En El Quijote se cuenta la aventura de los rebuznos. Al regidor de un pueblo se le pierde un asno. Otra autoridad llega con la noticia de que avistó al animal en el campo. Ambos deciden ir en busca del burro pero, como no lo encuentran, imaginan un arbitrio para atraerlo: imitar cada uno por su lado los rebuznos, a la espera de que la respuesta los guÃe hacia el asno extraviado. Cuando comienzan la tarea, cada uno rebuzna con tanta gracia y maestrÃa que confunde al otro. Recorren los dos todo el paraje hasta que dan con los restos del animal, devorado por las fieras, en un descampado. Lo más gracioso del episodio proviene de las recÃprocas alabanzas de los regidores al ponderar la calidad y virtudes de sus rebuznos. Cuando regresan al pueblo, cuentan su aventura, exagerándola. Pero el diablo, que se entretiene en jugar malas pasadas, lleva la historia al pueblo vecino y los habitantes de este, por burlarse de los primeros, reproducen un sonoro rebuzno cada vez que los hallan. La mofa enardece los ánimos de los dos pueblos y los impulsa a que, con arrestos de causarse el mayor daño posible, se pongan en pie de guerra y se movilicen para enfrentarse por motivo de los rebuznos.
He recordado el episodio de la novela de Cervantes a propósito de la pelea del prefecto de Pichincha y las autoridades de Esmeraldas por atribuirse la jurisdicción de La Concordia. Que en un paÃs se disputen dos provincias la competencia administrativa de una localidad es una ridiculez equiparable a la pelea de los rebuznos. Ponerse en pie de guerra y movilizar a centenares de pobladores para presionar al Congreso, los unos, por una resolución favorable, e intentar los otros cerrar el paso al ingreso y la marcha a Quito es un disparate tan sin sentido como el de los rebuznos.
El incidente es solo un ejemplo del manejo de los dirigentes por el que tanto se ha desprestigiado la polÃtica en el paÃs: las disputas absurdas y ridÃculas.
El problema es que estas acciones no son gratuitas. Los grupos puestos en pie de guerra por autoridades irresponsables e intereses mezquinos amenazan con dejar al paÃs sin el servicio de la refinerÃa petrolera. Atizados por los dirigentes, los pobladores abren zanjas en las carreteras, paralizan la provincia e impiden el ingreso de turistas, de los que vive la frágil economÃa de la zona; con la medida, provocan daño y escasez en la propia provincia, pero, con solemnidad patriotera, prometen llegar "hasta las últimas consecuencias..." Mientras tanto, nada dicen del abandono y la carencia de servicios básicos de La Concordia y los demás pueblos; tampoco del crónico saqueo de los fondos públicos por parte de los caciques que se apoderan de los gobiernos locales, ni de tantos corruptos que se cargan con el santo y la limosna...
¿Qué esperan el MPD, los bucaramistas y socialcristianos con la anexión de La Concordia a Esmeraldas? ¿Vale tanto aumentar su representación en la Legislatura y un Municipio más para su botÃn polÃtico como para armar tan desproporcionado zafarrancho?
El incidente ilustra la falta de horizontes y los extremos ridÃculos con los que se mueven ciertos polÃticos. Atrapados por esas prácticas, los ciudadanos pierden energÃas, recursos y fe en una actividad pública, que atiza enfrentamientos de rebuznos.