En caso de que me haya olvidado -y eso es posible, a medida que las protestas antibélicas aumentan- existe una poderosa razón para un "cambio de régimen en Iraq". Y más aún, se trata de una razón que debe atraer no solo a los halcones militaristas que siguen a Bush y a Blair, sino a los liberales cuyo corazón sangra por todas las causas justas. Aún más: una razón que debe unir a la opinión pública occidental y a todos aquellos que se preocupan por la brutal opresión en un país musulmán.
En este extraño momento, carente de atractivos históricos, un vigoroso argumento contra Saddam Hussein no está recibiendo ni una fracción del interés que merece. Por supuesto, el argumento se basa en las tres décadas y media de ataques contra el pueblo iraquí. Saddam ha empobrecido a su pueblo, lo ha masacrado, gaseado y torturado, enviado a la muerte a decenas de miles de ellos en guerras fútiles, reprimido, amordazado, y luego asesinado a algunos otros.
Saddam Hussein y su implacable banda de cómplices de su hogar ancestral en Takrit son criminales homicidas, y gracias a ellos Iraq es un infierno.
Esta verdad tan obvia no es menos verdadera porque hasta hace poco la hayamos ignorado. Y en ese ‘nosotros’ debe incluirse al Gobierno de Estados Unidos, quien hasta fecha reciente era un decidido partidario del ‘secular’ Saddam como contrapeso a los ‘fanáticos’ religiosos islámicos de la región.
Y tampoco deja de ser verdadero porque le conviene a la política del mundo musulmán denunciar al ‘matón global’ que se supone es los Estados Unidos, mientras tolera los monstruos demasiado reales en sus propias filas. Y tampoco deja de ser verdadero porque esa verdad esta siendo enterrada bajo la posición pobremente expresada por Estados Unidos, de que Saddam es una gran amenaza, no contra su propio pueblo, sino contra nosotros.
Los grupos opositores iraquíes en el exilio han tratado de llamar la atención de Occidente durante años. Sin embargo, hasta fecha reciente, la gente de Bush no les daba ni la hora, e incluso se formularon desagradables comentarios acerca del doctor Ahmed Chalabi, posiblemente el primer líder que gobernara un Iraq democrático.
Ahora existe un cambio en la posición de Washington. Muy bien. Tal vez resulte sospechoso el compromiso del eje Wolfowitz-Cheney-Rumsfeld para la creación y respaldo de un Irak libre y democrático, pero sigue siendo el más deseable de los objetivos.
Y esa es la parte que los liberales antibélicos no pueden ignorar. Todas las voces democráticas de Irak siguen existiendo. Y todos los líderes y dirigentes potenciales que han logrado sobrevivir están pidiendo, incluso rogando, por un cambio de régimen. Esperemos que la izquierda norteamericana y europea no cometa el error de oponerse con tanto brío a Bush que concluya dando la impresión de que respalda a Saddam Hussein, del mismo modo en que pareció preferir la continuación del gobierno de los talibanes en Afganistán a la intervención norteamericana en ese país.
Lamentablemente, el factor que complica las cosas es el instinto unilateralista del gobierno de Estados Unidos, que cree que tiene un derecho de prioridad a actuar. Eso ha enfurecido a muchos de sus aliados naturales. Una acción unilateral por parte de la única superpotencia del mundo luce como una cosa de matón porque, bueno, es una cosa de matón. Y la política de Estados Unidos de atacar primero puede, de ser aplicada, convertir a Estados Unidos en un sitio mucho menos seguro. Si Estados Unidos se reserva el derecho de atacar cualquier país cuyo Gobierno le disgusta, entonces aquellos a los que disgusta la existencia de Estados Unidos pueden verse obligados a devolver el cumplido. No es tan astuto como se piensa atacar primero.
También es muy sospechoso que el Gobierno norteamericano insista tanto en que su obsesión anti-Saddam forma parte de su guerra global contra el terror. Mientras Al-Qaida se reagrupa, atacando inocentes turistas en Bali y propalando nuevas amenazas, aquellos que respaldaron nuestra guerra contra Al-Qaida sienten que la iniciativa contra Iraq es una forma de cambiar el tema, al concentrarse en un enemigo que puede ser hallado y derrotado, en lugar de rastrear a los enemigos mas elusivos que estan realmente en guerra con Estados Unidos.
El vínculo entre Saddam y Al-Qaida sigue sin demostrarse, en tanto la presencia del liderazgo de Al-Qaida en Pakistán, y de los simpatizantes de Al-Qaida en los servicios de inteligencia de ese país es bien conocida. Y sin embargo, nadie esta hablando de atacar a Pakistán.
Tampoco inspira mucha confianza la vaguedad de Estados Unidos acerca de sus planes para Iraq tras el derrocamiento de Saddam, o su propia ‘estrategia de salida’. Sí, el Gobierno de Bush está hablando de democracia, pero, ¿tiene Estados Unidos realmente la decisión de (a) desmantelar el sistema de partido único del baathismo y (b) evitar la solución de un hombre fuerte en lugar de Saddam, que ha sido tan atractiva para estrategas norteamericanos en el pasado (‘nuestro hijo-de-perra’, como describió en una ocasión Roosevelt al dictador Anastasio Somoza en Nicaragua)
¿Tiene (c) el estómago para mantener las tropas en Iraq durante largo tiempo, posiblemente en grandes números, al estilo de Vietnam, talvez durante una generación, mientras la democracia arraiga en un país que carece de la experiencia de ella? No olvidemos que a eso se suman tendencias separatistas y divisiones internas.
¿Cómo (d) responderá a las acusaciones de que cualquier régimen apuntalado por el poderío bélico norteamericano, incluso uno democrático, será un títere de Estados Unidos? y (e) si Iraq comienza a desintegrarse durante una ocupación norteamericana ¿está la administración preparada para asumir la responsabilidad por ese fiasco?
Esas son algunas de las razones por las cuales yo, entre otros, no estamos convencidos del gran proyecto del presidente Bush contra Iraq. Pero, cuando escucho las voces iraquíes describiendo las innumerables atrocidades de Saddam, entonces me veo obligado a decir que, si tal como ahora parece factible, Estados Unidos y las Naciones Unidas se ponen de acuerdo en una nueva resolución sobre Irak; y si los inspectores retornan y, como es probable, Saddam vuelve a sus viejos trucos obstruccionistas; o si Iraq se niega a aceptar una nueva resolución de la ONU, entonces el resto del mundo podría dejar de estar sentado sobre sus manos y unirse a norteamericanos y británicos a fin de eliminar del planeta a este vil déspota y a su corte.
Pero debe decirse, sin embargo, y en alta voz, que la principal justificación para un cambio de régimen en Iraq es poner fin al horrendo y prolongado sufrimiento del pueblo iraquí, en tanto la remota posibilidad de un futuro ataque contra Estados Unidos por armas iraquíes es de importancia secundaria. Vale la pena luchar por una guerra de liberación. Pero no por la guerra que Estados Unidos intenta justificar en la actualidad.

(Salman Rushdie es autor de Los versos satánicos y de otras obras como Fury: A Novel y la colección de ensayos Step Across This Line).
EXPLORED
en Ciudad QUITO

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