Quito. 23 ago 99. Estas son historias reales de quienes se
atrevieron a dejar el país. La mayoría ha tenido relativa suerte
y sus relatos no son tan tristes, quizás como los de aquellos que
nos negaron sus versiones, por correr el riesgo de ser deportados
al país

Cartas a Ecuador

"Ginebra, 29 de junio de 1999... cuando son las 15H00 escribo
esta carta esperando que se encuentren bien", dice la primera
carta que mandó Diego Mosquera a su familia. Diego tiene 26 años
de edad y se graduó en Administración de Empresas junto con
Elena, su enamorada. A partir de entonces comenzó a trabajar como
chofer de un bus de propiedad de su padre, y luego fue aceptado
como chofer del trolebús en Quito. Pero su enamorada partió
pronto hacia Europa.

Él sentía que debía ir tras ella, pero para eso necesitaba
dinero. Sus padres hicieron un préstamo de 15 millones de sucres
para que Diego pueda viajar hacia Suiza.

Su enamorada ya lo había instruido sobre los obstáculos a superar
y fue así que Diego logró llegar a Ginebra. A una semana de su
llegada, él ya mandó la primera remesa para el pago del préstamo.


Dice en su carta: "Estamos adaptándonos al modo de vida de acá,
no se les entiende nada pero bueno... Óscar trabaja en un
restaurante y yo trabajé por tres días en mudanzas a 130 francos
(997 mil sucres) por día, reuní 495 francos en cuatro días...
Elena está muy bien, me despido por siempre su hijo y hermano
Diego".

Elizabeth Véliz de Faggioni trabajaba como profesora de inglés
en el Colegio Nuevo Mundo. Hace poco decidió irse con su pequeño
hijo Jorge Andrés a probar suerte en los Estados Unidos, pues los
negocios de su familia ya no marchaban tan bien como antes. En
cuanto llegó a Nueva York fue contratada como recepcionista en
la compañía de modas llamada Etienne Aigner. En una carta enviada
a una amiga, Elizabeth piensa que está tomando esta oportunidad
como una forma de aprender algo más y de progresar: "No me veo
en esto por mucho tiempo, porque aquí las compañías dan muchas
oportunidades para crecer". En cuanto a Jorge Andrés, también
cree que está aprendiendo una barbaridad, "cuando regresemos,
será un completo gringo".

Sus padres también se fueron y muy pronto adquirieron una casa
en Long Island. "Los días pasan tan rápido aquí que no puedo
creer que ya llevo dos meses y medio en este país", escribe
Elizabeth.

Familias rotas

Daniel Burgos tiene 22 años y estudia-ba Economía en la
Universidad Católica de Santiago de Guayaquil. Hace tres meses
sus padres consideraron que tendría un mejor futuro fuera de este
país, por lo que lo enviaron a Miami, Estados Unidos. De
inmediato, Daniel se dio cuenta de que la vida allá es más dura,
pues debía trabajar en un centro comercial para pagar su propio
departamento y dejar su ritmo de vida y diversiones al que estaba
acostumbrado acá. El tiempo ya no le alcanzaba para ello, pues
pronto comenzó a tomar cursos para perfeccionar su inglés e
ingresó al U.S. Army.

En poco tiempo continuará su carrera universitaria para llegar
a ser un economista, pero Daniel piensa volver de una u otra
manera. A través del correo electrónico aseguró que lo primero
que compró fue su pasaje de regreso a Ecuador, pues extraña mucho
a sus amigos.


Angela Calderón Benítez, de 34 años de edad, desempleada, se fue
a Turín el siete de julio del presente año invitada por una amiga
que le facilitó los dólares con los que debía ingresar a ese
país. La crisis que se produjo en Ecuador y un problema
sentimental con su cónyuge, la hicieron buscar nuevos horizontes
para su vida. El sacrificio de esa travesía es sin duda haber
dejado a su hija de 12 años de edad.

Su esposo, Manuel Brito, de quien estaba separada, no puede
precisar el tipo de trabajo que hace. Solo sabe que fue a probar
suerte. " La extraño y sé que su intención de trabajar ha sido
buena, pero mi trabajo no da para mantener la familia entera.
Creo que la distancia me ha hecho recapacitar en que nunca la
supe apreciar como merecía", dice con tristeza.

El esposo se desempeña como administrador de una compañía
lavadora de carros. Dice que ahora se dedica a leer el evangelio
y a sacar a pasear a su hija, a fin de que no sienta tanto la
ausencia de su madre. "Creo que he perdido a mi mujer y si ella
no regresa, terminaré también partiendo a trabajar a los Estados
Unidos".

Zoila Mireya Angulo González. Su esposo Jorge viajaba a diario
entre Milagro y Babahoyo para trabajar en una pequeña empresa
fluminense. Los ingresos familiares eran bajos para mantener los
tres hijos cuya educación demandaba cada día mayores sacrificios.
Fue entonces, en 1990 que Jorge decidió marcharse a Italia. Fue
uno de los primeros migrantes ecuatorianos a Europa.

Cuatro años después se marchó Zoila Angulo dejando a sus hijos
al cuidado de la abuela. Ellos viven en Darfo Boario Terme, una
pequeña ciudad a dos horas de Milán. Ella trabaja en un asilo de
ancianos y su esposo en una compañía de servicios generales.
Desde allá, mensualmente envían dinero para sus hijos y hermanos
quienes siguen residiendo en Milagro. La situación económica de
la familia ha mejorado y también la hija mayor, Zulami de 18
años, piensa viajar en septiembre para estudiar y trabajar en
Italia.

Cuidadores de almas

Joven, ambiciosa y pobre. Fátima Mite Lucero, de 24 años, cumple
tres de los principales requisitos que se necesitan para
emprender la aventura en Europa. Desde los 18, Fátima trabajó con
la mira puesta en reunir dinero para los pasajes al viejo
continente. Apenas lo consiguió, tramitó su pasaporte y viajó,
en abril de 1998. Ella no necesitó la ayuda de los "coyotes",
pues su vuelo iba directo a Amsterdan, Holanda y la intención
inicial era quedarse en Zurich, Suiza. Eso no fue posible por la
escasez de ofertas de trabajo. Siguió con su rumbo hasta Italia
y fue en Milán donde a los tres meses de llegada, logró conseguir
una "nona" -o una señora de avanzada edad- a quien cuida. No es
tan malo. Con la "nona", Fátima ha recorrido Francia y España en
vacaciones. Su sueldo pasa los 1.000 dólares mensuales.
Suficiente para enviar por lo menos la mitad mensualmente al
Ecuador, en donde su madre, una costurera con un ingreso mensual
de un millón de sucres, los espera con gratitud.

Los primeros meses fueron los de la nostalgia. Ahora, tanto madre
e hija coinciden en que la situación del país no da espacio para
los sentimientos. Por eso, la intención inmediata de Fátima es
reunir dinero para que su madre también pueda viajar.

Han pasado casi seis años desde que Rossi Delgado Loor, 39 años,
decidió dejar el país y probar suerte como emigrante en Milán,
Italia. Viajó junto a unas amigas, sin un trabajo que la esperara
allá, pero con mucha esperanza. "Estaba soltera no tenía
compromiso ni hijos, así que no tenía mucho que perder", cuenta
Rossi. Ella había trabajado en Ecuador como secretaria de una
compañía importadora de mármol italiano, y aunque nunca llegó a
recibir su título, había completado sus estudios universitarios
de publicidad.

Pero, aunque "al principio fue duro", ella ha logrado sentar sus
bases en Milán, donde trabaja hace cinco años al cuidado de dos
niños, empleo con el que dice sentirse muy feliz, porque cuenta
no solo con salario adecuado, sino con un horario cómodo y el
cariño de sus jefes. Paralelamente "aunque no estaba dentro de
mis planes", Rossi conoció a Geovanny Mori, un italiano con quien
está actualmente casada y forma un hogar estable junto a la hija
de ambos Ceola de dos años de edad.

Pero Rossi aún recuerda su soledad.

Cuando ingresó a estudiar medicina en la Universidad de
Guayaquil, su madre se marchó a Italia con la esperanza de buscar
en otro continente una estabilidad económica para el hogar.
Elizabeth Palma Murillo lo comprendió, lo aceptó y solo esperaba
unirse con su madre en el menor tiempo posible.

Elizabeth, quien en 1994 fue proclamada reina de las bodas de oro
del colegio fiscal Aguirre Abad, aprobó tres años de medicina
antes de que su madre le diera la noticia de que sus pasajes
estaban listos y que su futuro estaba en el viejo continente.
Llegó a Génova en el verano de 1996 y luego de un corto período
de adaptación consiguió trabajo como enfermera de una señora de
avanzada edad que posee un título nobiliario. En los tres años
que lleva en Italia, no ha podido continuar sus estudios, pero
sí se ha dado tiempo para recorrer algunos países europeos en sus
días de descanso. La parte dura de la vida de los migrantes la
sufrió su madre, cuando decidió aventurar sola en tierras
extrañas. Actualmente, su hermana menor también ha viajado y el
dinero ganado lo han invertido en la manutención de su familia
en Milagro y en la reconstrucción de su vivienda en esa misma
ciudad. Los que quedaron esperan volverlos a ver en diciembre de
este año en que han anunciado una visita.

De regreso a casa

Elena Pilar es soltera, tiene 24 años de edad y se graduó hace
tres años de administradora de empresas en un instituto de la
capital. Lamentablemente, su sueldo de contadora en un instituto
de radiología era apenas un poco más de un millón de sucres.

A raíz de la crisis económica desatada en marzo, un compañero de
clase de Elena viajó hacia Suiza en busca de mejores
oportunidades de trabajo y tuvo buen resultado. Esto la motivó
a pensar en armar maletas y viajar también a Suiza.

El pasaje le costó casi mil dólares y tenía que llevar por lo
menos dos mil más como "bolsa de viaje", que es el dinero que
normalmente llevaría un turista y que lo revisan en los
aeropuertos de Europa.

En mayo Elena viajó a Francia. La policía de migración del lugar
detenía a todo latino posible con el fin de interrogarlos sobre
los motivos de su visita.

Finalmente pudo tomar un tren hacia Ginebra donde la esperaba su
amigo Óscar. Al momento está trabajando como niñera de una
pequeña de cuatro años de edad y posiblemente le salga un trabajo
"puertas adentro" en el que recibiría unos 1.800 francos al mes,
esto es un poco más de 13 millones de sucres, o sea 11 veces más
de lo que ganaba en Ecuador.


Patricia Aguilar es casada y tiene dos hijas. Su esposo es chofer
y viven en una pequeña casa cerca de Sangolquí. Patricia tiene
familia en Barcelona, España y desde hace mucho tiempo le decían
que se vaya para tratar de buscar un trabajo que sin duda le
resultaría mejor.

Entonces Patricia decidió arreglar sus maletas y en cuestión de
una semana viajar. Salió el 19 de abril llevando tres mil dólares
para mostrar a los "pescadores de inmigrantes".

Patricia tuvo suerte para conseguir empleo. A la semana la
organización no gubernamental Caritas, le consiguió trabajo en
una casa por el que recibía como 85 mil pesetas, unos cinco
millones y medio de sucres. Sin embargo, para Patricia, pese a
que la situación económica allá es mucho mejor que acá "lo más
grave es alejarse de la familia sólo por unos cuantos sucres más.
Nunca pensé que iba a sumirme en la depresión más grande de mi
vida pues comencé a extrañar a mi familia y los llamaba casi
todos los días. Esto me acabó emocionalmente". Estuvo apenas dos
meses allá y no lo soportó, por lo que decidió regresar al
Ecuador y no volver a salir del país si no es con su familia.


Cuando ya parecía haber cumplido su sueño español, Karina Betsabé
Merello Bayas, que hace dos años viajó a Madrid en busca de un
trabajo, perdió la vida al contraer meningitis. Ahora, debido a
los altos costos del traslado de su cadáver, sus familiares
pudieron traer de retorno al país únicamente sus cenizas.

Radicada en Fuenlabrada, un pueblo cercano a Madrid, donde
trabajó como encargada de la contabilidad de una compañía
expendedora de frutas, luego de permanecer dos años en España
había conseguido su carnet de residente y vivía con sus primos.

Su última llamada a Ecuador fue el 23 de julio, pidiendo que
alisten los documentos de su hermano, porque ya le tenía un
trabajo fijo. Tres días después, por un raro dolor en el estómago
hubo que ingresarla al hospital de Móstoles. Los análisis médicos
comprobaron la gravedad de su salud, su cuerpo se empezó a
hinchar y en menos de 12 horas falleció a causa de meningitis.

Era huérfana de padre y vivía con sus abuelos en el suburbio
oeste de Guayaquil. Se había graduado en el Colegio Dolores
Sucre, aprendió inglés, para un tiempo después graduarse de
técnica en computación.

Su tío Miguel Bayas fue quien trajo las cenizas de Karina al
país.

Cecilia Rodríguez González, soltera de 46 años, es una cortadora
profesional a quien trabajo nunca le faltó. Pero debido a la
fuerte crisis económica, decidió, a principios de año, salir del
país con el único objetivo de probar suerte.

Con sus pocos ahorros viajó a Barcelona, España, donde fue
recibida en la casa de unas amigas; rápidamente encontró trabajo
en una de las fábricas de confección del diseñador Massimo Dotti,
muy conocido en Europa, en donde trabajaba alrededor de 11 horas
diarias. Si bien en su permanencia no tuvo mayores percances,
afirma que la gente en el exterior cambia mucho, como si perdiera
la humanidad. Cecilia recuerda que "las familias migrantes,
principalmente latinas, comparten departamentos que suelen
superar las 10 personas". Todas esas cosas acabaron con su deseo
de permanecer en Barcelona, a pesar de que en su trabajo le
pidieron que no se fuera. "No obstante los buenos ingresos
económicos que se pueden lograr en el exterior, creo que es un
error venderlo todo, para salir del país y llevar una vida
indigna".

Cecilia regresó sin muchos ahorros desde España, pero afirma que
se siente feliz en el país, a pesar de la fuerte crisis por la
que atravesamos.

"Los migrantes latinos comparten sus departamentos con más de 10
personas. Es una situación indigna". (Texto tomado de la Revista
Vistazo)
EXPLORED
en Ciudad Quito

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