Quito. 13.01.93. Ciertamente, Bill Clinton representa un
salto: no tanto por el retorno de los demócratas a la
presidencia cuanto por el relevo de generaciones en el poder.
De la estricta moral post-segunda guerra mundial se transita
al pragmatismo de los "baby boomers" crecidos en los sesentas.
Lo que, a lo mucho, significa acaso un nuevo estilo de hacer
política. Porque, en el fondo, subyace la idea que ha
alimentado desde siempre al sistema político norteamericano:
mantener el liderazgo mundial. Liderazgo único, hoy, en el
mundo del nuevo orden.

Clinton ganó las elecciones presidenciales en noviembre con un
43% del voto. Su triunfo se interpretó como un plebiscito
sobre la política económica. Los ciudadanos norteamericanos
apostaron a una "revolución" en las urnas, al igual que en el
32 con Roosevelt o en el 80 con Reagan. Como entonces, son
momentos de desconcierto e inseguridad doméstica, cuando se
clama por un líder capaz de recuperar la confianza perdida.

El triunfo de Clinton entusiasmó exclusivamente puertas
adentro. El resto del mundo permaneció expectante. En América
Latina, nadie se hace ilusiones con una versión actualizada de
Carter, ni mucho menos. En Europa y Asia ronda el fantasma del
proteccionismo estadounidense, mientras que en Oriente Medio
se desconfía de un presidente apoyado por la todopoderosa
comunidad judío-norteamericana. Y es que Clinton se vendió
como el artífice de "un nuevo patriotismo", o -como les gusta
llamar en medios norteamericanos- de una "reinvención de sí
mismos". El grueso de la prensa en EEUU -que apoyó a Clinton-
habla de "una nueva misión" para la superpotencia. La revista
Time, que le acaba de elegir "el hombre del año", lo ilustra a
la perfección. Por años, dice, los americanos se lamentaban
por algo que parecía perdido, esa cualidad americana
distintiva de juventud, energía, ideales y suerte: el sagrado
carácter americano. Clinton tiene el mandato de recuperar ese
"american stuff".

Los comodines

Clinton triunfó con el 43% que, aunque representó una ventaja
de seis millones de votos frente a Bush, fue menos de lo que
Dukakis obtuvo en 1988. Esto, porque el independiente e
inefable Ross Perot -que se acaba de declarar republicano-
arrebató el 19% del voto popular. Diversos observadores
barajan algunos elementos de análisis. Clinton tuvo el camino
despejado en la carrera por la nominación demócrata:
prefirieron retirarse candidatos formidables como Mario Cuomo,
Jesse Jackson, o Dick Gephardt.

Luego, abonó a su favor la miopía de Bush, el aparentemente
invencible líder de la "Tormenta del Desierto", cuyo deterioro
luego de la guerra del Golfo todavía es calificado por cierta
prensa de EEUU de "surrealista". Además, contó con otro
comodín: el fenómeno Buchanan quien, con su intolerancia de
extrema derecha, alejó a muchos potenciales electores
republicanos. Está también su propio mérito: Clinton abrió el
debate al tema del aborto, de las minorías sexuales y étnicas,
de las mujeres...

Como dice Alain Touraine: "el gran tema de la vida política es
la vida privada". Y finalmente, las estadísticas económicas
siguieron dando cuenta, hasta el día de las elecciones, del
hundimiento de la economía nacional.

El agujero negro

Clinton sabe que mucho tuvo que ver la suerte. Así, preguntado
por la Time sobre su mayor angustia ante la proximidad de su
asunción al poder, dijo que teme verse "empantanado, los
electores tienen tanta esperanza ahora en que nosotros hagamos
las cosas." Y es el gigantesco déficit fiscal -más de 350 mil
millones de dólares- el que aparece como un "devorador agujero
negro". Su principal propuesta de campaña fue reducirlo a la
mitad en cuatro años, condición indispensable para la
reactivación económica y el progreso social. Luego de la ahora
ya famosa reunión de Blair House, que los demócratas reconocen
como su primera crisis política, el presidente electo se
refiere a su promesa electoral tan solo como "una meta". En
ese encuentro, el 7 de diciembre pasado, Clinton se reunió con
un equipo de consejeros económicos que se encargaron de
"bajarle de la nube". Demostraron, con números en mano, que
sus optimistas proyecciones económicas eran por lo menos
"irreales". Clinton calculaba, por ejemplo, recaudar 45 mil
millones de dólares de impuestos sobre los beneficios de las
corporaciones extranjeras en EEUU, y 22 mil millones más de
"ahorros administrativos". Sus más cercanos colaboradores
creen que eso es impracticable, y están tratando de redefinir
el tema ante la opinión pública. No se descartan impuestos a
la clase media, lo que podría erosionar en tiempo récord la
popularidad de Clinton. Esta semana, uno de los voceros
demócratas dijo a la T.V. que "el déficit es más alto de lo
que se creía". Así, sera muy difícil para Clinton lograr, en
el corto plazo, la resolución de los problemas del bienestar
individual -señalado por los demócratas como el pilar de una
redefinición de la seguridad nacional: educación, empleo,
medio ambiente, atención médica, y derechos humanos.

Le ayudará, sin embargo, su vocación al consenso. Aunque en su
biografía se destacaron características que casi hablan de
mesianismo (que de niño lloraba al leer las noticias de los
diarios y sufría por el maltrato a los niños negros en su
natal Arkansas), Clinton está consciente del peor vicio de su
sistema político: la exclusión. Y, con su omnipresente esposa
Hillary, espera convencer al ciudadano común de que es
responsable de su propio destino. "Todos gobernaremos", ha
dicho. La conferencia económica de Little Rock -donde se
reunieron 300 personas de todo el espectro político y
demográfico de EEUU- pretende ser un paso. De todos modos,
como presidente de la nación más poderosa del mundo, le
quedará muy poco tiempo para enfrentar la peor recesión del
país desde 1930. En pocos meses su agenda se repletará con
asuntos de política exterior.

PALADIN DE PALADINES


Por si quedaba alguna duda, el día de su triunfo, Clinton se
adelantó a asegurar que "los intereses de EEUU se mantienen
invariables ". Recuperar el "american stuff" significa no solo
convertirse en el paladín económico, sino ejercer un liderazgo
militar y político global. Los demócratas han dicho que no
pretenden para EEUU el rol de "gendarme mundial". Pero con
Clinton, el país no dejará de ningún modo atrás su papel
hegemónico. Seguirá siendo un "exportador de democracia".
Apoyaremos vigorosamente la democracia en todo el mundo y
promoveremos en el exterior los mismos valores que profesamos
en nuestro pais, aseguró Clinton, que mencionó dentro de su
agenda a Irak, Yugoslavia, la ex URSS, Europa del Este,
Sudáfrica, Perú, China, Camboya y Haití. Bajo el argumento de
que el campo de batalla ahora no es militar sino económico,
Clinton propuso reducir el presupuesto de defensa, en favor de
la inversión en la economía doméstica, lo que permitiría un
ahorro de 60 mil millones de dólares hasta 1997. Pero no
descartó nuevas intervenciones militares: "debemos evaluar los
peligros que podrían amenazar a nuestros intereses y que
requieren potencialmente del uso de la fuerza". Todo el mundo
sabe que no se puede desafiar al complejo militar-industrial
norteamericano. De contraparte, hay optimismo en el área
medioambiental -liderada por el vicepresidente Al Gore.
Clinton tiene planes concretos para atacar el desempleo,
mediante un crecimiento ecológicamente sostenible.

El presidente electo es visto como un "moderado" dentro del
Partido Demócrata. Algunos de sus colaboradores tienen
credenciales "progresistas" tras su desempeño en la
administración Carter. Le apoyan, asimismo, las grandes
corporaciones -la Arco, por ejemplo, financió gran parte de su
campaña- y los personajes más recalcitrantes del
conservadorismo norteamericano: como lo es Jane Kirkpatrick,
fervientemente anticubana. La primera iniciativa de Clinton en
política exterior fue su apoyo a la Ley Torricelli, que
refuerza el embargo contra Cuba. Y sobre el tema candente al
otro extremo del mundo, el presidente electo ha afirmado que
"estaremos del lado de Israel, nuestro único aliado en Medio
Oriente". No por nada Bush llegó a decir durante la campaña
que él era el mejor candidato a que podían aspirar los árabes.

Clinton también ha prometido "actuar decididamente contra los
países que compran a EEUU mucho menos de lo que le venden". Su
recelo frente al TLC con Mexéico y Canadá, muestra su vocación
proteccionista. La Comunidad Europea y Japón están alertas.

"No somos mercenarios", dicen los demócratas. Muchos esperan,
cuatelosos, las primeras decisiones en materia de política
exterior del presidente no. 43 de EEUU, que en siete días más
asumirá el poder. Talvez muchos repitan, como los líderes
hatianos en el exilio que no se ilusionan con un retorno de
Aristide: "no debemos confundir al hombre con el sistema
político". (1C)


EXPLORED
en Ciudad N/D

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