Quito. 27 dic 99. Ellos son los timoneles de los grandes cambios
en el país. Quizá para muchos, Vistazo dejó fuera algún nombre
importante. La medida de lo que constituye la grandeza de un ser
humano y su influencia es subjetiva. No obstante, tenemos la
certeza de que los nueve seleccionados integrarían cualquier
lista de los hombres del siglo, pues son el resultado de un
consenso entre varias encuestas que esta revista hizo a
historiadores, asociaciones gremiales, líderes de opinión y
lectores. En el recuento de sus vidas, Jorge Vivanco, nos dice
porqué están en la lista .

Eloy Alfaro, el luchador

La figura de Alfaro es la más recia de este siglo porque llevó
a cabo la verdadera, profunda y permanente revolución

La idea liberal impulsó el movimiento independentista del 10 de
agosto de 1809 e inspiró la Revolución del Nueve de Octubre de
1820; sin embargo, no adquirió claros perfiles para constituirse
en un partido en la época de la Independencia ni en las primeras
décadas de la República, sino cuando luchó por desplazar del
poder a la derecha.

La corriente liberal fue la vanguardia de la lucha por la
independencia, pero los conservadores habiéndose opuesto a ella,
se hicieron del poder. Juan José Flores le dio firmes bases
políticas especialmente en Quito y la Sierra.

Rocafuerte y los partidos del seis de marzo de 1845,
constituyeron un incipiente paréntesis liberal, fecundo en el
campo de la educación y en otras de gran empuje para la época
como la manumisión de los esclavos con Urbina; pero surgió García
Moreno y aplastó el movimiento liberal instaurando no solo un
régimen de derecha, sino una teocracia.

Se luchó contra ella simultáneamente en dos campos: el uno
ideológico y romántico, en el cual Montalvo, Moncayo, Calle,
Peralta, Benigno Vela, etc. fueron los abanderados. En el otro
que empuñó las armas y organizó la guerrilla que duró décadas,
Eloy Alfaro que tuvo capitanes de la talla de Vargas Torres,
Carlos Concha, Pedro Montero, etc., fue el adalid.

Esta fue la legión que derrumbó a la derecha e impuso la
Revolución Liberal en 1895, la más auténtica transformación en
la historia del Ecuador.

Eloy Alfaro navega en los dos siglos: en los últimos años del 19,
fue de toma del poder y de constante batallar contra la reacción
agresiva e indomeñable; y durante los 12 años del presente siglo,
tuvo que librar otra lucha, quizá más intensa porque en buena
parte fue intestina, para implantar las reformas liberales; y
para emprender la titánica obra integradora del país, el
ferrocarril Guayaquil-Quito, que es la de mayor aliento en la
historia económica y social del Ecuador.

La construcción del ferrocarril Guayaquil-Quito por el inmenso
esfuerzo que exigió, cinceló para la posteridad la figura de
Alfaro, que no solo tuvo que dominar la colosal orografía andina,
sino vencer el salvaje fanatismo que se oponía a la obra. Hay
historiadores que sostienen que éste fue el mayor esfuerzo que
se haya hecho en la vida republicana, con resultados magníficos;
y cuando culminó el Ferrocarril llegó a la estación terminal de
Chimbacalle en Quito, la reacción conservadora unida con un
poderoso sector liberal derechista, había decretado el sacrificio
del titán, manchando la historia del Ecuador con esa vergüenza
del arrastre de Alfaro y sus tenientes por las calles de Quito
y las llamas de la "Hoguera Bárbara".

Isidro Ayora, el modernizador

Ayora destaca nítidamente por su firmeza, pulcritud para
modernizar el Ecuador y ponerlo a la altura de los tiempos

El empuje renovador y constructor de Eloy Alfaro venció la
conspiración permanente de la derecha que se armó en guerrilla
acudiendo a todas sus grandes posibilidades, pero no pudo vencer
a la división de su partido con lo que perdió firmeza ideológica;
su mantenimiento en el poder se hizo ilegítimo y su ejercicio se
corrompió. Florecieron los vicios, los grupos de presión, entre
ellos los bancos, formaron "trincas" para gobernar de acuerdo con
sus intereses desde sus escritorios y hacer de los gobiernos
simples títeres. Esta situación se sumó al hecho de que las
instituciones se habían envejecido o se habían corrompido. El
partido Liberal en esas circunstancia, subía el embate de ideas
nuevas con contenido social antiliberal.

En estas circunstancias un grupo de jóvenes militares se rebeló
y protagonizó la revolución del Nueve de julio de 1925; los
ideales que impulsaron a estos jóvenes revolucionarios eran
magníficos, pero no pudieron plasmarlos en realidad. No tenían
experiencia política y generalmente no acertaban en la selección
de sus colaboradores. Se formaban juntas militares, juntas
militares y civiles, juntas civiles. Generalmente sus integrantes
eran ilustres ciudadanos pero no tenían coherencia ideológica ni,
por lo mismo, metas fijas.

En una de esas juntas actuó un médico lojano residente en Quito
que era concejal de la municipalidad capitalina, el doctor Isidro
Ayora, cuyo mayor prestigio consistía en que modernizó la
medicina en el país implantando la ginecología, rama médica que
entonces era prácticamente prohibida por escrúpulos religiosos
y sociales. Por sus virtudes, los jóvenes militares le encargaron
el poder.

Isidro Ayora puso andar a la Revolución que se llamó Juliana;
planeó la modernización del Estado y la llevó a cabo con inusual
firmeza. A él se le debe todo el ordenamiento del sistema
financiero y bancario; trajo a la Misión Kemmer, que dio los
lineamientos generales y que Ayora los siguió lealmente dictando
las leyes de Bancos, de Monedas, Orgánica de Aduanas, de
Hacienda, etc.: creó el Banco Central como único instituto emisor
de moneda, las Superintendencias de Bancos y de Compañías; en lo
social, creó el Seguro; enfocó el aspecto sanitario prácticamente
olvidado, particularmente el de Guayaquil, ciudad en la que
construyó la primera red de alcantarillado que hasta hoy persiste
en parte.

En la historia del país, la figura de Ayora descuella nítidamente
por una serie de aspectos, pero especialmente porque él modernizó
el Ecuador y lo puso a la altura de sus tiempos.

Toda su fecunda gestión, ejemplo de pulcritud que contrastaba con
la corrupción y arbitrariedad de gobiernos pasados. Así pudo
escribir: "Pasados más de 30 años de mi gobierno, puedo asegurar
que no se cometió ningún fraude con aprobación tácita o implícita
del gobierno, cuyos enemigos nunca llegaron a comprobar ningún
cargo. Han transcurrido más de 30 años y todos los que formaron
el gobierno (Julio Moreno, Pedro Leopoldo Núñez, Homero Viteri
Lafronte, Abelardo Moncayo Andrade, el inofensivo Gabriel Noroña,
etc.), tuvimos que seguir trabajando para vivir modestamente. Yo
personalmente calculo que la Presidencia me costó una pérdida
sustancial en el incremento de mi moneda fortuna hecha con
ímprobo trabajo profesional".

¿Quién después de él, salvo Velasco Ibarra, puede decir algo
igual?

José María Velasco Ibarra: Dadme un balcón

Velasco conoció el secreto de las multitudes. Con su palabra
magnetizó cuarenta años de la vida del país

A pesar de los principios permanentes del liberalismo para la
organización del Estado y de la sociedad, y de la fuerza heroica
con que impuso en el Ecuador la Revolución de 1895 y de la fuerza
de su obra transformadora, el liberalismo hubo en el poder a base
de un fraude electoral sistemático que llegó a
institucionalizarse, creando grandes resistencias en el pueblo
ecuatoriano que pugnaba por ser actor de su destino, a base del
respeto a la soberanía popular y del sistema representativo.

El descontento que crecía, se extendía y profundizaba, al
comenzar la tercera década fue captado por un personaje que se
salía de las reglas comunes del comportamiento político, el
doctor José María Velasco Ibarra, que había sido formado en los
cánones de la derecha, pero de espíritu indisciplinado y libre.
Como periodista, que así comenzó su vida política, planteó ante
el país la necesidad de "abrir las puertas al sufragio libre";
se manifestó en gran polemista en las columnas del Diario El
Comercio; su nombre caló de una manera casi automática en el
espíritu del pueblo quiteño; fue elegido diputado por Pichincha,
estando ausente, y del Congreso hizo la gran tribuna para
sostener sus ideas y para demoler al gobierno imperante del
doctor Martínez Mera, al que derrocó acudiendo -en uso y abuso-
a la facultad fiscalizadora del Congreso mediante el "voto de
desconfianza".

Así, su carrera política estaba expedita; lanzó su candidatura
presidencial y apareció el gran tribuno popular; en sus discursos
"magnetizaba" a las masas halagándolas, al mismo tiempo
ofreciendo "acabar con las trincas y con las argollas, con los
pulpos de la nación, con los abogadillos corrompidos y venales".
Triunfó limpiamente en elecciones libres presididas por el doctor
Abelardo Montalvo en 1934.

Pronto cayó; retornó al poder en 1944 por la gran revolución
reivindicadora del 28 de mayo; cayó otra vez; cuando se creyó que
había terminado su ciclo político, presentó su candidatura en
1952 y retornó al Palacio de Carondelet, única ocasión en que
terminó su período; en 1960 triunfó por cuarta vez; cayó a los
13 meses; en 1968 fue elegido por quinta vez y cayó en febrero
de 1972 por cuarta ocasión. Una trayectoria política que
desconcertó al mundo.

Para cada campaña electoral elegía un tema siempre acertado para
convocar al pueblo en su torno: contra el fraude electoral en
1934; en 1944 la rehabilitación del país luego de la tragedia de
Río de Janeiro; la integración nacional mediante un plan vial en
1956; la United Fruit en 1960; contra las oligarquías en 1968.

Figura sorprendente la del doctor Velasco Ibarra, fue el centro
alrededor del cual se movió la política del país durante 40 años;
formó escuela; a su amparo surgieron generaciones de políticos;
su obra material fue fecunda, especialmente en vialidad y riego;
pero su labor fundamental por la que pasará la historia es haber
implantado en el país las elecciones libres, el don más preciado
de la democracia.

Luis Noboa Naranjo:
El gran empresario

Un hombre excepcional que levantó un imperio a fuerza de trabajo
e hizo más por el país que muchos mandatarios

Entre los años 30 y 40 de ese siglo, Guayaquil crecía a ritmo
acelerado; había estabilidad económica, moneda dura y estable,
consecuencia de una política monetaria austera; la frontera
agrícola se ampliaba porque comenzaba el "boom" del banano.

Entonces, un joven pulcramente vestido, de elegantes maneras,
fácil de vincularse con los demás, servicial y útil, visitaba las
oficinas haciendo sus pequeños negocios. Vendía lápices, números
de lotería, incluyendo la panameña que tenía una gran demanda
entonces, informándose de todo, dando buenas noticias, con los
ojos abiertos y la cabeza despejada. Era Luis Noboa Naranjo, que
había venido muy joven de Ambato con su madre, de la que cuidaba
devotamente.

El joven Luis Noboa analizó detenidamente los renglones más
productivos de la economía, particularmente del comercio; se
dedicó a todo lo que le parecía un buen negocio: arroz, cacao,
balsa, etc. Pero el banano aparecía con perspectivas
incalculables y a exportar banano se dedicó, asumiendo graves
riesgos porque exportar la fruta significaba saber tratar el
delicado producto, tener buenas conexiones en el exterior,
cuantioso capital de trabajo, un equipo humano capaz no sólo en
asuntos contables, sino en comercio exterior. Sobre todo,
mantener vinculaciones valiosas en el sector comercial del país
y con los gobiernos.

Todo eso consiguió Luis Noboa, le sobraba perspicacia y don de
gentes para sus relaciones empresariales, habiendo creado a su
alrededor una atmósfera de confianza que fue su mayor capital.
La palabra de este joven empresario valía más que su firma en
aquella época en que cumplir los compromisos era una cuestión de
honor y el honor el más valioso patrimonio.

A los pocos años, Luis Noboa era el primer exportador de banano
del país, instaló toda la compleja infraestructura que se
necesitaba e inclusive se lanzó a la peligrosa aventura de formar
su propia flota bananera. Lo consiguió admirablemente y con ello
su figura adquirió un gran prestigio, no sólo en el país sino en
el exterior; y, desde luego, todo gobierno lo respetaba porque
su trabajo aportaba en forma firme para la economía nacional.

Naturalmente, también fue blanco de la política populista,
especialmente del CFP que vio en él y en el señor Juan X. Marcos
los mejores objetivos para atacar en ellos a la oligarquía y
ganar votos.

Cada golpe de Estado significaba un peligro para Noboa y sus
empresas, pues toda dictadura pensaba encontrar en sus libros de
contabilidad graves secretos. Ningún gobierno de facto descubrió
las irregularidades que pensaba, pero Luis Noboa y los suyos eran
buena materia para explotación política. La última dictadura que
proclamó la revolución nacionalista y creó los tribunales
especiales, lo persiguió con saña. Luis Noboa se fue a Estados
Unidos. Desde ese país miró el mercado mundial del banano,
especialmente el europeo y, contra toda la lógica de ese momento,
se fijó en los países de detrás de la cortina de hierro, países
pobres pero cuyos mercados para el banano estaban vírgenes. Para
captarlos, concibió un formidable plan de triangulaciones
financieras, acudiendo inclusive al trueque.

Así amplió sus actividades al terreno de las importaciones,
especialmente de maquinaria agrícola; su figura fue tomada muy
en cuenta en el Kremlin y en los países satélites de la URSS de
Europa oriental, cuyos pueblos podían comer el banano, la fruta
para ellos tan preciada como inalcanzable entonces. Cuando Noboa
iba a Moscú, lo recibían los más altos funcionarios del sector
económico del Gobierno.

La pujanza económica de las empresas manejadas por Noboa, obligó
a que se lanzara a la agroindustria primero (elaborado de café
y cacao) y luego a la gran industria, inclusive la automotriz.

El grupo Noboa se trasformó en el más poderoso del país y Luis
Noboa en el hombre más rico. Su figura es en lo económico, la más
importante de la última mitad del siglo, en el sector empresarial
privado.


Monseñor Leonidas Proaño,
El obispo de los indios

Retomó para la Iglesia el cristianismo solidario con los más
pobres del país: los indios y trabajó por su superación

La encopetada sociedad riobambeña preparó con boato el
recibimiento del nuevo obispo, Leonidas Proaño, a quien aún no
conocían, pues tomó posesión canónica en la Catedral de Ibarra.
El entusiasmo se tornó frialdad cortés por una sin razón que
entonces en Riobamba era una razón poderosa: en el mestizaje del
Obispo. El nuevo Obispo, naturalmente, captó el vacío social y
reafirmó su plan reformador de la organización piramidal de la
iglesia riobambeña y de la estructura agraria de los
terratenientes.

Comenzó por lo primero: de las cuatro parroquias urbanas de
Riobamba, tres estaban regidas por órdenes religiosas: dominicos,
a quienes expulsó de la Diócesis y cerró la Iglesia;
franciscanos, con los cuales mantuvo tensas relaciones; y
redentoristas, a quienes soportó por el espíritu místico de la
Orden. La cuarta parroquia era la única que estaba en manos
seculares regida por el presbítero Luis Arrieta, a quien atrajo
y junto con el vicario apostólico, monseñor Agustín Bravo, se
dedicó a la obra apostólica a favor de los indios. Así trabajó
en el segundo e interesantísimo escenario de monseñor Leonidas
Proaño.

"Era de esperarse. Este cura comunista está regalando a los
indios las haciendas de la Iglesia y con ello da un ejemplo
peligroso; está soliviantando a nuestros "conciertos"; ya están
hablando de apropiarse de los huasipungos; pero con nosotros se
"estacan" los indios, a los que hemos de darles bala y al obispo
comunista lo vamos a denunciar ante el Arzobispo". Esto decían
en coro los terratenientes riobambeños y de toda la provincia de
Chimborazo, que siempre vieron con recelo a monseñor Leonidas
Proaño y escuchaban con pavor sus sermones inspirados en una
doctrina que llamaban "la Iglesia de la Liberación".

"Dios le pague, obispo amigo", decían en cambio los indios
beneficiados, que ya sabían leer y cambiar; lo aprendieron a
través de las Escuelas Radiofónicas y habían comprendido ese
cristianismo solidario de los pobres que difundía el Prelado no
precisamente desde el púlpito, sino a través de permanentes
visitas pastorales a las parcialidades indígenas, vestido de
poncho y bufanda paramera.

"¡A este cura guerrillero y marxista le ha sobrevenido una locura
blasfema! ¿Cómo pretende vender las más preciadas joyas del culto
religioso, la Custodia, los Copones, etc., regalados por nuestros
abuelos, nuestros padres y nosotros mismos, para digno boato de
las ceremonias religiosas y el culto a Jesús, Rey de Reyes?",
exclamaron esos mismos terratenientes, cuando el Obispo anunció
su proyecto de vender la joyería litúrgica para invertir su
producto en obras sociales, plan que no llegó a culminarlo, pero
detuvo el proyecto de construcción de la gran Catedral.

"Creo en la pobreza de la Iglesia, en el compromiso de ir
constituyendo una iglesia comunitaria y no piramidal; una iglesia
distinta a la sociedad civil; no concebimos la Iglesia como un
poder económico, sino como una opción por los pobres", respondió
el Obispo.

Este sacerdote, que nació en San Antonio de Ibarra el 29 de enero
de 1910, de una familia pobre, pero de profundos principios
morales que, luego de ordenado sacerdote, se dedicó a la cátedra
en el seminario de Ibarra; fundó el diario La Verdad, impulsó y
asesoró a la Juventud Obrera Católica, instaló librerías, etc.,
fue sorprendido por el nombramiento de obispo de la Diócesis de
Riobamba, hecho por el Papa Pío XII el 18 de marzo de 1954. Desde
entonces, se dedicó al Episcopado de Riobamba, a la redención del
sector indígena, que en esa zona era inmensamente mayoritaria,
pero también inmensamente dominado y explotado. En nombre de la
doctrina cristiana de solidaridad y sencillez, se dedicó al
trabajo; fue "como el grano de trigo", según expresión del
cardenal Pablo Muñoz Vega, pronunciada con ocasión de la muerte
de monseñor Proaño, para expresar cuán fecunda fue su obra.

La acción renovadora de este sacerdote se inspiró sucesivamente
en el Concilio Vaticano II y las Conferencias de Medellín y de
Puebla; pero, a su vez, se convirtió en el cerebro agitador de
la Iglesia de la Liberación que se extendía por toda América
Latina, desde México hasta la Patagonia.

Ese movimiento llegó a preocupar a los sectores reaccionarios
internacionales, porque era el pensamiento de monseñor Proaño el
que inspiraba a la Iglesia de los pobres en los países de igual
ancestro indígena-hispano, especialmente la de Centroamérica. Al
morir, el 31 de agosto de 1988, la figura de monseñor Leonidas
Proaño, era la más recia dentro del movimiento eclesial, quizá
más profundo que ha tenido América en este siglo.

Oswaldo Guayasamín,
Pintor universal

En este siglo son los pintores los que ocupan el lugar de honor
en la cultura, y de ellos Guayasamín es el más grande

En la tradición pictórica del Ecuador, antigua, rica y de
admirable calidad, se reflejan las diversas etapas históricas en
que demuestran las excelencias de los que muchos llaman "raza
ecuatoriana". Artistas indios y mestizos fueron los de la Escuela
Quiteña, con nombres tan altos como los de Caspicara y Miguel de
Santiago, están los pintores indígenas, que captaron toda una
corriente artística hispano-indígena; la colonia se salva
culturalmente por la presencia de los pintores, picapedreros,
orfebres, que nos dieron maravillas, especialmente en los
templos, uno de los cuales, el de La Compañía, es una obra que
enorgullece a la América hispana.

En el actual siglo son los pintores los que ocupan un puesto de
honor en la cultura americana; nombres como Mideros, Rendón,
Kingman, Paredes, Guerrero, Tejada, Endara, Andrade, Tábara,
etc., están a la vanguardia de la corriente pictórica mundial.

Oswaldo Guayasamín, el que resume el movimiento. Siendo indígena
puro, asimiló el alma ecuatoriana y puso a su raza y su
esclavitud en el primer plano de la atención mundial. Sus
pinturas conmovieron no sólo por la forma, los colores, los
motivos, sino porque constituyeron un grito de protesta a favor
de la raza indígena. Guayasamín no sólo es pintor; es, además,
escultor, orfebre, pero sobre todo representante de una corriente
espiritual cuyos objetivos los esculpe en obras inmortales.

El pintor Luis Moscoso cuenta que, cuando era rector de la
Escuela de Bellas Artes de Quito, llegó a sus aulas el joven
Oswaldo Guayasamín y no ocultaba su preocupación porque su
apellido, tan auténticamente indígena, le fuera perjudicial por
los prejuicios entonces imperantes, cuando la literatura y el
arte eran patrimonio de las elites. Moscoso afirmaba que
Guayasamín estaba pensando seriamente en cambiarse de apellido,
no porque se avergonzara de él, pues más bien lo enorgullecía,
sino debido a que esta circunstancia, por torpeza de una sociedad
llena de complejos, fuera una barrera para cumplir el destino
luminoso que estaba convencido le correspondía.

"No piense en esto", le dijo Moscoso. "Su apellido tan sonoro,
tan auténticamente indígena, será más bien un reclame en el mundo
del arte".

"¡Pinte como Guayasamín, y como Guayasamín triunfe!".

Así fue: Oswaldo Guayasamín triunfó magníficamente.

Pero para ello tuvo que trabajar sin tregua; en donde fuera, en
cualquier condición, haciendo lo único que sabía, pintar. Con su
pincel debía sobrevivir a su pobreza, y así se batió por todo el
país, aceptando todo trabajo que se le ofreciera, mientras
perfeccionaba su arte. Contaba que lo más duro de esa etapa
triste de su pobreza, era pintar los nombres de las embarcaciones
atracadas en los puertos, principalmente en Guayaquil. Trabajo
manual, sin significación, pero relativamente bien pagado. Con
el oleaje, los buques subían y bajaban, y tenía que pintar en un
objetivo móvil, con el agua que le iba del pecho a las canillas.

Así capeó la pobreza, pudo llegar a otros escenarios más
propicios y en ellos forjó su grandeza. Se ha discutido, muchas
veces en forma apasionada, acerca de la calidad de las pinturas
de Guayasamín; han tratado de ver defectos y motivos de
desestimación; pero todo intento de disminuir su figura ha
fracasado ante la fuerza, la plenitud, la grandeza de su obra.

Culminó su vida con una obra digna de su grandeza, la Capilla del
Hombre, memorial de este indígena ecuatoriano de dimensión
universal.

Jorge Icaza,
El gran novelista

El autor de la novela Huasipungo es el escritor más famoso que
ha tenido el Ecuador, después de Juan Montalvo

La Revolución Mexicana de 1910 fue el formidable grito de
rebeldía que despertó la conciencia del pueblo latinoamericano
y empujó a escritores y artistas a mirar hacia adentro, cuando
no habían tenido ojos sino para motivos y esquemas extraños. De
esa eclosión de protesta mexicana se desprendió una robustísima
corriente de pensamiento indigenista que se reflejó en el libro
y la pintura. Sus cifras mayores fueron: Orozco, Rivera,
Siqueiros, en pintura; Justo Sierra, Manuel González Prada, José
Carlos Mariátegui, José María Arguedas, en la novela y la
sociología.

Esta semilla repartida en 1910, cayó en terreno fecundo en el
Ecuador: Guayasamín, Kingman, Paredes, Guerrero, en la pintura;
en la novela, toda generación que marcó nuevo rumbo a la
literatura ecuatoriana de denuncia y ocupó un puesto de honor en
las letras americanas: los del Grupo de Guayaquil, De la Cuadra,
Gallegos Lara, Gil Gilbert, Aguilera Malta, a los que se unió
Alfredo Pareja (los "Cinco como un puño") y en Quito, Alfredo
Chávez (plata y bronce) y Jorge Icaza. Fue Icaza el que tocó con
tal crudeza y valentía la situación del indio ecuatoriano, que
se convirtió en el exponente de la novela indigenista, puso el
tema del indio víctima de ancestrales injusticias en forma tan
conmovedora, que luego fue explotado hasta la exageración, al
punto que se dijo que a los tradicionales explotadores del indio:
el terrateniente, el mayordomo, el párroco y el teniente
político, se habían sumado los escritores.

Jorge Icaza fue uno de los novelistas más fecundos del Ecuador,
autor de Huasipungo, (el primer libro) y luego, En las calles,
Cholos, Media vida deslumbrados, Huairapamushcas, El chulla
Romero y Flores, y algunas obras de teatro.

Literariamente hablando, hay libros del mismo Icaza mejor
escritos que Huasipungo, pero fue éste el que sacudió al mundo
literario en Ecuador, América y Europa; es el libro ecuatoriano
más traducido a otros idiomas: francés, inglés, ruso, chino, etc.
Desde su publicación en 1934, los escritores todos en el Ecuador
comenzaron a escribir sobre el indio ecuatoriano; y en Europa,
los libros de sociología y las novelas de interés social, se
referían y muchos fueron motivados por Huasipungo.

Ángel Felicísimo Rojas describe e interpreta este hecho con las
siguientes palabras: "El joven autor quiteño, de pronto, se
convertía en el escritor más famoso que haya tenido el Ecuador,
después de Montalvo". Innumerables críticos extranjeros hicieron
comentarios, casi todos ellos admirativos, a propósito del libro.
Las ediciones seguían multiplicándose. Y hasta una nueva
modalidad de concebir y describir, desmañada, simple, audaz y
directa, calcada en la que Icaza introdujera en el relato -yendo
aún más lejos que los autores de Los que se van, que ya
escandalizaron con la crudeza de su lenguaje y la brutalidad de
las escenas- empezaba a cultivarse en otros lugares de América.
El indio, de Gregorio López y Fuentes, publicado en México un año
después de Huasipungo; y Cacao de Jorge Amado en el Brasil,
pueden servirnos de ejemplo".

Sin embargo de esta inmensa fama, el escritor ecuatoriano vivió
con una modestia casi pobre, trabajando en pequeños negocios,
como una librería con pocos clientes, que servía más bien de
lugar de tertulia literaria; parece que fue tentado en esta época
por el teatro y a él se dedicó por algún tiempo. Además, esa fama
jamás hizo mella en el modo de ser de Jorge Icaza. Antes y
después de Huasipungo, fue el hombre cordial, extrovertido,
servicial, sencillo, sin ninguna pose. Esa sencillez hace más
grande la figura de este escritor ecuatoriano que es la que más
honda huella dejó en la novelística ecuatoriana.

Julio Jaramillo,
El ruiseñor de América

Su voz aterciopelada, inigualable, lo convirtió en el cantante
popular más importante y auténtico de este siglo

Francisco Feraud Aroca estaba, como era costumbre y su trabajo,
atendiendo en el mostrador del almacén de música de su padre
Domingo Feraud Guzmán. Aquella vez se hallaba abstraído. ¿Por
qué, se preguntaba molesto, la gente viene a pedir con
insistencia inusitada el disco Fatalidad interpetado por Olimpo
Cárdenas que Ifesa, rival tradicional de Ónix, la firma familiar
de los Feraud, había importado?

En ese mal momento se acercó un señor de acento mexicano a
preguntarle dónde puede encontrar a Julio Jaramillo, a lo que
Pancho Feraud le contestó seco: "No está en el Ecuador, anda por
Perú o Chile". El mexicano no se amilanó por la mala respuesta
y subió donde suponía estaba el dueño del almacén, y allí lo
encontró.

A poco, Pancho Feraud fue llamado por su padre y delante del
mexicano, que era nada menos que el gerente de la casa musical
Peerles de la capital mexicana, le dijo: "Hijo, prepare las
maletas que sale usted para Chile de urgencia. Vaya y traiga a
Julio Jaramilo". Así contó esta anécdota esclarecedora del
destino de Julio Jaramillo, el propio protagonista Feraud Aroca.

Lo trajo, en efecto, y en el viaje, la cabeza de Jota Jota -como
se lo llamaba desde entonces al cantante guayaquileño- y también
la de Pancho se llenaron de planes y fantasías. Esa voz de Julio
Jaramillo unida al requinto de Rosalino Quintero y en el apoyo
de esa gran emrpesa de José Domingo Feraud Guzmán, eran el camino
de la fama que todos buscaban.

Pero al bajar del avión que lo trajo a Guayaquil, Julio Jaramillo
no fue recibido como ya se estaba haciendo costumbre por
multitudes de jóvenes que lo aclamaban, tal como había sucedido
en Lima, en Santiago, en Buenos Aires, en Montevideo y
acontecería luego en México, en San José de Costa Rica, en
Colombia, a todas partes a donde iba; lo recibieron un capitán
y dos soldados y lo llevaron al Batallón de Infantería número
tres para que haga la conscripción de la que era remiso.

Esta escena resume "el estilo de vida" de este guayaquileño cuya
fama fue grande en vida, pero sigue creciendo después de muerto.
Como sucedió con Carlos Gardel.

De los barrios pobres de Guayaquil, por cuyas calles cantaba,
amaba, sufría y soñaba, saltó a un público más amplio en el
escenario de Radio Cristal, de cuyo teatro popular pasó a grabar
discos bajo el patrocinio de la Casa Ónix de Domingo Feraud
Guzmán, discos que enloquecieron a la juventud de entonces
acostumbrada al merengue, el cha cha cha, la rumba y a las voces
caribeñas.

Fatalidad, el valse peruano cantado por Julio Jaramillo causó
conmoción y se hicieron grabaciones tras grabaciones; Nuestro
juramento fue el canto de amor de los enamorados y por él
llamaron a Jota Jota "Mister Juramento"; el disco Fatalidad,
grabado por Olimpo Cárdenas y que tuvo una aceptación
arrebatadora, en la voz y con los arreglos de Julio Jaramillo y
Rosalino Quintero, superó todas las previsiones.

Después fue todo triunfo, bohemia, amores e intrigas. Una
intensidad de vida, que no soportó su cuerpo aún siendo joven y
se fue prematuramente a la tumba, puerta de su inmortalidad
artística.

Cada aniversario de la muerte del artista, alrededor de su tumba
en Guayaquil, se reúnen densas multitudes, sin previa cita ni
organización y rezan y cantan las canciones que él hizo famosas.

Julio Jaramillo es el artista popular latinoamericano por
excelencia; su voz aterciopelada no necesita más acompaña- miento
que el de la guitarra; y así despertaba el entusiasmo del público
de toda clase en el Ecuador y en otros países de América; lo
mismo en Guayaquil, que en Quito o en Cuenca, igual en nuestro
país que en los centroamericanos y del sur del continente, en
donde su calidad artística se impuso a pesar de una formidable
competencia. Si la calidad de un artista se mide por la
aceptación del público, Julio Jaramillo es el cantante de música
popular más importante y auténtico de los últimos 100 años.

Jefferson Pérez
La gloria olímpica

El marchista nacional que levantó nuestra autoestima al lograr
con su tesón y disciplina una medalla olímpica

El sueño y la meta de Jefferson Pérez fue ser corredor de fondo;
no le gustaba la marcha. Con esa idea, en abril de 1968 se acercó
donde Luis Chocho, el entrenador de los jóvenes atletas cuencanos
a pedirle que le permitiera entrenar con él en las disciplinas
del atletismo.

Chocho examinó a este muchacho "delgado y pequeño, que marchaba
con las piernas curvas y un extraño movimiento de las caderas";
lo aceptó, pero para prepararlo como marchista tuvo que vencer
una dolorosa resistencia de Jefferson que, como la mayoría
entonces, creía que la marcha era una disciplina menor. Él quería
la gloria.

Pero no tenía alternativa, Jefferson entrenó conforme lo quería
Chocho; pero una vez se le escapó para participar en el
Prejuvenil de Atletismo triunfando en los 1.000 metros de "Sport
Aid". Con ello, a Los Angeles, la meca del deporte de Estados
Unidos, y después a Nueva York, Londres, Moscú, Bucarest, etc.

Sin embargo, Pérez volvió a la marcha y a las manos de Chocho.
Su vida de atleta mundialista se desencadenó vertiginosa y
triunfal:

-Cinco de septiembre de 1988, primera medalla de oro en el
Campeonato Prejuvenil Sudamericano de Cuenca.

-El mismo 1988, medalla de oro en el Sudamericano Juvenil de
Uruguay.

-En 1990, Copa Mundial Juvenil en Bulgaria.

-En 1991, primer lugar en el Sudamericano Juvenil de Paraguay y
segundo lugar en el Campeonato Juvenil Panamericano de Jamaica.

-En 1992, primer lugar en el Campeonato Mundial Juvenil de Seúl.

-Copa Azteza en México.

-Copa del Mundo de la República Checa.

Hasta que llega al período culminante para Jefferson Pérez y el
atletismo ecuatoriano: medalla de oro olímpica de Atlanta en
1995.

Luego se desgranan triunfos y triunfos: Arequipa, Los Angeles,
Moscú.

Los periodistas que siguen al triunfador, a Jefferson lo
perseguían en donde competía; lo forzaron a adoptar una sonrisa,
la que convenía a la prensa, y así perdió forzadamente su natural
seriedad aunque en su interior protestaba por esta pose que no
era espontánea, sobre lo cual declaró: "Empecé a ser muy
sonriente, pero esa no era mi personalidad, me estaba engañando
a mí mismo", y en Grecia, en medio del terrible sentimiento del
quizá único fracaso, se liberó de la forzada sonrisa para los
fotógrafos. Exclamó: "¡Si otra vez me ha de ir mal, que por lo
menos sea yo mismo!".

El Ecuador no ha ocupado un lugar importante en el mundo
deportivo internacional; ha tenido momentos brillantísimos como
su participación en la Olimpiada de Natación de Lima en 1938,
cuando siendo el equipo representativo más pequeño obtuvo el
mayor número de premios; en básquetbol tuvimos un sitio
brillante, con nombres que se han inscrito en la historia
deportiva nacional; en fútbol, que es el deporte favorito, hemos
estado siempre a la zaga, especialmente desde que se
profesionalizó este deporte.

Es en el atletismo en donde alcanzamos la cumbre con Jefferson
Pérez, y no precisamente por apoyo de la organización oficial
creada para estimular el deporte, sino porque este mismo campeón,
en condiciones aún deprimentes, se formó, fue a Atlanta y ganó
la codiciada Medalla de Oro, la única que poseemos y que dio al
Ecuador la categoría de mundialista en esta rama del atletismo;
al darnos esa categoría, además, levantó la autoestima de todos
los ecuatorianos y la admiración de los dirigentes del deporte
mundial.

Jefferson Pérez, sin duda, es el personaje del siglo en el
deporte.

La figura de Alfaro es la más recia figura del presente siglo.
Fueron su brazo y su espada los que llevaron a cabo la verdadera,
profunda y permanente revolución, aureolada por el martirio.
(Texto tomado de La Revista Vistazo)
EXPLORED
en Ciudad Quito

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