Quito. 17.06.93. Enciende un cigarrillo y lentamente levanta
la pequeña taza de café expreso, que en sus manos inmensamente
grandes parece más pequeña. A los 80 años, cuando es
inevitable que la vida haya dejado surcos en el rostro y
huellas en el alma, Eduardo Kingman parece preservar intactas
dos cualidades: un espíritu transparente, que se dibuja en sus
ojos serenamente verdes y el talento creador que emerge de sus
manos, tan parecidas a las que pinta en sus cuadros. "Grandes
y muy hábiles, así eran las manos de mi madre y de toda su
familia: los Riofrío". Pequeño de estatura, viste con
discreción. Nada en su presencia ni en su modo de ser denota
que es un gigante de la plástica contemporánea. Con buen humor
replica, cuando se le pregunta sobre su aporte al arte
ecuatoriano: "El mejor juez es el tiempo. Se dice que los
artistas son como las yucas: rinden más cuando están
enterrados".

Sin embargo, nadie en su sano juicio, se atrevería a negar el
valor de este gran pintor lojano que, como escribiera alguna
vez el crítico de arte Galo René Pérez, "No obstante ese
despego al culto de la fama, ese tan decente menosprecio a las
vanidades y resonancias de plaza pública.. ha llegado a
disfrutar una celebridad muy extendida porque se ha entregado
a los empeños del creador, para satisfacer lo que en el
artista genuino es aspiración central, casi única: el logro
sustantivo de su obra".

EL PINTOR DE LAS MANOS

Hablar del arte de Eduardo Kingman es hablar de sus manos.
"Las que pintan y las pintadas. Como si fuesen una simple
transmutación del alma del artista al alma del cuadro",
escribiría otro crítico de arte Filoteo Samaniego. No hay en
sus cuadros manos finas, aristocráticas, o delicadas. Siempre
son recias, callosas porque: "Me siento solidario con el
infortunio. Mis personajes tienen ojos huecos, sin esperanza",
dice mientras enciende otro cigarrillo. Tampoco se muestra
optimista con respecto al país y a los hombres y mujeres que
el escogió para representar en sus cuadros: "Todo es incierto.
El Ecuador de hoy es peor que aquel de 50 años atrás". Pero,
el país tiene una estructura social más amplia...

¿Por qué fracasó el socialismo que su generación defendió con
tanto fervor? "Un amigo mío, marxista convencido muy puro,
ante la caída del muro de Berlín, se suicidó. De repente, se
quedó desnudo de creencias. El socialismo en teoría es bueno,
pero la práctica resultó fatídica"... ¿Y es en teoría bueno el
capitalismo? "Va a seguir fortaleciéndose". ¿Cómo lograr la
solidaridad que usted invoca en sus obras? Apaga el
cigarrillo, enciende uno nuevo y bebe otro sorbo de café...
"Muy difícil.

VIDA DE ARTISTA

Aunque la tarea sea titánica, a esa lucha Kingman ha dedicado
la vida. Esa fuerza vital, casi inconsciente "que no tiene
horario para actuar", que le impulsa a dibujar y pintar, le
acompaña desde la infancia. Cuentan que cuando los acreedores
de su madre se presentaron en Loja para comunicarle que debía
abandonar su casa, mientras el resto de la familia se
lamentaba con la situación, Eduardo de apenas 8 años dibujó la
escena deformando la cabeza del acreedor. Sin amargura,
recuerda que "por situaciones que no vienen al caso", los años
infantiles y la juventud fueron difíciles. Su padre, un médico
norteamericano que vino a trabajar a las minas de Portovelo,
se regresó enfermo a morir en su tierra. El lo recuerda poco.
Fue su madre quien tuvo que llevar adelante el hogar y esa
situación le significó salir de Loja, primero por algunos años
a Quito, luego a Guayaquil y más tarde volver a Quito.

Ese derrotero le hizo compenetrarse con la realidad del país.
En esos viajes iría formando su cultura humana, para
expresarla en arte, más tarde. Así por ejemplo, cuenta que en
su primer viaje a Guayaquil, quedó grabada en su memoria la
imagen de estos 6 u 8 individuos que cargaban sobre su espalda
pesados bultos. "El viaje era casi tenebroso y la imagen quedó
como una fotografía en el subconsciente". De esta experiencia
surgiría una de sus obras más famosas, Los Guandos, que se
encuentra en el Museo de la Casa de la Cultura en Quito.

Estudió en la Escuela de Bellas Artes en Quito, hasta tercer
año, y de ahí se trasladó a Guayaquil, donde entraría en
contacto con los grandes escritores de la época: Pareja
Diezcanseco, Gil Gilbert, de la Cuadra, Malta, entre otros.
Recuerda esos años de bohemia, como positivos: "La bohemia fue
muy estimulante. Entre copa y copa se discutía sobre el mundo,
los problemas del país, las corrientes filosóficas y se iba
creando un mundo rico, estimulante. Fue una de las mejores
etapas de mi vida".

Trabajó en ese entonces, como dibujante en el diario El
Universo, ganando 90 sucres mensuales. Más tarde regresaría a
Quito y luego de dos intentos, ganaría el Salón Mariano
Aguilera. A partir de entonces su carrera iría en ascenso.
Kingman reconoce en su arte la influencia de los grandes
muralistas mexicanos, principalmente, Diego Rivera, aunque
después desarrolla su propio estilo, inconfundible.

GUAYASAMIN Y KINGMAN

Otro pintor que tendría también, en su primera etapa,
influencia de los muralistas es Oswaldo Guayasamín, de quien
Kingman no se expresa bien. Al preguntarle sobre quién copió
las manos a quién, responde: "Está a la vista". Dice que no
recuerda por qué, exactamente se distanció de Guayasamín, pero
que él siempre ha sido contrario al "autoelogio", a montar
empresas para promoverse, llegando inclusive a lo servil,
haciendo retratos de las figuras políticas de la época,
Castro, Miterrand, González". Añade que "Guayasamín desde
muchacho fue vanidoso, con un afán de figurar casi enfermizo".
¿No viene el distanciamiento porque él fue a la Bienal de
Barcelona, cuando le correspondía ir a Ud. y esa Bienal
significó el despegue internacional de Guayasamín? "No.
Benjamín Carrión presionó a las autoridades para que vaya
Guayasamín y él fue tan ingrato y le pagó tan mal a Benjamín,
en la Casa de la Cultura. Nunca tuve afecto por Guayasamín,
porque nunca me gustó su actitud, su falta de principios, el
gran comercialismo de su arte. Hubo una época, en los años 50,
que empapeló el país con sus reproducciones. Un afán desmedido
por el dinero". Pero Kingman también ha hecho fortuna con su
pincel. "Lo que tengo ha venido de sí; no he tenido
pretensiones mayores. Soy un hombre desprendido". ¿Qué opina
del mural de Guayasamín? "Me parece un insulto a la historia
del país, porque ahí están nombres como Dolores Caguangua,
Miguel Lechón, junto a Juan Montalvo y otras figuras
verdaderamente importantes, sólo por ser comunistas". Pero,
Guayasamín debe haber hecho algo de bueno. "Claro, me gustan
mucho sus flores". ¿Tiene algún cuadro de Guayasamín? "Uno que
me regló en el año 49. Tengo cuadros de todos los pintores
nacionales. Tengo unas 250 obras de pintores jóvenes". ¿Y en
esos pintores jóvenes hay sucesores para los maestros Kingman
o Guayasamín? "Nuestra escuela tuvo su época"... ¿Y después de
su generación, la primacía le corresponde a Gonzalo Endara
Crow? "Lo he dicho públicamente. Endara es un pintor que solo
pinta en minga".

DURO OFICIO

Para Eduardo Kingman, la vida del artista en el Ecuador es muy
difícil. "No hay un mercado ni una acogida generosa. La gran
mayoría de artistas viven en situaciones penosas. No hay, en
el país, personas que puedan facilitar el trabajo del
artista". ¿Y qué se requiere para triunfar como artista? "Ser
honesto. Creer en lo que se hace y, pase lo que pase, ser fiel
a sus principios".

Y en 80 años, Kingman, el hombre y el artista han mantenido
intactos los ideales y los principios. Apura el último sorbo
de la cuarta taza de café expreso, apaga el cigarrillo y
concluye: "Sigo en el plano de soñar. Mantengo la búsqueda de
la justicia social y el respeto por la libertad. Aspiro a
terminar un cuadro muy grande, de varios paneles, que
abarcarán lo que ha acontecido en el siglo XX: las dos guerras
mundiales, la conquista del espacio, la caída del comunismo.
Será una especie de crucifixión, dos manos: al comienzo y al
final, porque por una razón u otra, en el mundo habrá siempre
una crucifixión".

*FUENTE: Texto tomado de VISTAZO (p.68-72)
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en Ciudad N/D

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