Xavier Neira Menéndez

Quito. 28 ago 97. (Editorial) No cabe duda que la impaciencia
popular por el alto costo de la vida, el creciente desempleo y
la falta de oportunidades prevalecieron en el comportamiento
ciudadano en las últimas elecciones presidenciales. El cúmulo
de angustias y sinsabores fue capitalizado por un demagogo
como Abdalá Bucaram que supo capturar el favor popular con
ilusiones que pronto se marchitaron. Lo curioso es que los
impacientes de hoy ya no son los izquierdistas, los
sindicalistas, los estudiantes antaño revoltosos.

Los zurdos -por la caída del muro de Berlín, la disolución de
la URSS y los ímpetus del sistema social de mercado-
resultarían ahora reaccionarios, y ese mote se confirma al
tenor de los últimos sucesos. En contraste, es la centro
derecha la que levanta la bandera progresista, de un
desarrollo sin ataduras, de lucha por las verdaderas
reivindicaciones sociales, por una verdadera seguridad social,
por el lucro bien habido, por la libre competencia, por la
igualdad de oportunidades para todos.

Pese a las jornadas de Febrero y a los estertores del
extremismo político, la crisis institucional sigue presente en
el Ecuador. El Congreso no siempre interpreta con la
fidelidad esperada el mandato popular. Temas como las Cortes
y la Asamblea han sido demasiado manoseados y todo hace
presagiar que se repetirán las actitudes de la mayoría de
políticos, deprimentes para la población, y que no permiten
que el país avance, pese a la nueva valoración ciudadana
sobre el papel del Estado, el combate al desempleo y la
pobreza por la vía del mercado, la reconceptuación de la
libertad o la necesidad de honrar nuestras obligaciones
internacionales como la deuda externa, etc.

Así, pues, el generalizado rechazo de la ciudadanía a la forma
como se desenvuelve y actúa gran parte de la llamada clase
política, está causando una preocupante aversión al sistema
democrático.

Probablemente sin desearlo, la gente está perdiendo las
esperanzas de días mejores y percibe en el deterioro económico
y la descomposición social las evidencias más visibles del
fracaso de los gobiernos y de la inviabilidad de las políticas
de ajuste que se adoptan. A fin de cuentas -dice Juan Pueblo-
menos mal estábamos durante las dictaduras, y esta etapa -que
ya dura 18 años- más bien ha ahondado las frustraciones y
privaciones del ciudadano común, antes que solucionar la
crisis económica que está más entronizada que antaño. A eso
se debe el creciente peligro de desinstitucionalización del
país.

Y ahora que entramos a debatir la agenda de la Asamblea
reaparecen los fundamentalistas del Estado, que mantienen aún
vivo el estribillo de la protección de la riqueza nacional, de
las áreas estratégicas, de la necesidad de precautelar el
patrimonio público, de evitar el "saqueo y la depredación de
los recursos naturales", en definitiva, los que quieren
conservar el establecimiento, los que han quedado evidenciados
por qué están jugando a la democracia, están mostrando sus
cartas marcadas, los que no quieren perder sus prebendas, la
oligarquía sindical que pregona las dos terceras partes como
la "votación imposible" que no permitirá implantar la
revolución del sentido común. Y allí donde reina el
paternalismo del Estado y los privilegios burocráticos ¿es
posible hacer el cambio? Evitamos a tiempo el colapso del
sistema apostando a la sensatez y al buen juicio. (DIARIO HOY)
(P. 4-A)

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