Quito. 11 mar 2002. (Editorial) Con motivo del dÃa mundial de la mujer,
releo lo que cuenta de sà misma una amiga, madre de cuatro hijos, hoy ya
abuela, en un bello libro que tiene como tÃtulo Una voz de mujer. Me
sorprende la lucidez con que, al contarnos el punto de partida de su
vida, da un diagnóstico aplicable a los horizontes reivindicativos de las
mujeres en el Ecuador en este 2002. Escribe Mercedes Lozano: "He vivido
como mujer una situación privilegiada. Soy consciente de que no es lo
mismo nacer en un paÃs occidental ni en una determinada clase social que
te facilita un acceso a la cultura y una posibilidad de bienestar
económico, que nacer en un paÃs y en un contexto de pobreza económica y
cultural. Sé también que disfruto de unos derechos que son el resultado
histórico del esfuerzo de muchas mujeres, de esa lucha feminista que a
veces criticamos injustamente, pues gracias a ella hemos alcanzado las
mujeres una situación que hoy nos parecerÃa imposible no disfrutar. Por
otra parte, reconozco también que vivo a partir de la sabidurÃa que me
han transmitido otras mujeres, simplemente por el hecho de enfrentarse
con valentÃa y realismo a la vida.
He tenido una familia determinada que me ha facilitado el hecho de ser
mujer sin traumas. He realizado un trabajo profesional de profesora en el
que ser mujer es ya una tradición. No he tenido oposición en mi familia
para mi trabajo profesional. He realizado durante bastantes años un
trabajo activo en el seno de la Iglesia y me he sentido valorada".
Mirando la realidad ecuatoriana en los últimos 50 años, las mujeres que
han nacido en un medio culturalmente desarrollado, difÃcilmente han
sentido la discriminación por sexo. Saben de las preferencias familiares
por los varones, ¿quién no es machista? Hoy, la Universidad es un espacio
de igualdad entre ellas y ellos y se enorgullece de contar entre los
mejores laureados a las alumnas mujeres. Pronto va a notarse en la vida
del paÃs.
No hay profesión en la que no destaquen algunas mujeres, aunque es
verdadera la denuncia de que les cuesta demasiado subir a las más altas
responsabilidades, tanto en la empresa como en la función pública. Se
mantiene la tendencia a discriminarles.
El punto no resuelto entre nosotros está en la vida familiar. No hay
referentes claros a la hora de tener hijos, educarlos y mantenerse,
ellas, en activo en la vida profesional. Funcionan todos los modelos
posibles, los resultados son muy confusos, y la desorientación impera.
Queda el denunciar que en la vida polÃtica las mujeres no destacan ni por
el número ni por el éxito. Fuera de media docena que brillan con luz
propia.
¡Algunas con el apellido del esposo!
Si destaco estos logros es para presentar modelos al numeroso colectivo
de mujeres. La mujer trabajadora, la niña de clase obrera, la campesina
mestiza, la viuda, la divorciada, las separadas, las madres sin hijos...
se encuentran todavÃa en los años 50 del siglo pasado. A la hora de
hablar de la igualdad con los varones, casi todo está por reivindicar.
Ahà hace falta una voz de mujer, sin duda unos colectivos dinámicos, que
lideren y transformen revolucionariamente nuestro conformismo, reflejado
en una sociedad que las margina y oprime.
Pondré un acento de urgencia: el elevado número de jóvenes madres
solteras que tendrán que luchar entre el heroÃsmo y la frustración.
Precisamos exigentes leyes que las protejan a ellas y a sus hijos frente
a padres irresponsables e insolidarios. En el dÃa de la mujer de 2002,
todavÃa hay demasiado que reivindicar.
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