Quito. 09 oct 97. Con júbilo muy merecido Guayaquil recuerda
hoy 177 años de ejemplar acción revolucionaria que no solo la
llevó a lograr su independencia del dominio español, sino que
la convirtió en líder de sucesivas jornadas libertadoras en
pro de la patria y del continente sudamericano.

Quienes por desconocimiento de los hechos o por enfermiza
inquina contra Guayaquil pretendieron, a través de los años,
regatearle méritos al determinante episodio que ella
protagonizó el 9 de Octubre de 1820, definitivamente ha tenido
que aceptar la indiscutible trascendencia del movimiento
ocurrido en una época clave para la consolidación de los
afanes nacionalistas que caracterizaban a la mayor parte de
los pueblos americanos y, sobre todo, porque la ciudad alcanzó
su liberación sin el apoyo de otras fuerzas militares, pese a
que por el valor estratégico y geopolítico se enfrentaba a un
extremo cuidado de las autoridades monárquicas.

Vocación por la libertad

La categoría de gran arsenal del Pacífico y las condiciones de
magnífico astillero y nervio del comercio de la región, así
como el espíritu solidario de sus hijos que mostraron siempre
una franca y abierta oposición a los excesos del colonialismo,
fueron una de las inobjetables razones que consolidaron el
prestigio y valor estratégico de Guayaquil de los años previos
a 1820 y de los posteriores a aquel.

En atención a estas consideraciones, la preocupación de las
autoridades monárquicas se hizo evidente y de allí la
presencia de la numerosa tropa de la plaza, representada por
los Granaderos de reserva, las Milicias de Guayaquil, el
Escuadrón Daule, la Brigada de Artillería y las lanchas
cañoneras.

Pero de nada valió el poderío militar ni las reacciones de
quienes representaban los intereses de la Corona española en
nuestro medio, porque el bien cimentado fervor revolucionario
de los guayaquileños nunca desmayó y más bien redoblo su lucha
por erradicar todo vestigio del coloniaje hispano tanto en su
terruño como a nivel de la Presidencia de Quito.

Horas de apremio

El domingo 8, alrededor de las 16h00, los indesmayables
próceres se concentraron en el hogar de José de Villamil para
evaluar los últimos pasos que han dado la mayoría de ellos.

Más ocurrió que mientras conversaban hubo un inusual ajetreos
de las escuadras realistas, actitud que las causó algo de
preocupación.

Averiguando el porqué de la novedad, se supo que una Junta de
Guerra celebrada en el domicilio del Gobernador Pascual
Vivero, funcionario que ya conocía bastante de los planes
insurgentes impulsados en la ciudad.

Como desenlace de la reunión de la autoridades leales a la
monarquía, bastante tropa de los Granaderos de Reserva salió a
efectuar evoluciones en un intento fallido de infundir temor a
los líderes de la revolución y al pueblo en general.

La intención estuvo secundada por el Capitán del Puerto,
Joaquín Villalba, quien ordenó que las lanchas cañoneras
realicen iguales maniobras.

Desechando estas actitudes que perseguían amedrentarlos, los
patriotas hicieron las cosas como estaban planificadas.
Alrededor de las 22h00, Gregorio Escobedo se dirigió a la casa
de Villamil para indicarle que lo previsto iba adelante y que
a las 02h00 sería el instante cumbre. Además aprovechó para
notificar que los revolucionarios estarían en el Granaderos,
su cuartel, convertido en la sede de las operaciones.

La libertad se advierte

Los primeros pasos del golpe final de la revolución no
encontraron mayores obstáculos, siendo esto el mejor augurio;
de esta forma, con el camino abierto, la aurora de la
emancipación comenzaba a irradiar plenamente para todos los
vecinos del solar huancavilca.

En premio a la actuación inteligente y precisa de capitán
Damián Nájera, fue hecho prisionero el Comandante del Cuerpo
de Artillería, Manuel Torres Valdivia, cuyo parque al final la
tomaron los revolucionarios.

Alrededor de la 01h30 del histórico lunes 9, el capitán León
de Febres Cordero con apoyo de los hombres del Granaderos de
Reserva llegó al cuartel del Cuerpo de Artillería en busca de
mayor respaldo, cosa que consiguió de los oficiales y soldados
recorriendo a su encendida y persuasiva palabra.

Siguen acciones

Conforme con los planes, el capitán Luis Urdaneta en compañía
de un puñado de valientes jóvenes guayaquileños y alguna tropa
de Granaderos llegó al Escuadrón Daule, reparto que por la
tarea anticipada de los sargentos Vargas y Pavón solo se
limitó a ratificar su adhesión a la causa.

en medio de estos felices desenlaces y aunque el buen deseo de
evitar inútil derramamiento de sangre permaneció vigente a
cada paso, el oficial Joaquín Magallar, fiel a la realeza,
perdió la vida frente a sus subalternos por su clara intención
de entorpecer el avance libertador.

Por su parte, Francisco de Paula Lavayen, José de Antepara,
Baltazar García y Lorenzo de Garaicoa, con otros patriotas y
algunos soldados del Daule, marcharon prestos a ocupar la
batería de Las Cruces, mientras en otros puntos eran tomados
prisioneros Pascual Vivero, Gobernador; José Elizalde,
Vicegobernador; y el coronel Benito García del Barrio y el
capitán José Villalba.

Guayaquil es libre

Los primeros rayos de aquel sol octubrino de 1820 se
prodigaron plenos de luminosidad en armonía con el radiante
espíritu de los guayaquileños que habían llevado a hermoso
término su noble quehacer.

inmediatamente los próceres dieron paso a la organización de
una Junta Suprema y comenzaron el nombramiento de los
principales dignatarios y funcionarios, respetando todos los
principales dignatarios y funcionarios, respetando todos los
principios nacionalistas.

Febres Cordero recibió la propuesta para dirigir la Junta
Suprema, pero declinó con su plausible gentileza; el Dr.
Olmedo hizo lo mismo, pero aceptó la Jefatura Política; en
cambio, Gregorio Escobedo, tomó a cargo la Jefatura Militar.

Generalizada la gran nueva en la ciudad, el gozo popular
surgió más ostensible por medio de saludos, vítores y repiques
insistentes de campanas.

Al pie de la Casa Consistorial una multitud entusiasmada
escuchó la proclama del estadista Olmedo y sin reparo alguno
lo vivió en unión de Antepara, Febres Cordero, Villamil y
todos quienes pusieron inteligencia y músculo persiguiendo la
victoria sobre el colonialismo.

La saludable proyección

Muchísimas son la pruebas que dan completa importancia a la
gesta guayaquileña de 1820 y la ubican con letras de oro en
los anales de la historia ecuatoriana y continental.

Ciudades hermanas de la Presidencia de Quito inmediatamente
secundaron la hazaña octubrina, pues en las restantes fechas
de octubre y en noviembre del mismo año proclamaron su
libertad política Samborondón, Daule, Babahoyo, Baba,
Naranjal, Jipijapa, Portoviejo, Montecristi, Cuenca, Loja y
Tulcán.

Al día siguiente de su jornada triunfal, Guayaquil siguió
entregando muestras de su desvelo por la Patria, pues quedó
integrada la División Protectora de Quito, llamada a emprender
la campaña final que, en medio de triunfos y reveses, logró
coronar las faldas del Pichincha y dio la ansiada libertad
completa al territorio patrio.

El 10 de octubre igualmente Guayaquil ofreció testimonios de
su organización y apego irrestricto a las normas jurídicas y
universales de la democracia, porque convocó a las elecciones
de representantes del Congreso Constituyen que iniciaría
labores en noviembre de 1820. Uno de los grandes resultados
del citado Congreso fue el Reglamento Provisorio, equivalente
a una primera Constitución.

Apreciando el valor de la Provincia Libre de Guayaquil los
máximos héroes de la libertad hispanoamericana, Bolívar y San
Martín, desearon tenerla de su lado. De aquí que la ciudad
haya sido el escenario de su célebre entrevista (26 de julio
de 1822) que sirvió para que nacieran los nuevos aportes del
heroico pueblo guayaquileño en favor de otras naciones de
América del Sur.

Proclama del 9 de Octubre de 1820

Guayaquileños:

El hermoso estandarte de la Patria tremola hoy en todos los
puntos de esta plaza; un orden sin ejemplo ha reinado en la
mutación de gobierno, y ningún crimen ha manchado el alma
generosa de los hijos de la libertad.

Guayaquileños:

La naturaleza ha privilegiado vuestro suelo; malas leyes lo
habían esterilizado, pero ahora el soplo del germen de la
libertad empezará a cubrirlo de flores y frutos.

Orden, unión, amor fraternal. Americano o español que ame la
patria es nuestro hermano. La opinión es una y general,
sostenedla firmes, y cerrad la entrada a todas las sugestiones
de la cobardía.

Guayaquil, octubre 9 de 1820

José Joaquín de Olmedo (Texto tomado de El Universo)
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