La conciencia democrática de la región latinoamericana sigue siendo débil.
No solamente es frágil el imaginario democrático de los ciudadanos, sino la
práctica polÃtica en un sistema con instituciones sólidas: la participación,
la representación, la elección, la delegación, el control, la división de
poderes y el juego limpio de los organismos del Estado, el papel de las
instituciones llamadas a velar por la consolidación de este régimen
polÃtico -como las FFAA, la Iglesia y los medios de comunicación-.
Esto se ha confirmado, una vez más, en Venezuela: penosos episodios de
golpes y contragolpes en que los militares y las élites disputan agriamente
el control del Estado.
Hay, en el drama actual de ese paÃs, en particular en el ejercicio del
restituido presidente Hugo Chávez, manifestaciones de delirio de grandeza.
Es una peligrosa distorsión del liderazgo polÃtico pues, sobre la base de
una doctrina que ha revisado las ideas del Libertador Simón BolÃvar para
adecuarlas a un populismo Ãntimamente ligado al sector militar, fácilmente
ha caÃdo en alardes retóricos, intolerancia, abusos y en la conculcación de
libertades individuales.
No obstante, serÃa aberrante pensar que toda la responsabilidad de la crisis
venezolana es del presidente de ese paÃs. La Iglesia católica, las
organizaciones empresariales y los medios de comunicación la comparten. Esas
instituciones optaron por el atajo del golpismo la semana anterior y
lograron colocar en el Palacio de Miraflores, por una horas, al empresario
Pedro Carmona. El golpe y el contragolpe, cuyo escenario principal ha sido
la ciudad de Caracas, han entregado un peligroso protagonismo a los soldados
venezolanos: finalmente fueron quienes depusieron y enseguida restituyeron a
Chávez. Con toda seguridad, la aventura debilitará el régimen de derecho en
Venezuela. Y es alarmante que los medios de comunicación no hayan advertido
este peligro, del mismo modo que en el Ecuador no lo advertimos en 1997,
cuando se derrocó a un errático y escandaloso Gobierno elegido en las urnas,
el de Abdalá Bucaram. En nuestro caso, el deterioro institucional llevó a un
polémico interinazgo y, en 2000, a un golpe de Estado contra Jamil Mahuad.
La inestabilidad polÃtica es uno de los peores negocios que pueden hacer los
paÃses latinoamericanos.
En un mundo globalizado, en el que el poder mundial está concentrado como
nunca antes, no hay más remedio que legitimar la vida pública. Es erróneo
pensar que los problemas de fondo, como la pobreza, la falta de
oportunidades, la corrupción y la inseguridad, se corregirán con regÃmenes
autoritarios, cualquiera sea el emblema ideológico que exhiban. Hay que
hacer reformas económicas y polÃticas en un proceso protegido por las normas
constitucionales y legales; protagonizado por los lÃderes naturales que
surgen de las organizaciones sociales, polÃticas y empresariales; vigilado
por los organismos de control; animado positivamente por la Iglesia y los
medios de comunicación.
Si los periódicos, radioemisoras y canales de televisión abusan o hacen uso
incorrecto del relativo poder que poseen, si no se ajustan a las normas
éticas previstas en su visión y misión respecto del desarrollo
socioeconómico de nuestros paÃses, lo que conseguirán es hipotecar su
credibilidad.
A propósito de lo acontecido en Venezuela, los medios deben desechar los
papeles que no les corresponden y ceñirse a su obligación de informar,
opinar y analizar, es decir, explicar con veracidad e inteligencia la
compleja realidad de nuestros pueblos.