Aunque pocos han advertido el fenómeno, acaba de producirse una revolución social comparable a la caída del sistema sudafricano de segregación racial, apartheid, en Bolivia, el país con la mayor -y probablemente menos integrada- población indígena de América Latina. Según los resultados finales de las elecciones presidenciales del 30 de junio en Bolivia, el líder de los campesinos indígenas cultivadores de coca, Evo Morales, de 42 años, terminó en un inesperado segundo lugar, apenas un 2% del voto detrás del ex presidente Gonzalo Sánchez de Lozada. La votación ahora irá al Congreso, que tendrá que elegir a uno de los dos a principios de agosto.
Los analistas políticos coinciden en que Sánchez de Lozada será el próximo presidente. Sin embargo, Morales -un descendiente de indígenas quechuas y aymaras- se constituirá en una formidable fuerza opositora: controlará el segundo mayor bloque parlamentario, y seguirá siendo el líder de los campesinos cocaleros y los movimientos globafóbicos que han paralizado al país en el pasado con sus protestas callejeras.
Tras el resultado electoral, está en duda si el próximo presidente de Bolivia podrá continuar promoviendo las reformas de libre mercado y los programas de erradicación de cultivos ilegales apoyados por Estados Unidos sin llegar a una especie de tregua con Morales.
La buena noticia es que los nuevos resultados electorales representan el fin de la segregación racial que ha caracterizado al sistema político boliviano. Imagínense: el 70% de la población boliviana es indígena, pero el Congreso nacional de 131 legisladores apenas tiene un 10% de diputados indígenas. Ahora, por la fragmentación del voto entre varios partidos políticos, los indígenas de Bolivia controlarán el 30% del Congreso, y prácticamente tendrán poder de veto sobre los principales proyectos legislativos.
"En Bolivia hemos tenido de facto un "apartheid", me dijo Ronald MacLean, ex candidato presidencial y cuatro veces alcalde de La Paz. "Lo que sucedió esta semana era un avance importante, porque la representación en el Parlamento reflejará mejor a la Bolivia real".
Hubo gobiernos bolivianos que nombraron a indígenas en puestos de poder, como cuando Sánchez Lozada nombró a Víctor Hugo Cárdenas vicepresidente a principios de 1990, pero dichos nombramientos fueron en su mayoría simbólicos. Hasta ahora, los indígenas nunca habían tenido un candidato presidencial que lograra tantos votos como Morales.
Es cierto que las credenciales democráticas de Morales son dudosas, y que su pensamiento político es una receta para el colapso económico. Entrevisté a Morales por teléfono esta semana, y me dio la impresión de ser un hombre que cree sinceramente en los viejos dogmas de la izquierda marxista que han demostrado ser un desastre -tanto para los ricos como para los pobres- en los países donde fueron puestos en práctica.
Morales todavía admira a la dictadura cubana, y ha dicho apenas la semana pasada que "en América Latina debemos construir varias Cubas para librarnos del imperialismo norteamericano".
Pero Cuba es un régimen policial, que para mal de males ha masificado la pobreza, le repliqué. Morales contestó, como en piloto automático, que "es importante que los pueblos de América Latina se liberen, que luchen por su libertad, por su dignidad, y por su soberanía".
El líder cocalero me dijo que, de ser elegido presidente, echaría a la DEA de Bolivia, pero negó que cerraría la embajada de Estados Unidos. También me dijo que nacionalizaría los principales servicios públicos. "El petróleo, el gas, tienen que volver a manos de los bolivianos", dijo.
Lo bueno es que Morales, al contrario de lo que señalan reportes de prensa, en el sentido de que llevaría su protesta a las calles de no ser elegido presidente por el Congreso, dijo que luchará por sus ideales desde la legislatura.
"Vamos a seguir en la oposición desde el Parlamento, buscando soluciones pacíficas, vigilando que se aprueben leyes para el pueblo, y no leyes para la oligarquía ni para la pequeña clase dominante", dijo a su debido tiempo Evo Morales.
Entonces, ¿su protesta sería desde el Parlamento, no en las calles?, repetí, para asegurarme de que entendió mi pregunta. "No, desde el Parlamento", repitió. Al igual que la mayoría de analistas políticos, MacLean, el ex alcalde de La Paz, piensa que Morales da señales contradictorias, dependiendo de con quién habla, sobre si se manejará dentro del esquema democrático o seguirá considerando llegar al poder a través de la violencia.
"La gran habilidad de la clase política debería ser ayudarlo a dar el paso democrático, y no empezar a mostrarlo como un Usama Ben Laden local", dijo MacLean.
Estoy de acuerdo. Morales y sus seguidores indígenas han logrado entrar al escenario político nacional a través de las protestas violentas, un discurso anticapitalista prehistórico y el dinero de los cocaleros. Pero el lado positivo de la historia es que han llegado a posiciones de poder a través del voto, y no a través de la lucha armada. A largo plazo, con un poco de suerte, podría resultar una necesaria -y saludable- transición a la democracia representativa.

Corresponsal extranjero y columnista de The Miami Herald y El Nuevo Herald (c) 2001 El Nuevo Herald. Dist. por Los Angeles Times Syndicate International
EXPLORED
en Autor: Andrés Oppenheimer - Ciudad Quito

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