Quito. 7 ene 2002. El nuevo año se inicia con algunos signos
esperanzadores para el Ecuador. El que más se ha destacado es el
crecimiento económico del 5% registrado en 2001. Junto a este indicador,
que muestra una reanimación de la economía después de los últimos dos
años críticos, aparece una recuperación del optimismo de los
ecuatorianos.

En su número de diciembre, la revista Sente destaca este cambio en la
actitud ciudadana. "El año 2001: incremento importante del optimismo",
dice la nota de la revista, en la cual se compara la evaluación que los
ecuatorianos hacen del año que terminó con la de años anteriores. El
resultado para el 2001, tanto en Quito como en Guayaquil, deja un saldo
positivo de 36 y 49, respectivamente. La evaluación se obtiene de restar
las respuestas positivas (muy bueno y bueno) de las negativas (malo y muy
malo).

El optimismo de los ecuatorianos en el 2001 es solo superado, según la
serie estadística presentada por la revista, por el registrado en 1996.
De acuerdo con el mismo estudio, el peor año para los ecuatorianos con
saldos negativos de 16 para Quito y 24 para Guayaquil fue el fatídico
1999.

Visto en términos generales, el mayor optimismo va de la mano de una
percepción más favorable de la situación económica. En el caso de
Guayaquil, los resultados son muy elocuentes: por primera vez en casi una
década, el balance final de la situación económica de las familias deja
un saldo positivo de 7 puntos. Desde 1993, el saldo había sido negativo.
En el caso de Quito, el balance todavía sigue siendo negativo (-7), pero
se aprecia una considerable disminución del porcentaje de personas que
califican su situación actual como peor a la de hace un año (25% contra
58%).

Si bien estas cifras generales resultan halagadoras, en especial porque
marcan un cambio importante con relación a la percepción de años
anteriores, tomadas superficialmente pueden llevar a confusión. Si se
contextualizan las opiniones generales, es decir, si la población es
diferenciada social y económicamente, los resultados varían de forma
dramática. Un reciente estudio de FLACSO-Ecuador, aparecido en el boletín
Vox Populi, subraya justamente la localización del optimismo en los
estratos con ingresos superiores a los $300 mensuales (línea claramente
demarcatoria entre el optimismo y el pesimismo). "La encuesta es muy
clara al respecto", dice Voux Populi, "mientras más alto el ingreso,
mayor el optimismo frente al futuro".

El estudio intenta medir las implicaciones de la pobreza fenómeno masivo
en el Ecuador sobre el pesimismo u optimismo frente al país. No se
aprecia en la investigación realizada por FLACSO que los pobres tengan
esperanza de salir de su pobreza (lo cual sería una ingenuidad de su
parte); pero lo más grave es que ni siquiera tienen la esperanza de no
caer más, dentro de su misma pobreza. No tomar en cuenta esta otra
realidad, muchas veces oculta detrás de los "saldos positivos", puede
conducir la política a situaciones de extrema inequidad y conflicto. Los
optimismos nacionales, descontextualizados de sus realidades sociales,
crean espejismos de muy corta duración (que hablen los argentinos, a
propósito).

No hay duda de que es bueno ver hoy un país más optimista y esperanzado,
lo suficiente como para despertar y movilizar sus mejores energías. Pero
es peligroso convertir al optimismo actual en un velo encubridor de los
problemas de fondo del Ecuador, de aquellas realidades -como la masiva
pobreza y el pesimismo entre quienes la sufren- que deben llevar a
definir los objetivos del Gobierno, del Estado y de la política en
general.

E-mail: [email protected] (Diario Hoy)
EXPLORED
en Ciudad Quito

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