Guayaquil. 05.09.93. Cuando los países desarrollados mantienen
una lucha sin cuartel contra la considerada plaga del siglo
XX, el Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida (SIDA), los
países del Tercer Mundo tienen un mal añadido en la malaria,
enfermedad contra la que tiene que luchar con igual
intensidad.

Mientras las cifras del SIDA crecen y crecen de manera
alarmante, los números que hacen referencia a la malaria no se
queda atrás. Esta enfermedad la padecen trescientos millones
de personas en el mundo y es causa directa de la muerte de dos
millones y medio de individuos al año, según datos de la
Organización Mundial de la Salud (OMS).

El informe de la OMS también indica que la enfermedad ataca
principalmente a niños, de los cuales un millón muere sólo en
el Continente Negro; además afecta directamente a mujeres en
estado de gestación y provoca malformaciones en el feto o
abortos.

Dentro de la serie de afecciones tropicales parece que la
malaria, también conocida como paludismo, encabeza la lista de
las enfermedades infecciosas. Si nos remontásemos a la
etimología latina de estas dos palabras, sólo obtendríamos una
respuesta parcial a la procedencia de la enfermedad.

Paludismo obtiene su raíz del latín palus: charca, pantano,
aguas estancadas. Y el origen de malaria: aires malsanos. de
ahí la creencia de que la epidemia provenía de los aires
fétidos de las aguas pantanosas.

Científicamente se ha demostrado que el causante de la malaria
es la hembra del mosquito anopheles, ya que, a diferencia del
macho que se nutre del jugo de las plantas, ella necesita la
sangre como fuente proteínica. Al picar a su víctima rompe la
piel y los vasos sanguíneos para succionar el fluido, a través
de la sangre, el parásito inoculado se deposita en su hígado y
se desarrolla durante una o dos semanas. Pasado este período
las células infectadas se rompen y liberan muchos más
parásitos en el torrente sanguíneo. Estos invaden y devoran
los glóbulos rojos. Cuando la célula, una vez destruida,
estalla, otros parásitos atacan a nuevos glóbulos.

Patrimonio de las zonas más deprimidas

Esta enfermedad se manifiesta durante varias semanas con
períodos febriles, intercalados con la desaparición de las
altas temperaturas. En esta etapa aparecen anemias pudiendo,
en los casos más graves, llegar al estado de coma, o incluso
producir la muerte, con lo que tenemos casos benignos y otros
malignos.

El parásito depositado por el mosquito con su picadura, fue
descubierto en 1880 en Argelia, por el médico francés Alphonse
Laveran. En 1897, su colega británico sir Ronald Ross
identificó, junto con otros científicos, el mosquito
trasmisor.

Actualmente se registran en el mundo cien millones de nuevos
casos de malaria cada año -según datos de la OMS en 1992- y,
aunque ciertas zonas de Oceanía, Asia y América Latina están
englobadas en estas cifras -casi nunca en los grandes núcleos
urbanos-, es Africa el continente más castigado, en donde se
cree que se localiza el 90% de los enfermos.

Aproximadamente quinientos millones de personas, según los
datos registrados en la OMS, viven en países donde nunca se
han llevado a cabo programas de lucha contra la malaria, por
lo que la situación se mantiene estable desde hace decenios.

La malaria dificulta el desarrollo de los países que la
sufren, lo que contribuye a su pobreza y miseria, ya que
afecta a personas en edad productiva y les impide desarrollar
sus trabajos. Este hecho conduce a una falta de alimentos y al
encarecimiento de los pocos que existen, repercutiendo sobre
los grupos de población más débiles. EL hambre y la
desnutrición generan el desarrollo de la enfermedad, y
conducen a otras enfermedades de tipo infeccioso.

En América, las zonas más castigadas por la malaria son: Costa
Rica y, principalmente, la isla de Gonave (Haití), donde la
falta de asistencia médica y la ausencia de clínicas y centros
de salud, hacen la situación especialmente grave.

En Asia y América las cifras oficiales hablan de cinco
millones de casos al año, aunque la OMS estima que la realidad
es cuatro veces mayor.

Hacia la vacuna definitiva

Desde su descubrimiento en el siglo XVIII, son muchos los
remedios y vacunas que se han utilizado para acabar con la
malaria. El más antiguo y tradicional de estos remedios es la
"quinina". Esta droga evita el desarrollo de la enfermedad,
pero no la elimina, por lo que no evita las recaídas, así es
que desde hace tiempo es un remedio en desuso.

En el año 1945, los doctores Robert Elderfield y James Read
sintetizaron una droga llamada "primaquina", derivada de la
mazorca de maíz, pero también fue un experimento con poco
éxito. A principios de los cincuenta, los laboratorios Lederle
de Pearl River, Nueva York, intentaron un nuevo remedio,
aunque tampoco tuvo mucha relevancia: una droga obtenida de la
raíz de la hortensia.

Una vez comprobado que tanto la quinina, como las vacunas
descubiertas no daban el resultado apetecido, se decidió
atacar el problema desde su raíz, es decir, atacando al
mosquito anhopeles a través de sistemas de fumigación con DDT.
Los resultados, al principio, fueron bastante satisfactorios,
pero entre 1972 y 1976 el número de casos de malaria se
duplicó y la situación se agravó en algunas zonas. Las
investigaciones, a raíz del rebrote, dieron como resultado que
el mosquito se había hecho resistente al DDT, con lo que el
insecticida ha quedado descartado como solución.

En la actualidad dos nuevos descubrimientos abren una puerta a
la esperanza para acabar definitivamente con la epidemia que
azota a los países en vías de desarrollo.

Por un lado esta la vacuna basada en técnicas de ingeniería
genética, que ha conseguido hasta ahora entre un 95% y un 99%
de eliminación de la enfermedad en su experimentación con
ratones y que la está desarrollando el biólogo español Mariano
Esteban y su equipo médico de la Universidad de Nueva York.
Aún no ha sido experimentada en personas.

La gran esperanza ha sido la vacuna descubierta por el
investigador colombiano Elkin Patarroyo, quien aisló el
parásito a partir de la sangre de individuos enfermos de
malaria, e inventó nuevos sistemas para aislar las moléculas
del parásito en cantidades suficientes y completamente puras.

La vacuna denominada "Spf66", comenzó a ensayarse en 1986 en
una colonia de cuatrocientos monos del Amazonas, para después
ser probada por trece voluntarios del Ejército colombiano.

En la actualidad se ha experimentado con 1.548 voluntarios,
con el resultado de la reducción de la enfermedad en un 40%,
y un porcentaje mucho mayor en los grupos de mayor riesgo, un
77% en los niños menores de cuatro años, y un 67% en adultos
mayores de cuarenta y cinco años, según la revista científica
"The Lancet".

En mayo de 1993 Manuel Patarroyo presentó su descubrimiento a
la OMS, y fue reconocido por el organismo internacional, a la
que el autor cedió sus derechos. La OMS espera que la vacuna
pueda comercializarse en un período de dos años, y que para
1994 pueda estar utilizándose en las zonas más necesitadas. EL
tiempo y la experiencia dirán si es el remedio definitivo.

*FUENTE: Texto tomado de EL UNIVERSO (5-Vida y Estilo)
EXPLORED
en Ciudad N/D

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