A LA ESPERA DE UN MILAGRO, por Felipe Burbano
Quito. 25. 09. 90. (Opinión). Un recorrido por los pueblos
costeros de la provincia de Manabà permite comprobar hasta
dónde llega la pobreza en el Ecuador. Pueblos abandonados a su
suerte, donde la esperanza casi ha muerto. Junto a la basura
acumulada de dÃas y semanas enteras, los buitres son los
desagradables y misteriosos acompañantes de una vida que ha
perdido sentido. Perros esqueléticos duermen junto a sus
amos, recostados en hamacas, fatigados por el calor, la
decepción de una mala pesca -cada vez más frecuente- o la
sequÃa que ha empobrecido sus campos.
La impresión es que allà no se espera nada y si pasa algo
serÃa por milagro. Pero quien espera un milagro abandona la
vida, aunque la siga viviendo. La realidad adquiere entonces
otra dimensión: ya no es un ámbito donde se despliega la vida,
sino un lugar que condena a la parálisis.
Es justo reconocer la necesidad de creer y esperar un milagro
ante la inexistencia en esos pueblos de aquello que en las
ciudades más grandes se llama el Estado. Las tenencias
polÃticas funcionan en las picanterÃas y la falta de servicios
básicos de todo tipo hacen pensar en la imposibilidad del
Estado para llegar a esos lugares periféricos. Es obvio, el
Estado es un producto de este subdesarrollo que lleva la
inversión a Miami y deja un poco para Quito y Guayaquil. En
esos pueblos, la ley del Estado -parafraseando a Andrés
Guerrero- es la arbitrariedad que rompe la convivencia
natural, en nombre de algún interés particular afuereño. Uno
es el Ecuador visto desde Quito o Guayaquil, y otro el que se
lo ve desde Puerto Cayo, Jaramijó, Crucita, Charapotó,
Salango... Desde Quito y Guayaquil se construye el Ecuador,
desde esos pueblos se lo imagina como algo lejano.
Pero ese Ecuador que se construye a distancia impone modelos y
realidades en la periferia (habrÃa que decir en la periferia
de la periferia). Modelos que condenan a esas regiones a una
mayor marginalidad. Pensar desde Charapotó, por ejemplo, en el
modelo exportador, de desarrollo hacia afuera, que busca
divisas, es absurdo. Es absurdo porque está pensado desde los
grandes proyectos de inversión y no desde las necesidades
básicas de la población. Es absurdo pensar que el desarrollo
interno vendrá como efecto del trabajo que generarán los
proyectos de exportación. Más coherente serÃa pensar en una
serie de pequeños proyectos locales y regionales de inversión,
que busquen satisfacer necesidades básicas de la población,
como punto de partida. De lo que se tratarÃa es de generar
pequeñas economÃas locales y regionales.
Recorrer los pueblos costeros de Manabà permite visualizar un
efecto a veces imperceptible de la crisis: el estar
-literalmente- atrapados en un tiempo que pasa sin sentido. La
crisis lleva a una desvalorización de los ideales, pero mucho
más esta crisis, la que estamos viviendo ahora, pues coincide
con el fin de unas cuantas utopÃas que nos habÃan mantenido
engañosamente optimistas. Ahora de lo que se trata es de
buscar nuevos ideales, descubrir e inventar nuevas
posibilidades de vida y nuevas formas de producción. Hacerlas
nacer allà donde han muerto, romper esta maldita pero
comprensible apatÃa que genera la crisis y que da sentido a
quienes plantean la polÃtica como acto milagroso. Generar
nuevas posibilidades de vida presupone romper abiertamente con
los esquemas convencionales de desarrollo -hacia afuera o
hacia adentro-, con los compromisos que atan a los gobiernos a
los grupos con poder. Generar nuevas posibilidades de vida
erradicarÃa, además, esa miserable forma de hacer polÃtica,
por la cual unos tres diputados derechistas, interesadamente
generosos, regalan raciones alimenticias a pueblos
empobrecidos por la crisis y casi sepultados por los
temblores. PermitirÃa, en fin, erradicar esa práctica polÃtica
que se parece mucho a las aves de rapiña que viven en la
basura de los pueblos costeros de la provincia de ManabÃ.
(A-4).