Quito. 28 ene 2002. Ha sido característica de los quiteños poner a la
ciudad por encima de las discrepancias políticas. La tradición política
de la ciudad entendió la actividad del Municipio esencialmente como
servicio a la ciudad.

Curiosamente, fue en el ámbito del municipio donde la política encontraba
un espacio de redefinición: dejaba de ser la lucha abierta y constante
por el poder, para convertirse en servicio; el conflicto daba paso al
consenso; los desacuerdos encontraban un lugar de conciliación. El
municipio de Quito fue un ejemplo de vida democrática: los partidos se
enfrentaban durante las elecciones, pero una vez proclamados los
triunfadores, todos, con raras excepciones, juntaban sus esfuerzos
alrededor del nuevo alcalde. En la figura del burgomaestre se condensaba
la imagen de la ciudad como lugar compartido, como una comunidad deseada.
Tal era la fuerza de su legitimidad.

Las últimas elecciones de alcalde de Quito marcaron el final de un largo
período de administración demócrata popular. Fue una etapa exitosa
iniciada por Rodrigo Paz, continuada por Jamil Mahuad y concluida por
Roque Sevilla.

El inicio de una nueva etapa no siempre es fácil. Supone repensar la
ciudad, dimensionar sus problemas, planificar una obra para los próximos
digamos 20 años; adaptar el aparato administrativo a un nuevo estilo de
gestión, a nuevos objetivos y nuevos rumbos; concluir las obras iniciadas
(algunas de ellas pobremente planificadas y sin recursos). No ha sido
fácil para el alcalde Paco Moncayo dar el viraje a la administración
municipal. Le ha tomado tiempo adaptarse a los ritmos de la burocracia, a
las exigencias de la misma ciudadanía, siempre impaciente por ver
resultados; le ha costado entender el manejo de un espacio de gobierno
donde juegan los intereses y las discrepancias a diferencia del Ejército
donde su Comandante General tiene siempre la última palabra. Todas estas
dificultades se han sumado al gran reto de repensar un proyecto para
Quito en el contexto de una nación fragmentada y cuestionadora de su
centralidad.

Curiosamente, fueron las elites quiteñas las que más intransigentes se
mostraron al estilo y al ritmo de Moncayo. También a las elites les ha
costado adaptarse al cambio después de años más de diez de haber manejado
la ciudad. Para ellas, Moncayo representaba el fin de un proyecto, sin
duda, y la llegada a la Alcaldía de una propuesta que, al menos en la
campaña, se presentó como próxima a los sectores populares. La misma
campaña electoral dejó una ciudad polarizada entre el ex alcalde Roque
Sevilla y el triunfador de las elecciones. Los ecos de esa polarización
se vivieron durante un largo período en el cual se llegó a insinuar
incluso la posible salida de Moncayo; a tanto hay que decirlo llegó la
intolerancia con relación al cambio.

Con estos antecedentes, no puede ser sino un signo positivo, de enorme
importancia para la ciudad, la Alcaldía y para el mismo proceso de
renovación municipal, la reunión de ex alcaldes y empresarios de Quito
para apoyar el programa de sostenimiento ambiental de la ciudad, mediante
la entrega del 25% del Impuesto a la Renta. La obra en sí tiene enorme
importancia para una ciudad afectada gravemente por el deterioro
ambiental.

De ese apoyo podrán salir hasta $100 millones anuales para enfrentar uno
de los mayores problemas de Quito. Pero significa, al mismo tiempo, el
inicio de una reconciliación de importantes sectores de las elites
empresariales y políticas de la ciudad con la Alcaldía. Una vuelta, sería
de esperar, a esa noción de la política como servicio a la ciudad y no
como confrontación. Un gesto, estamos seguros, que ayuda a devolver el
optimismo de los quiteños frente al Municipio y a la ciudad.

E-mail: [email protected] (Diario Hoy)
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en Ciudad Quito

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