EN LAS ISLAS DE LA PERCEPCION Por Alexis
Naranjo

Quito. O7.04.91.Pueden parecer extraños los hechos más comunes
y corrientes, digamos el que nadie pueda percibir el mundo
sino exclusivamente a través de su propio cuerpo y sus
sentidos; nadie en sus cabales intentaría ver un dibujo con
otros ojos que no sean los propios o escuchar alguna música
mediante un oído ajeno. El mundo interior y exterior, toda
sensación, todo acto, volición o pasión están de hecho
condenados a percibirse sólo desde adentro de cada cual, y
ello infranqueablemente, sin remisión posible.

Sin duda, el hombre ha sido sensible desde sus albores a esta
condición de clausura o de insularidad. Prueba de ello son
las huellas que sobreviven en mitos y religiones, donde el
afán humano por ir más allá de sus islas de percepción, se
cumple mediante las metamofrosis de hombres en animales, de
dioses en hombres, de animales en dioses. Con tales
metamorfosis, el hombre ha creído o ha imaginado que podía
sentir al mundo tal como lo sentirían aquellos animales o
dioses. Durante siglos, el hombre ha acumulado así un tesoro
de imaginación pero en definitiva no ha logrado superar la
clausura, la insularidad.

Podemos, sin duda, imaginar lo que perciben los ángeles o los
tigres, pero no percibir desde adentro lo que ellos perciben.
Y ello porque la insularidad nos es inherente y en definitiva
deberíamos resignarnos a percibir el mundo interior y exterior
únicamente desde dentro de nuestra piel.

Pero no nos resignamos; hemos inventado el lenguaje para
comunicarnos y de esa comunicación hemos recibido la ilusión
de que podemos palpar al mundo desde otros seres; emocionarnos
por ejemplo con las mismas pasiones que el novelista que
describe las suyas; conmovernos con las mismas vibraciones
interiores que afectan a nuestros héroes o heroínas. Pero de
nuevo aquí la ilusión es vana; en realidad lo único que
podemos sentir son tan sólo nuestras propias emociones
desencadenadas dentro de nuestro propio cuerpo.

De hecho, las palabras que hayamos leído o escuchado tendrán
para cada uno de nosotros un registro personal, connotaciones
íntimas, resonancias intransferibles que dependen del destino
y de la vida de cada cual. Y así seguimos encerrados,
limitados cada uno por su propio cuerpo, mente y espíritu;
irrevocablemente, la percepción del mundo interior y exterior
es intransferible, no puede en absoluto ser compartida sin
cambios y alteraciones profundos.

La inteligencia extra-terrestre y el Oriente Místico

Pero no nos resignamos a ello; ya que no podemos palpar o
degustar con otras manos o bocas que no sean las propias, ya
que no podemos ver con ojos ajenos, buscamos al menos que
sobre nosotros recaiga una mirada inteligente pero remota y
exógena, de manera que pueda vernos en conjunto fuera de lo
que nos es propiamente humano, para así iluminarnos. Buscamos
en el cosmos, desde hace siglos, la fabulosa aparición de
aquellos seres que puedan abrir, siquiera parcialmente, la
clausura y decirnos cómo somos los humanos para el otro, para
aquel extra-terrestre. Sin embargo, de nuevo aquí, incluso
bajo la mirada del viajero cósmico, seguiremos siendo
incapaces de percibir desde nuestro propio cuerpo lo que
percibiría aquel viajero.

¿Cómo salvar la insularidad?

El Oriente místico propone que la respuesta viene dada a
través de la iluminación. Para la gran mayoría de
occidentales, los caminos que propone el Oriente equivalen a
un ejercicio de retórica: ya sea que el Oriente proponga una
negación total llevada incluso más allá de la negación; ya sea
que proponga una disciplina que supere infinitamente todo
deseo y se identifique con la voluntad cósmica en un acto que
a la vez es no-acto, el Oriente anuncia que más allá del Maya
resplandece una vacuidad que es plenitud enraizada en el Todo
y que hace que el Buda mismo pueda descarnarse por completo y
aniquilarse para siempre de los cielos recurrentes; con la
iluminación se llegaría hasta la vertiginosa percepción de
todas las percepciones, lo que coincide con la negación del
Maya, de lo que es idéntico en su fatua e inútil
multiplicidad.

Y sin embargo para el occidental racionalista queda todavía un
residuo irreductible: aquella experiencia del iluminado es
sólo la suya y acá seguirá el mundo hirviendo con su aciaga
diversidad. Acá se seguirá percibiendo con tanta variedad y
diferencia cuantas islas de la percepción existan. Un mundo
inimaginable

¿Qué nos depararía un mundo en el cual fuese posible visitar
las islas de la percepción, ingresar en la intimidad de los
otros, percibir exactamente lo que otro percibe, sentir en
carne viva sus emociones y pasiones?

La literatura registra casos aislados, metempsicosis y viajes
astrales en que hay posesión del cuerpo por parte de seres
muertos o lejanos; también aparecen esporádicos fenómenos de
telepatía (percepción directa del pensamiento de otro ser)
pero apenas si existen fabulaciones en torno a la posibilidad
masiva de viajes al interior de las islas.

Si aventurásemos que en un siglo remoto y magnífico el hombre
ha llegado a desarrollar una ciencia y una técnica capaces de
grabar al milímetro los contenidos de cerebro y transferirlos
de uno a otro individuo ¿estaría cumplido el sueño humano de
romper con su clausura? Hay tantas respuestas afirmativas o
negativas como posiciones filosóficas existen en torno a la
materialidad o no de la mente y del espíritu; en cualquier
caso, de ser posible aquella transferencia de contenidos
mentales y espirituales, el mundo resultante nos es casi
inimaginable; que uno pueda ingresar en los sueños de otro
ser, que uno pueda percibir desde adentro tal o cual locura,
tal o cual alucinación, tal o cual súbito descubrimiento, tal
o cual ejercicio de poder, de hipocrecía, de amor o de
crueldad, alterarían para siempre el corazón y la mente
profundos, suprimirían la insularidad humana, cambiarían
nuestra identidad, nos harían definitivamente otros.

Un puente insólitoPero entre tanto ningún mortal puede ver el
mundo con otros ojos que no sean los suyos y sentir desde
adentro lo que otro percibe al ver ese mundo. Y por si fuera
poco, no hay forma de comparar internamente las múltiples
percepciones; hasta nueva orden, pues, seguiremos solos en
cada isla, sin poder transferir, intacto e incambiado, nuestro
mundo interior. Es tal como lo muestra esta bella parábola de
la "Conferencia de los pájaros", del poeta persa Fariduddin
Attar: tres mariposas se preguntan qué es una candela; la
primera va y vuelve diciendo: "Es luz"; la segunda se acerca
más, se quema un ala y vuelve diciendo: "Quema"; la tercera se
acerca aún más, se abrasa en el fuego y ya no regresa. Lo que
la tercera mariposa llegó a saber y sentir se cerró para
siempre en su mundo interior.

Pero hay quizás un puente mínimo y frágil de una isla a otra y
este puente tiene que ver con el tiempo. Nadie es el mismo a
lo largo del tiempo; el cuadro que vimos hace unos años, hoy
ya no nos parece el mismo: al cambiar nosotros, ha cambiado
nuestra percepción. Desde adentro veremos al mismo cuadro con
nuevos ojos: nuestra emoción será distinta. No obstante,
permaneceremos encerrados en el nuevo ser y al ser anterior
sólo podremos recuperarlo a través de la memoria, pero ya no
en su sustancia viva y actual. Aquí la isla nos encierra de
nuevo. No podremos ver el cuadro con la mirada de nuestro ser
anterior.El milagro, el inaudito milagro, sólo ocurre cuando
aparece una superposición, una coexistencia de los dos seres
que hemos sido, el viejo y el nuevo, y ello sucede de manera
enteramente fortuita: cuando un encuentro al azar con un
estímulo previo desencadena en la profundidad de nuestro ser
las memorias redivivas y lograr que por unos instantes
coexistan el viejo y el nuevo Yo.

Increíblemente, ello le fue deparado, de entre todos, al
escritor Marcel Proust, al fino, al sensitivo, al hiperbóreo,
al fundamental Marcel Proust.

No repasaré aquí su clásico encuentro de hombre maduro y
vicioso con los olores y sabores de su infancia y cómo tales
estímulos desencadenaron su fulgural novela "En busca del
tiempo perdido". Sólo señalaré que él alcanzó, de manera
providencial, a atravesar el puente entre su viejo y su nuevo
ser, o, dicho de otro modo, logró que coexistieran en un mismo
ser aquellos dos Proust de edades y condiciones vastamente
distinta. Las páginas de su novela dan cuenta de esa travesía
y de esa coexistencia que desafió al tiempo.

La inmensa lástima es, sin embargo y a pesar de todo, que al
leer sobre su experiencia viva, nosotros sólo podamos sentirla
desde adentro de nosotros mismos y no, como quizás lo
quisiéramos todos, desde adentro de Marcel Proust. (C-3).
EXPLORED
en Ciudad N/D

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