Quito. 24 nov 96. Los pronósticos sobre un fin de siglo
desdichado se oyen por todas partes en América Latina. Aunque las
estadÃsticas y los análisis de instituciones respetables como el
Banco Interamericano de Desarrollo siguen siendo optimistas, la
realidad está cantando otra cosa.
El modelo económico del libre mercado, que a comienzos de los 90
era presentado como imbatible, ha comenzado a naufragar, sobre
todo en los paÃses donde la corrupción no ha sido desmantelada.
Y los nubarrones de una crisis social atroz, todavÃa aletargados,
podrÃan estallar de la noche a la mañana. América Latina jamás
ha sido un continente previsible.
¿Qué está pasando? Hace poco menos de un año, la lúcida
intelectual mexicana Julieta Campos explicó, en un largo ensayo
sobre la pobreza, que los proyectos de modernidad han derivado,
contra lo que se esperaba, no en más sino en menos empleos; la
gente sin empleo ya no puede comprar nada, y los que han tocado
fondo se valen de cualquier recurso para sobrevivir.
Las clases medias de paÃses como Argentina o Brasil han bajado
los brazos. Antes, garantizaban la prosperidad de las pequeñas
industrias y cierta eficacia en los servicios de educación y
salud; ahora parecen resignadas a una caÃda abismal en su calidad
de vida.
Esa resignación crea resentimiento y el resentimiento puede
acabar en cualquier cosa.
Hace dos décadas
Hace dos décadas, los pobres eran parte de la vida de las grandes
ciudades; se los veÃa por las calles. Los gamines de Bogotá
dormÃan unos sobre otros en los huecos de las veredas,
protegiéndose del frÃo; los limosneros de Buenos Aires y Sao
Paulo exhibÃan sus lacras y mutilaciones en los atrios de las
iglesias; los adolescentes sin familia acampaban en los trenes,
en los camiones o en los ómnibus abandonados de Bolivia, México,
Guatemala y Honduras.
Ahora parece que se hubieran esfumado. Son muchos más, pero se
ven menos. La fuerza de gravedad del libre mercado les ha
asignado otro papel. Miles han sucumbido a las limpiezas
cosméticas de la policÃa, tanto en los cerros de MedellÃn o en
las favelas de RÃo como en las barriadas de México, Sao Paulo y
el conurbano de Buenos Aires.
Otros se han refugiado en cuevas marginales o en edificios
quemados donde nadie, ni siquiera la policÃa, sabe lo que pasa.
Muchos más sobre todo los de México y el Caribe escapan hacia los
falsos paraÃsos del norte, a cuyas puertas selladas golpean con
tenacidad, hasta que encuentran la manera de entrar. Aún entre
los intelectuales mas animosos está cundiendo el pesimismo: tanto
Carlos Fuentes como José Donoso o Nélida Piñon no alcanzan a ver
la salida.
Las mareas de desocupados, el descuido forzoso de la educación
y el desquicio de los hospitales vaticinan un futuro negro. Una
de las mayores riquezas del continente, la imaginación, la
facilidad para improvisar soluciones originales, la capacidad
creadora agoniza bajo el peso de una modernización darwiniana,
que asegura la supervivencia no de los más aptos sino de los más
ricos. Ya está claro que, sean cuales fueren las promesas de los
polÃticos, resolver la magnitud del desempleo con
industrialización es algo inalcanzable en los paÃses de lo que
antes se llamaba el tercer mundo.
Las derrotas son mayores
Un informe del BID de 1995 refleja que, mientras el modelo
neoliberal consigue ciertas victorias estadÃsticas la
estabilidad, el crecimiento del producto bruto, las derrotas son
más graves y permanentes: la capacidad de ahorro se ha reducido
a niveles Ãnfimos (porque quienes pueden ahorrar lo hacen en
bancos de otras latitudes), y los seguros sindicales o estatales
de salud están en bancarrota.
La corrupción de funcionarios impunes y la insensibilidad social
del modelo ha ido creando un frente de tormenta cada vez más
amenazador. Pese a que la jerarquÃa de la iglesia Católica es
cada vez más conservadora en el continente, ciertas voces de
obispos se están alzando, sin embargo, para frenar la imprudencia
de una polÃtica que puede empujar a estos pueblos hacia el
abismo.
El grito de los excluidos
El episcopado en pleno del Brasil, irritado por las extremas
desigualdades sociales, organizó en Sao Paulo, a comienzos de
setiembre, una marcha que se llamó "El grito de los Excluidos",
para defender la reforma agraria y condenar la injusticia social.
El obispo de Jales, uno de los voceros de la marcha, dijo el dÃa
antes: "No admitimos el sacrificio de vidas humanas para salvar
planes económicos".
Signos abrumadores
Los signos de las desigualdades son abrumadores: una familia
entera podrÃa vivir un mes en Sao Paulo con los 55 dólares que
cuesta un plato de noquis en un restaurante de lujo como
"Massimo". El ingreso anual de las 24 familias más ricas de
México equivale al de 25 millones de campesinos mexicanos, según
señala Julieta Campos, una intelectual formada junto a Octavio
Paz, en su libro "¿Qué Hacemos con los pobres?". El último jueves
de setiembre, más de setenta mil personas marcharon hacia la
Plaza de Mayo, en Buenos Aires, para protestar contra los ajustes
impuestos por el gobierno de Carlos Menem. Por primera vez, los
sindicatos peronistas acusaron de "traidor" a un presidente del
mismo partido. "Esta situación no se soporta más", dijo el
dirigente máximo de la central de trabajadores. "Menem gobierna
de espaldas al pueblo y a favor de la concentración económica y
financiera".
Menem inconmovible
Aunque el paro de 36 horas suscitó una adhesión que llegó al 80
por ciento y paralizó los aeropuertos, el presidente se declaró
inconmovible. "Ninguna presión me va a torcer el brazo", dijo.
Durante la marcha hacia la Plaza, algunos jefes polÃticos
opositores y un puñado de diputados peronistas compararon la
gravÃsima hiperinflación de 1988/1989, con la estabilidad
conquistada por las polÃticas económicas de Menem.
Aunque la hiperinflación dejó en la memoria de la Argentina
cicatrices que no se borran, señalaron casi a coro los lÃderes
de los dos grandes partidos de oposición, ese fue, al menos, un
flagelo que se pudo superar en dos o tres años.
Dos versos de Borges
Las heridas que está causando el ajuste, en cambio, van a tardar
décadas en cicatrizarse. Centenares de estudiantes universitarios
marcharon semanas atrás hacia la Plaza esgrimiendo pancartas que
exhibÃan dos versos de Borges.
Esos versos nada tienen de triunfales. Aluden, por lo contrario,
a un pasado que se está desvaneciendo para siempre. A Borges, que
no toleraba las masas ni los desbordes populistas, quizá le
hubiera halagado la imagen de esos estudiantes que alzaban uno
de sus textos como bandera.
Vale la pena repetir, como metáfora final, esas lÃneas
melancólicas: "Alguna vez tuvimos/ una patria, ¿recuerdas?, y los
dos la perdimos". (DIARIO HOY) (P. 8-A)
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Publicado el 24/Noviembre/1996 | 00:00