SIXTO Y NEBOT. Por Juan Pablo Moncagatta

Quito. 03.04.92. (Editorial) Aún antes de la caída del imperio
soviético la derecha venía conquistando espacios en el mundo;
luego de la debacle marxista el fenómeno parece acentuarse.
El último ejemplo es la derrota socialista en Francia.

En el Ecuador, según las encuestas, llegarán a la segunda
vuelta Sixto Durán y Jaime Nebot, ambos de matriz derechista.
Partiendo de esos datos resulta que Sixto y Nebot suman cerca
del sesenta por ciento de las simpatías. Un porcentaje
altísimo si se considera que hay otros diez candidatos en
liza, de los cuales dos más con posibilidades.

¿Será que el país se ha derechizado, siguiendo la moda
imperante? Algo de ello puede haber, pues lo que ocurre en el
mundo nos afecta, pero la explicación no puede ser tan
simplista. Me parece que hay que buscar otras respuestas
complementarias.

Sixto representa a un electorado cuya tendencia no es
totalmente derechista. Con él está la gente que confía en la
experiencia, en su honestidad, que busca un régimen tolerante
que pueda significar un paréntesis en el enfrentamiento
perpetuo entre gobierno y oposición. Si hay que encontrar un
presidente que traiga paz, mejor desentenderse de su ideología
y votar por quien garantiza una conducción ecuánime, piensan
muchos de sus seguidores.

Sixto sabe que es así, y por eso refuerza su imagen diciendo
que hará un gobierno de conciliación nacional, con los mejores
hombres, prescindiendo de banderías políticas. Hasta Carlos
Julio Arosemena, de vocación polémica, se encuadra en esa
línea, que no es pura estrategia sino la expresión fiel del
carácter del postulante presidencial.

Jaime Nebot es candidato de un partido de tradición
derechista, pero sus planteamientos poco ortodoxos. Habla de
un Estado fuerte, aunque pequeño, y de su papel regulador.
Clama que el mercado no puede ser el árbitro único o supremo,
tesis que va en contra de las teorías del capitalismo extremo,
condenado por el mismísimo Papa.

Nebot contradice en algunas cosas lo que hizo el gobierno de
Febres Cordero, del cual es hijo. Está en contra, por
ejemplo, de la desincautación del dólar, medida que salió del
corazón de Febres Cordero, aunque la realidad lo haya
constreñido después a revisarla. Acusa de terrorismo
económico a Dahik, sobrevolando la condición que éste tuvo de
máxima eminencia económica en el pasado régimen
socialcristiano.

En las propuestas de Nebot hay una buena dosis de populismo,
como aquello de ofrecer "el cambio ya", a sabiendas que las
transformaciones son complejas, intrincadas y que toman su
tiempo. Pero Nebot conoce que nuestro pueblo está angustiado
por la pobreza, cansado de una crisis que no termina nunca,
decepcionado de un sistema que cada día le pide más
sacrificios. Entonces le ofrece el cambio, el cambio total y
de inmediato. Una promesa hermosa, y no hay otra mejor para
quienes lo esperan todo o no tienen nada que perder.

Viendo así las cosas, resulta que Nebot cuenta con un
electorado básico al que puede sumar otros sectores de
distintas tendencias. Para sus seguidores de derecha poco
importan sus ofertas electorales: saben que lo pueden contar
como uno de ellos, diga lo que diga. Para los demás, sus
promesas huelen a rosas.

De ser ciertas las encuestas, el país tendrá que escoger entre
dos versiones de una misma tendencia. La una joven, agresiva,
promitente; la otra serena, experta y conciliadora. El
escepticismo es la tónica general en esta campaña, y es
difícil predecir adonde irá: si hacia quien espera vencerlo
con dosis gigantescas de ilusiones o hacia el realismo del que
ofrece trabajar para hacer los cambios posibles, y sólo esos.
(4A)


EXPLORED
en Ciudad N/D

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