La estación invernal que azota al Litoral ha ocasionado la muerte de 17 personas y dos desaparecidos. Existen pérdidas por $12 millones hasta la fecha. De acuerdo con datos proporcionados por la Defensa Civil, están registrados 11 935 afectados, 1 486 damnificados, 1 287 evacuados, 2 250 casas anegadas y 96 destruidas.
A las permanentes inundaciones se agregan los desbordamientos de los ríos, el rebosamiento de las represas manabitas y la falta de dragado de los afluentes. Asimismo, existen 7 650 casos de paludismo, 1 200 de dengue clásico y 95 de dengue hemorrágico. Manabí y Guayas son las provincias más perjudicadas por las lluvias.
El Gobierno decretó, el 22 de marzo de 2002, el estado de emergencia, medida que reforzó la declaratoria de emergencia vial aprobada el 14 del mismo mes. La Defensa Civil dispone de $500 mil para las tareas de rescate y auxilio a los damnificados. A ello se suman $4,3 millones donados por organismos internacionales. (AM).
La parroquia Taura, perteneciente a la jurisdicción del cantón Naranjal, en Guayas, entró en emergencia el 4 de marzo anterior, a las 03:00, cuando se produjo la ruptura de uno de los muros de contención que hay en el extremo norte del río Bulubulu (extenso afluente que desemboca en el río Guayas), renombrado por ocasionar grandes destrozos en las épocas de lluvias.
Después de varias horas, personal del Consejo Provincial, Cedegé, Fuerzas Armadas y de la Defensa Civil de Taura acudieron al sitio. Cuando el desastre se salió de las manos, pidieron apoyo a la Defensa Civil de Milagro, Durán y Guayaquil. A las 07:00 rescataron y evacuaron a 300 habitantes, que fueron trasladados a improvisados albergues, en donde se les repartió alimentos y vituallas.
A veinte minutos de Taura se halla el sitio conocido como "Kilómetro 26", donde se cultivan piñas, naranjas, mandarinas y sandías de gran tamaño.
A un costado del Bulubulu, aparece la casa de construcción mixta de Santiago Castro, de 57 años, la cual se anegó hace dos semanas por la fuerte correntada que perjudicó a unas 60 casas del recinto Las Aguas; otras 40 más en San Mateo; y 20 viviendas más en el recinto Pocos Palos. Mientras ese hombre que se negó a ser evacuado indica con su brazo la dirección de las zonas afectadas, uno de sus perros ladra a un grupo de reses que se aproximan.
En el sector, es evidente la proliferación de mosquitos y culebras venenosas (tipo X y matacaballos). Santiago Castro se niega a aceptar el drama que llega todos los años con las lluvias; los millonarios perjuicios que todos los años debe afrontar, junto con sus vecinos, por las pérdidas de los sembrados de banano, cacao, café y arroz, principales productos de consumo interno. Aunque aún no se cuantifican las pérdidas.
Su hermana, Alicia Castro, de 52 años, interrumpe para señalar que la naturaleza es generosa con los pueblos cercanos al río Bulubulu, ya que les obsequió vastas zonas para cultivar sus productos y poder alimentar a sus hijos.
La primera vez que Santiago Castro tuvo que soportar la pérdida de su casa fue en 1982, cuando las lluvias arrasaron sus sembrados: perdió más de cuatro millones de sucres y la ayuda de la Defensa Civil llegó tres semanas después. (CHM)


Un hombre que recuerda la tragedia de 1982

La Organización Meteorológica hace sus pronósticos

Las lluvias de 1982 son las que más recuerda Santiago Castro, quien ha vivido gran parte de su vida en la ribera del Bulubulu.
"Fue la temnporada de lluvias más intensa que soportó el país. El Bulubulu se tragó nuestras tierras, destruyó nuestras casas, nuestras fincas y ahogó el ganado. Algunas personas, las más ancianas, perecieron por la fuerza de la corriente", narró de forma apresurada el menudo comerciante.
A través de los años, el caudal del río ha reducido su diámetro debido a la arena y a los residuos que se depositan en los costados; en la temporada de lluvias, la creciente tiene una profundidad de seis metros, mientras que en el verano tan solo llega a los 80 centímetros.
¿Qué hacer?
Esa respuesta la tienen las autoridades del Gobierno, porque todos los años los muros de contención se derrumban y el material pétreo facilita la sedimentación del río, aseguró Alicia Castro, hija del comerciante.
Entre tanto, los científicos de la Organización Metereológica Mundial (OMM), con sede en Ginebra, confirmaron que hay indicios de que el fenómeno El Niño podría reaparecer en el zona oriental del Pacífico con mayor fuerza de la habitual.
Los expertos, sin embargo, todavía no tienen pruebas suficientes sobre la probable fuerza del fenómeno que, históricamente, se presenta cada cuatro ó cinco años, y cuya etapa más critica es de marzo a junio. (CHM)

Algo de historia

Las lluvias atraviesan partes de la cordillera, que se conectan con las cuencas bajas del río Guayas, en donde está el Bulubulu.
Los pequeños agricultores han perdido todas sus cosechas de arroz y no cuentan con las pólizas de seguro.
En el trabajo de la Defensa Civil Nacional se identifican tres etapas: prevención y mitigación, atención y reconstrucción.
La dirección Nacional de Defensa Civil está integrada por juntas provinciales, jefaturas cantonales y parroquiales.
Los pescadores de las zonas afectadas realizan inversiones que no logran recuperar, porque los peces se han alejado.
La Defensa Civil fue creada en 1960, después de que el Congreso Nacional dictara la Ley de Defensa Nacional.
En abril de 1976 se dictaron disposiciones encaminadas a optimizar el funcionamiento del organismo de defensa.
El sistema nacional de la Defensa Civil tiene como máxima autoridad al presidente de la República, Gustavo Noboa.


"Los desastres son causados por los seres humanos"

Las crecidas ocurren por dos factores relacionados con las lluvias en la cordillera

El río Bulubulu se desborda en temporada de lluvias por dos factores: primero, las lluvias atraviesan varias partes de la cordillera; y, segundo, se conectan con las cuencas bajas del río Guayas. Los desastres vienen por añadidura.
"Los desastres no son naturales, son provocados por las personas. Hay asentamientos en las márgenes del río Bulubulu, Chimbo y de otros", dijo Washington Aguirre, jefe provincial de la Defensa Civil del Guayas. "La población ha crecido de manera incontrolada y, como consecuecia, le roba espacio a los ríos", insistió.
La Defensa Civil tiene alrededor de 1 600 voluntarios que laboran en los principales cantones de las 22 provincias; en cada una hay un jefe cantonal con un equipo de rescate y una radio conectada las 24 horas con la matriz de Guayaquil.
Pero, ¿cómo logra mantenerse? En parte por labores de autogestión, como la venta de tanques de agua en sectores marginales a un precio de $0,50.
De los datos que ha recabado este organismo, se sabe que existen 1 340 257 personas vulnerables en la provincia del Guayas, quienes pueden estar en emergencia inmediata.
"Entre damnificados y afectados por las lluvias se han registrado unas 2 500 personas, en Guayas. Continuaremos apoyando en áreas donde la situación lo amerite, pese a los recursos que de a poco se van ampliando", manifiesta el jefe provincial. (PAS)


La capacidad de sobrevivir entre las inundaciones

Los caoneros ganan algo de dinero trasladando a las personas a varios sitios

BLANCO Y NEGRO realizó un recorrido en canoa por el extremo oeste del río Bulubulu, en cuyas riberas se pueden encontrar los recintos de Toro Muerto, Boliche, La Meche, San Antonio, Cajezín y la Zanja, correspondientes a la parroquia Taura, en Guayas.
En estos sitios, las precipitaciones fluviales destrozaron cultivos y dejaron sin hogar a centenares de familias. Debajo del principal puente que se conecta con la parroquia, se pueden ver en faenas de pesca a decenas de hombres curtidos por el clima tropical. Ellos se encargan de comercializar atados de cangrejos y pescados: boavina, bocachico, barbados, tama y ratón.
El costo del pasaje para trasladarse hacia los diferentes puntos que están a lo largo del río Bulubulu es de $4 a $6, un negocio del que lucran varios campesinos de la misma zona.
Ramón López, de 28 años, pertenece a un grupo de canoeros que la madrugada del 4 de marzo tuvo la misión de conducir a heridos y familias damnificadas.
En su embarcación, llamada Ingrata traicionera, que tiene un valor de $6 500 incluyendo el motor, traslada al equipo de BLANCO y NEGRO al recinto Rosa Elvira. En el trayecto (de 20 minutos) López señala que es indispensable dragar el río desde el sector de El Triunfo hasta Pocos Palos, ya que la navegación se dificulta porque el río es extremadamente correntoso.
El canoero hace un alto para indicar los restos de una de las viviendas que destruyó el Bulubulu. "Allí vivía la familia Reyes Moreno, que ahora está en el Centro Comunal de Taura. La corriente se llevó algunas de sus pertenencias", dice, mientras su hijo juega con un remo. (CHM)


Dos mil familias viven de la pesca y de alguna ayuda

Varias personas regresaron a intentar reconstruir sus casas, sin medir los riesgos

La marea baja favorece al amplio recorrido por el Bulubulu. Se observan, a los costados, cañas y dos muros de contención recién construidos por personal del Consejo Provincial del Guayas.
"Irónicamente, algunas familias regresaron a sus terrenos para reconstruir sus casas, pese a las consecuencias que se podrían presentar", narra el joven caonero Ramón López. Los damnificados que se niegan a abandonar sus viviendas se alimentan gracias a la ayuda de los amigos o vecinos y a la poca pesca que recogen río adentro.
El viaje termina. El sencillo hombre se despide y, a los pocos minutos, dos comerciantes se acercan a alquilar el bote por $30. Piden un flete hacia el recinto Las Aguas. Llevan 30 atados de cangrejo y tres libras de bocachico.
En las riberas del Bulubulu habitan alrededor de 2 000 familias de escasos recursos económicos. Su precaria situación no les permite acceder a servicios básicos como agua o luz, ni mucho menos teléfono. Solo el 15% tiene servicio de energía eléctrica.
El 85% de las familias que viven a lo largo del Bulubulu se alimenta de lo que produce el terreno y de la pesca.
BLANCO y NEGRO hace un alto en otro de los recintos de la parroquia Taura que anegó el Bulubulu: Rosa Elvira, donde habitan unas 3 000 personas. El poblado está al extremo norte de Taura. (CHM)

Los frentes detrás de los cuales se sufre

En el Comité de Crisis actúan varios ministerios. Los pequeños agricultores cultivan sin polizas de respaldo

Desde varios frentes, el Gobierno ha intentado superar la crisis que está dejando decenas de familias en la más absoluta indigencia, condenadas a vivir de la caridad.
El Comité de Crisis que se formó está presidido por el ministro de Bienestar Social, Luis Maldonado, quien tiene la responsabilidad de transferir recursos a la Defensa Civil Nacional para construir albergues, entregar vituallas y raciones alimenticias para los damnificados.
El Ministerio de Desarrollo Urbano y Vivienda tiene la obligación de organizar un banco de materiales para reconstruir viviendas, entregar el bono de la vivienda en las zonas rurales y marginales del Litoral y reponer viviendas a través del programa Hogar de Cristo.
En el Ministerio de Agricultura y Ganadería, otro de los miembros del Comité, prefieren no hablar todavía de pérdidas en su sector, porque no se sabe el estado de los sembrados, ya que al bajar el nivel del agua en las tierras afectadas se verá si hay destrucción o no.
El Ministerio de Obras Públicas ha delegado al Comité de Crisis al subsecretario, quien debe impulsar la rehabilitación de las vías y caminos afectados.
El Ministerio de Educación debe adecuar escuelas que serán utilizadas como albergues y tiene que encargarse de la capacitación en crisis por medio del Programa Escuela para Padres.
El Ministerio del Ambiente está en la obligación de organizar a la sociedad civil de las comunidades afectadas para lograr su participación en los planes de prevención.
No pueden faltar los Ministerio de Economía y de Salud. Todos cumplen una función, mientras la gente sigue sumando sus tragedias. (JT)

El maleficio que persigue a una familia de agricultores de Daule

La prologanda lluvia y los fuertes vientos que se presentan en las madrugadas, constituyen un impedimento para el desarrollo de las labores de los pescadores artesanales. "Mi lancha es frágil y me da temor salir con la fuerte lluvia y los tremendos truenos. Pero uno debe arriesgarse por la familia", sostine Sergio Suárez, pescador de Santa Rosa.
Pero no son solo los pescadores los perjudicados. Los agricultores lo han perdido todo. Al menos eso revela el rostro desconcertado de Luis Morán, mientras observa cómo la vieja máquina de la Piladora Mary Carmen termina de procesar unos 20 quintales de arroz. "Allí pudo estar parte de mi cosecha", dice. Había perdido sus dos hectáreas de arroz.
Su inversión de $100, que consiguió después de insistir durante dos semanas a un pariente lejano, prácticamente quedó bajo el agua con los primeros tres aguaceros en Catarama, Los Ríos.
Morán se muestra resignado a la pérdida, aunque le preocupa el cómo asumirá su responsabilidad crediticia con su pariente. "Tal vez tenga que vender una refrigeradora que me compré en Navidad", asegura.
"Es como un maleficio, porque un primo que vive en un pueblo que está en la parte baja de Daule, también ha perdido sus cosechas en otros años", manifiesta. (JVR)


Cultivos: "la plata, esa es la que nos falta"

En tres de las cinco provincias del Litoral, las historias sobre las tragedias que dejan las lluvias entre los agricultores toman fuerza, sobre todo en zonas proclives a inundaciones. Se conoce que se han perdido 5 908 hectáreas de arroz y que están afectadas 5 852.
Los técnicos afirman que el porcentaje de hectáreas perdidas es mínimo, si se considera que en la estación invernal se sembraron 220 000 hectáreas de arroz. Sin embargo, los pequeños agricultores comienzan a sentir individualmente las pérdidas; el efecto está en las carreteras que enlazan Los Ríos y Guayas, donde es común la venta de la gramínea. Allí, los precios comienzan a tener un margen referencial que apunta hacia el alza.
"Hay que poner un precio un poco más alto para recuperar algo de lo que se pierde", asegura Enrique López, quien vende su producto en la calle céntrica de Alfredo Baquerizo Moreno (Jujan), cantón de Guayas que colinda con Los Ríos. El perdió una hectárea de arroz.
¿Tiene usted asegurados sus cultivos?, es una pregunta que se puede leer en la parte inferior de un viejo afiche pegado en una pequeña tienda agrícola de Jujan. El anuncio del último fenómeno El Niño.
"Si ni siquiera tengo para los insumos. Sería buenísimo asegurar todos los años mis cultivos, pero la plata, esa es la que nos falta", sostiene Jaime Ruiz, quien tiene sembradas siete hectáreas de arroz en Jujan.
La realidad de los sembrados asegurados en el país tiene resultados en contra, si se considera que solo 45 000 hectáreas de cultivos en el Litoral tienen registrada una cobertura contra los riesgos que se presentan en la época de lluvias.
Quienes tienen asegurados sus cultivos, no son pequeños agricultores, sino aquellos que realizaron préstamos bancarios y como un requisito necesario tuvieron que adquirir una póliza a una compañía de seguros. (JVR)


La suerte de ir y venir de un lugar a otro

En Bahía de Caráquez ya se preparan para los deslaves

"La zona alta de la Pedro Fermín Zevallos es peligrosa. El terremoto hizo temblar mi casa. Por el fenómeno El Niño de 1998 tuve que abandonarla. Y si la lluvia es más fuerte y los truenos pueden más que mis nervios, qué puede hacer uno sino resignarse".
Los datos están registrados en la memoria de Vicente Guerrero, de 65 años, quien dice ser "un errante en la época de lluvias y en los desastres". Su vivienda, en uno de los populosos barrios de Bahía de Caráquez, está apuntalada con varias estacas, que sostienen su frágil estructura mixta. Las lluvias han obligado a otros moradores del sector a poner en práctica el mismo ejercicio, ante posibles deslaves. Hace un mes, una vivienda del sector no resistió los movimientos que sufrió el terreno y se desplomó.
En otro escenario, en El Cerrito, las circunstancias son similares, aunque con un mayor peligro para decenas de familias que habitan el sector.
"Tengo entrenados a mis tres chiquillos. Los hago dormir temprano, para que no se asusten por los truenos, y bajo la palanca de la luz. Si hay una emergencia tengo listas sus ropas", cuenta Mónica Arteaga.
La escuela Miguel Valverde será el destino de las familias de El Cerrito, en caso de deslaves. Para algunos no es la primera vez que la Valverde se convierte en zona de socorro.
"Dos veces fui a esa escuela. Es como la suerte del pobre, ir y venir de un lugar a otro", sostiene Erika Jama, de 25 años, mientras cubre con periódicos las paredes de su vivienda de caña, para tratar de evitar la constante filtración de agua.
La Defensa Civil tiene registrados los sectores de El Cerrito y la Pedro Fermín Zevallos como zonas de alto riesgo, proclives a deslaves.
El temor, incluso, lleva a que algunos moradores de los barrios de Bahía de Caráquez se reúnan para coordinar pequeñas acciones que eviten mayores desastres. (JVR)


Cinco niños que viven descalzos y semidesnudos

La gente que se niega a salir debe pasar sus días en viviendas anegadas

Al filo de una fangosa orilla de Rosa Elvira se ve a cinco niños, parte de las familias Mite Viteri y Angulo Cedeño, las cuales se niegan rotundamente a evacuar la zona cercana al río. Los menores cuentan que sus padres están cosechando racimos de banano por lo que se quedan solos por las tardes. Tres están semidesnudos y descalzos.
Pablo, de 3 años, piel trigueña y ojos café claro, camina dentro de un dormitorio que servía para guardar las provisiones y los enseres utilizados en la temporada de lluvias. Allí se encuentra "empozada" una pelota de plástico y tres carros de juguete.
En el recinto Las Aguas, la familia Jurado Pilay perdió su vivienda: las fuertes lluvias carcomieron una parte del muro de contención, el suelo cedió y la casa construida en 15 años de trabajo se derrumbó. Los gruesos pilares de madera que armaban la vivienda compuesta por tres cuartos se deslizaron lentamente en el caudal.
"Gracias a Dios, salimos a tiempo. Una cuadrilla de la Defensa Civil nos ayudó a trasladarnos a un albergue cercano", recalca Leopoldina, lavandera y madre de cuatro hijos, quienes todavía no comprenden la penosa situación que atraviesan sus padres.
Mientras su madre entabla la conversación, José, de 5 años, abraza a su hermana menor María, y la invita a jugar con unas piedras redondas. Su familia resultó privilegiada al recibir la semana anterior una funda de las 1 700 raciones alimenticias que el Comité de Crisis repartió, en un sobrevuelo en helicóptero, a los poblados de Guayas y Los Ríos. La ayuda se hizo efectiva en tres recintos más. (CHM)


Hasta el agua se ha ensañado con la gente que vive del mar

Pescadores ven reducidos sus ingresos, mientras sus embarcaciones se deterioran

Doce pescados permanecen en la embarcación María Jesús. Es el resultado de una jornada de seis horas en alta mar, de dos pescadores. Uno de ellos, visiblemente cansado y contrariado porque el gasto representa más de lo que obtuvo, recoge sus redes, en el puerto pesquero de Chanduy, en Guayas.
"El agua está alejando la pesca. Con lo que se recoge solo alcanza para medio comer, y si viene ese Niño (en referencia al fenómeno oceanico-atmosférico) la cosa se pondrá más fea", asegura Pedro Reyes, quien tiene cinco hijos menores. Su embarcación está deteriorada.
En Anconcito, a 30 minutos de Chanduy, la explicación y el lamento se repiten una y otra vez. La temperatura del agua, considerada demasiado alta, afecta a las labores de pesca. (JVR)


La corriente que no respeta ni vidas ni propiedades

Las tormentas eléctricas son uno de los fenómenos que aterra

"Las lluvias han causado grandes daños y millonarias pérdidas. Las tormentas eléctricas nos mantienen alerta y la crecida del río Bulubulu nos asusta todos los años", dijo a BLANCO y NEGRO la teniente político de la parroquia Taura, Gina Pérez, quien se encarga de coordinar las labores de ayuda con la Defensa Civil y el Consejo Provincial del Guayas.
La principal autoridad señala que "cuando el río suena (...) filtra agua en los muros de contención", y desgasta el terreno aledaño a haciendas y cultivos. "Con el pasar de los días y las fuertes lluvias, el río se transforma en una bomba de tiempo para los ocho mil habitantes", aseguró.
Entre las principales consecuencias de las lluvias en Taura, se destacan la destrucción de viviendas y cultivos de cacao y banano, animales ahogados y la destrucción parcial de la carretera de acceso a la parroquia.
"Las lluvias de 1982 dejaron pérdidas de alrededor de 800 millones de sucres. El río no respetó cultivos de banano ni carreteras", sostuvo Pérez. Lo que llama la atención en la casa comunal -donde también funciona la oficina de la Defensa Civil-, son tres niños jugando con recipientes plásticos. Sus rostros, pese a las risas frente a la cámara, revelan angustia. Ellos son hijos de los esposos Reyes Moreno, quienes perdieron su casa por efecto de la crecida corriente.
La rápida acción del agricultor Luis Reyes permitió rescatar unas cuantas prendas de vestir y ciertos artefactos eléctricos. Su destino es incierto, puesto que el único patrimonio que tenía (su vivienda y un terreno) se lo tragó el Bulubulu. (CHM)


ANALISIS
Imprevisión, la madre de todas las desgracias

El drama de las decenas de familias que habitan la Costa ecuatoriana podía haberse mitigado, si las autoridades no hubieran asumido la actitud de siempre: actuar sobre los hechos consumados.
Esta inveterada costumbre, que deja de lado la prevención, es la culpable de que miles de personas no tengan hoy un lugar en donde refugiarse de las aguas y las plagas.
Cuando meses atrás, instituciones como la NOA y la NASA, de Estados Unidos, y el Clirsen, de Ecuador, anticiparon que el invierno de este año sería severo; a ninguna autoridad se le ocurrió organizar albergues, acopiar alimentos, medicinas y vituallas, para asistir a los damnificados.
Por esta falta de prevención, decenas de personas que han sido picadas por culebras, por ejemplo, no han podido ser tratadas con suero antiofídico, único remedio para este mal, y hoy corren el riesgo de morir.
Por idénticos motivos, los niños que debían estar en las escuelas no han podido siquiera iniciar clases, ya que los locales escolares están inundados, pues nadie se preocupó de adecuarlos para que no fuesen inundados.
Pero la desidia no es del actual Gobierno. La ausencia de planificación a largo plazo es un mal endémico, y en el caso presente, la madre de las desgracias de miles de personas.
En efecto, cuando se comenzó a reconstruir el Litoral ecuatoriano, luego del último fenómeno El Niño, se trabajó en las carreteras y en algunas obras grandes, pero se olvidó el "detalle" que habría hecho la diferencia, y que exigía tiempo y dinero.
Si solamente se hubiesen drenado los ríos, amplias zonas planas de la Costa estarían hoy libres de agua. Pero como no se hizo, hoy son enormes y peligrosos ríos, que han asolado cultivos, viviendas y la poca infraestructura.
Por la conciencia que tiene la gente de estas imprevisiones oficiales, las visitas de los ministros a las zonas afectadas, en lugar de alegrarlos provoca su irritación, puesto que dicen que las autoridades llegan para descubrir los problemas y no a solucionarlos, porque ya es muy tarde. (TFF)

(BLANCO Y NEGRO 30 DE MARZO DE 2002)
EXPLORED
en Ciudad Quito

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