, como los mercados y el propio
Palacio Municipal, donde se dan disposiciones para consolidar la
tendencia policromática que, posteriormente, continuará con
fuerza en la arquitectura civil.
En las ordenanzas de aseo y salubridad existe especial atención
en la utilización del color, pero no solo como elemento
decorativo sino también por la necesidad de crear condiciones
higiénicas en ciertos locales destinados a la venta de comida.

La reutilización del blanco se inicia nuevamente desde 1919, en
contraposición a la caótica imagen urbana que produce el
comercio, al hacer un uso indiscriminado del color. Sin embargo,
se observa un auge de la policromía a mediados de siglo que se
inicia desde el proceso de expansión urbana de comienzos de siglo
y de relocalización residencial de los sectores económicos hacia
el norte.

"Una presentación decente"

La expansión urbana plantea la distinción de la ciudad colonial
con la ciudad moderna, dando lugar al nacimiento del llamado
Centro Histórico.

En 1966 se delimita por primera vez el área y se definen
políticas de preservación, siendo una de ellas la correspondiente
a la uniformidad de la zona mediante el uso generalizado de y
combinado del color blanco con el azul añil, con el fin de dar
"presentación decente y uniforme a la ciudad de Quito,
especialmente en las zonas que conforman la vieja ciudad
española."

La introducción del blanco en este período estuvo cargada de una
fuerte polémica, pero fue beneficiosa por cuanto permitió que
triunfe el urbanismo por sobre la tendencia del monumentalismo
aislado.

El valor del centro histórico consiguió reconocerse desde aquel
momento por las características de la trama urbana, la
homogeneidad de la arquitectura civil y el valor monumental de
ciertos edificios. Es decir, triunfó la unidad, el todo.

Hoy, la propuesta del blanco ya no tiene validez como totalidad,
en vista de que el urbanismo es indiscutido y de que la
arquitectura se encuentra subsumida.

Si el color blanco permitió revalorizar el urbanismo, la
policromía permitirá recuperar la arquitectura. Pero a diferencia
de la policromía de mediados del siglo pasado, la de ahora tendrá
que ser con la tecnología actual y en la perspectiva de
potenciación del urbanismo.

Que no sea un factor que incremente la segregación urbana, sino
que permita la lectura de los símbolos que han sido acumulados a
lo largo de la historia.

Que no sea un mero historicismo de recuperar el pasado a través
de los colores anteriores, sino de utilizarlos para que el
conjunto de las simbologías superpuestas puedan ser leídas en el
contexto de la transición de la sociedad actual que lo exige.
(10B)
EXPLORED
en Ciudad N/D

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