Quito. 01.04.93. Nació hace 35 años gracias a la promesa
desesperada de un sacerdote

Un quince por ciento de los cucuruchos de la procesión son
mujeres.

Es un mito la idea de que los penitentes de Semana Santa sean
exclusivamente gente humilde. "A veces no se puede creer la gente
que está detrás de esas capuchas lilas".

Todo empezó hace 35 años. El padre Francisco Fernández, de la
comunidad franciscana de Quito, había hecho la promesa de hacer
una inmensa procesión, si los santos a los que él había rogado
sanaban a una amiga suya que sufría de cáncer.

El sacerdote rezó e hizo promesas durante largo tiempo, pero la
enfermedad no se detenía. Entonces, el padre Fernández juró que
la procesión concentraría a cientos de personas de todo el país,
y prometió además que esta ceremonia de acción de gracias se
repetiría anualmente, todos los viernes de Semana Santa.

Un buen día le informaron que su amiga había mejorado, y que el
cáncer casi había desaparecido. Fue así que en abril de 1957, el
padre Fernández, junto a otros dos sacerdotes franciscanos,
decidieron llevar a cabo la procesión de Semana Santa, que hasta
hoy se prepara dentro del convento de la Iglesia de San
Francisco.

EL PRIMER AÑO

El primer año hubo poca gente. Los padres franciscanos habían
mandado a confeccionar cerca de cien vestidos largos y obscuros;
trajes de penitentes con grandes capuchas, tras las cuales se
escondían los piadosos que deseaban dar gracias a Dios por algún
favor concedido, o lavar el pecado por medio del sacrificio.

Año tras año la procesión se repitió, y después de la muerte del
padre Fernández, este acto de fe ya había pasado a ser una
tradición para la comunidad.

En un principio solo participaban los encapuchados que caminaban
descalzos durante horas, acompañados de los cargadores de las
andas de Jesús del Gran Poder y la Virgen María.

Después se sumaron las Verónicas, varios Jesucristos, e incluso
cualquier caminante que quería acompañar la peregrinación. Así,
año a año la plaza de San Francisco -de donde parte la procesión-
se fue llenando de gente.

MAS POR FE QUE POR TRADICION

La tradición de Semana Santa persiste hasta hoy. A principios de
cada año los padres franciscanos empiezan a organizar la
procesión. Durante los primeros días del mes de febrero se
convoca a la gente, que llega a inscribirse a la Iglesia de San
Francisco desde todos los rincones del país.

Las inscripciones terminan un par de semanas antes de la
caminata. Entonces, dos sacerdotes de la Iglesia de San
Francisco, además de una persona de la parroquia, preparan los
vestidos, y organizan la lista de los participantes, que por
decisión personal se visten de cucuruchos, o cualquier otro
personaje que prefieran.

Tres días antes de la procesión los franciscanos convocan a los
inscritos a dos días de retiro, que tienen lugar en el convento
de la iglesia. Los participantes que vienen de provincia
permanecen alojados en los cuartos del convento de San Francisco.

Durante las cuatro horas diarias que dura el retiro, los
personajes de la procesión de Semana Santa meditan, reciben
charlas y confiesan sus pecados. El objetivo es que la gente esté
consciente de lo que va hacer, y que se sienta limpia antes de
iniciar la peregrinación.

En las reuniones no se habla solo de la Biblia. Los organizadores
han preferido centrar sus charlas en lo que es el comportamiento
humano, la vida en familia, el trabajo, y las vivencias terrenas
proyectadas hacia Dios.

Con esta metodología, los organizadores de la peregrinación -que
este año además de ser religiosos son psicólogos- proyectan
películas, e intentan que el rito de Semana Santa no se de solo
por tradición, sino sobre todo por fe.

Un día antes de la peregrinación los cucuruchos reciben los
vestidos, y el viernes madrugan a preparse en el Colegio San
Andrés, donde se reúnen, en silencio, cientos de creyentes.

DETRAS DE LOS CUCURUCHOS...

Según nos cuenta uno de los organizadores de este año, la mayoría
de los penitentes son quiteños, pero se nota una gran afluencia
de azuayos, cañarenses, y también gente de la costa.

Anualmente participan cerca de dos mil personas. Este año son un
poco menos de 1.000 cucuruchos, de los cuales un 15 por ciento
son mujeres. Además participan más de 20 Verónicas que se
preparan junto a las monjas de la iglesia de Cantuña; los
cargadores de las andas, una docena de Jesucristos, Marías, y
Marías Magdalenas, entre otros personajes.

Los organizadores también nos confiesan que es un mito la idea de
que los penitentes de Semana Santa sean exclusivamente gente
humilde. "A veces no se puede creer la gente que está detrás de
esas capuchas lilas", dice un trabajador de la Iglesia de San
Francisco, que junto con los sacerdotes viene organizando la
peregrinación durante años.

Al parecer, entre las personas que se inscriben anualmente están
obreros, carpinteros, lavanderas y empleadas domésticas; pero
también hay abogados, médicos, psicólogos, y un buen número de
sacerdotes de todas las comunidades; así como religiosas,
ancianos, extranjeros y unos cuantos niños.

Muchos ya han perdido la cuenta de las veces que han participado.
"Talvez son 20, o 25 años que me visto de cucurucho y camino las
seis horas que dura la peregrinación" dice José, un carpintero
que fabricó hace tiempo su propia cruz, lo más pesada posible,
para que su sacrificio tenga sentido.

Otros se inician este año. Es el caso de Magdalena, una joven
psicóloga que caminará para agradecer la salud de su hijo,
restablecido después de un terrible accidente.

Todos tienen un motivo personal para participar en la
peregrinación. Unos simplemente fe, otros un sacrificio por
pecados cometidos. Algunos agradecen, y otros piden favores
especiales.

Son gente de todo el país. Jóvenes y viejos, hombres y mujeres
creyentes que saldrán de la iglesia de San Francisco y caminarán
durante horas en nombre de la fe.
EXPLORED
en Ciudad N/D

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