Guayaquil. 11 jun 98. El pueblo se va quedando solitario por
culpa de las lluvias, decía José Pérez, un campesino de 75
años recién cumplidos. Eran los primeros días de abril en La
Planchada, un pequeño recinto cafetalero de la parroquia
Negado, en el cantón Paján, provincia de Manabí.

Abril mostraría -decían los especialistas meteorólogos- el
descenso del fenómeno El Niño. Sin embargo, en las
evaluaciones de inicio de mayo, lo colocaban como un mes
récord en más de treinta años por la cantidad de agua que
cayó.

En La Planchada las laderas seguían revolviéndose hasta
malograr no solo los sembradíos de treinta familias, sino que
se tragaba también las precarias casas de sus habitantes.

Pero a estas alturas del alargado invierno de más de quince
meses, José mira la vida desde una pequeña covacha de caña,
alineada en una de las inundadas calles de Bastión Popular, al
norte de Guayaquil, hasta donde huyó por el desastre.

Mayra Asanza, de 18 años, madre de dos niños menores de 4
años, tampoco se quedó en su Libertad natal, en la península
de Santa Elena, para ver qué pasaría con su casa, ubicada en
una área anegada.

Terminó abril, y determinó que ya no era posible seguir
aguantando más, se vino a Guayaquil y hoy duerme en la morada
de una hermana, mientras construye la suya propia en un
terreno invadido, que está situado en la vía Perimetral.

Tal como se veían las cosas a principio de mayo, a Betty
Rodríguez, de 31 años, la situación tampoco se le presentaba
segura en su pequeña finca en la parroquia Guale, del cantón
manabita de Paján. Y se decidió por reunir sus pocas
pertenencias y partir.

Si en 1996 la sequía deprimió sus siete cuadras de sembradíos
de maíz y maní, las torrenciales y frecuentes lluvias que
cayeron a lo largo de 1997 y a principio de 1998, la obligaron
a emigrar: "Si seguíamos allá, todos moríamos de hambre. No
había granos (arroz, fréjoles) ni para nosotros".

Desde hace un año Vicente Calderón, un agricultor manabita de
50 años, trabaja como guardián en Guayaquil. En febrero
decidió traer a su familia de 7 personas desde la zona rural
de Santa Ana, a ocupar una modesta casa alquilada en la
populosa barriada de Bastión Popular.

"La última vez que fui a ver a mi familia, se me atravesó una
equis (culebra venenosa)", decía aún asustado. Ahora levanta
su vivienda propia en el sitio El Fortín. Allí le vendieron un
terreno por un precio cómodo de cincuenta mil sucres.

Erika Láinez, una madre soltera de 20 años, se vino de Manta,
a principios de mayo porque su casa en una pequeña ciudadela a
la entrada de ese puerto, se llenó de agua.

Allá no tenía trabajo, acá tampoco, pero en Guayaquil hay más
oportunidades, dice. Ahora espera emplearse para alimentar a
sus dos pequeños hijos de 3 y 2 años.

Ni Erika, ni Vicente, tampoco Betty o José, piensan en un
regreso a sus lugares de orígenes porque, a pesar de lo
incierto de su actual situación, todos coinciden que Guayaquil
les alienta muchas esperanzas de una mejor vida.

No obstante, reconocen que, entre lo marginal urbano del sitio
escogido para levantar sus casas, con lo marginal rural donde
habitaban hasta hace menos de dos meses, es poca la
diferencia.

¿En qué se podría parecer El Fortín, una zona montañoso junto
a la vía Perimetral al noreste de Guayaquil o el resto de 31
conglomerados de este tipo en ese mismo sector, con La
Planchada, Guale, o el área rural de Santa Ana?.

Para José, el que no haya agua, ni calles asfaltadas. Para
Betty, los mosquitos, las aguas empozadas. Los mismos hechos
son descritos en su turno por Vicente, Mayra y Erika.

¿Qué ganan con venirse a la ciudad?. Ellos lo sintetizan en
pocas palabras: "No tenemos trabajos. Si no hay cosecha en el
campo, de qué vivimos...", "Uno se enferma y no tenemos cómo
salir a buscar ayuda". "Lo mínimo que uno recogía, lo pagaban
muy poco. Aquí uno planta un negocio de jugos y saca aunque
sea para la comida".

Para Erika y Betty, la oportunidad de trabajar se limita a
llegar a desempeñarse como empleada doméstica. No más.

Para José y Vicente tampoco es amplio el abanico de opciones
laborales. El primero expende jugos de frutas, el otro es
guardián. De 400 mil a 600 mil sucres no pasan los ingresos
mensuales de los cuatro. Pero cada uno de ellos, a excepción
de Mayra, que no ha tenido suerte para hallar empleo, el resto
encontró trabajo rápidamente. Y, al parecer, se muestran
satisfechos de su suerte.

Pero Guayaquil no fue un hecho casual o fortuito en la vida de
ellos, pues casi con todos existió una conexión previa.

Vicente trabajaba desde hace un año en esta ciudad, Maira
tenía a su mamá en el Guasmo, Erika vivió 36 meses en esta
ciudad hace diez años, José recurrió a una de sus hijas que
habita en Bastión Popular desde 1985. A Betty, en cambio, le
ayudaron unos compadres que residían en la Flor de Bastión.
Las historias son recurrentes...

El éxodo es irreversible...

Aunque no hay cifras estadísticas que lo ratifiquen, el
fenómeno de El Niño 1982-1983 generó una ola migratoria que
desencadenó la ocupación informal de los Guasmos, al sur de
Guayaquil.

Un efecto similar se espera con El Niño 1997-1998, pero
tampoco habrá lecturas demográficas que lo prueben. Sin
embargo, la práctica ya demuestra que vastos sectores al otro
extremo del puerto, son copados por cientos de familias que
proceden de otras provincias y de los cantones cercanos, en
especial desde la Península.

Son cerca de 18 kilómetros cuadrados de terrenos ubicados
entre las vías Perimetral, la de Daule y la Escuela
Politécnica del Litoral (Espol), en donde solo un 30 por
ciento está ocupado, según Felipe Huerta Llona, profesor de la
Universidad Católica y técnico del departamento de Desarrollo
Urbano del Municipio de Guayaquil.

Gaitán Villavicencio, del Instituto Latinoamericano de
Investigaciones Sociales (Ildis), maneja una interpretación
diferente. Sostiene que el fenómeno natural, a pesar de la
fuerza de impacto, que es tres veces más fuerte que el de
1982-1983, no puede ser considerado como el detonante de un
gran movimiento migratorio.

"Los eventos naturales, como El Niño, se entienden como
catalizadores, que coadyuvan a las migraciones. Empero, en
estadísticas, los procesos migratorios son explicados a partir
de otros hechos: la falta de espacios laborales y la ausencia
de estándares regulares de vida".

Solo eso explica, según Huerta Llona, la contradicción de
personas que dejan zonas consideradas de riesgo, para ocupar
otras en iguales o peores condiciones, como ocurre con las
laderas de los cerros aledaños a la ciudad de Guayaquil.

Según el subdirector del Instituto Nacional de Estadísticas y
Censo (Inec), Stalin Sánchez, se evidencia la ausencia del
Estado en los sitios donde las desgracias ocurren.

Villavicencio aporta en esa dirección: "la zona rural no
existe para el Estado sino como un sector agrícola y generador
de recursos económicos".

Pero las proyecciones de densidad poblacional en el sector
norte de la ciudad, única dirección hacia la que Guayaquil
podría seguir creciendo en el futuro, no son del todo malas.

Para Sánchez, los movimientos migratorios ya no tienen como el
lugar de destino solo las grandes ciudades. Las tendencias
muestran en los últimos años que la ola llega hasta las
ciudades secundarias como El Triunfo, Daule, Samborondón....

Además, las ciudades en crisis (sin trabajos vacantes o con
bajos salarios) originarán el desencanto de los campesinos que
emprenderán el retorno. Las estimaciones de Sánchez hablan de
que solo una de cada diez familias que dejaron sus tierras se
quedará en las ciudades. El resto regresará.

Villavicencio es menos optimista, pues cree que solo el 50 por
ciento retornará. "Es más difícil que lo hagan quienes llegan
de fuera de la provincia. Ellos se quedarán. Quienes no se
irán son los que arriban de las zonas rurales del interior de
las provincias".

En Manta ya hay el barrio de los damnificados

En Manabí las víctimas de El Niño han encontrado en las
invasiones un mecanismo para edificar sus humildes viviendas,
en reemplazo de aquellas tanto o más modestas que perdieron.
Los cantones Portoviejo, Chone, Manta y Montecristi soportan
este problema social.

Frente a las ilegales apropiaciones de terrenos, Manta es
quizá una suerte de un ejemplo a seguir. La Municipalidad del
puerto realiza trabajos de adecentamiento de tierras y
lastrado, trazado de calles y tendido eléctrico de lo que será
Ubirios, la ciudadela de los damnificados que ha provocado el
fenómeno de El Niño.

El plan está concebido para 1.200 familias en un área de 10
hectáreas. Arrancará con 400 en las próximas cinco semanas. El
Cabildo del puerto manabita negocia la compra venta de la
tierra con el BEV y algunos propietarios particulares .

Algo similar se realizará en San Mateo, parroquia rural del
mismo cantón, donde en un área de 6.800 metros cuadrados serán
ubicadas inicialmente 30 familias que también se quedaron sin
nada.

En ambos casos el Municipio donará los terrenos a los futuros
beneficiarios. El tipo de viviendas será conforme la
posibilidad económica. Por lo pronto 80 familias que habitan
en el barrio Las Vegas, zona de peligro por el paso del río
Burro, han optado por la casas del tipo Hogar de Cristo, cuyo
costo es de 3 millones de sucres por cada una.

En Portoviejo los deslizamientos de tierra en el barrio San
José de las Colinas, ubicado en la parte más alta de la colina
de Andrés de Vera frente al terminal terrestre, dejaron sin
viviendas a 120 familias y obligaron a evacuar a otro número
similar. Además hay quienes perdieron sus casas de caña guadua
que estaban ubicadas en las riberas del río Portoviejo. Todos
estos grupos humanos sobrepasan las 500 familias que, en los
actuales momentos, se hallan todavía en albergues y casas de
familiares.

La situación se agrava con el inicio de clases, pues los
establecimientos educativos deben ser desocupados. Ante ello
fue ocupada una franja de 2.000 metros cuadrados en el
kilómetro 1 de la vía Portoviejo-Manta. Allí se han edificado
pequeños cuartos de caña y cartón con techos de plásticos.
Trozos de maderas que han sido arrastrado por el río se ocupan
para señalar la picas y con ello los linderos de los solares.

"No tenemos otra salida", dice Juan Pilay. El, con su mujer y
tres hijos, habitada en la parte alta de Andrés de Vera. Ahora
por los hundimientos de tierra en la zona la familia perdió su
casa. "La única salida es encontrar un lugar, pues lo único
que sabemos es que estamos en una aula de la Escuela Medardo
Cevallos y mañana no conocemos a dónde deberemos ir", dice
desconsolado.

Igualmente han sido invadidos los terrenos de la ciudadela Los
Tamarindos del BEV, las villas de Los Olivos también del BEV,
la lotización Riberas del Río, los terrenos de Solca. Quienes
ocupan los solares del IESS desean comprarlos. En el caso de
Los Olivos se espera una negociación con el BEV.

Mientras tanto, el alcalde Guido Alava ha manifestado que el
cabildo portovejense adecúa una lotización en el sitio Los
Cerezos para construir 400 viviendas. "Se trata de brindar un
techo que cuente con servicios básicos". Redacción Manta
(Texto tomado de El Comercio)
EXPLORED
en Ciudad Guayaquil

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