Guayaquil. 20 feb 2000.
Salvador Quishpe
La noche del jueves 20 no dormÃ. Pasé dando vueltas alrededor del
Congreso que estaba ya sitiado por nosotros. HabÃa muchos
infiltrados que querÃan que la gente haga violencia con palos y
piedras. Eran estudiantes que venÃan en grupos, a las dos, a las
tres de la mañana. Gritaban, provocaban, incitaban a quemar casas
y cosas asÃ. Entonces, con dos compañeros, me pasé la noche
caminando. No habÃa comido unos dos dÃas porque no tenÃa tiempo.
No me habÃa bañado durante toda esa semana y tampoco habÃa ido
a mi casa a ver a mi mujer ni a mis tres hijos.
Al amanecer del viernes, la gente estaba cansada. Fuimos a la
Casa de la Cultura a las seis de la mañana para despertar a los
compañeros que estaban ahÃ. Nosotros habÃamos ofrecido que ese
dÃa nos tomábamos el Congreso como sea y la gente estaba
esperando eso; a las siete comenzamos a decir vamos, ahora sÃ.
La cuestión era difÃcil porque, aunque éramos unos 15.000,
estábamos con las manos vacÃas. Y habÃa escuadrones de la PolicÃa
y del Ejército armados hasta los dientes, con tanques y todo.
TenÃamos que ver cuál era el momento para la toma. SabÃamos que
tenÃamos que meternos porque eso habÃamos ofrecido y el precio
por no cumplir hubiera sido nuestras cabezas. Hubiéramos sido
arrastrados por nuestra propia gente.
Por otro lado, sabÃamos que habÃa un grupo de coroneles que iba
a llegar, eso nos anunciaron la noche anterior y, aunque tenÃamos
dudas, les esperábamos. Yo habÃa escuchado del coronel Gutiérrez
y conocÃa que él no estaba de acuerdo con lo que estaba haciendo
el general Carlos Mendoza. Entonces, tenÃa la esperanza de que
acudirÃa a amortiguar la acción de la policÃa. Entre las 09h00
nos decÃan que ya llega, que ya llega. Finalmente vino un
escuadrón de militares, pero era uno de relevo o de refuerzo, no
sé. No confiábamos en lo que estaba pasando y nosotros decÃamos
solo tenemos nuestras propias fuerzas.
Estábamos frente al cordón policial. Empezó la gente a presionar
desde atrás y a vivar a la patria, hasta que de tanta presión de
repente se rompió el cordón. Entonces los policÃas empezaron a
disparar bombas lacrimógenas como locos. Las bombas caÃan sobre
nosotros, pero por suerte los compañeros estaban con poncho y eso
les protegÃa de las bombas, que caÃan como piedras sobre sus
espaldas. La consigna nuestra era no retroceder pero los gases
hicieron que los compañeros se disgregaran.
Cuando llegué a la esquina del Congreso, yo estaba casi desmayado
y un compañero estaba caÃdo al lado, como muerto. Me quedé
sentado un par de segundos y pensé en mi hijo Amauta, también
pensé en la muerte. Tambaleando, subà por la calle Yaguachi hacia
El Dorado. En eso escuché unos silbidos, regresé a ver y eran
unos militares que nos llamaban. Yo no sabÃa si nos estaban
tendiendo una trampa o si venÃan en realidad a ayudarnos. Fue un
momento decisivo. Me acerqué y nos pusieron una tabla sobre el
alambre de púas para que pudiéramos pasar. Y ahà nos dimos cuenta
que eran compañeros. Entonces me puse sobre el puente de la calle
Yaguachi, saqué mi wipala, la agité y con eso la gente comenzó
a venir.
El funcionario
Ante una llamada telefónica, un alto funcionario del gobierno del
Presidente Mahuad salió rápidamente, a las 9h30, de una reunión
de trabajo, acompañado de su escolta policial, que le habÃa
obligado a chantarse un chaleco antibalas y a ocupar un auto de
seguridad para cruzar el centro de la urbe hasta el Palacio
Presidencial, en salvaguardia de cualquier desmán proveniente de
la movilización indÃgena. Mientras miraba por la ventanilla se
tranquilizó al comprobar que la ciudad se movÃa al ritmo de una
mañana inusualmente calurosa. No intuÃa que podÃa ocurrir algo
singularmente grave, toda vez que el dÃa anterior los miembros
del Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas le habÃan asegurado
al Presidente que la situación estaba bajo control, e inclusive
el general Carlos Mendoza, Jefe del Comando Conjunto, habÃa
respondido con un no se preocupe que él es mi hombre de confianza
a la pregunta del Presidente Jamil Mahuad sobre la conducta del
coronel Lucio Gutiérrez, sospechoso de fraguar una conspiración.
Cuando arribó al Palacio sin contratiempos, reemplazó su chaleco
por el saco de su terno, se ajustó la corbata y subió
directamente a la residencia presidencial, donde encontró que
Mahuad recibÃa información, a través de su teléfono celular,
sobre la toma del Congreso por parte de los indÃgenas; exhibÃa
su habitual tranquilidad ante el grupo que lo acompañaba,
integrado por Roberto Izurieta, Carlos Larreátegui, BenjamÃn
Ortiz, Xavier Espinosa, Vladimiro Alvarez, Juan Falconà y Alfredo
ArÃzaga. Regada por el mundo la noticia de que el conflicto en
Ecuador se agravaba, Mahuad respondÃa también las llamadas del
Presidente del gobierno español, José MarÃa Aznar; del Presidente
de Colombia Andrés Pastrana; las contÃnuas del Presidente peruano
Alberto Fujimori, y las del Presidente de Chile Eduardo Frei. AsÃ
mismo, algunos cancilleres hablaban con BenjamÃn Ortiz.
¿Qué hacer?, era la gran pregunta y, entre algunas opciones, se
barajó la de suspender las transmisiones de televisión sobre la
toma del Congreso, por considerar que inquietaban a la
ciudadanÃa. Pero hacerlo hubiera significado violar el marco
jurÃdico vigente.
Fue quizás en ese momento que se tomó conciencia de la gravedad
de la situación. Hasta la noche anterior, cuando el comandante
de policÃa habÃa acudido a Carondelet para advertir al Presidente
de que la situación se complicaba, la respuesta de Telmo Sandoval
habÃa sido nosotros (los militares) estamos a cargo. Ud.
preocúpese de la dolarización y le reiteró a Mahuad que los
indios tenÃan comida sólo para un dÃa, por lo que no iba a pasar
nada.
El coronel
El coronel Hermenigildo Torres (nombre supuesto para proteger su
identidad) se levantó a las seis de la mañana; desayunó, se
vistió con su uniforme de diario y se dirigió a la Universidad
Central, donde estudia. Terminadas sus clases, llegó al
Ministerio de Defensa a las 09h30 y ahà se enteró de que los
indÃgenas se habÃan tomado el Congreso. Al llegar a su despacho
ordenó a su ayudante que no le pasara ninguna llamada telefónica
y que por ningún motivo le interrumpiera. Cerró la puerta, se
sentó tras su escritorio, encendió el tercer cigarrillo del dÃa
y, cuando prendió el televisor y vio a los indios con sus
ponchos, recordó su intenso trabajo de épocas anteriores en las
comunidades del Chimborazo y la manera cómo las Fuerzas Armadas
colaboraban para solucionar sus necesidades. A veces era la
construcción de una cancha; otras, el tendido de un puente o la
reparación de la escuela. Ensayó un recorrido por CumillÃn,
Ozogoche, Guangaje y evocó cómo, poco a poco, la ayuda se
extendió a los sectores de salud y llegó hasta el vestuario: para
erradicar el cada vez más extendido empleo del poliéster que
habÃa ido, paulatinamente, reemplazando a la lana, se
establecieron talleres para que los indios recuperaran sus
prácticas ancestrales en el tejido. En nutrición, los fideos, las
sopas de sobre y los jugos artificiales fueron eliminándose ante
la crÃa de cuyes, conejos y pollos, y la siembra de hortalizas
y frutales.
El coronel Hermenegildo Torres reconoció que la relación con los
indÃgenas habÃa sido muy profunda desde 1991 y que a partir de
allà los militares trataron de entender su cosmovisión y
participar de ella. Era una especie de estrategia para trabajar
con los indios, no abandonarlos a su suerte ni dejar que caigan
en las simpatÃas de posibles grupos subersivos, como habÃa
ocurrido en el Perú.
Sonrió al pasar revista cómo ejercitaron a un grupo de campesinos
para que fungieran de guÃas turÃsticos y no se limitaran a cargar
el equipaje de los montañistas que ascendÃan a los nevados.
Ahora, al ver por televisión los episodios del Congreso, se
alegró de que no haya habido derramamiento de sangre, aunque se
sorprendió al contemplar la imagen del coronel Lucio Gutiérrez,
junto con la del coronel Fausto Cobos, director de la Academia
de Guerra y del director de la Escuela Politécnica del Ejército.
Entonces, el coronel Hermenegildo Torres se preguntó: ¿Qué
diablos está pasando? ¿Se están juntando las máximas indÃgenas
de no robar, no mentir y no ser vago, con los sueños de erradicar
la corrupción, la falta de representatividad y el desprestigio?
Confundido, nervioso, el coronel se preparó un taza de café y vio
que sus ideales de un Estado de derecho se contraponÃan con las
imágenes que se proyectaban por televisión y que presagiaban una
ruptura de la institucionalidad.
Salvador Quishpe
Los militares rompieron la puerta de un jalón, y entramos al
Congreso. Comenzamos a sesionar, porque el Parlamento Nacional
de los Pueblos del Ecuador estaba ya conformado. Se instaló la
Asamblea y se ratificaron algunos decretos que habÃamos emitido
antes. En eso llegó el coronel Lucio Gutiérrez. Eso fue muy
importante para nosotros. Cantamos el Himno Nacional y acordamos
llevar adelante el proceso. Una vez suscrito el documento,
entramos a la oficina de la Presidencia del Congreso sin
problema, pero una puerta interior fue abierta con dos puntapiés
por un par de coroneles. Ahà se discutieron algunas cosas. Llegó
el coronel Fausto Cobo, cumpliendo una misión del general
Mendoza, para pedir a Lucio que desista, que se retire. Nos
pusimos a hablar y, finalmente, el coronel Cobo terminó
convenciéndose y se sumó a nosotros. Cada vez iban llegando más
militares que se ponÃan a la orden de Lucio. Ahà dimos la primera
rueda de prensa.
Luego bajamos a la sala de sesiones porque el Congreso tenÃa que
seguir funcionando. Se me encargó la Presidencia, mientras
Antonio Vargas hacÃa su trabajo dentro del triunvirato.
En el Congreso tomamos decisiones contra la dolarización, sobre
los fondos congelados y sobre las sanciones a los corruptos, la
confiscación de los bienes de los banqueros y su extradición.
Llegaron los diputados Paco Moncayo y René Yandún y hablaron;
renunciaron a ser diputados y se sumaron al pueblo como
ciudadanos y como patriotas.
Como a las 4 de la tarde nos dijeron que tenÃamos que irnos a
Carondelet. Yo seguÃa sin probar bocado. Tomé solo unos sorbos
de agua del lavabo del Presidente del Congreso y nada más. Con
eso me sostuve.
Encargué la presidencia del Congreso a Vicente Chato y me sumé
a la marcha hacia Carondelet.
El funcionario
Telmo contamos contigo?, le preguntó por teléfono el funcionario
gubernamental al general Sandoval, encargado de la jefatura del
Comando Conjunto, ante el giro que iban tomando los
acontecimientos. La ambigua respuesta que el general le dio desde
el Ministerio de Defensa: estamos analizando, dejó al funcionario
muy preocupado porque a Sandoval se lo consideraba aliado del
Gobierno, luego que algunos de sus miembros habÃan intimado con
él en un curso sobre negociación en Harvard, durante el perÃodo
previo a la firma de paz con el Perú. Prevalido de esa confianza,
Mahuad habÃa aceptado su presión para que nombrara Ministro de
Defensa al general Carlos Mendoza, en reemplazo del general (r)
José Gallardo, que parecÃa haber perdido liderazgo en las Fuerzas
Armadas, sobre todo luego de aceptar la reducción del presupuesto
militar.
Alrededor de las 11h30 Mahuad bajó de la residencia y, con los
ministros que le acompañaban, se instaló en la sala de reuniones
aledaña a su despacho, donde recibió a los miembros del Comando
Conjunto que, a excepción del contralmirante Enrique Monteverde,
vestÃan traje de campaña (camuflaje). El ambiente se habÃa
tornado tenso y la desconfianza crecÃa, hasta el extremo que
-cosa absolutamente inusual- a la cita entraron también los tres
edecanes del Presidente, jugando en ese instante el rol de
guardaespaldas. El general Carlos Mendoza repitió el contenido
de un comunicado de las Fuerzas Armadas, en el que se pedÃa a
Mahuad tomar una decisión dentro del orden constitucional, y
remarcó que era necesario tomar una decisión urgente en el marco
del orden constitucional.
- ¿Y eso qué significa?, le preguntaron.
- Que el Presidente debe renunciar, dijo el general Mendoza.
Mahuad, que hasta ese instante se habÃa mostrado sereno, golpeó
la mesa y gritó:
- ¡No voy a renunciar! ¡Con qué derecho usted me plantea eso!
¡Usted debÃa venir a explicarnos lo que está pasando! ¿Por qué
me informó ayer que Lucio Gutiérrez estaba bajo control, sabiendo
que Gutiérrez es un hombre muy cercano a usted?
- Si Ud. me va gritar y tratar asà me voy, dijo Mendoza. Y se
levantó.
- Cálmate, Carlos, le dijo el general Telmo Sandoval, no puedes
irte porque el mando es uno solo.
Sandoval consiguió que Mendoza volviera a sentarse y luego se
dirigió al Presidente tuteándolo, como lo hacÃa siempre:
- Tú eres mi amigo. Carlos no está expresando su criterio
individual. Lo que acaba de decir es nuestro pensamiento. Creo
que haz hecho todo lo que has podido pero se te han desbordado
las cosas y para que el paÃs salga adelante tienes que renunciar.
La distancia militar se habÃa marcado antes. El consejo ampliado
de generales y almirantes le envió a Mahuad el sábado 8 de enero
una lista de pedidos para que los incorpore en su mensaje, cosa
que no sucedió provocando fuertes molestias en la alta
oficialidad. La lista incluÃa: la confiscación de bienes de los
banqueros corruptos, la intervención de las FF.AA. para evitar
la corrupción aduanera y la reestructuración del equipo
económico.
Ahora, tras esa conminación de Sandoval, Mahuad hizo un análisis
de la grave situación del paÃs y dijo que botándolo volverÃa a
tener vigencia el viejo precedente de que el Ecuador cambia de
gobierno cada vez que no puede resolver sus problemas. Luego, la
conversación comenzó a tornarse inútil. El general Mendoza se
retiró primero y después lo hicieron los otros dos miembros del
Comando Conjunto, que anunciaron que iban a deliberar.
El coronel
El coronel Hermenegildo Torres vació en el basurero el cenicero
repleto de colillas y pensó que la sublevación de sus compañeros
no habÃa sido planificada previamente, sino que obedecÃa a un
impulso, a un acto emotivo propiciado por las circuntancias. Por
un momento se preocupó al imaginar una confrontación entre
elementos de las Fuerzas Armadas, pero luego meditó: si no se
disparó un tiro contra los indios, tampoco van a dispararse entre
compañeros de armas. Sin embargo fue consciente de que la
disciplina militar iba a quedar seriamente afectada y la
estructura misma de la institución podÃa resquebrajarse. ¿Dónque
queda la jererquÃa?, se preguntó.
De pronto, el coronel Hermenegildo Torres cayó en la cuenta que
la alianza entre indÃgenas y militares era excluyente: dejaba,
por ejemplo, fuera a la Iglesia asà como a un amplÃsimo sector
de la sociedad, representado por los mestizos.
El funcionario
El Presidente se encerró en su despacho, acogiendo una sugerencia
de sus ministros para que presentara en cadena nacional de
televisión y explicara al paÃs lo que sucedÃa, con la convicción
de que el Gobierno estaba solo y el único apoyo posible era el
del pueblo. En una cartulina comenzó a anotar con marcadores de
varios colores los puntos principales de su alocución, aunque un
par de veces consultó algún pormenor a Vladimiro Alvarez y a
Carlos Larreátegui.
Cuando su discurso estuvo listo, le avisaron la llegada del
general Carlos Moncayo, encargado de la seguridad del Palacio,
quien traÃa un mensaje del Comando Conjunto. Mahuad dijo que
primero aparecerÃa en televisión y luego hablarÃa con Moncayo,
en previsión de que éste, en un acto de fuerza, suspendiera la
cadena. Entonces, con sus ministros que le rodeaban, salió
rápidamente hacia el comedor, lugar en el que estaban instalados
los equipos de transmisión.
Hacia las 15h20, el Presidente da su cadena nacional y reitera
que no renunciará. Minutos antes, Mahuad habÃa recibido un
segundo comunicado de las Fuerzas Armadas, en el que le pedÃan
explÃcitamente que abandone el cargo.
Luego de la cadena, el general Moncayo comunicó a Mahuad que
habÃa recibido la orden de retirar toda la guarnición del Palacio
y, por tal razón, le aconsejaba abandonar el recinto.
- Le agradezco, pero yo sabré lo que hago, replicó Mahuad.
Paradójicamente, al Palacio comenzaron a entrar muchos militares
muy bien apertrechados, que coparon los pasillos.
Salvador Quishpe
Comenzaba a caer la tarde. En el camino a Carondelet habÃa el
riesgo de que por ahà un francotirador nos bajara. La gente
estaba muy emocionada por lo que estaba pasando. Para protegerme,
se me colgaban del brazo, me jalaban todo el trayecto. Como
durante el dÃa se habÃan prendido fogatas con leña y carbón para
contrarrestar los gases, nosotros, en la multitud, pisábamos las
brasas. Ibamos pisando candela y nos quemábamos los pies en cada
esquina, en medio de una gritadera.
Cerca de Carondelet encontramos dos cordones policiales.
Hablamos. Nos demoramos un buen tiempo, pero logramos pasar. Yo
entré primero al Palacio cuando abrieron la puerta para que
pasaran dos militares, pero una vez adentro me di cuenta que
Antonio Vargas nos estaba. Entonces salÃ. Localicé a Antonio y
volvà a entrar con él.
Adentro nos reunimos con los coroneles y generales, entre los
cuales estaban Carlos Mendoza y Telmo Sandoval. Ellos empezaron
diciéndonos que desistiéramos de las acciones, que ellos habÃan
pedido que Mahuad se vaya y que, en vista de las circunstancias,
habÃan decidido asumir el mando total. Leyeron su proclama
asumiendo todos los poderes. Entonces les dijimos que si eso era
asÃ, no tenÃamos nada que hablar con ellos, que nosotros Ãbamos
a seguir con nuestro movimiento. En ese momento las cosas se
pusieron muy tensas y creÃmos que allà se iba a armar una
balacera. Nosotros no Ãbamos a negociar. Entonces los militares
empezaron a decir que cómo era posible la subordinación de un
general ante un coronel. Esa fue el arma que ellos utilizaron:
la institucionalidad, la jerarquÃa. Hubo mucha discusión, muy
fuerte. Nosostros dijimos discutan eso entre militares, porque
para nosotros era Lucio Gutiérrez la única persona con quien
debÃamos trabajar. No habÃa otra.
Ellos nombraron a Carlos Mendoza como miembro del triunvirato.
Se cantó el Himno Nacional, se rezó el Padrenuestro. Salimos.
Informamos eso a la gente, dimos una rueda de prensa hacia la
medianoche y luego nos reunimos para empezar a delinear las
primeras acciones de gobierno.
El coronel
El coronel Hermenegildo Torres se reafirmó en su criterio de que
las Fuerzas Armadas no solo debÃan defender la integridad
territorial y velar por la democracia, sino también estar junto
al pueblo. Pero entonces le surgió otra duda: ¿Lo que estaba
viendo por televisión no le demostraba que ese ideal de estar
junto al pueblo tenÃa un riesgo demasiado alto y podÃa terminar,
justamente, en destruir la democracia? En contraposición, ¿tenÃan
las Fuerzas Armadas que seguir como un ente alejado de la
realidad y motivado sólo por los principios pretorianos? ¿Era
dable que se minusvalorizara a una institución y se le destinara
únicamente al cuidado de la frontera, cuando poseÃa el suficiente
capital humano y la preparación para trabajar con la comunidad?
¿Qué iba a pasar con las Fuerzas Armadas en el futuro?
El funcionario
El funcionario vio cómo LucÃa Stadler, la secretaria del
Presidente, pretendió entrar a su oficina, pero los militares se
lo impidieron a la voz de ¡Usted no saca nada de aquÃ!.
Mahuad y los ministros que lo acompañaban subieron a la
residencia, donde también habÃa soldados. El Presidente decidió
dejar el Palacio y, a manera de despedida, dio un abrazo a cada
uno de sus ministros. Ya eran las 5 de la tarde, salió y se
instaló en la única Trooper blindada que tiene la Presidencia;
en la caravana iba también una ambulancia.
Por invitación de los militares se dirigió a la base áerea, donde
le esperaba un avión de Tame con su tripulación completa, listo
para despegar. Mahuad dijo que no irÃa a ningún sitio, ni dentro
ni fuera del paÃs. Durante su larga permanencia apareció una
bandeja con patitas de pollo y un charol con refrescos, que fue
lo único que el Presidente y sus colaboradores Ãntimos se
llevaron a la boca ese dÃa.
Tras la proclama del coronel Gutiérrez en la que anunció que el
Presidente habÃa sido detenido, llegó un camión del Ejército y
se estacionó bajo la nariz del avión, como para impedir que el
aeroplano pudiera carretear; al mismo tiempo irrumpió un piquete
de soldados y, enseguida, salió otro de aviadores que se situó
a cortÃsima distancia. Los aviadores reclamaban por la presencia
del ejército ahÃ, sin que hubieran pedido autorización para
entrar. La tensión fue enorme y todo hacÃa pensar que iba a
producirse un enfrentamiento, hasta que el pelotón del Ejército
optó por retirarse.
En ese instante el Presidente decidió dirigirse hacia la embajada
de Chile, donde permaneció por algún tiempo. Bien entrada la
noche fue al domicilio de una de sus asesoras de comunicación,
donde pernoctó.
El coronel
Se desencantó el coronel Hermenegildo Torres cuando vio que los
coroneles se proclamaban jefes del Comando Conjunto y pensó que
eso no era normal: ahà estaban entrando en juego las vanidades
personales y se estaba dejando de lado a muchos generales de
excelente preparación y hondo sentido ético. ¿Por qué no los
reconocÃan? No le preocupó, en cambio, que no exhibiera plan de
gobierno alguno porque, conociendo la capacidad de quienes salen
de la Academia de Guerra, creÃa que el documento podÃa ser
elaborado al dÃa siguiente; además ¿qué gobierno civil habÃa
presentado un plan de gobierno? Las imágenes se le superponÃan
y, aunque querÃa mantener la cabeza frÃa, le preocupaba el
destino de sus compañeros si el movimiento fracasaba. Sobre todo
pensaba en en la familia de cada uno de ellos. No le angustió,
en cambio, el aparecimiento de Carlos Solórzano, a quien vio como
el representante de la justicia, mientras Antonio Vargas
encarnaba a una comunidad postergada por más de 500 años, y el
coronel Lucio Gutiérrez a un pensamiento joven y renovador. Sin
embargo, se sorprendió cuando, después, apareció el general
Carlos Mendoza. ¿Para qué?, se preguntó. Transcurrida la
madrugada y cuando los acontecimientos llevaron al poder a
Gustavo Noboa, el coronel Hermenegildo Torres, apagó el último
cigarrillo de su tercera cajetilla, bebió el último sorbo de la
vigésima taza de café y, desconcertado, dijo: ahora va a ser
mucho más difÃcil sostener nuestra doctrina de que podemos estar
junto al pueblo y junto a los indÃgenas con quienes tanto
trabajamos. Creo que con todo esto perdimos. SÃ: creo que
perdimos.
Salvador Quishpe
Yo dejé Carondelet y volvà al Congreso. Pedà un carro y me
acompañaron dos militares. Informé lo que habÃa pasado. Las cosas
estaban bien. Pero luego nos dijeron que el general Carlos
Mendoza habÃa desistido. Y que las cosas llegaban hasta allÃ.
Tomamos la noticia con calma, porque sabÃamos que eso no iba a
sostenerse porque no era nuestra gente la que estaba allÃ, sino
el general Mendoza. Hubiera sido distinto si estaba Lucio
Gutiérrez. Carlos Mendoza nunca asumió el reto. Renunció. Se fue.
Nos quitaron todo tipo de apoyo, la seguridad, todo. Nos
atrincheramos en el Congreso hasta que amaneció. PodÃa pasar
cualquier cosa. TenÃamos el triunfo de que Mahuad estaba afuera
y esa era una victoria. Nos comunicaron que la policÃa venÃa a
desalojarnos. PodÃamos quedarnos en el Congreso un par de dÃas
más, pero no Ãbamos a lograr nada adicional y habÃa el riesgo de
enfrentarnos con la policÃa. En el Congreso habÃa madres con sus
niños, ancianos, y hubiera sido terrible un desalojo con
violencia. Además, la violencia no era nuestro objetivo. Nunca
lo fue. Cantamos el Himno y salimos.
Fuimos a la Casa de la Cultura y ahà habÃa gente que lloraba,
otra que estaba con coraje, otros chuchaquis. En el Agora
informamos lo que pasó y nos avisaron que la policÃa nos iba a
tomar presos. HabÃa mucha confusión. Escapamos en un auto,
querÃamos ir a Cotopaxi, dimos muchas vueltas y nos quedamos en
una casa en el valle de los Chillos. Nos invitaron a comer algo,
pude bañarme, lavar las medias a los cinco dÃas y asà pudieron
respirar mis pies.
Creo que triunfamos. Nosotros esperamos que Noboa entienda lo que
está pasando, qué es lo que quiso decir el pueblo a través de ese
levantamiento. Lo nuestro fue un buen jalón de orejas al poder
polÃtico. La lucha sigue. No ha terminado. (Texto tomado de El
Universo)