Quito. 19.06.93. (Editorial) Durante muchos años, la política
latinoamericana fue el arte de revender las mismas caras nuevas.
El negocio funcionó hasta hace poco, cuando, en algunos países,
la gente pensó que malo conocido es peor que dudoso por conocer.
Y empezaron las sorpresas.

Así, la era de los grandes caciques políticos está agonizando
rápidamente en América Latina ante el surgimiento de nuevos
líderes cuya característica más marcada es la de tener poco o
ningún pasado partidario.

El caso del abogado Ramiro de León, el nuevo mandatario de
Guatemala, es típico de esa tendencia. El llegó a la presidencia
justamente porque no era dirigente político o militar.

De León se tornó conocido y respetado por ser procurador de los
derechos humanos, un cargo por el que recibía un sueldo estatal y
por el que denunciaba atropellos del gobierno y de los socios de
este, los militares.

Días después del tumultuoso cambio de gobernante en Guatemala,
los bolivianos reforzaron en las urnas esa tendencia continental
al cambio. El virtual presidente de Bolivia, Gonzalo Sánchez de
Lozada, ganó gracias a su imagen de administrador eficiente.

Sánchez de Lozada derrotó al anciano y obstinado ex dictador Hugo
Bánzer, uno de los representantes más típicos de la vieja escuela
de autócratas de Bolivia.

El futuro vicepresidente boliviano también es una gran novedad en
la política latinoamericana. Por primera vez en el continente,
un indígena, el aymara Víctor Hugo Cárdenas, será sustituto del
jefe del ejecutivo y presidente del parlamento.

La posible gran sorpresa quizá suceda en el Salvador. Allí, el
Frente Farabundo Martí, ex guerrilla hoy vestida de traje y
corbata, someterá a sus candidatos presidenciales a un virtual
plebiscito, antes de la votación oficial, de marzo de 1994.

El Salvador podría ser el primer país latinoamericano donde un ex
guerrillero gobierne por el voto democrático. El nicaragüense
Daniel Ortega fue elegido presidente en 1984, pero había llegado
al poder en 1979, por las armas.

Los precursores de la nueva tendencia a rechazar militares y
caciques partidarios fueron el imprevisible Fernando Collor de
Mello, en Brasil, y el hijo de japoneses Alberto Fujimori, en
Perú.

El pionerismo no les cayó bien. Collor fue destituido por
corrupto, mientras Fujimori creó la moda del "autogolpe".
Los retos y trampas colocados ante los nuevos actores de la
política latinoamericana no se limitan a la corrupción o al
autoritarismo. Hay también una enorme expectativa de la sociedad
por resolver problemas que van desde la miseria hasta la pérdida
de rumbos políticos.

Es muy difícil la tarea de los nuevos gobernantes. Ya no se
trata solo de administrar crisis, sino, en casos como el de
Guatemala, de reconstruir el poder sobre nuevas bases,
redistribuir la escasa riqueza y restaurar la fe en la justicia y
en los derechos civiles.

La gran diferencia entre la nueva y la vieja generación de
presidentes es la participación de la sociedad civil. Antes, los
ciudadanos eran espectadores forzados a la pasividad. Ahora
empieza una era de participación, aún difusa pero palpable.

El surgimiento de una nueva generación de presidentes en América
Latina es, pues, consecuencia de esa mayor participación
ciudadana. Pero lo más novedoso de este proceso es que ocurre al
margen del "establishment" tradicional y fuera de los circuitos
convencionales de poder.

"Estamos asistiendo el despertar del Perú profundo", afirma el
antropólogo peruano Carlos Degregori, con una frase cuyo sentido
podría ser aplicado a otros países.

Las profundidades sociales de muchos países latinoamericanos,
ejemplificadas en los campesinos pobres, indígenas, negros,
informales, desempleados, desplazados y vecinos de barriadas,
empiezan a hacer ruido: confuso e indescifrado aún, pero sonoro.
(IPS) (4A)
EXPLORED
en Ciudad N/D

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