Quito. 28.01.93. Mucho se repite, especialmente en foros de
sociólogos y politólogos, que las democracias latinoamericanas
son democracias tuteladas. Se quiere decir con ello que el
verdadero poder no está en el mandatario de la soberanía popular
sino en las armas. Los ejércitos latinoamericanos -se dice-
permiten el libre juego democrático mientras no se torne
inconveniente para sus intereses. Los más optimistas sostienen
que nuestra democracia ha madurado lo suficiente como para que
haya desaparecido para siempre "el fantasma de las dictaduras".
Ambas posturas parecen parcialmente ciertas: hay una fuerte
influencia de las Fuerzas Armadas en los gobiernos, no exenta de
intereses de clase e incluso personales. Pero la democracia se
defiende en parte por su legitimidad representativa, en parte por
el apoyo de nuestro mayor comprador, vendedor y proveedor
financiero, y en parte también porque hay cada vez una mayor
conciencia de que es en efecto el mejor sistema de intermediación
entre el poder y los ciudadanos, de conciliación entre intereses
distintos, y de administración de los bienes comunes.

Ejemplos de cómo el tutelaje de la fuerza quiere imponer sus
razones los hemos visto recientemente en Argentina, Perú y
Venezuela. "El fantasma de las dictaduras" no ha desaparecido.
Las condiciones para que ellas florezcan no son las mejores al
momento. Pero van mejorando al calor de otras amenazas: el
paulatino deterioro de las condiciones de vida de nuestros
pueblos, agravado en la última década por la crisis de la deuda;
las propias deficiencias y limitaciones del sistema, la
corrupción de las clases dirigentes, todo lo cual va llevando a
los pueblos a un sentimiento de creciente desconfianza hacia el
sistema, sentimiento que va degenerando en crisis de
gobernabilidad y en una falta de sustento ético de la democracia
como sistema.

La crisis de la deuda que tomó cuerpo en los primeros años
ochenta ha impuesto a nuestros países severas normas de ajuste
estructural que en definitiva nos obligaron a vivir como somos:
pobres, sin compensaciones para los débiles.

El Estado va desentendiéndose cada vez más de los pobres para
preocuparse de las garantías al capital, de la buena relación con
las instituciones multilaterales de crédito e incluso con la
banca comercial. La obra social se ha descuidado, van
desapareciendo los subsidios. Los precios reales de bienes y
servicios se constituyen en práctica corriente y aplaudida. Más
interesan las garantías al capital que el bienestar de los
pobres. Nuestros pobres países se convirtieron en la última
década en exportadores netos de capital hacia el mundo
industrializado. Más fue lo que salió de la región, en calidad de
abonos a los intereses de la deuda externa, que lo que entró como
ayudas no reembolsables, créditos blandos y comerciales. Y todo
este empobrecimiento general desprestigia injustamente a la
democracia. Los ricos no tienen problemas con democracia ni con
dictadura. ¿Quién defiende a la democracia aparte de teóricos y
estudiosos? ¿Qué interés concreto representa?

El resultado del auge neoliberal era previsible: la pobreza para
medias y la miseria para las clases pobres. En contrapartida una
mayor acumulación para los dueños del capital. La vieja
contradicción que Marx vislumbró como motor del cambio social
sigue tan vigente como siempre, pero ahora nadie aboga por los
débiles. Son una cifra de estadística que se compensa por el PIB,
la producción, el crecimiento del sector financiero, las
exportaciones. Mientras suben el desempleo y el subempleo, los
déficits de vivienda, la desnutrición, los índices de deserción
escolar, la delincuencia, al Fondo Monetario Internacional le
preocupan el pago de intereses a la banca, la autofinanciación de
las empresas de servicio público y la marcha de los programas de
ajuste. ¿Hasta cuándo? Ya Europa no puede defender sus
privilegios sino represivamente, prohibiendo la entrada a los
miserables del mundo, construyendo barreras infranqueables en sus
fronteras.

La crisis de la deuda es una consecuencia del pragmatismo
delirante de escritorio y, sin duda, un gran peligro para la
democracia. La gente urgida a juzgar por lo aparente culpa a la
democracia de su desgracia. "Mejor estábamos con las dictaduras"
dicen cada vez más personas con comprensible simpleza e
irrebatible lógica.

Por cierto en las dictaduras no había prensa libre, no había
Congreso fiscalizador, no habían trabas legales para la acción.
Pero nada de eso se come. La sola voluntad del Gobierno se
convertía en acción. Y todas las indelicadezas para con los
bienes comunes se las tragaba el silencio. Pero todos ellos son
bienes suntuarios para los que satisfacen los básicos. "Mejor
estábamos en las dictaduras". No había tanta corrupción, tanta
bronca, tanto libertinaje, repite más gente con convicción que no
admite prueba en contrario.

Las propias limitaciones del sistema son otras tantas acechanzas
contra él. La posibilidad de alternabilidad en el poder lleva a
los partidos a una lucha sórdida sin límites éticos que termina
desprestigiando más al sistema. En las dictaduras se hacían las
cosas y punto. En la democracia se las discute, se las critica,
se las "sataniza". La misma alternabilidad es un estorbo muchas
veces para el progreso.

La corrupción, agravada por esas legiones de arribistas que se
incrustan en todos los partidos políticos, que conciben la
política como una actividad comercial en nada diferente a las
demás. Esos diputados que venden su voto en el Congreso. Esos
partidarios de campaña electoral que exigen su parte tan pronto
el candidato triunfa. Esos vivarachos que se enriquecen en la
función pública. Esos ejércitos de vividores que pueblan los
mandos medios de los partidos políticos son otra carga pesada
para la democracia.

Los militares siempre dispuestos, la miseria mala consejera, la
corrupción que se la puede palpar gracias a los mecanismos de la
democracia, las limitaciones propias del sistema, la mala calidad
de la gran mayoría de dirigentes políticos parecen ser demasiada
carga para la pobre democracia que se sustenta solamente en
intangibles éticos. ¿Cuánto tiempo más podrá soportar tanta
presión? (1C)
EXPLORED
en Ciudad N/D

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