Madrid. 03.03.91. Umberto Eco quiere divertirse y parece
horrorizado ante la posibilidad de malgastar un solo minuto.
Busca complicidades y está siempre al borde de la carcajada,
como si se apresurara a vivir los pequeños momentos sin
abandonar su juego intelectual permanente.

En su breve paso por Madrid, donde fue nombrado doctor honoris
causa por la Universidad Complutense, aprovechó los pocos
minutos libres de un cargado programa de atenciones para
escaparse a librerías de viejo, buscando rarezas y
enloqueciendo a una joven alumna que revisó la edición
española de "El péndulo de Foucault", Helena Lozano, tratando
de añadir alguna joya valiosa a su riquísima biblioteca
particular.

No dejaron de sorprenderle las largas sobremesas españolas..
"Prefiero los países anglosajones", llegó a exclamar
divertido, "allí siempre se sabe cuándo empiezas y cuándo
acabas de estar en la mesa".

Es amable y atiende voluntariosamente, observando con ojos
penetrantes y gesto distraído a su interlocutor. Llegó muy
puntual a nuestra cita, con aire de velocidad; el mismo que
llevaría hora y media después. Pero, entretanto, pareció
relajado, salvo los pocos minutos que cedió a la sesión
fotográfica sin demasiada convicción.

"La España contemporánea fue el primer país extranjero sobre
el que soñé de niño. Era el periodo de la guerra civil, y en
los tebeos para niños se publicaban historias sobre las
batallas.

Precisamente hace dos semanas, en un mercado que hay en Milán,
compré unos ejemplares antiguos de II Corriere dei Piccoli, la
revista que leía en 1934, 1935 y 1936, y me trajeron a la
memoria las imágenes de mi infancia.

Por cuestión generacional, acaso haya sido la España
contemporánea y sus problemas el primer país que despertó mi
imaginación, antes que Francia, Alemania o Inglaterra".- Desde
entonces ha perseguido la verdad.

¿Sigue creyendo que es revolucionario, o la verdad es algo que
sólo trae problemas?

- El concepto de verdad es uno de los más complejos y
difíciles del mundo. Hay que distinguir entre las verdades de
los fanáticos -a eso se refería en un momento de amargura mi
personaje de "El nombre de la rosa" cuando habla de la "insana
pasión por la verdad"-, y nuestra verdad cotidiana, aquella
que buscamos constantemente, conscientes de que también
podemos equivocarnos.

El filósofo moderno que posiblemente más ha influido en mí,
Charles Sanders Perce, creía firmemente en la búsqueda de la
verdad, porque era un hombre de ciencia y deseaba comprender;
pero decía que debemos realizar nuestras investigaciones bajo
el signo de la falibilidad.

Hagamos constantemente conjeturas sobre la verdad, pero
aceptando ante el tribunal de los otros la posibilidad de que
estemos equivocados.

Una vez comprendido esto, la pasión por la verdad ya no es
insana, sino índice de buena salud intelectual y moral.- Esa
búsqueda de la verdad cambia sustancialmente con los medios de
comunicación de masas. ¿la dificultan o, por el contrario, la
facilitan? - En términos generales, los medios de comunicación
deberían ayudarnos a descubrir cosas que no sabemos. Pero en
la actualidad se corre el riesgo de que nos impidan conocer
cómo son realmente, porque tienden a transformar todo el
universo en una gigantesca representación teatral, y eso es
sólo una ficción de la verdad. A veces resulta difícil
distinguir la ficción de la representación de lo que ha
ocurrido realmente, porque pueden crear falsas verdades. Por
ejemplo, si yo envío hoy a un periódico una carta anónima que
contenga una insinuación de cualquier tipo, el periódico
informará; surgirá después otro periódico que dirá que no es
verdad; otro más dirá que a lo mejor lo es. Al final, el
público ya no tendrá conciencia exacta de lo que era cierto o
falso. Recordará únicamente la insinuación. Por
consiguiente, se pueden crear cosas que no existen.

- En el caso concreto del conflicto del Golfo Pérsico, ¿cree
que los medios influyen en la marcha de los acontecimientos?-
Creo que sí, porque Bush y Saddam, antes que nada, están
interpretando un drama para los medios de comunicación. De
ahí que su problema consista en no salir mal parados ante
ellos. Yo creo que todas las guerras del mundo han estallado
siempre a través de los juegos teatrales, pero siempre hubo un
casus belli, un hecho que servía para provocar una guerra.
Piense en Sagunto, que provocó en España la guerra entre
romanos y cartagineses, o Sarajevo, que provocó la I Guerra
Mundial. Hoy día, sin embargo, puede que las razones
profundas de la guerra respondan exclusivamente a la
representación, a las apariencias.

-Sin embargo, hay acontecimientos que superan las predicciones
de los medios de comunicación, como todos los cambios en
cadena que se han producido en el Este y, por tanto, en el
resto del mundo. ¿No se ha impuesto aquí la propia marcha de
la historia sobre esa voluntad de representación?

-Naturalmente; no debemos pensar, como a veces hacían los
paleomarxistas, que los medios de comunicación son un ente
único, el cerebro del capitalismo. Ocurre lo mismo con ellos
que en la vida y en la política. Hay hechos estadísticos,
como los derrumbamientos, que escapan a la voluntad de las
personas concretas.

Los medios de comunicación pueden lanzar una campaña
encaminada a A y luego, precisamente a causa de su
proliferación, obtener el efecto B, sin saberlo y sin
quererlo. Se convierten, pues, en víctimas de sí mismos.

- Un viejo marxista como usted, ¿cómo ha visto esos cambios?-

Antes que nada, yo no hablaría de un viejo marxista.
Políticamente siempre estuve próximo a los partidos de
izquierda, pero todos me acusaban de no ser marxista.
Filosóficamente no creo que pudiese definirme como marxista,
aunque, como para cualquier intelectual contemporáneo, el
pensamiento de Marx tenía para mí cierta importancia. Lo que
ha ocurrido demuestra, de momento, dos cosas: que Marx, que
era un gran filósofo y un gran pensador, no había creado la
ciencia exacta en la que el materialismo dialéctico soviético
quiso transformarla después, y que, en el fondo, se había
identificado su pensamiento, e incluso el de un pensador como
Gramsci, con los regímenes comunistas del Este. Era una
equivocación, y, habiéndose producido la ruptura, quizá mañana
sea posible releer a Marx como leemos a Kant o a Hegel o a
Kierkegaard.

- No cree, entonces, que haya que enterrarlo definitivamente...

No; sus esquemas de análisis ya no sirven para entender
ciertos problemas contemporáneos, pero no podemos desecharlos.
Al contrario, en los últimos tiempos se ha hecho tanto
hincapié en que el marxismo ha muerto y que todo ha muerto que
acaso las próximas generaciones vuelvan a leerlo de una manera
no dogmática. Además, se había perdido de vista incluso el
hecho de que Marx tenía mucho sentido del humor. Un libro
como "La sagrada familia", de Marx y Engels, estaba lleno de
sense of humor. Y los marxistas oficiales, que no lo han
entendido nunca, lo olvidaron.

- Usted hablaba de los fanatismos al referirse a la búsqueda
de la verdad. Ahora cobra fuerza el fanatismo religioso. ¿Es
tan necesaria la religión? Si no la hay, ¿hay que
inventarla?-

Yo creo que el hombre es un animal religioso. No es idea mía.
Probablemente los simios y las hormigas no sean animales
religiosos, pero el hombre sí lo es, porque tiene la certeza
de que va a morir. Por consiguiente, se plantea el problema
de la muerte y del significado del mundo, y la respuesta
religiosa es una de las más espontáneas, de las más
inmediatas, aunque no por ello sea cierta. Cuando digo que el
hombre es un animal religioso, lo digo de la misma forma que
se puede decir que el hombre es un animal homicida. El resto
de los animales matan sólo para comer, mientras que el hombre
mata por amor o por ambición, tiene conciencia del mal, es
complejo y busca respuestas religiosas. Hay que ver también
el sentido que se da a la palabra religión, porque hay formas
de religiosidad atea. Hay religiones sin Dios. La respuesta
religiosa es siempre una manera de explicar por qué estamos en
el mundo, cuál es nuestro destino. Y, en este sentido, por el
hecho de plantearse la pregunta, el hombre es un animal
religioso.

El profesor, como le llaman sus colegas, ha fumado varios
cigarrillos y no ha dado muestras de impaciencia, aunque
confiesa lo agotador que resulta hablar, un agotamiento
puramente físico -"más que pensar, porque al hablar es
automático"-, nos dice mientras hacemos una pausa para hacerle
unas fotos relajado. Imposible. Al pedirle una sonrisa,
ofrece una mueca; se deja hacer, pero a desgana, y nuestro
fotógrafo tendrá que espiarle gestos en la conversación.

¿Qué opina de la tendencia a la especialización y de la
imposibilidad de un saber globalizador?

- Es el gran drama de la cultura contemporánea. En tiempos de
Galileo, un científico conocía todo lo que ocurría en el
mundo. Cuando Descartes escribió "El discurso del método", no
se sabe cómo, al cabo de dos o tres meses todos los demás lo
habían leído. Había una rapidez de información excepcional.
Pero, a partir de los siglos XVIII y XIX, la producción
científica se multiplica de tal forma que hoy ningún
científico conoce todo lo que se produce en su ámbito
específico.

Ante el riesgo de especialización, la única solución proviene
de la filosofía, porque aporta respuestas a preguntas que las
demás ciencias no consiguen aclarar. El discurso filosófico
plantea determinados problemas globales que interesan a todos
sin entrar en pormenores técnicos. Cuando hablamos del auge
de las religiones hemos de tener en cuenta que también los
planteamientos religiosos se presentan como planteamientos
globales. Existe un dato muy curioso: se descubre que muchos
científicos tienen extrañas formas de religiosidad. Unos se
adhieren a sectas ocultistas, creen en los espíritus; otros, a
iglesias. Se debe a que, al estar condenados a su
especialización, sienten la necesidad de tener una visión
global de las cosas. Resulta más fácil encontrar una actitud
religiosa en científicos especialistas en física nuclear, por
ejemplo, que en los poetas, que ya tienen su discurso político
que, en el fondo, trata de ser una respuesta global. Al
planteamiento religioso se une la filosofía que cuando,
pongamos por caso, discute el problema de la justicia o de la
utilidad, consigue hacerlo de forma que lo entienda el físico
nuclear, el químico, el biólogo o el economista.

- Y, en su caso concreto, ¿qué hace un intelectual convertido
en un fenómeno sociológico mundial para ser un hombre de hoy?
¿Dónde busca sus fuentes de información? ¿Dónde busca la
sabiduría?-

Creo que la sabiduría consiste, a veces, en rechazar
información. Me doy cuenta de que, conforme envejezco, como
la experiencia es acumulativa, sé más que a los 20 años. Pero
leo mucho menos. Recuerdo que el otro día me dijeron que
había llamado una persona para decirme una cosa. Mi respuesta
fue: no quiero saberla, porque tengo pocos millones de
neuronas en mi cerebro y no quiero ocupar ninguna neurona con
información inútil. El problema radica en cuál es la
información inútil. La decisión es muy grave y difícil, y,
naturalmente, se corre el riesgo de rechazar información útil.
Porque otra de las características de nuestro tiempo es que
puede aplastarnos el exceso de información. Muchas veces me
digo: no, este libro no quiero leerlo. No pienso ir a ver tal
película; no tengo intención de ir al teatro; no quiero ver
este programa de televisión. ¿Por qué? Porque me planteo la
hipótesis de que no me sirve y no quiero ocupar una parte de
mi cabeza con algo que no me sirve. Si me equivoco,
paciencia.

- ¿Se atrevería a realizar alguna profecía? ¿Tiene alguna
idea de cómo será el futuro?

No se puede profetizar nunca, y en un período como éste, en
el que se ha derrumbado el muro de Berlín y se han producido
tantos cambios, se hace muy difícil la elaboración de
previsiones. Nadie debe profetizar, sólo podían hacerlo los
profetas de la Biblia, pero cada uno tiene el derecho y el
deber de hacer predicciones. Cuando se habla de lo que está
sucediendo en Europa del Este, de la unificación alemana,
surge una pregunta: todos los turcos que hasta ahora
trabajaban en Alemania Occidental, con la llegada de los
trabajadores de Alemania del Este, ¿adónde irán? ¿Se siente
usted capaz de hacer alguna predicción sobre esta nueva
migración turca a Europa? Si en un vaso lleno de agua se echa
más agua, acabará desbordándose. Italia asiste a un fenómeno
migratorio procedente de Africa de considerables dimensiones.
Existe la migración procedente del Este, los rusos que vienen
a Occidente, así como a Nueva York. Durante los próximos 30
años viviremos un desplazamiento de grupos étnicos semejante
al que se produjo con la caída del Imperio Romano, con los
godos y visigodos que avanzaron desde el Este y llegaron hasta
España. ¿Cómo hacer predicciones ante un fenómeno de una
importancia y dimensiones similares a las de hace 2.000
años?

-Me da la sensación de que a usted no es fácil cambiarle sus
hábitos de vida, que quiere situarse por encima de sus propias
circunstancias. Sin embargo, a partir del impacto de "El
nombre de la rosa", ¿los ha cambiado? ¿Tiende a encerrarse en
su propio mundo para defenderse de toda agresión exterior?-


¿Se refiere usted al éxito y a esas cosas?- Sí.-Sí, pero
cambia para todos y cambia cuando una persona se convierte en
objeto de especial atención por parte de los medios de
comunicación. Le contaré una anécdota. Una tarde terminé de
dar clase a las siete, y como hago siempre, fui con dos o tres
colegas y estudiantes a tomar algo a un bar. Hacia las ocho y
media dije que me iba a casa porque estaba cansado y quería
ponerme a trabajar. Crucé la plaza de Bolonia, donde está el
teatro de la Opera, y vi a muchísima gente. Entonces, un
amigo me dijo: "­Pero cómo! ¿No vienes a la primera
representación de la Juana de Arco, de Verdi?" Respondí que
no sabía que era esa noche y que, de todas formas, tenía que
ir a casa. Al día siguiente se publicaron en el periódico
tres columnas sobre el hecho de que yo no había acudido a la
ópera. Esto quiere decir que se está amenazado, no sólo
cuando se está presente, sino cuando se está ausente. La
libertad se reduce. Cabe la posibilidad de que yo aquel día
no quisiera que nadie supiera que estaba en Bolonia, e,
incluso sin hacer nada, el periódico dio a conocer que yo
estaba en Bolonia. Esto les ocurre a casi todos en este
mundo, y con mayor razón a escritores y políticos. Es otra
manera de mentir.

- Hace algunos años sus libros eran leídos, estudiados por su
contenido, pero a partir de su primera novela se ha convertido
en fenómeno social, y no hay biblioteca que se precie en la
que falte un libro suyo. ¿Tiene la sensación de que hoy día
se está convirtiendo en un valor de cambio?

Esto ha ocurrido a lo largo de toda la historia. Desde los
tiempos de los griegos, los romanos a los egipcios, un
pergamino, un papiro, los textos de los poetas, eran también
valor de cambio. Lo han sido siempre, y no creo que podamos
sustraernos a esa dialéctica por la que los patricios o
romanos pagaban cantidades enormes por el pergamino de un
poema de Píndaro que, a lo mejor, no leían y se limitaban a
guardar. De vez en cuando se habla de los que compran libros
sin leerlos y para tenerlos encima de la mesa. En esos casos
yo hablo del impuesto de imbecilidad. Los que compran los
libros para enseñarlos y no para leerlos son unos imbéciles.
Pero si 10.000 imbéciles compran un libro, hacen que su precio
baje, y, así, los demás pueden leerlo más barato. Es justo
que los imbéciles paguen para que las personas realmente
interesadas puedan leer lo que desean.

EXPLORED
en Ciudad N/D

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