Madrid. 17. 09. 90. (Opinión). Los intelectuales proféticos de
este fin de siglo han augurado, antes que los polÃticos, que,
junto con el fin de la historia, también asistiremos al fin de
la izquierda. Y quizá tengan razón parcialmente. Asistiremos
al fin de cierta izquierda: la temblorosa, la pusilánime, la
que tenÃa sus principios unidos con hilvanes, la convertida al
postmodernismo. Hay otra izquierda más solidaria, menos
individualista, más profunda y consciente, menos venal y menos
frÃvola, que, si bien vive hoy una etapa de dolorosa
reflexión, no está dispuesta a cambiar de ideologÃa como de
camiseta.
Hoy los militantes de la soberbia nos miran severamente y, sin
el menor rubor, "nos hacen la autocrÃtica". De resultas de la
misma, venimos a ser culpables de los desmanes de Honecker, de
las barrabazadas de Ceausescu, de los crÃmenes de Stalin. Poco
importa en qué sector hayamos militado: ellos no se preocupan
de matices. ¿Cómo van a desaprovechar la ocasión de meter a
toda la izquierda en el mismo saco y descalificar in toto?
Semejantes fiscales simulan creer que el progresista bien
intencionado, sincero en sus convicciones, es una entelequia:
no existió ni existe ni mucho menos existirá.
No sirve haber luchado por algo tan nÃtido e irreprochable
como la justicia social; ni siquiera haber denunciado en su
momento (y no varios lustros después) las invasiones
soviéticas de HungrÃa y Checoslovaquia. No hay atenuante ni
coartada posibles. Para la izquierda solo cabe la
extremaución, y eso, si la caÃda del muro nos pilló
confesados. Aún es tolerada una derecha de la izquierda, que
cada vez se confunde más con una izquierda de derecha; apenas
las separan los recuerdos. De todos modos, su colindante
existencia contribuye a hacer creÃble el publicitado
pluralismo.
El descontento y la confusión que generaron en Occidente el
derrumbe del bloque comunista y el consecuente colapso del
Pacto de Varsovia tuvo dos caras. Una, la europea, que
festejaron sinceramente la recuperación de libertades en el
Este, y, con más sentido de cálculo, se esforzó por
anticiparse a Estados Unidos y el Pentágono, que, al quedarse
de pornto sin enemigo, estuvieron al borde del infarto
económico-militar. ¿Qué hacer con su poderosa maquinaria
bélica?. Desenterraron el problema del narcotráfico pero no
eran aplicables tanques, misiles, armas quÃmicas, submarinos
atómicos, etc. Fue cuando apareció Saddam Hussein, con su
exabrupto consumado, y el Pentágono, Bush y la gran industria
de armamentos al fin pudieron respirar. Hay que reconocer que
el iraquà eligió un método más bien brutal, con lo cual, le
brindó a Bush el enemigo que buscaba con ansiedad.
La crisis del Golfo Pérsico puso en evidencia el culto de la
hipocresÃa como una de las bellas artes. Lo innegable es que
la actual debilidad de la URSS deja al mundo virtualmente en
manos de la vocación imperialista de Estados Unidos. Y, ante
ese poder hegemónico, todos sus aliados, se alinearon a su
lado en la lucha contra Irak.
Vale la pena recordar que todas esas naciones cofrades no
mostraron la misma sensibilidad cuando los marines
norteamericanos invadieron Granada y Panamá. Cada región suele
tener su depredador: en el Golfo Pérsico es Irak, pero en
América Latina es USA. De las 180 intervenciones realizadas
hasta ahora por Estados Unidos, cerca de la mitad corresponde
a paÃses latinoamericanos. Es casi un problema de semántica.
Cuando la invasión es llevada a cabo por los marines, se la
califica de pragmatismo polÃtico, pero cuando la realiza Irak,
es un "atentado fascista contra la paz".
Cuando Hussein todavÃa era un dictador amigo (categorÃa
patentada por Reagan), cometió gravÃsimas violaciones a los
derechos humanos sin que ello provocara embargos ni bloqueos,
ni siquiera rubores, quizá porque estaba en juego el hombre y
no el petróleo.
Los intelectuales no proféticos obviamente no estamos
autorizados a formular profecÃas, pero podemos hacer
preguntas. Francis Fukuyama, ideólogo del Departamento de
Estado, ha anunciado el fin de la historia. ¿Se tratará de un
pronóstico acertado? ¿O será que empezó el tomo segundo? Si
asà fuera, este primer capÃtulo no podrÃa ser más deprimente.
Todo indica que el dios cristiano y el Alá islámico dedican su
celeste atención a otras lecturas. No ha de faltar un hereje
que insinúe que están releyendo a Marx. (10).