EN UN CALOR QUE CONGELA Por Francisco Febres Cordero

Bogotá. 19.04.91. Dicen que allí esa noche hacía frío.

Eso me lo dicen todavía lejos, a unos 40 kilómetros de allí,
en Honda, una ciudadcita para enamorados, de una limpieza de
quirófano y unas calles coloniales estrechas como un
suspiro.

La llaman la ciudad de los puentes, porque una decena de ellos
cruzan el Magdalena y otros tantos el Gualí; en total suman
28, más la casa del virrey que, situada en la calle de las
Trampas, es como otro puente entre la realidad y el sueño.

Fue en Honda donde nació Alfonso López Pumarejo, al que tantas
reformas sociales debe Colombia. Y también en Honda nació Pepe
Cáceres, al que tantas tardes de gloria debe el toreo y que,
en un domingo de tristeza, decidió cortarse la coleta y la
vida en la plata de Sogamoso.

Y me vuelven a repetir que esa noche hacía frío allí, mientras
recorremos un valle de color irreal, sembrado de caña, algodón
y café.

Sin embargo, cuando llegamos y me dicen que es aquí donde
estuvo la ciudad de Armero, los 30 grados de temperatura del
ambiente se transmutan en un viento helado que congela el
alma. Esa ciudad, que fue de gente alegre y calles largas, es
ahora un erial poblado de cruces. Es como si estuviera lena de
vacío.

Furiosamente, como un vendaval, azota el recuerdo de una
tragedia que el Nevado del Ruiz avisó a tiempo, pero que nadie
hizo caso. El vómito de fuego, lava y lodo llegó cerca de la
medianoche con un ruido sordo, como de venganza. La muerte
voló de una casa a otra esparciéndose entre la ceniza hasta
tapar el cielo. Entonces, la temperatura bajó hasta alcanzar
la propia de las tumbas.

No me impresionaron los muertos que rescatábamos -me cuenta un
periodista que estuvo ahí a las pocas horas del suceso- sino
la mirada de los que quedaron vivos: era una mirada perdida,
vaga, varía, inexpresiva, como la de una calavera.En nuestra
caravana está Jairo Higuera quien, con Rafael Mendoza, integra
el equipo del Espectador que cubre esta vuelta ciclística a
Colombia. Jairo fue quien descubrió a la niña Omaira Sánchez
atrapada entre las ruinas: oyó su voz de trenzas, delgada y
chiquita como sus ocho años, que pedía ayuda. Y él corrió a
dar aviso. Los días que duró la agonía de la niña están -a
pesar del tiempo transcurrido- aun vivos en la memoria
colectiva: ella era quien, desde abajo, daba órdenes a los que
luchaban por rescatarla. Y hacía bromas. Y, de cuando en
cuando, cantaba las rondas que sabía. Ahora su nombre está
pintado en una cruz como tantos otros nombres en Armero.

Una guitarra adorna la tumba de Luis Alberto Santana, que
nació el 31 de enero de 1941 y murió ese 13 de noviembre de
1985, como murieron otros dieciocho mil. Alguien mando a
grabar esta copa en su lápida: Mi palabra es escritura que no
requiere fiador/ de nadie acepto lecciones sobre cuestiones de
honor/ amo el nevado y el río, amo el pueblo en que nací/ y
quiero Tolima mío bajo tu cielo morir.

Tal como Omaira Sánchez, encontraron a un hombre atrapado
entre los escombros y ese lodo pegagoso, ígneo, miedoso.
Quisieron secarlo y no pudieron. El pidió a los socorristas un
cuchillo para romper -dijo- ciertas ataduras que lo
inmovilizaban. Al día siguiente, cuando la brigada regresó
para continuar con su labor, el hombre estaba muerto: con el
cuchillo se había abierto el corazón.

Así se abrieron también el corazón, a cuchillo y bala,
liberales y conservadores en esta zona del Tolima. Todo fue
violencia, guerra y sangre desde 1946, cuando el gobierno de
Laureano Gómez; el asesinato de Gaitán no hizo sino agudizar
el odio. En la década del 60, durante el gobierno
militar-populista de Rojas Pinilla, los ánimos se calmaron y
con la amnistía (que fue asesinado en los llanos) por fin
pareció que había llegado la paz. Pero, como por obra del
diablo (o de las injusticias y los abusos, que allá van a dar)
apareció enseguida la otra guerrilla, la de los FARC y las del
ELN.

Y ahora, está prodigiosa zona que produce por igual música que
café, sigue en su ruta la muerte, esa ruta de la que el nevado
del Ruiz no se apartó y que cobro dieciocho mil muertos más a
los cientos que, en los últimos 50 años ha causado la mas
cruel de todas las erupciones: la del hombre que vomita fuego
contra el propio hombre. (B4).
EXPLORED
en Ciudad N/D

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