Quito. 4 nov 96. Envidiábamos a los muchachos que se educaban
en ese colegio mixto que, para colmo, era vecino al nuestro.
Los recreos los pasábamos encaramados sobre la tapia
demarcatoria del lindero, admirando a la distancia la manera
cómo las chicas, en short, saltaban caballete, jugaban básquet
y, en fin, ejecutaban todas las contorsiones propias de la
educación física, ante las indiferencia de sus compañeros que,
de tan habituados al trato con el otro sexo, parecían no dar
ninguna importancia a las muslos relucientes que remataban
esas piernas contorneadas.

La visión tenía para nosotros un no sé qué de pecaminoso, que
convertía a nuestras incursiones a la tapia en una aventura,
que nos permitía descubrir por nuestros propios ojos aquello
que la educación nos negaba. Porque sí. Porque lo poco que
aprendíamos sobre sexo los hacíamos a través de la revista
"Luz" que, aunque nos alumbraba con unos reflejos tenues y
sesgados, también nos arrojaba a la más oscura penumbra con
palabras cuyo significado apenas vislumbrábamos y cuyo
glosario no encontrábamos en ninguna parte.

Un día fue al colegio un médico para pronunciar una charla y
aclarar nuestras muchas vacilaciones. Luego de una
conferencia de dos horas, nos dijo que hiciéramos las
preguntas que creyéramos convenientes, con toda libertad.
Nadie alzó la mano: tan intrincada y difícil fue su
conferencia, que logró que todos nos aburriéramos como ostras
y que algunos saliéramos más confundidos que lo que entramos,
a pesar de que el tema era uno de aquellos que más nos
apasionaba.

Nos apasionaba a tal extremo, que luego teníamos que correr a
confesarnos porque distrajimos nuestra vista en ese anuncio
que aparecía en el periódico de la tarde y daba cuenta que
nuevas vedettes francesas habían llegado a esos locales con
nombres impronunciables (¿Pigalle, Bagatelle, Moulan Rouge?) y
cuyas fotos en diminutos bikinis con lentejuelas nos llevaban
hasta más allá de los suspiros, por más que nos envolviera el
desaliento al comprobar que las francesas anunciadas eran muy
del tipo de las de mujeres de por estos lares, solo que
muchísimo, pero muchísimo más rubias.

Y, claro, estaban las películas "no aptas para menores de 21
años e impropias para señoritas" que daban en el Mariscal, a
las que entrábamos valiéndonos de mil artilugios, el principal
de los cuales era el pago de una, para nosotros, gruesísima
suma al encargado de controlar la puerta.

Nuestra infancia y parte de la adolescencia, pues transcurrió
en la ignorancia más ignominiosa, y en la certeza de que las
mujeres eran unos seres siempre extraños, siempre lejanos,
inabordables en sus misterios, inescrutables en sus secretos.

-¿Por eso, es mejor, más sana la educación en un colegio
mixto?, le pregunto ahora a Teresa Borja, a quien encuentro en
su reducto de sicóloga de la Universidad San Francisco.

Los colegios mixtos enseñan a los chicos y a las chicas a
verse de una manera más homogénea. Ahí se ve al sexo opuesto
también en función de la amistad, de la relación
interpersonal.

-¿Y en los colegios que no son mixtos?

Cuando uno se crea en un ambiente de un solo sexo, el sexo
opuesto se convierte en algo puramente sexual; difícilmente se
logra manejar la relación interpersonal sin que la parte
sexual esté de por medio. En los mixtos, en cambio, como el
factor sexual tiene que ser dominado desde los inicios, se
aprende a dar a la sexualidad un perfil más bajo.

-Entonces, ¿es más sana la relación en un colegio mixto?
Definitivamente.

-¿Los hombres son más reprimidos que las mujeres?

En los colegios masculinos es más común comprar pornografía,
hacer que las fotografías de desnudas pasen de mano en mano;
en los colegios de mujeres, en cambio, se ve más represión en
la parte sexual: las mujeres son más miedosas para ver
desnudos de un hombre. Entonces, mientras al hombre se lo
estimula, a la mujer se le merma su interés sexual.

-¿Y eso por qué?

Porque la sociedad espera que el hombre tenga mucho más vida
sexual, de manera que los hombres en colegios de un solo sexo
tienen una muy fuerte necesidad de aprender y son muchos los
que acuden a prostitutas, por ejemplo. En cambio en colegios
mixtos, las mujeres manejan sus niveles de sexualidad y
sensualidad bastante más que las mujeres que están en colegios
de un solo sexo.

-¿En los colegios femeninos se reprime la sexualidad?

La represión de la sociedad, más un concepto de mujer
estereotipado dentro de la familia, le ayudan a reprimir
totalmente la sexualidad. Pero, a la final, son,
paradójicamente, las que más rápido caen en embarazos no
planeados, o en las relaciones sexuales con sentimiento de
culpa.

-¿La tendencia actual, entonces, sería a una educación en
colegios mixtos?

Sí. Basta ver la cantidad de ellos que han surgido de 30 años
a esta parte.

-Bueno, vamos ahora al estadio. ¿Cómo interpretar lo que pasó
con esa joven en Guayaquil y los alumnos del Vicente
Rocafuerte?

Ahí se ve el uso del sexo como un mecanismo de risa, de
dominio, de ansias, de curiosidad, como algo tan fuerte que
debió haber cautivado a la misma audiencia, porque no hubo una
reacción en defensa de la chica.

-¿Y cómo interpretar lo que ocurrió con la chica?

Uno ve que, en vez de ponerse agresiva, ella se tapa, siente
vergüenza. Para ella fue más fuerte la reacción de taparse
que la de defenderse, gritar, patear y morder. Eso jamás se
vería en un animal. Ahí uno comprueba hasta qué extremo la
sexualidad es un tabú.

-¿Cómo se enseña sexualidad en los colegios?

No se enseña. Los chicos no llegan a estudiar la sexualidad.
A lo mejor por ahí hay unas clases de anatomía o, en algunos
colegios, hay menciones a los anticonceptivos, pero no más.
Los chicos no llegan a reflexionar sobre su propia sexualidad
y su sensualidad, sobre sus experiencias con el otro sexo,
sobre el nivel de control de impulsos que requiere su propia
sexualidad, el nivel de relación interpersonal que puede
involucrar su sensualidad. Eso no se ve. No hay una
educación sexual filosófica, ética. O se imparte una
educación sexual moralista, religiosa, o meramente
fisiológica.

-¿La mujer se siente agredida en nuestra sociedad?

Obviamente. Y en muchos aspectos. Lo de Guayaquil fue solo
un ejemplo, aunque demasiado brutal.

-¿Y otros casos menos brutales?

Hasta las niñas que se suben a un bus oyen cosas con
referencia a su cuerpo, son objeto de chistes; en las esquinas
los chicos se ríen y, mientras las jóvenes pasan, les silban.
Todo eso es hace que la mujer viva con la sensación de que es
una presa sexual de los hombres.

-¿Y es?

Basta ver la forma en que se vende un auto, una casa, una
cartera, un perfume: de por medio siempre hay una mujer
erótica.

-¿Un objeto sexual?

Aunque un hombre no la quiera ver así, la ve. Y la mujer,
eventualmente, se va a contemplar a sí misma de igual manera.
Todo eso dificulta la relación hombre-mujer: todo se vuelve
sexual.

-¿Cómo salir de eso?

Ayuda el colegio mixto, donde los chicos desde el principio
juegan, se pelean, compiten, y también se enamoran. También
ayudaría el hecho de tratar de dosificar en los medios masivos
la cantidad de sensualidad y sexualidad que se les da al
hombre y a la mujer. Ha ayudado el que la mujer haya
aprendido a batirse profesionalmente y compita de igual a
igual con el hombre en campos económicos, científicos,
deportivos o intelectuales. Estamos en el camino. Pero en
ese proceso hay muchos deterioros.

-¿Y no percibes un ambiente proclive a los excesos?

Los dirigentes de un país son el modelo sicológico de las
personas, son un referente social, un ejemplo a seguir. Pero
esos dirigentes están usando palabras y ejerciendo actitudes
que tienen referencia al machismo, miran a la mujer desde un
punto de vista despreciativo, sexual. Ellos están jugando con
ese tipo de formatos y, obviamente, tienen que estimular a la
gente que les escucha; con su conducta, los líderes refuerzan
esa serie de estereotipos. (DIARIO HOY) (P. 1-B)
EXPLORED
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