UN HOMBRE QUE MIRABA CLARAMENTE A LOS OJOS Por Diego Araujo
Sánchez
Quito. 10.03.91. En 1991 se celebran 500 años del nacimiento
de Ignacio de Loyola y 45O de la fundación de su orden. Quien
gobierna la CompañÃa de Jesús ejerce la función de prepósito
general. Pero resulta más familiar la designación de Papa
Negro, que algo sugiere del poder e influencia universal del
jefe de los jesuitas.
El martes 5 de marzo murió en Roma Pedro Arrupe, una de las
grandes personalidades religiosas de nuestro tiempo.
Prepósito general o Papa Negro durante 18 años, Arrupe dirigió
la militante orden en uno de sus periodos más tormentosos.
La Iglesia Católica habÃa entrado, con el Vaticano II, en un
momento de profunda renovación. Entre muchos otros acelerados
cambios, la década de los sesenta vivÃa la crisis de la
modernidad, el indetenible proceso de secularización, la
teologÃa de la muerte de Dios, la gérminación de múltiples
utopÃas y transformaciones revolucionarias y los avances
espectaculares en la ciencia -empezaba la era espacial, de la
electrónica y de la ingenierÃa genética.
Algunas fotografÃas muestran el parecido entre los rostros de
Ignacio de Loyola y de Pedro Arrupe. Pero se revelan otros
rasgos comunes, más allá de cuanto pueden decir las fisonomÃas
y el férreo talante vasco de uno y otro: ambos actúan en
momentos de tránsito entre una época y otra; en los dos, lo
religioso no se reduce a un papel puramente contemplativo o
espiritualista, ni a ser sólo testimonio de la trascendecia de
una fe que rehúye mezclarse con lo "terreno". Los intentos de
insertar lo religioso en las peculiaridades de mundo en el que
viven parecen las más acusadas analogÃas entre Ignacio de
Loyola y su vigésimo octavo sucesor como superior general de
la orden.
"Era un hombre que miraba muy claramente a los ojos. Y era un
hombre que inspiraba una gran confianza. Era lo contrario de
lo que se puede decir de un jesuita: él no eludÃa ninguna
pregunta", me dice Federico Sanfeliú, jesuita español,
director del Departamento de Religión de la PUCE. Y agrega:
"Desde la cúpula de una orden religiosa, Arrupe participa en
el Concilio, toma en serio el diálogo de la Iglesia con el
mundo, y en ese diálogo fe-cultura descubre que los primeros
interlocutores deben ser los pobres, los marginados. Entonces
ve que la CompañÃa tiene que ser una opción preferencial de
entrega a los probres".
Entre Hiroshima y la crisis de los 60Pedro Arrupe nació en
Bilbao en 1907. Cuado estudiaba medicina en Madrid, abandonó
los últimos cursos de esa profesión para ingresar a la orden
jesuÃtica. No es ajena a su decisión la experiencia que vivió
al acercarse a barrios suburbanos de Madrid. Pero sin duda el
6 de agosto de 1945 dejará la mayor huella en su vida. Arrupe
estuvo en Hiroshima, a cargo del noviciado de la CompañÃa, y
fue testigo de la explosión atómica. Aquella experiencia la
narró muchas veces. Cuando Pedro Arrupe no era aún Papa Negro,
GarcÃa Márquez escuchó ese testimonio y lo recogió en alguna
de sus crónicas periodÃsticas. El dolor y las consecuencias
bárbaras y absurdas de la guerra se mostraron en llaga viva
entre los centenares de vÃctimas a las que brindara los
primeros auxilios médicos el padre Arrupe y en las 240.000
personas que murieron a consecuencia de la explosión
atómica.
Arrupe fue el primer provincial de la orden en Japón. Por ello
viajó a Roma para la elección de superior general. HabÃan
pasado 20 años desde su experiencia de Hiroshima. Arrupe fue
elegido para dirigir la orden. Desde entonces hasta 1981,
cuando sufrió una trombosis cerebral, no descansó en buscar
una orientación adecuada que permitiera responder a la
CompañÃa de Jesús a los retos de un mundo sin Dios y un mundo
sin justicia, que es otra forma de decir lo mismo.En opinión
de Federico San Feliú, "después de la Congregación general
XXXII,( reunión decisiva para concretar la nueva orientación
de la orden) Arrupe piensa que la CompañÃa debe contar sus
fuerzas, saber cuál es nuestro estado, dónde estamos, a dónque
queremos ir. Se necesita traducir de una manera más real
aquella opción preferencial por los probres y que nuestra
evangelización sea desde la fe y la justicia". Para Sanfeliú,
el tránsito de una CompañÃa instalada a una CompañÃa que sirva
a las opciones de la fe y la justicia producen fuertes
tensiones en la propia CompañÃa y en la Iglesia".
-¿Cómo se manifestaron esas tensiones en nuestro paÃs?- le
pregunto. Y él responde: "La CompañÃa en el Ecuador es la
provincia que numérica y proporcionalmente sufrió más ese
impacto". Atribuye tal hecho no sólo a la crisis eclesial y a
nueva tónica de la orden, sino a que en el paÃs la generación
más joven estaba estudiando en Europa y en norteamérica, y
junto a todo el tema del cambio de la CompañÃa, influyen allÃ
toda la telogÃa de la muerte de Dios. Entonces se produce una
crisis muy seria. Esta generación sufre el shock del futuro,
para decirlo con el tÃtulo de un famoso libro que Arrupe habÃa
recomendado leer. En el fondo aquel shock es la situación de
un mundo acelerado donde ya la persona apenas tiene unas
raÃces seguras. En esta generación la sÃntesis entre fe,
cultura, dedicación vocacional sufrió una terrible fisura.
Todo ello impidió mantener la unidad. La orden sufrió
innumerables desersiones. Muchos de los que salieron, opina
Sanfeliú, continúan siendo cristianos de primea lÃnea y en
vanguardia.
En opinión de otras personas consultadas sobre el tema, la
formación religiosa anterior al Vaticano II, en algunos casos,
indujo a muchos jóvenes que ni siquiera habÃan concluido el
colegio a elegir el sacerdocio. Cuando el Concilio revisa el
tema de la libertad de la opción religiosa, gentes que tenÃan
una formación excelente y se habÃan acercado a través de los
centros de estudio y acción social a la realidad de la pobreza
y la marginación, viven graves conflictos frente a la orden y
deciden dejarla.Una condecoración no ofical-Después del
gobierno de Arrupe ¿ha habido un repliegue?- pregunto a
Sanfeliú.- Pienso que la CompañÃa se ha renovado profundamente
en el mundo. Ahora formamos diferentemente a los jesuitas.
Creo que la CompañÃa esta en la vanguardia de la Iglesia -
hablo de la CompañÃa universal.
Y pienso que las heridas vienen precisamente por estar en esos
lugares. Por ello hay bajas internas y tensiones también
externas, con episcopados, con movimientos conservadores
dentro de la Iglesia.San Feliú me pone como ejemplo el caso de
Monseñor Romero y los jesuitas de la UCA, en el Salvador.
Romero fue un hombre profundamente cristiano y formado en la
adhesión a la Iglesia, al Papa, y por lo tanto, a él le
costaba al comienzo aceptar MedellÃn, Puebla y las opciones de
la Iglesia Latinoamericana. Una temporada como Obispo Auxiliar
de San Salvador atacó duramente a un grupo de jesuitas que
estaba en las vanguardias. Hasta que descubrió tras la muerte
de Rutilio Hernández, un jesuita, que aquel hombre apostólico
no fue un marxista ni un hombre peligroso, sino que fue un
hombre que amaba a la Iglesia y la querÃa renovar. Entonces,
ya arzobispo de San Salvador, Monseñor Romero trabajó con los
jesuitas en la profunda renovación de la pastoral de la
Iglesia salvadoreña. Resulta que los jesuitas de la UCA, a
quienes él muy fuertemente habÃa atacado, fueron sus grandes
consejeros: Ignacio EllacurÃa y sus hermanos que murieron
después asesinados. Sanfeliú piensa que los jesuitas están en
la lÃneas de una renovación profunda. En América Latina, el
balance que establece es positivo cuando habla de
Centroamérica, y paÃses como Chile y Bolivia o de miembros de
la orden que han dado un aporte sustancial a la TeologÃa de la
Liberación como Ignacio EllacurrÃa, Juan Luis Segundo, John
Sobrino, Ricardo Antoncich. O cuando se refiere a obras
concretas, como la de Fe y AlegrÃa, el gran impulso educativo
en beneficios de sectores marginales. O cuando habla de
universidades y colegios creativos y renovadores en donde los
jesuitas se hallan a la vanguardia.
Frente a todo ello, no deja de llamar la atención la
situación de la orden en el Ecuador. Sanfeliú reconoce que el
desangre que vivió en las décadas pasadas afectó a la
provincia. Pero comenta que, ahora, una tercera parte de sus
miembros son jóvenes en formación, y en ello pone él las más
renovadas esperanzas. Cuando Pedro Arrupe estuvo en el
Ecuador, en 1971, el gobernante de la época, antiguo alumno
jesuita, quiso condecorarlo. El superior general se negó a
recibir esa distinción oficial. Aceptó, sin embargo, un carnet
de manos de un un joven del Centro del Muchacho Trabajador.
Era un lustrabotas que, al entregar el carnet al padre Arrupe,
leyó las reglas del Centro: "A los socios que usen palabrotas
con frecuencia se les retirará el carnet. Puede ser retirado
también por mal comportamiento en el centro, en las plazas y
en las calles..." El padre Arrupe conservó siempre su carnet.
(C-2).